Espinosa/Rescate de una tipografía novohispana, de Cristóbal Henestrosa

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Esteban Martín y Juan Pablos fueron, dice la historia, los primeros impresores mexicanos. Trabajaron en la primera mitad del siglo XVI novohispano, en los tiempos del emperador Carlos V. La tradición le ha dado la primacía, empero, como bien se sabe, al italiano Pablos.
     Los trabajos de esos dos impresores tuvieron su secuela en las faenas de Pedro Ocharte y Antonio de Espinosa. Éste, sevillano, fue un notable maestro tipógrafo, afanoso cortador y fundidor de tipos móviles, letras precursoras de todo lo que ha ocurrido, dentro de ese campo, en esta parte del mundo. Las obras que imprimía con esos tipos eran documentos oficiales y, principalmente, libros doctrinarios y textos para la evangelización.
     Espinosa / Rescate de una tipografía novohispana, libro del joven maestro tipógrafo mexicano Cristóbal Henestrosa (ciudad de México, 1979), cuenta la historia de esos trabajos y ofrece los resultados de una notable tesis universitaria: la digitalización de los tipos de Antonio de Espinosa, es decir, la posibilidad de aprovecharlos en las modernas computadoras personales. Está organizado en cuatro partes: una introducción histórica general (“primeros pasos de la imprenta”); los principales capítulos americanos de esa historia; la imprenta de Antonio de Espinosa en la ciudad de México, y la parte final que se ocupa del “rescate” de la obra de Espinosa, la zona fuerte de su tesis, que constituye su personal contribución a la cultura mexicana.
     Leer un libro cuyo tema es la tipografía —y su actualidad posible; de ahí la frase explicativa del subtítulo de la obra de Henestrosa: “rescate de una tipografía novohispana”— resulta en cierto modo redundante o pleonástico: el tema está ahí mismo, sobre la página, sumergido y, a la vez, materialmente perceptible en los caracteres impresos. El lector aprende o recibe información de lo mismo que registra en esos momentos con los ojos y con el entendimiento. Un libro sobre tipografía es, como ningún otro, “autorreferencial”, al estilo del soneto de Lope de Vega que comienza “Un soneto me manda hacer Violante” o del Prólogo de la Primera parte del Quijote; pero lo es de una manera aun más directa, más diáfana y palpable.
     Leer, por ejemplo, sobre el esquema pentalineal para el dibujo de las letras de una fuente es toda una lección en varios terrenos contiguos: geometría, diseño, dibujo, legibilidad; la elegancia y la eficacia de los tipos resulta idealmente de una serie de innumerables y delicados equilibrios entre los cinco horizontes de esas líneas esquemáticas: línea de los rasgos ascendentes, línea de las letras mayúsculas, la llamada altura x —para el diseño y colocación de las minúsculas—, la línea básica (especie de “plinto” tipográfico) y la línea de los rasgos descendentes. Todo esto es de veras fascinante… o debería serlo para los hombres de letras en general (escritores, editores, tipógrafos, lectores).
     En un hermoso artículo publicado en la revista Fractal (número 21, 2001), Francisco Segovia comparaba la labor extraordinaria del maestro tipógrafo Juan Pascoe con la de la más ardua filología, pero la ponía, sin dudarlo, por encima de ésta: un tipógrafo al estilo de Pascoe —pero ¿quién más hay como él?— no nada más estudia los textos con todo pormenor sino que fabrica, toca, utiliza con arte los tipos de imprenta y tiene las manos, literalmente, metidas en la trama de las palabras antiguas.
     Los tipógrafos cuyos trabajos han precedido la aparición de un libro como Espinosa forman una lista de meritorios —y no reconocidos como deberían serlo— creadores de cultura; he aquí algunos de sus nombres: José Luis Acosta, Antonio Bolívar Goyanes, Gonzalo García Barcha, Gabriel Martínez Meave, el ya mencionado Pascoe, Martí Soler. Son ellos los creadores de “las otras letras mexicanas”, frase de Henestrosa. La fuente en que están impresos estos mismos renglones (Letras Oldstyle) forma parte de esa historia: fue diseñada por David Berlow a partir del “rescate” que García Barcha hizo de los tipos novohispanos utilizados por Enrico Martínez a principios del siglo XVII.
     Henestrosa echó mano, asimismo, de las investigaciones bibliográficas de José Toribio Medina y Joaquín García Icazbalceta, historiadores de la imprenta en México y en América. Espinosa entrecruza, así, varios ámbitos: la historia, el arte, la economía (libreros, empresarios, impresores), la bibliografía; no sería exagerado agregar a todo ello un apartado de “historia espiritual”: en los textos se cifran las aventuras de las ideas, las convicciones y las creencias.
     El libro de Cristóbal Henestrosa está escrito con mucha gracia, con una abundancia de información admirable —fruto del trabajo de un investigador serio— y su tema es apasionante. ¿Qué más se puede pedir? Significa en México la preservación y el nuevo impulso de una tradición intelectual, histórica, técnica y artística, en último término cultural, en su sentido más amplio y profundo: conocimiento y sensibilidad enlazados con un espíritu creador de ideas, imágenes, perspectivas y temas para la reflexión. Su Espinosa deja abierto el camino para que el propio Henestrosa, y otros como él, lo recorran. –

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(Ciudad de México, 1949-2022) fue poeta, editor, ensayista y traductor.


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