Nombre sin aire, de Vicente Quirarte

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Ya es un lugar común decir que la poesía hispanoamericana se conoce poco en España. Lo mismo debe decirse de la escasísima circulación de poetas en el propio continente americano. Por lo general, el problema recae en la casi nula circulación de los libros. La tendencia es a producir y consumir localmente (salvo cuando se trata de “grandes” nombres), con el consecuente aislamiento que esto ocasiona en cada país. En las librerías de España, por ejemplo, no circula nada de lo que se publica en Argentina (por mencionar un país donde existe una industria editorial considerable). Dada esta situación, hay que elogiar la labor de editoriales como Pre-Textos, Hiperión, Visor o Lumen, que se han preocupado por publicar a varios poetas hispanoamericanos, aunque se nota una resistencia a publicar escritores de las nuevas generaciones. Por ejemplo, de los poetas nacidos en la década de los cincuenta (es decir, la generación que está en pleno auge actualmente), sólo encontré libros de cinco autores: Eduardo Milán, María Negroni, Raúl Zurita, Coral Bracho y el propio Vicente Quirarte. Es una lástima, porque en ella los lectores españoles advertirían una riqueza expresiva que destaca por su pluralismo.
     En México (para hablar ya directamente del entorno literario al que pertenece Quirarte, y me permito incluir también a algunos escritores nacidos en los cuarenta) se cuenta con líneas de trabajo que renuevan o enriquecen la lírica desde distintas perspectivas. De los juegos con el lenguaje, la conciencia y crítica de la escritura y el silencio, y los tratamientos neovanguardistas o neobarrocos (Esther Seligson, Coral Bracho, David Huerta, Alberto Blanco, Eduardo Milán, Myriam Moscona, Jorge Esquinca, Alfonso D’Aquino, Víctor Hugo Piña Williams, José Javier Villarreal), al diálogo implícito o explícito entre mujeres (Moscona, Gervitz, Seligson, Carmen Boullosa), a la exploración urbana y los cantos de celebración (Huerta, Antonio Deltoro, Rafael Vargas, Fabio Morábito, Quirarte), a las exploraciones de lo sagrado en los terrenos de lo cotidiano, atendiendo a las tradiciones orientales, la liturgia y el mito (Elsa Cross, Alberto Blanco, Seligson, Moscona, Gervitz, Esquinca), al diálogo con el espacio de la pintura (Blanco, Huerta, Bracho, Magali Lara, y otros), a los versos que rememoran la infancia o juventud (José Luis Rivas en un ámbito exuberante veracruzano, Adolfo Castañón en un ámbito citadino altamente libresco), a la poesía preocupada por la naturaleza (Efraín Bartolomé o José Manuel Pintado, en referencia específica a Chiapas), al lenguaje socarrón que parodia ciertos emblemas tradicionales (Francisco Hernández, Ricardo Castillo, Kyra Galván), los escritores actuales de México demuestran que la poesía está en efervescencia.
     Vicente Quirarte (México, 1954) ya había publicado otro volumen en España: Como a veces la vida (antología, Pre-Textos, 2000). Además de poeta reconocido en México (fue ganador del prestigioso Premio Xavier Villaurrutia), es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y autor de varios libros de ensayos (es experto, sobre todo, en los poetas de Contemporáneos; también destaca su libro sobre la Ciudad de México). Su poesía es heredera de la veta que acude al lenguaje coloquial, sin que eso signifique poco trabajo con la eufonía del lenguaje. En México, es una tradición muy rica, sobre todo a partir de poetas como Efraín Huerta, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Eduardo Lizalde y otro poeta poco conocido internacionalmente: Rubén Bonifaz Nuño.
     Este volumen contiene dos secciones claramente diferenciadas: la primera, “Zarabanda con perros amarillos” (publicada como volumen independiente en 2002), es una elegía ante la muerte de su hermano; la segunda, “Casidas del nombre sin aire”, consiste en 21 poemas de amor y un “Tratado andaluz”. La unidad se consigue porque en ambos casos rige el diálogo de la ausencia que deviene presencia gracias a la escritura.
     Un antecedente claro de los treinta poemas de “Zarabanda” es “A mi hermano Miguel”, de Vallejo. Allí, el tú es el hermano muerto que se ha “escondido” y no vuelve; el yo clama por su ausencia. En Quirarte, el destinatario inmediato de los textos es también el tú ausente (consiguiendo el mismo tono intimista, coloquial, del autor peruano), rememorando por igual los juegos de infancia, la iniciación a la adolescencia, la exploración de la ciudad, el fervor por la música y la literatura, etcétera. La serie se inicia con el dolor intenso que provoca la muerte, y transcurre a lo largo de al menos tres años de vida del hablante, hasta llegar a una calma en la que el ausente vuelve pero sin que eso signifique dolor. En esta relación, el hermano es el aventurero, el que toma la iniciativa, el líder que guía en territorios inexplorados; el hablante es el escribiente que rememora, y de ese modo hace —al menos durante la lectura— que el ausente vuelva a adquirir presencia. Los poemas ponen énfasis especial en las experiencias comunes. El anhelo del yo por recuperar cualquier atisbo de la vida de su hermano hace que las prendas, los libros, los discos, la perra Jacinta, se conviertan en materia primordial de reflexión. Es quizá por tratarse de un libro de poemas que el hablante escoge sólo aquellas circunstancias reveladoras que le permiten reconstruir al ausente.
     La segunda parte del volumen rinde homenaje en cierto modo a los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda. Como en el libro del chileno, aquí también el discurso está dirigido a un tú que concluye con la ausencia de la amada. Esta parte gana en soltura y ritmo, sobre todo en los poemas en prosa. Además, hay una tendencia a usar metáforas y símiles que renuevan a su modo los tópicos amorosos: “El cielo tiene alas/ por la gran madre que te trae,/ mi espejismo carnal, mi joya de agua”; “Tus pies como dos lámparas de aceite/ arden toda la noche y se despiertan/ para pulir caminos, para fundir ciudades”. En ocasiones, pasa a un discurso erótico en donde el vínculo entre lo carnal y lo celestial vuelve a reconfigurarse: “Los labios de tu primera boca me decían: ‘No toques esta puerta. Atrévete a soportar para siempre la carencia o vuélvete adicto al paraíso. Ábreme’.// Entré en la virgen negra de tu bosque, en la canela en llamas de otros labios: laberinto, caracol, rosa de cobre”. Como en el famoso poema xx de Neruda, la serie de Quirarte termina con la desesperación por el alejamiento, buscando habitar el espacio impregnado por la presencia: “adivinar el aire que te tuvo/ y en este mismo instante aún te ciñe”.
     Inspirado en El collar de la paloma, de Ibn Hazm, Quirarte hace su propia reflexión acerca del amor en “Tratado andaluz”. Es de una serie de fragmentos en prosa que funcionan como la poética del libro. Por el origen (seguramente marroquí) de la amada, por la recreación del espacio del encuentro (el Mediterráneo, Lisboa, Andalucía), por de hecho recurrir a la “casida” (composición poética de origen árabe) para articular su discurso, los fragmentos de este tratado son suma evocadora de esa sabiduría: “No es otro el que duele, sino nosotros borrándonos en otro: borrándonos del mundo”. Termino con la cita de un aforismo que va más allá del amor, una poética de la escritura: “Escribe para no olvidar pero también para borrar los fantasmas que te desgarraron y nos desgarran cuando las letras son cómplices del alma”. –

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