Necesario libro inexistente

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El Libro del desasosiego es un libro legendario, sin duda, así como Fernando Pessoa —el enmascarado autor detrás de su heterónimo, Bernardo Soares— es también un poeta con leyenda.
     En efecto, la obra de Pessoa ilustra (junto con autores como Kafka o Joyce, digamos) uno de los acontecimientos capitales de la Modernidad literaria occidental, es decir, representa de un modo particular y profundo aquella paradoja alimentada por todo mito en medio de una época que se sabe incapaz de cualquier forma de trascendencia aunque, a la vez, vive el eterno retorno de las ítacas del ayer. Un antes que no fue mejor ni peor, claro, sino libre apenas del desasosiego que producirá después una realidad irreal o sin centro, en opinión de teóricos ad hoc. Y no es que alguien como Pessoa nos reintegre a un mundo nítido y confiable, acordado entre potencias superiores (cualesquiera que éstas sean) y su complementario inframundo. Se trata antes bien de que, para nosotros, Pessoa apacigua el caos arrancándole un sentido que en el Libro del desasosiego se adelanta como metáfora mínima del universo en dispersión —un universo anverso: personal y literario, en fuga a través de 27,543 cuartillas de un baúl de manuscritos ordenado póstumamente.
     Por lo mismo, no es casual que en Pessoa conviva el escepticismo más agudo junto con sus inmersiones en las doctrinas del ocultismo, la alquimia y la “Santa Cábala”, según nos recuerda Gaspar Simões. Sin duda, se trata de las contradicciones y vaivenes de una inteligencia y una sensibilidad cuyo signo biográfico fue el omnipresente azoro ante una realidad inexplicable, enigmática. Ahora bien, esas contradicciones no fueron sólo de Pessoa sino de una época, esto es, de una Modernidad que hizo del ocultismo —en el siglo xix y aún en las primeras décadas del xx— una religión para quienes carecían de ella. En este sentido, tiene razón Isaiah Berlin cuando precisa que esto que conocemos bajo el concepto de Modernidad no es hijo único de la razón ilustrada, universal, sino también de su tradición crítica, el romanticismo, con su cauda de ironía y saber irracional del que se derivó, al cabo, la glorificación de lo excepcional, es decir, de lo particular.
     En este punto me parece oportuno señalar que, a mi juicio, el escepticismo vital de Pessoa (tan característico del Libro del desasosiego) proviene de un temperamento esencialmente irónico antes que de una inteligencia propensa al desmembramiento metódico, racional. Quiero decir que si en su acepción fuerte la ironía no es otra cosa que el rostro, o los rostros, omitidos por la verdad como Leviatán —quien si acepta su inmanencia deja de ser verdad—, dicha ironía se transforma al final en ese visitante cuyas artes imprevistas acaban por diluir la posibilidad de cualquier verdad. De ahora en adelante no habrá sino realidades múltiples en progresión infinita, como infinitos parecían, en efecto, los heterónimos de Fernando Pessoa o los fragmentos con que fueron tomando cuerpo (de 1913 a 1935, año en que murió su autor) las páginas del Libro del desasosiego.
     “Propiamente hablando, Fernando Pessoa no existe.” Quien esto dijo fue Álvaro de Campos, uno de los personajes inventados por Pessoa para que le ahorraran el esfuerzo y la incomodidad de vivir. Y para que le ahorraran el esfuerzo de organizar y publicar lo que de más rico hay en su prosa, Pessoa inventó el Libro del desasosiego, que propiamente hablando nunca existió, y que no podrá existir nunca. Lo que aquí se presenta no es un libro sino una subversión y una negación, el libro en potencia, el libro en plena ruina, el libro-sueño, el libro-desesperación, el anti-libro, más allá de cualquier literatura. Lo que tenemos en estas páginas es el genio de Pessoa en su punto más alto.
