La civilización es el ejercicio de por vida, ininterrumpidamente,
de la razón y del buen gusto, del sentido de los valores,
ante cualquier “texto”, lo mismo se trate de un libro
que de un ser humano o de un paisaje.
Emilio Uranga
Herir en lo sensible. Ensayos y artículos de crítica literaria (Bonilla Artigas, 2025, 488 pp.) contiene 130 piezas periodísticas que escribió el filósofo mexicano Emilio Uranga (1921-1988) entre 1958 y 1984, es decir, a lo largo de 26 años, ya asentado de nuevo en México, dedicado al ensayismo y en una nebulosa cercanía con el poder. Era la desembocadura de un cauce biográfico cuyos principales meandros habían sido, remontando la corriente: su etapa inmediatamente anterior en Alemania y Francia (1952-1956), en que se consolidó intelectualmente; su formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1944-1948), bajo el magisterio de José Gaos; su paso por la carrera de Medicina (1941-1943) –de cuyo adiestramiento analítico se beneficiaría sin duda su labor intelectual–; y más allá los tempranos días de la Escuela Nacional Preparatoria (1939-1941) y de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, franceses y lasallistas, como ha recordado Gabriel Zaid. De las principales etapas de esta trayectoria perviven muchos testimonios sobre la nada indiferente personalidad e inteligencia que fue Emilio Uranga. Dejó tras de sí una tradición oral y escrita considerable de partidarios y refractarios, además de su propia producción.
La centena crítica ha sido engarzada por el filósofo José Manuel Cuéllar Moreno, nacido en la Ciudad de México en 1990. Entre una laureada bibliografía que incluye novela y cuento, Cuéllar ha dedicado a Uranga lo mejor de su investigación académica. Además de Herir en lo sensible, Cuéllar ha dado a la imprenta los libros La exquisita dolencia. Ensayos de Emilio Uranga sobre Ramón López Velarde (Bonilla Artigas, 2021), La revolución inconclusa (Ariel, 2018), donde trata la faceta de Uranga como consejero del PRI, y es también editor del diario alemán del filósofo publicado en el voluminoso Años de Alemania, preparado por Adolfo Castañón (Bonilla Artigas, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM y Universidad de Guanajuato, 2021), que reseñé en su momento en Letras Libres. Este 2025 acaba de publicar además la esperada biografía La razón pendular de Emilio Uranga (Herder).
El trabajo de rescate de la obra de Uranga que a lo largo de los años ha llevado a cabo José Manuel Cuéllar con ahínco se enmarca en una conciencia colectiva de la importancia de esta tarea de historia intelectual, que en tiempos recientes ha sido adelantada por Guillermo Hurtado, editor de la obra más famosa del filósofo, Análisis del ser del mexicano (Bonilla Artigas, 2013), y por el propio Adolfo Castañón, editor de Algo más sobre José Gaos por Emilio Uranga (El Colegio de México, 2016). Como es sabido, Uranga es parte de la constelación del Grupo Hiperión que formaron Luis Villoro, Ricardo Guerra, Jorge Portilla, Fausto Vega, Leopoldo Zea, Salvador Reyes Nevares y Joaquín Sánchez Macgrégor, de modo que prestarle atención equivale a contribuir a la revaloración de una generación que está en la base de muchas instituciones culturales.
Cabe decir que todos estos rescates uranguianos han tenido eco en la prensa, las revistas, los coloquios universitarios (donde destacó la defensa que enarboló Porfirio Muñoz Ledo de Uranga como “hombre de izquierda”) y hasta en el ámbito panhispánico, pues desde Madrid filósofos como José Lasaga se han tomado en serio la obra de quien fuera una promesa del pensamiento en nuestra lengua. ¿Hasta qué punto cunde una fiebre por Emilio Uranga? ¿Y hasta qué punto José Manuel Cuéllar no es uno de sus principales vectores?
