La novela del padre sin cancelaciĆ³n

Escalera de piedra

Lupe Rumazo

Seix Barral

BogotĆ”, 2021, 440 pp

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Sin victimismo cultural, algunos autores nacidos al principio o fin de las dictaduras de los aƱos setenta cifran obras catĆ”rticas, varias calificadas como ā€œnovelas de los padresā€. A la vez, autoras mĆ”s recientes problematizan selectivamente la experiencia materna y la violencia patriarcal, sin concebirlas como ā€œnovelas de las madresā€. Cuando ofrecen perspectivas frescas ambas vetas dejan preguntas que superan catarsis autorales comprensibles. Se requiriĆ³ perspicacia psicolĆ³gica para representar a ciertas mujeres decimonĆ³nicas, TurguĆ©niev (aun en Padres e hijos), Flaubert, Maupassant y James enfadaron en partes iguales a viejos y jĆ³venes, reaccionarios y radicales; las del siglo XX de Lupe Rumazo (Quito, 1933) experimentaron otros trastornos en el mundo masculino instituido. Su Escalera de piedra no es un repaso de los traumas de ā€œDios el padreā€ como en Wilde, Joyce o Baldwin, o las del padre ā€œausenteā€ o ā€œdistanteā€ de tantas otras autoras; ni la plural ā€œdictadura de los padresā€, segĆŗn Zambra.

En Novela de los orĆ­genes y orĆ­genes de la novela, Marthe Robert distingue dos tipos de novelistas o ā€œherederosā€ y cĆ³mo modifican imaginariamente los vĆ­nculos con sus padres: los que fantasean o idealizan unos padres e historia familiar inexistentes; y los que, llevados por el rigor y la venganza, emprenden una fabulaciĆ³n de carĆ”cter descendente que degrada sin misericordia la figura de los progenitores. Rumazo simpatiza con la primera opciĆ³n, consciente de que es imposible contemplarse objetivamente a uno mismo o los padres de uno. Parte del interĆ©s en su trabajo es su esfuerzo por ser lo mĆ”s escrupulosamente honesta posible. Su tono personal, no Ć­ntimo, surge del deseo a veces renuente de una artista subestimada que quiere ser entendida. Pero su novela-ensayo amplĆ­a o tergiversa esas propensiones con enclaves mayores, frecuentemente filosĆ³ficos: ā€œA Lupe le habĆ­a llegado la hora de la ā€˜pequeƱa muerteā€™ seƱalada por Voltaire. Pero no la entendĆ­a exactamente como Ć©l, al no compararla con la exhaustaciĆ³n de Ćŗltimo suspiro, sino como Rousseau en sus Les reveries dā€™un promenuer solitaireā€.

Los diĆ”logos implĆ­citos con Marguerite Duras, que sostenĆ­a que, crĆ©ase lo que se crea, los hombres y las mujeres son diferentes; y con la Ć©tica de Iris Murdoch ā€“cuyos ensayos de los aƱos cincuenta y sesenta enfatizan la necesidad de la teorĆ­a y cĆ³mo la literatura puede remediar los males de la filosofĆ­aā€“ son constantes, sin tendenciosas cancelaciones feministas que niegan que sus lecturas pierden algo de urgencia en un mundo algo mĆ”s igualitario. Impoluta en su experimentalismo como esas novelistas (cuyo ā€œantiarteā€ se aplica al que nos es conocido, no al arte como suceso universal), Rumazo noveliza ā€œautobiograficcionalmenteā€ su entorno, centrĆ”ndose en su padre, el canĆ³nico historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo GonzĆ”lez. Sin la abundancia interpretativa de Mirta Arlt en PrĆ³logos a la obra de mi padre (1985), pero con similar afecto, se aboca a plantear heterodoxamente mĆ”s aciertos que defectos, y no sorprende que en la ā€œCuenta finalā€, que en parte relata un asalto, se exprese sin correcciĆ³n polĆ­tica sobre las razas o se refiera a una mujer como ā€œla draconiana menopĆ”usica y la serpiente vibranteā€.