     La cita pertenece al texto con el que Richard Zenith encabeza la edición del Libro del desasosiego que en 1998 preparó para la editorial portuguesa Assírio & Alvim. Dicha edición amplía el corpus conocido hasta esa fecha gracias a la primera entrega que del Libro de desasosiego se realizó en 1982, volumen oportunamente traducido por Ángel Crespo y publicado por Seix Barral en 1984. Cuatro años después, la edición realizada por Zenith —quien actualmente prepara las obras completas de Pessoa para la misma Assírio & Alvim— llega a nuestras manos gracias a la versión castellana de Perfecto E. Cuadrado y la editorial El Acantilado de Barcelona.
     ¿Qué nos ofrece esta nueva versión del Libro del desasosiego? Ante todo un trabajo de exégesis que aclara algunos de los numerosos puntos oscuros de la entrega de 1982. A este respecto el traductor español puntualiza: “La edición de Zenith añade nuevos fragmentos y retira otros, reordena el corpus, hace múltiples correcciones de lectura e introduce palabras o frases que seguían sin descifrar.” Ahora bien, y como era de esperarse en una obra inacabada e inacabable como el Libro del desasosiego, según observa oportunamente Zenith, en la edición de El Acantilado se han incluido nuevas correcciones que aclaran otros puntos aún oscuros y corrigen lecturas equivocadas anteriores.
     Como se ve, el proceso todavía se encuentra en marcha en tanto no se llegue a una conclusión definitiva que ponga fin a aquellos puntos aún “sin descifrar”. Sin embargo, como lego en materias de esta naturaleza, uno se pregunta hasta qué punto los resultados de dicha paleografía modifican la imagen que ya teníamos del Libro del desasosiego. Desde mi punto de vista, el trabajo de Zenith —junto con el de Perfecto E. Cuadrado— es estimable en la medida en que, por así decirlo, nos ofrece un panorama más completo de una experiencia, esto es, de una “obra” que nunca existió como tal y fue sólo un registro cotidiano, un acta literaria del genio poético (no importa que se haya dado en prosa) de Fernando Pessoa.
     Diario literario, autobiografía “sin hechos”, reflexiones fragmentarias iluminadas por el relámpago de algún aforismo o una máxima dejada al paso, etc., el Libro del desasosiego se presta, sin embargo, a la mistificación de la literatura fragmentaria con suma facilidad. En este orden, tal vez la incidencia en el carácter de work in progress de estas páginas no debiera llevarnos más allá de lo que el sentido común nos dicta, esto es, a advertir que detrás de su carácter de obra inconclusa no hay ninguna intención programática, como le hubiera gustado, digamos, a la escuela posmoderna usufructuaria del Fragmento.
     Aludo al genio de Pessoa porque la estatura literaria de estas páginas es innegable, al grado que ha hecho decir a Tabucchi que el Libro del desasosiego fue para Pessoa “su única gran obra narrativa”; o a Steiner quien, en un texto publicado por The Guardian, habló así de la impresión que le causaron las páginas de este volumen: “Imaginen la fusión del cuaderno de notas dispersas de Coleridge, el diario filosófico de Valéry y el voluminoso diario de Musil.” Qué duda cabe: el Libro del desasosiego, suscrito por Bernardo Soares, comparte un sitio indiscutible en la tradición contemporánea al lado de la obra de los heterónimos más célebres de Fernando Pessoa: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis. Máscaras todos ellos de ese “teatro del ser”, de ese drama en gente —no en actos— con el que Pessoa dio vida a su obra omitiendo los pormenores de su biografía personal. Nada extraño si recordamos aquí lo que la crítica ha señalado una y otra vez: Pessoa tiene la misma raíz latina que personae: máscara, personaje. Máscaras y personajes que vieron la luz cuando Pessoa tenía apenas seis años, al inventar a su primer heterónimo, Cjevalier de Pas; y aún en 1935 seguían trabajando —por vía esta vez de Álvaro de Campos— cuando el mismo Pessoa había dejado de escribir. ~

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(ciudad de México, 1963) es poeta, ensayista y editor. Actualmente es editor-in-chief de la revista bilingüe Literal: Latin American Voices.


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