Madera de Boj de Camilo José Cela

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Viaje a la Costa de la Muerte
Camilo José Cela, Madera de boj, Espasa, Madrid, 1999, 323 pp.

Madera de boj, conviene recordarlo, es el libro que Camilo José Cela (1916) estaba escribiendo cuando recibió la noticia de la concesión del Premio Nobel en 1989. Y fue precisamente este suceso, que en sí mismo es gozoso, lo que hizo que la novela se le "atascara" y fuera a parar al limbo de los libros nonatos, en espera de redención. Son, claro está, las paradojas de los grandes premios, que, lejos de impulsar una carrera literaria, lo que suelen hacer más bien es malograrla o ponerla en peligro. Por fortuna, no ha sido este el caso de quien ha hecho siempre de la resistencia una de sus principales virtudes: "El que resiste, gana" es, de hecho, su lema. De modo que, después de nueve años de dudas e indecisiones y catorce meses de febril y laboriosa escritura, el autor de La familia de Pascual Duarte (1942) ha ganado, por fin, su particular guerra contra el éxito, que es el peor de los enemigos del alma y de la literatura, y, de paso, nosotros, los lectores, hemos ganado un gran libro.
     Para ello, el autor de La colmena (1951) —novela que, por cierto, es también un monumento a la resistencia y a la tenacidad— tuvo que romper todo aquello que llevaba escrito y comenzar de nuevo, como si nada hubiera sucedido, ni los premios ni los fracasos, como si ese fuera, una vez más, su primer libro, ese en el que un autor se lo juega todo en cada página, ese que rompe moldes y abre nuevos cauces, y, por tanto, corre un serio peligro de ser malentendido y rechazado. De entrada, Madera de boj, como casi todas las novelas importantes de este complejo siglo que ahora acaba, vuelve a poner en cuestión el concepto mismo de novela y los límites entre los géneros literarios. Y lo hace justo en un momento en el que algunos narradores y críticos con vocación de forenses han decretado por enésima vez la muerte de la novela. Lo que ocurre es que, frente a esos agoreros, todavía hay autores que propugnan una vuelta a la novela tradicional, mientras que otros, más arriesgados, prefieren una vuelta de tuerca en el camino de la experimentación formal y de la mezcla o contaminación de los géneros literarios. A esta última categoría pertenece, claro está, Madera de boj, al igual que otras obras de Camilo José Cela. De modo que no debemos juzgarla desde presupuestos que no le corresponden, sino de acuerdo con el concepto de novela o poética narrativa que en ella misma se expone.
     Y, en este sentido, lo primero que hay que constatar es que se trata de una novela que no tiene argumento. Y no lo tiene porque, para el autor de San Camilo 1936 (1969), la novela es fundamentalmente un reflejo de la vida, y la vida, como tal, "no tiene argumento". De forma explícita, lo expresa el narrador hacia el final de la novela, cuando hace la crítica de un novelista anacrónico, crítica en la que, por cierto, se esconde un guiño —y no es el único— a los conocedores de la obra celiana:

[…] don Anselmo Prieto Montero, el autor de La campana del buzo, explica a sus contertulios del café Galicia eso del planteamiento, el nudo y el desenlace, que son las tres normas que se deben tener presentes, el modelo es Emilio Zola o doña Emilia Pardo Bazán, ahora ya no es como antes, ahora la gente ha descubierto que la novela es un reflejo de la vida y la vida no tiene más desenlace que la muerte, esa pirueta que no es nunca igual.
Tampoco hay un orden lineal ni un encadenamiento lógico ni una secuencia cronológica, aspectos éstos sobre los que el propio narrador ironiza cada vez que lo interpela alguno de sus oyentes o destinatarios del relato dentro de la ficción:
—¿Esto no va demasiado revuelto?
—No, esto no va más que algo revuelto.
—¿Como la vida misma?
—Sí, pero esto procuro no decirlo.
Y así en varias ocasiones más, aunque con variantes, hasta que llega un momento a partir del cual se invierte irónicamente el sentido de la pregunta:
     —Llevo mucho tiempo oyendo lo contrario, estoy harto, para mí que la gente ya no sabe lo que discurrir. ¿No cree usted que esto va demasiado ordenado?
     —No, a mí me parece que esto no va más que algo ordenado.
     —¿Como la vida misma?
     —Sí, pero esto procuro no decirlo para evitar desgracias y desplantes, la vida es muy vengativa y rencorosa.
Y, en esta misma línea, hay que subrayar que, en contra de lo que ocurre en la novela tradicional, en Madera de boj el relato no avanza, y no avanza porque en ella se mezclan y entretejen el pasado, el presente y el futuro, el tiempo mítico y el tiempo histórico, y porque en ella hay, además, un incesante movimiento circular y una continua vuelta atrás, amén de numerosas simetrías y reiteraciones y variaciones sobre un mismo tema o motivo. No es extraño, por tanto, que la novela presente una estructura circular, sin prólogo ni epílogo ni principio ni fin, como la propia vida, que, en palabras del narrador, "no tiene ni principio ni fin porque cuando unos mueren otros nacen y la vida es siempre la misma". La vida así considerada es, de hecho, una especie de eterno retorno; de ahí que el tiempo no sea lineal, sino cíclico, como cíclica es la estructura de los diferentes capítulos o partes de la novela, que terminan más o menos igual: "lo dije ya una vez y he de repetirlo aún otras tres más, por Cornualles, Bretaña y Galicia pasa un camino sembrado de cruces y de pepitas de oro".
     Estamos, pues, ante una novela que tiene el tono y la estructura de un poema, un poema, eso sí, en el que se funden el canto épico y la narración lírica, de signo más o menos surrealista. Madera de boj es, de hecho, una especie de monólogo dramático, un recitado, una salmodia o, mejor aún, una melopea que el narrador dirige a sus oyentes durante una supuesta travesía por la llamada Costa da Morte, hasta arribar a Noia, "una de las más hermosas villas de Occidente", bien superado ya el mar de los naufragios y muy cerca de Iria Flavia, localidad natal del escritor. Pero, además de un viaje físico por esta accidentada geografía gallega, y, más concretamente, por ese espacio mítico y real en el que los antiguos situaron el fin de la tierra (Finis Terrae, Finisterre, en gallego Fisterra), Madera de boj es un "viaje del alma", un viaje lustral o purificador, "como la purga del corazón y del sentimiento" ("Naturalmente, esto no es una novela sino la purga de mi corazón", había escrito ya en Oficio de tinieblas 5, otra obra compleja, experimental y arriesgada, publicada en 1973).
     Ahora bien, si nos atenemos a la materia narrada en esta melopea, podría decirse que Madera de boj es una saga, una saga en la que, en efecto, se cuenta la historia de una familia, la del narrador, cuyos miembros viven y mueren obsesionados con una tarea imposible, "levantar una casa con las vigas de madera de boj", y, al mismo tiempo, la historia de todo un pueblo, los habitantes de la Costa de la Muerte, gentes de mar acostumbradas a convivir con las brujas y la Santa Compaña, con las sirenas y los hombres lobo, con las galernas y los naufragios. Todo esto explica, en fin, el carácter oral y coral de este relato y el hecho de que la voz que narra sea, en realidad, una voz en la que se entretejen muchas voces y en la que se mezclan al menos dos lenguas, el castellano y el gallego, que dan lugar a ese híbrido lingüístico que se conoce con el nombre de castrapo, entreverado aquí con palabras y expresiones del pesco, esa jerga que utilizan los pescadores y la gente de mar de la zona, a la que Cela, como experto lexicógrafo que es, ha dado carta de naturaleza en este libro. Y, como en las viejas sagas, también en Madera de boj se mezclan los elementos más heterogéneos y dispares: la crónica histórica y el relato mítico, la referencia culta y el elemento folclórico, el dato real y la fábula legendaria, la tradición y la actualidad, el misterio y la escatología, los recuerdos personales de la infancia y las reflexiones sobre la vida y la muerte…
     Pero, por encima de todo, Madera de boj es la novela de la mar, de la Galicia marinera, como Mazurca para dos muertos (1983) lo es de la Galicia interior y rural, y La cruz de San Andrés (1994) de la Galicia urbana. De hecho, es el ritmo de la mar el que marca, con su reiteración, la pauta del ritmo del relato, su música interior: "el ruido de la mar no va y viene como piensa Floro Cedeira, el pastor de vacas, sino que viene siempre, zas, zás, zas, zás, zas, zás, desde el principio hasta el fin del mundo y sus miserias". Y la mar es también el hilo conductor, con su rosario de muertes y naufragios, y uno de los elementos articuladores del relato, un relato que, como ya se ha dicho, no termina, tan sólo se interrumpe ("Un poema —decía Valéry, a propósito de su Cementerio marino— nunca está acabado, sólo abandonado"), pues "de la mar se puede estar hablando tiempo y tiempo".
     Naturalmente, el otro elemento articulador de la novela es la "madera de boj", símbolo que recorre e impregna todo el libro. Como es sabido, el boj da una madera muy dura y rebelde, casi incombustible, y tan densa que no flota, por lo que es imposible construir una casa con las vigas de dicha madera. De ahí que, entre otras cosas, esta madera simbolice los sueños, obsesiones y deseos de algunos de sus personajes, así como sus correspondientes fracasos y frustraciones. Pero también podría ser un símbolo de la propia novela, de lo mucho que a su autor le costó construirla y de las enormes dificultades con que se topó a lo largo de su proceso de elaboración. Porque, ya es hora de decirlo, hay pasajes de la novela en los que la voz del narrador se identifica, de una manera explícita, con el propio Camilo José Cela.
     He aquí, pues, la novela más largamente esperada y más inesperada, por sorprendente, de este final de milenio, una novela que muchos daban ya por perdida o arrumbada para siempre en el limbo de los libros nonatos, una novela, en fin, que estuvo a punto de convertirse en leyenda, y no precisamente áurea, sino negra, pero que ahora ha nacido para hacer historia dentro de la literatura española del siglo XX. ¿O debería decir más bien del siglo XXI? –

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