La prosa de Rumazo (radicada hasta hoy en Venezuela) empezĆ³ a derrumbar los muros que se erige entre teorĆ­a y prĆ”ctica de la novela en los aƱos sesenta, en cierto modo similar al precursor El libro vacĆ­o (1958) de Josefina Vicens. La discriminaciĆ³n crĆ­tica contra lo ā€œpasado de modaā€, fundada en lecturas improcedentes, y la prĆ”ctica de ignorar obras que desafĆ­an caracterizaciones facilistas lleva a despersonalizar ā€“a travĆ©s de pasajes inocuosā€“ a autoras novedosas, sin reconocer que Rumazo propuso una teorĆ­a del ā€œintrarrealismoā€ cuando BolaƱo tenĆ­a unos quince aƱos. AdemĆ”s de un dilatado Liminar, Escalera de piedra contiene veinte apartados, y de estos ā€œLas mĆ”scarasā€, ā€œLos cinco sexosā€, ā€œLas metamorfosisā€, ā€œLos dualesā€, ā€œAquelarreā€ y ā€œEl silencioā€ contienen subsecciones. Son particularmente intertextuales ā€œEl Premio Nobel de Literaturaā€ y ā€œEl Premio Nobel de Literatura ā€“II Parte Usted…ā€; mĆ”s los hilos conductores autorreferenciales, como cuando dice que ā€œLupe habĆ­a denigradoā€ De dĆ³nde son los cantantes de Sarduy, ā€œpor su condiciĆ³n de falsificada literatura pop estructural en su libro Rol beligeranteā€, este Ćŗltimo su tercer libro de ensayo.

No es una novela fragmentaria sino en fragmentos (verbigracia los diĆ”logos constantes con Saramago y Barthes), una especie de diario que se hace novela a partir de actualizaciones y revisiones de Rumazo. Tampoco es una colecciĆ³n de reflexiones sino un relato de resoluciĆ³n artĆ­stica que revela tanto sobre la novela que uno lee como de la experiencia de la prosista mientras la escribĆ­a, procedimiento parecido al de ā€œlas hijasā€ en LĆ©xico familiar (1963) de Natalia Ginzburg o A sketch of the past (1939) de Virginia Woolf, pero sin los testimonios angustiados de estas sobre el padre. Por similar ā€œdificultadā€, con Carta larga sin final a mi madre, InĆ©s Cobo de Rumazo GonzĆ”lez (1978) y Peste blanca, peste negra (1988), la crĆ­tica sobre esta trilogĆ­a estĆ” a la espera de desovillar un tejido demasiado complejo, complicado por la publicaciĆ³n inicial de su obra en EspaƱa, y ahora en Colombia, pero no en el Ecuador.

Escalera de piedra avanza y retrocede ante diferentes realidades; y sus personajes histĆ³ricos (Manuela SĆ”enz, como BolĆ­var, tema de una biografĆ­a de Rumazo padre; o JosĆ© Antonio PĆ”ez), literarios o reales aparecen en sus otras obras, en papeles mayores o menores, mostrando lo comprimidos que son nuestros mundos y el papel del azar y la coincidencia al definir la forma de nuestras vidas. Rumazo lo muestra al indagar profundamente en los procesos de la conciencia, y asĆ­ sumergida ilustra la infinita variedad de sensaciones y percepciones disimuladas, extrayendo desde esos fondos una capacidad ilimitada para vivir, no solo la riqueza de experiencias que se esperarĆ­a de seres privilegiados (los referentes culturales son predominantemente franceses). Si hay una abundancia de posibilidades no hay una desmesura de hallazgos, porque los conflictos, pĆ”nicos morales y epifanĆ­as ocurren al nivel familiar, sin inhibir a la escritora que quiere reencarnarlas. AsĆ­ se va armando otra pregunta principal de la novela: ĀæquĆ© debe sacrificar una mujer para convertirse en una gran artista?