La centena crítica de Herir en lo sensible asedia la ciudad letrada mexicana. Pasan bajo las armas de la crítica –la metáfora no es ornamental– Juan José Arreola, Elena Poniatowska, Salvador Elizondo, Ricardo Garibay, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, entre otros. En esta nueva toma de Tenochtitlan no vuelan dardos con fómites virulentos, cañonazos y tiros de arcabuces, sino artículos de prensa –en apariencia inocuos–, pero escritos por un superdotado. El regusto final de la lectura traiciona una aparente disparidad entre el ejecutante –de quien esperaríamos ponderosos tratados metafísicos– y el género de la reseña, que suele pasar por ancilar. Algo así como poner a un concertista de piano a tocar en un conjunto de música popular. Por supuesto, el concertista no se desdora, antes el tango o el bolero se han enriquecido en variaciones, cadencias y sutilezas armónicas y rítmicas. América latina, es cierto, no ha dado un Mozart o un Brahms, pero sí un Piazzolla, un Carlos Jobim, un Manuel M. Ponce, maestros del género menor. Así también, el potente filósofo que era Emilio Uranga, aplicado a la escritura de reseñas de libros de sus contemporáneos (si bien es cierto que no crea una gran obra de crítica monográfica como sugiere Christopher Domínguez Michael), en ocasiones levanta el género incluso por encima de las obras reseñadas. El propio Uranga se dio cuenta de ello:
En México ya no discute nadie los derechos que asisten a la crítica literaria. Inclusive es notable una desproporción de valor entre las obras de creación que se ofrecen a la atención del crítico y los ensayos críticos que, por regla general, están resultando más apetecibles y duraderos que los libros mismos de que se ocupan. (Herir en lo sensible, p. 168)
Si bien los autores citados más arriba son duramente juzgados por Uranga, no son menos instructivos los artículos dedicados a los escritores que admira, por cuanto el aprecio va aparejado de una aguda penetración psicológica y biográfica. Es el caso de Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet, Fernando del Paso y Gabriel Zaid. Para Uranga la crítica literaria es comparable, en sus palabras, al oficio del catador. Para ello, el “órgano” estético del crítico debe responder con agilidad. “El hombre civilizado –dice Uranga– sabe probar, goza de una ilimitada capacidad de delectación, de comprensión. De la escultura negra, pasando por la griega puede llegar hasta la maya y azteca. A su curiosidad equilibrada de razón y sentido de los valores no escapa nada.” (Herir en lo sensible, p. 193)
Un tópico de los estudios sobre Uranga es su paso (defección, para algunos) de la filosofía metafísica a la crítica literaria, como en el caso de su amigo Rossi la creación literaria sustituiría la etapa neokantiana. La antología de Cuéllar reaviva la cuestión. El propio Uranga lo explicó en estos términos:
En un joven de veinte años la filosofía es uno de sus elementos de educación o de paideia; pero en un hombre de cuarenta, seguir apegado a esas especulaciones es conducta digna de una buena ración de azotes (Algo más sobre José Gaos, p. 102).
Sin embargo, aunque Uranga hablara explícitamente de su “divorcio” de la filosofía, entendiendo que no consagraría su madurez a escribir tratados (“conducta digna de una buena ración de azotes”) o a persistir, como en su opinión lo hizo su maestro José Gaos, en los hollados caminos de la historia de la filosofía, ello no quiere decir que su obra de crítica no fuera el resultado y la solución de continuidad de su vocación, su oficio y su destreza filosóficas. Recordando de nuevo a José Gaos, escribió en 1978:
Siempre me dijo Gaos que lo más valioso en un hombre con vocación filosófica serían sus lecciones de moral y no de metafísica. “Nunca leeré –me decía– lo que usted escriba sobre ontología. Pero sí todo lo que quiera decirme sobre la moral, sobre las costumbres, sobre los juicios de valor, sobre los hombres y las obras.” Esta dimensión de sus consejos es hoy la que estimo como de la mayor vigencia. Saber juzgar, pronunciar un juicio sobre algo, sobre una vida, sobre un libro, sobre un destino. ¿Quién lo hace? O lo hará a la ligera, pero no con todo el peso de una formación. (Algo más sobre José Gaos, p. 133)
