Manuel Jabois
Nos vemos en esta vida o en la otra
Barcelona, Planeta, 2016, 240 pp.
Nos vemos en esta vida o en la otra nace de una aparente contradicción. Es el primer libro en una editorial grande de uno de los columnistas más populares y personales de la prensa española (por su originalidad y humor para lo autobiográfico, por sus hipérboles y cierto realismo mágico castizo, cercano a Julio Camba), pero en él no aparece en ningún momento el autor. Más allá del prólogo, donde explica el proceso que le llevó a la historia y usa la primera persona, Manuel Jabois no se deja ver. Es una decisión acertada que ayuda a la narración y pone en primer plano la crónica de los hechos. El libro es un reportaje aséptico, exacto y notarial: es una historia humana, pero el periodista usa sentencias judiciales para construirla. Es un Jabois reportero, una faceta que siempre ha complementado con sus columnas en El Mundo y El País, desapegado, frío con las fuentes, menos preocupado por el exhibicionismo de autor y más por la estructura y el ritmo.
El autor no aplica un filtro moral a la historia de Gabriel Montoya Vidal (alias Baby), Emilio Suárez Trashorras, Antonio Toro y demás camellos, ladronzuelos y criminales de Avilés que participaron indirectamente en el 11m. Casi al final del libro hay un conato de ello, quizá por la incredulidad que le provoca a Jabois la indiferencia del protagonista, Baby, el más joven de los implicados y el primer condenado por el 11m: “Cuando lamentaba su suerte, ¿no pensaba en que había 192 personas muertas a causa de un atentado en el que había colaborado?” Pero no es más que una pregunta de periodista, que el joven responde: “No. Nunca, nunca. Nunca me he arrepentido delante de nadie. Nunca.”
Desde que Baby era niño, su padre entraba y salía de la cárcel. Su madre, que sufrió durante años abusos, aprovechaba los vis a vis para pasar droga a su marido, que luego vendía a los demás presos. Baby comenzó a delinquir con apenas ocho años. Fue detenido por primera vez a los once. Cuando conoció a Emilio Suárez Trashorras, joven capo de la droga de Avilés, confidente ocasional de la policía y un temerario con brotes esquizofrénicos, Baby tenía quince años y no solo buscaba un referente sino también no aburrirse. Había dejado el colegio y pasaba las tardes fumando porros en un portal. Trashorras lo introdujo en el mundo del tráfico de drogas y comenzó a ganar mucho dinero, que dejaba encima de la mesa de casa: su madre lo cogía sin preguntar su procedencia.
Al contar la historia de Baby y su entorno, Jabois cuenta la otra logística del 11m. Es una logística de pequeñas acciones con grandes consecuencias, de tontos útiles, confidentes ingenuos y delincuentes que no supieron o no quisieron ver la gravedad de sus acciones.
En octubre de 2003, Baby vendía hachís que procedía de unos magrebíes de Madrid, Rafá Zouhier y Jamal Ahmidan, “El Chino”. Se lo proporcionaba Trashorras, que conoció a los árabes a través de Antonio Toro, su cuñado y viejo amigo. Después de varios trapicheos de droga, Trashorras comenzó a negociar una venta de dinamita a Zouhier y Ahmidan. Afirma que era para una venganza: Zouhier se quería vengar de un hombre que le apuñaló poniéndole una bomba en el coche. La dinamita era para el 11m, y la célula terrorista de “El Chino”, que acabaría suicidándose junto a otros seis terroristas en abril de 2004 en Leganés, ya estaba formada en Madrid. Toro y Trashorras cada vez bajaban más a Madrid a hablar con los magrebíes. Para trasladar las muestras de la mercancía, chantajearon a jóvenes cercanos a Baby: algunos les debían dinero, pequeñas deudas por droga, y los asustaban para convencerlos de llevar dinamita a Madrid. Los metían en un autobús Alsa de madrugada con una bolsa que no podían abrir. Al llegar, la entregaban a los árabes y volvían en el siguiente bus. A Baby también le tocó. Era el que más tranquilo estaba. Como escribe Jabois, “llevaba toda la vida encogiéndose de hombros”.
Baby no solo llevó muestras de dinamita y detonadores a Madrid, sino que condujo a los magrebíes a Mina Conchita, a unos setenta kilómetros de Avilés, donde obtuvieron toda la dinamita. Jabois cuenta estos viajes con ritmo y suspense. A veces, la meticulosidad al narrar los hechos es casi neurótica y divertida, quita solemnidad y recuerda incluso a Four Lions, la comedia de Christopher Morris sobre la torpeza de cuatro terroristas islámicos intentando atentar en Londres: “Los tres yihadistas fueron al Carrefour a comprar tres macutos de cuarenta y cinco litros de capacidad, tres mochilas, tres linternas, un paquete de pilas alcalinas, un cuchillo cocinero, tres latas de sardinas, dos paquetes de queso de cabra, un pack de cuatro yogures Bio de Danone, magdalenas cuadradas Carrefour, un litro de leche semidesnatada Asturiana y una palmera de chocolate Dulcesol.” A la cajera le sorprendió que “era gente de aspecto árabe y eran como mochilas de ir de camping, y no se si seré un poco ignorante, pero no me cuadró, me llamó la atención.”
Nos vemos en esta vida en la otra está lleno de pequeñas historias, de escenas cotidianas paralelas a la gran trama, que dan una estructura coral al libro. Cuenta toda la logística alternativa del 11m, pero su foco siempre vuelve a Baby, una pieza no tan esencial de la trama del atentado: cualquier otro podría haber colaborado como hizo él. Su compañero Emilio Trashorras, condenado a 35.000 años de cárcel, se convirtió a la religión evangélica en la cárcel y aparentemente cambió de conducta. Baby pasó toda su juventud en un centro de menores, donde fue uno de los internos más problemáticos antes de descubrir su pasión por el teatro. Salió del centro en 2010. En 2016 le dijo al autor: “Te arrepientes de las muertes que ha habido y demás. Es arrepentimiento, pero te queda ahí un poquito de decir ‘bueno…’.” ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).