En la estructura episĆ³dica de Escalera de piedra los apartados se anudan precedidos por el gatillo ā€œY entonces…ā€. Aunque la temporalidad depende de una dialĆ©ctica entre fuga y resistencia y de varios flashbacks ante el poder (que ā€œLupeā€ percibe en la oficina diplomĆ”tica en la que trabaja), la trama relata los Ćŗltimos aƱos de vida de su padre ā€“la subsecciĆ³n ā€œHappy happyā€ es representativaā€“, quien habla con algunos interlocutores que lo visitan, algunos histĆ³ricos, otros biogrĆ”ficos o mĆ­ticos, e incluso escritores y personajes literarios, creando una cosmovisiĆ³n polifĆ³nica de la historia, literatura y vida americanas. Mediante cavilaciones ontolĆ³gicas ā€œLupeā€ termina preguntando quĆ© queda de todo, y una respuesta es que la vida puede ser una metĆ”fora de la literatura y no al revĆ©s. Rumazo repasa su formaciĆ³n (con su padre y con el filĆ³sofo espaƱol nacionalizado venezolano David GarcĆ­a Bacca), los mĆ©todos y temĆ”ticas de su obra, los modos de pensar la literatura en su ambiente, la relaciĆ³n con la crĆ­tica y el mercado, y en particular las maneras, favorables o no, de ganarse la vida sin el maquillaje que es la esencia de los males de la diplomacia, que trata cada gesto con sospecha, mundo tambiĆ©n relatado por su compatriota Jaime MarchĆ”n.

Si en un sentido toda novela es sobre el lenguaje, Escalera de piedra enfatiza cĆ³mo construye su propio significado y lo pone en riesgo. No es nuevo encontrar oraciones largas, digresiones, saltos temporales, rupturas, los placeres de la trama y lo afĆ­n en casi cada apartado y subsecciĆ³n. Rumazo y ā€œLupeā€ lo saben ā€“en la subsecciĆ³n ā€œEl vuelo del aviĆ³nā€ se lee: ā€œHasta  que he querido ofrecer un trabajo limpio en la propia obra de construirme a mĆ­ misma, pero alguna realidad aparece que quisiera empaƱarloā€ā€“ y por eso enredan con esos componentes narrativos, entregando sucesos no siempre esenciales que importan en tanto sugieren la necesidad de encontrar una prĆ”ctica que mantenga las memorias estrictamente a raya. Cuando Escalera de piedra deja de ser ā€œnovelaā€ no es como reacciĆ³n a ideas recibidas, sino por la dificultad para pensar que una novela puede ser escrita asĆ­. Hay otros relatos debajo de ese tapiz: la historia de su estilo, quĆ© se puede hacer con una novela sobre sus novelas y, en esta, descartar que existe un estilo tardĆ­o mediante el cual una autora completa su obra, reconociendo que no es el momento de alardear sino de expresar inquietudes esenciales, elegante y claramente.

Si se trata de reivindicar autoras y temĆ”ticas, en los cuentos pĆ³stumos de Mi padre y su museo, de Marina TsvietĆ”ieva (en ruso y francĆ©s entre 1933 y 1936, rescatados en espaƱol en 2021), es el padre el vaso comunicante. Este era arqueĆ³logo, filĆ³logo, especialista en arte, coleccionista, museĆ³logo, y como Alfonso Rumazo, historiador. En De lā€™interprĆ©tation (1965), Paul Ricœur atribuye la riqueza simbĆ³lica de la figura del padre especĆ­ficamente a su potencialidad para personificar lo virtuosamente trascendente, y lo clasifica menos como progenitor igual a la madre que como legislador y fuente del orden social, presente y pa- sado; aunque, en tĆ©rminos psicoanalĆ­ticos (que Rumazo critica), su sabidurĆ­a no excluye su funciĆ³n inhibidora. En Escalera de piedra, el retrato se conjuga con la educaciĆ³n Ć©tica de una autora cuyo ā€œyoā€ es quĆ­ntuple (escritora, crĆ­tica, hija, madre, funcionaria), y cualquier esperanza de que su escritura transmita un sentido mĆ”s unificado del ā€œyoā€ es quijotesca.