En posesión de esta clave autobiográfica comprenderemos mejor el volumen Herir en lo sensible, donde encontramos desarrollado, precisamente, el tema de esa “formación que permite emitir juicios”, perífrasis que traduce el alemán Bildung, y que es como el fruto concreto y práctico de la faena alemana abstracta y especulativa iniciada por los pietistas protestantes en el siglo XVII y seguida luego, en el ámbito laico, por la generación de Goethe (el famoso Goethezeit) y hasta Thomas Mann.1 Es por ello que cuando Emilio Uranga reseña un libro, aplica con precisión clínica –no se olvide que cursó Medicina– un fino escalpelo que atraviesa las diferentes capas del cuerpo textual: estilística, argumentativa, moral y psicológica. Estas destrezas son el fruto de una formación, educación, Bildung o paideia o, en una palabra, de la fuerza formativa de la cultura occidental. De acuerdo con Uranga en su artículo “La nostalgia de Shakespeare. Reflexiones sobre el destino del teatro alemán” de 1959, la crisis de Occidente radica en renegar de este ideal espiritual en aras de un cierto evolucionismo biológico, mecanicista, donde el ser humano no está llamado a mejorar a través de la cultura, sino a cumplir ciclos ciegos y libres de la resistencia y el esfuerzo que impone la disciplina de un ideal. En sus palabras, la sociedad contemporánea, tal como es descrita por Robert Musil en El hombre sin atributos, ofrece el espectáculo animaloide, dice Uranga, del “abandono, la desenfrenada entrega al vacío, a la vacuidad, a la sexualidad frenética (…) un marasmo de equívocos, de fracasos y de ofuscación sin sentido” (Herir en lo sensible, pp. 209-210). En contraposición, “la Bildung –añade en otra parte Uranga– no persigue una normalidad biológica o psicológica como meta, sino espiritual; más que una normalidad una excelencia, un estatuto de nobleza espiritual y humana que rebasa con mucho cualquier idea puramente animal”. (Herir en lo sensible, p. 67)
En consecuencia, Emilio Uranga es autor de una obra de crítica literaria que es a la vez una crítica de la cultura y del individuo. Posición sumamente exigente, por cuanto “con la vara con la que midáis seréis medidos” (San Mateo, 7, 2). Y en este sentido la biografía de Uranga podría servir para ver, imparcialmente, las etapas, crisis, superaciones, claudicaciones, excelencias o excrecencias de su trayecto vital. Aunque tal vez nuestro filósofo creía curarse en salud al escribir en su ensayo “Fantasía sobre un personaje póstumo” de 1967: “las biografías que prefiero no son aquellas que disuelven sin residuo la obra en la vida, sino las que hablan de la obra como si la vida fuera un apéndice indispensable. Su vehículo.” Y más adelante: “Soy el autor de una obra que perdurará y muy a gusto; me moriré pronto y ello me provoca melancolía. Pero la obra se quedará allí y en ella va lo mejor de mí mismo. Buena suerte y ya no nos amarguemos”. (Herir en lo sensible, pp. 187-188) Recordemos que para Uranga la obra era más importante que la vida. A decir verdad, sus ensayos son ambiguos en este sentido. Su continuo recurso del ataque ad hominem, por más que parta de la obra enjuiciada, lo deja en una posición vacilante en cuanto a la honestidad de su esgrima. En resumen, ¿es válido juzgar a un individuo por su obra? ¿Se puede juzgar una obra con independencia de enjuiciar al autor? ¿La franqueza es siempre rayana de la crueldad? O, para retomar un símil socrático: ¿el crítico literario debe parecerse más a un médico que purga o a un cocinero que halaga el paladar? Escollos de la crítica… en los que acaso Uranga naufragó o cuando menos zozobró.
Su exigencia como lector profesional fue de las más severas que podemos encontrar en nuestras letras, reconociendo al mismo tiempo, como lo insinuó Octavio Paz, que en Uranga había una pendiente torturada, antipática y, yo agregaría, a ratos perversa, solazándose o resignándose ante el error y el dolor propio y ajeno. ¿Alguien se ha preguntado acaso si Emilio Uranga se amaba a sí mismo? En todo caso fue un clínico y un auscultador insobornable, y ahí radica su originalidad, el verdadero valor de su crítica literaria. Su lectura es aleccionadora, tonificante, divertida a ratos, exasperante a otros, y sobre todo disuasiva de caer en dislates de todo tipo; pondera la creación verbal como filólogo; como filósofo capta las corrientes de pensamiento que están en juego; y sobre todo rinde el servicio de desenmascarar grandes imposturas de ideología o egolatría disfrazadas de literatura, que ayer como hoy acaparan la atención –de todas formas cada vez más alienada y escasa– de lectores desprevenidos. Este servicio rendido por Emilio Uranga no puede ser tomado sino como un acto de gallardía. ~
- “La Bildung –dice la danesa Lene Rachel Andersen– es un fenómeno complejo y difícil de captar, pero el concepto está profundamente enraizado en el pensamiento y la educación europeos. En la época clásica, los griegos lo llamaban paideia, y en el sigo XVII los pietistas protestantes lo exploraron como un desarrollo personal religioso, espiritual y moral a la imagen (que en alemán se dice Bild) de Cristo. De 1774 a alrededor de 1810, pensadores como Herder, Schiller y von Humboldt exploraron la Bildung como fenómeno laico, ligándolo al desarrollo emocional, moral e intelectual, a convertirse en alguien culto y educado, y a nuestro papel como ciudadanos.” Cf. Bildung-French.pdf ↩︎