Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda
Una agenda para México 2012
México, Punto de Lectura, 2011
Cuando un libro tiene demanda, lo usual es reimprimirlo o reeditarlo con la noticia del caso. Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda han revolucionado este uso al publicar el mismo libro con tres títulos distintos en menos de tres años: Un futuro para México (2009), Regreso al futuro (2010) y Una agenda para México 2012 (2011).
Los títulos segundo y tercero tienen modificaciones de estilo y añadidos que no alteran el contenido del primero. Lo único nuevo es que los autores lo presentaron en muchas ciudades y afirman haber descubierto “un México regional de extraordinaria vitalidad, exigente a la vez que desencantado, descreído a la vez que ávido de las posibilidades de cambio y universalmente enervado [sic] por la corrupción pero también en búsqueda de ideas, de propuestas, de soluciones factibles.”
Pero este “descubrimiento” no modifica la tesis del primer título (que México mira al pasado en vez de al futuro), así que los autores la matizan con ambigüedades, paradojas y otras cabriolas retóricas muy desafortunadas, como la ocurrencia de que México “es una ballena que se cree ajolote”. El caso es teclear para salirse con la suya. Uno se pregunta si las simpatías confesas de Castañeda por las personas cínicas son proyecciones de su propia personalidad.
¿Es posible hilvanar argumentos y razones aceptables a partir de una pregunta tan retórica y difícil de responder como “hacia dónde mira México”? Es obvio que no hay una respuesta única. Temperamentos, circunstancias y niveles de educación diferentes tendrán respuestas diferentes. Marshall McLuhan afirma que todas las sociedades avanzan hacia el futuro mirando al pasado porque el pasado es lo único que conocen. Lo más seguro es que seamos una mezcla caótica de pasado, presente y futuro. Los autores anclan ese pasado en una ideología concreta, el así llamado “nacionalismo revolucionario”.
Ya que esta expresión es el objeto a exorcizar de todo discurso intelectual modernizante, hay que aclarar su origen y significado. El “nacionalismo revolucionario” nunca fue ideología del gobierno mexicano. Por lo menos desde los años cuarenta hasta el 2000, los gobiernos del PRI no tuvieron ideología; fueron gobiernos muy pragmáticos cuyo énfasis recayó en la estabilidad política y el progreso económico. Las consignas clave fueron “modernización”, “desarrollo estabilizador” y “desarrollo compartido”. En ese orden discursivo la estridencia revolucionaria nunca tuvo lugar.
La expresión “nacionalismo revolucionario” surgió del revisionismo histórico universitario después de 1968. Y no fue para caracterizar a los gobiernos del PRI, considerados “nacionalistas burgueses”, sino para caracterizar a la “auténtica” revolución mexicana, la de las “masas”, la de Zapata, Villa y Cárdenas, es decir, la de la izquierda universitaria. El presidente Echeverría reaccionó contra esta operación discursiva, enarbolando banderas ideológicas radicales, así que a la larga se provocó una confusión. Con la transición a la democracia, la izquierda que había sido “nacionalista revolucionaria” endilgó la ideología de su creación a los gobiernos del PRI solo para indicar que estaba dejando atrás un pasado. Las nuevas generaciones intelectuales se tragaron la mentira completa.
No hay, pues, fantasmas ideológicos obstruyendo el progreso nacional. De hecho, México es uno de los países más abiertos del mundo, así que toda inconformidad con su marcha económica debería revisar los resultados de esa apertura, en vez de imaginar obstáculos nacionalistas. Tampoco hay obstáculos “corporativos”, ni necesidad de “desgremializar” la agenda. Los autores lamentan que empresarios, sindicatos y universidades intenten imponer sus propios intereses a los candidatos, en vez de pensar en el país. Pero eso nunca ocurrirá, pues es obvio que los gremios solo pueden hablar por sí mismos. Conjugar sus intereses con los del resto corresponde a los políticos.
Gran preocupación de los autores es crear mayorías absolutas en el Congreso para aprobar las reformas que, según ellos, hacen falta. Pero en las mayorías absolutas de casi todos los congresos locales ven “feuderalismo”, regreso del PRI, traspasos fiscales federales, etc. Lo cual no les impide constatar que el “feuderalismo” se expresa en “la calidad del equipamiento urbano, la revolución del consumo, la energía social. El poder de las regiones viene también de su propia vitalidad, de sus propios hallazgos y maduración, y mucho han tenido que ver en eso sus gobiernos.” Hay que quedar bien con todos los poderes.
Los autores hacen declaraciones tan boquiflojas como esta: “No es aceptable que los gobernadores gasten y no recauden.” A ver: la recaudación mexicana está centralizada desde 1978 por razones de eficiencia, pero los impuestos se recaudan en todo el país, por eso es normal que sean regresados a los gobiernos locales. Con todo, solo se les regresa la tercera parte del presupuesto total, así que hay margen para mayores transferencias. ¿Falta que los estados y municipios recauden más impuestos locales y rindan cuentas? Por supuesto que sí. La revisión del presupuesto de Coahuila arrojará lecciones para todos los estados.
El deseo de los autores de fijar rumbo los hace ignorar datos básicos. Por ejemplo, el gobierno debe tener un “plan explícito de infraestructura pública”. Caray, el gobierno de Calderón presentó el suyo al inicio de su sexenio y lo ha estado cumpliendo: el plan más ambicioso en muchísimos años. ¿Por qué no examinar esta experiencia en vez de hacer declaraciones para la eternidad? Acaso sea pedirles demasiado. Afirman que la carretera Durango-Mazatlán conectará “por fin la costa noroeste de México con el norte central…”. ¿Ignoran que la obra es modernización de la carretera que existe hace casi cincuenta años?
Si México, como afirman los autores, “es mejor o menos malo en todo, excepto en la opinión que tiene de sí mismo…”, su alegato se reduce a un problema de idiosincrasia, de expresión, de estilo de decir las cosas, que no afecta el fondo de la cuestión. Casi todas las personas y familias que conozco están muy ocupadas en sus labores y la mayoría de ellas progresa. Pero si les preguntas cómo les va empezarán a quejarse: es una táctica ancestral para evitar que el interlocutor se les encaje. Por eso es mejor no preguntarles. ~
(Santa Rosalía, Baja California Sur, 1950) es escritor y analista político.