Alguna preocupaciĆ³n reivindicativa, mĆ”s propia de la psicologĆ­a que de la historia de la literatura, se entiende menos cuando no se sigue la moda de sobrestimar la historia presuntamente ā€œtĆ³xicaā€ de ciertas materias. A sabiendas de que la teorĆ­a histĆ³rica del ā€œgran hombreā€ tambiĆ©n puede ser la del ā€œgran villanoā€, Rumazo no se apega a ninguna nociĆ³n virtuosa de las figuras ejemplares. Como machacan la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, la britĆ”nica Zadie Smith o las estadounidenses Joan Didion y Roxane Gay, reconocer las ambigĆ¼edades de la ficciĆ³n y los peligros de imponer un solo relato sobre un gĆ©nero sexual o raza son desvĆ­os de la figura pĆŗblica que terminan socavando lo que se quiere lograr: una novela, como Rumazo demuestra con creces en el apartado ā€œLos cinco sexosā€.

Las lecturas que otros ecuatorianos han hecho de la figura de Rumazo se basan, ademĆ”s del ninguneo sexista, en una simplificaciĆ³n terrible: no leer la totalidad de su obra, no considerar los pasajes provocativos de sus libros con la seriedad que merecen o desestimarla por no practicar el activismo polĆ­tico de otras escritoras como Vicens. En una entrevista de 2013, Rumazo dijo: ā€œel Ecuador no reconoce absolutamente a la patria que estĆ” distante, al creador que reside fueraā€. Como establece ab ovo, la autora quiere inhabilitar cierto mal transparente, ajustar cuentas estĆ©ticas y personales (con varios expertos en la ā€œdiplomaciaā€, sin insinuaciones, voz pasiva o adverbios que impliquen causa y efecto sin pruebas). Escalera de piedra, tercer eslabĆ³n de un proyecto totalizante, exhibe repeticiones y recuerdos, Ćŗtiles para los lectores que no han leĆ­do las otras novelas. Aun asĆ­, los aspectos discutidos harĆ”n que toda novela previa sobre padre e hija parezca primitiva, y todo lo publicado desde entonces parezca derivativo. Cuando Rumazo dejĆ³ su Ecuador natal a finales de los aƱos cincuenta aprendiĆ³ las mismas lecciones que aprende cualquier nacional que debe o quiere asimilarse a un nuevo ambiente: al tratar de ser latinoamericano uno se convierte mĆ”s en originario de su paĆ­s. Intentar no ser visto como representante de una nacionalidad tambiĆ©n enciende la alarma de los alrededores, y todo lo que se cree ver es ā€œecuatorianidadā€, que es su propio tipo de destino. Rumazo evita esa progresiĆ³n con la dispersiĆ³n de su biografĆ­a, el apartado mĆ”s sucinto es el titulado ā€œLa verdadera historia de los dĆ”lmatasā€. Algunas conciudadanas la descubren ahora como precursora, cuando hace dĆ©cadas varios hombres fueron los que la recuperaron. (El singular epĆ­gono en alcance y conceptualizaciĆ³n de su prĆ”ctica es Leonardo Valencia y sus personajes femeninos.) Rumazo no es una ā€œlectura prohibidaā€ de la literatura ecuatoriana sino una vĆ­ctima de la cancelaciĆ³n que, al exprimir interpretaciones ideolĆ³gicas, reduce mundos imaginativos a mensajes pedestres. Se comienza a publicar algo de su obra en Ecuador. Ese reconocimiento tardĆ­o debido a la ceguera e insuficiencias crĆ­ticas es injustificable. ~

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(Guayaquil, Ecuador) es crĆ­tico literario. Su estudio Los peajes de la crĆ­tica latinoamericana aparecerĆ” prĆ³ximamente.


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