Kubla, Khan, de Julián Herbert

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El mundo es una red de información y no hay inocencia. No hay vocablo que no arrastre su propio zurrón de nudos, conexiones, hipertextos que se le han ido pegando como insectos a una bombilla en la noche. El poeta, sin duda, puede escribir astromelia sin que le tiemble la mano, pero si le da la espalda a las reverberaciones que un término así produce, si ignora el eco (grave o ligero, profundo o baladí) de su propio gatillazo, chapoteará si acaso en las aguas residuales de un modernismo que ya no comunica. Cunde una mancha, un ruido, una bola que se alimenta de sí misma y que nos lleva. Esto ni está bien ni está mal: sucede, y la poesía más interesante se escribe desde ese arrasamiento que imanta. La resistencia de la poesía, muy mentada, no tiene que ver con el atrincheramiento sino con su valor intrínseco, poesía que se sabe poesía y que se basta, pero que no deja de renovar sus armas. Difícilmente habrá novedad sin riesgo, y quienes no buscan la novedad están muy bien, a la orilla de su lago. Hablo de una novedad que permanece novedad: así los clásicos, resistentes, verdes. La poesía también va, proyectil a su manera, por la autopista de la información.
     Kubla Khan, de Julián Herbert, es un bólido en esa vía, un libro que se entregó a las adherencias y que sacó provecho de ellas. Su título es casi una broma: se quita el sombrero ante un clásico para luego desmontarlo desde dentro (coleccionista de odres viejos, Herbert hizo lo mismo con Ovidio en su libro anterior, La resistencia). Tiene un epígrafe general que pertenece a Coleridge, pero inmediatamente propone otro en el que nos explica que “Xanadú es el nombre de uno de los sistemas de acopio y mantenimiento de la información que han dado origen a la worldwibe web“. “Acopio y mantenimiento” es una frase clave, pues no implica iconoclasia sino continuidad: Coleridge enchufado a la autopista. Y habría sido fácil para Herbert simplemente asociar, mantener su detonante inicial con lo que surrealistamente se le fuera pegando, pero Kubla Khan es un libro en su mejor definición, es decir un proyecto llevado a cabo, una propuesta consumada.
     El desafío consistió en trasladar el zapping nuestro de cada día a un libro de poemas. El hombre contemporáneo va de la casa al coche al radio al tráfico a la música al ruido al trabajo al mail al teléfono a la cháchara a la pantalla a la pornografía a la publicidad a la comida al alcohol a la casa a la familia a los libros a la tele y final y paradojalmente a la aburrición. Valga lo anterior como sinécdoque amplia de nuestros tiempos (el tropo incluye a la mujer, hay que decirlo en defensa propia), y valga para el caso de Herbert, cuya Polaroid de ese tráfago se llama Kubla Khan. La foto salió movida y el autor lo sabía: no podía ser de otra manera. En una apuesta así la nitidez de los contornos es sacrificada por la virtud misma del movimiento. La suya no es una poesía que se observe a sí misma sino una cabeza con cien ojos para atestiguar lo simultáneo: “Cuando digo Occidente digo / parque de accidentes / cual si la faz del sol a punto de ponerse / fuera un álbum de ventanas: estampitas”.
     Apoyado casi siempre en referentes culturales que le sirven de brújula (literarios, sobre todo, pero también televisivos, musicales, pictóricos, históricos), el poeta hace uso constante de la paráfrasis, la parodia, el palimpsesto y otras formas de la cita enriquecida para materializar un estilo personalísimo, cargado de un humor que rompe el hielo pero no trivializa. El yo del poema habla de sus amantes: “Todas me engañan. Todas. // En sus brazos, / yendo de unos a otros brazos, / me siento como César, que miraba / —mientras ardían en su pecho los cuchillos— / algunos de los rostros que más amó”. “Don Juan derrotado”, del que provienen los versos citados, es un poema de amor en toda forma, pero su aire nuevo proviene de que en él se turnan, sin conflicto, los timbres de Catulo y Tin Tan.
     Humor y riesgo: el poeta camina por la cuerda floja mientras destensa al auditorio con un comentario sutil. Se requiere equilibrio, por supuesto, pero sobre todo soltura, cualidad que no le falta a Herbert. Los textos de Kubla Khan parecen haber sido escritos sin esfuerzo, pergeñados mientras el autor pasaba por ahí. La naturalidad se agradece, pero Herbert a veces se confía: su libro no carece de ripios y reiteraciones que o no se detectaron o no son eficaces (por ejemplo la insistente mención de los brazos, un tanto amarillista, en el poema sobre Ali Abbas, p.74); nimiedades ante la personalidad y la gracia de una voz que resuena con seguridad, aunque siempre riéndose un poco de sí misma. Herbert pertenece a la clase de autor que nunca se traga toda la píldora ante el hecho poético, que mantiene una mínima distancia escéptica que lo deja moverse con libertad, exponerse sin miedo escénico, equivocarse.
     Kubla Khan fue una de las mejores noticias del año pasado. Ojalá atice a una generación, la nuestra, ya no tan joven, cuyos frutos están a punto. –

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(ciudad de México, 1969) es poeta. Es autor, entre otros títulos, de 'Bipolar' (Pre-Textos, 2008), 'Pitecántropo' (Almadía, 2009) y 'Ex profeso' (Taller Ditoria, 2010).


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