Nuevos salvajismos/La perversión civilizada, de Diego José

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Diego José (ciudad de México, 1973) ha decidido andar de modo raro y solitario. La extravagancia de su obra tiene el eco de algunas premisas del Arte poética de Horacio: escribe en torno al mareo contemporáneo para “recrear instruyendo”.
     El autor —premios nacionales de poesía “Carlos Pellicer” por Cantos para esparcir la semilla (2000) y “Efraín Huerta” por Volverás al odio (2003) y Premio “Abigael Bohórquez” por Nuevos salvajismos (2005)— ejercita la comprensión del mundo por medio de la palabra: “Sólo a través del lenguaje se conservará la cultura, y la literatura es determinante para su continuación”. Asume: “Escribí a la manera de los viejos folletines de ideas, cuya finalidad era más la divulgación que el estudio erudito; a la tradición que nació con estos panfletos liberales debemos una rica reflexión histórica que tanto contribuyó al pensamiento moderno” (Nuevos salvajismos).
     En estos ensayos, Diego José sopesa el engaño de los medios de comunicación, creadores de realidades tramposas; la condición de aburrimiento que permea la vida actual, reflejada en el delirio del chat y las identidades anónimas; la cruz, el éxito y la descarnada competitividad; además de un asunto tan cotidiano como la comida rápida, pues “se contrapone a dos principios de la cultura de los alimentos: el nutricional y el convival”. En Nuevos salvajismos, las reiteraciones se refieren a la insatisfacción, la incertidumbre, a lo indeterminado o la enclenque educación en nuestros días.
     Además de este libro, Diego José ha puesto en las mesas de novedades una novela: El camino del té, en donde cuenta la historia de un samurái, “el Hombre”, que pinta a Tiam, su esclava. La seducción entre ambos persiste sin que el deseo sea consumado, ya que el guerrero ha sido educado para dominar sus impulsos.
     Las acciones de los personajes se deben a la conciencia de la fugacidad de la vida y el dominio del apetito, considerado el yugo del crecimiento espiritual. Las imágenes remedan la sencillez del haikú y secundan las sentencias del narrador. Diego José alude al budismo: “En la arboleda sobresalen algunas piedras dormidas en su antiguo sueño mineral, dispuestas por el azar para la conjunción de los elementos, estas piedras representan la impermanencia del instante” o “Todo hombre debe basar su vida en el dominio de sí, porque finalmente es lo único que posee”. La prosa en El camino del té lleva un ritmo lento, sin peripecias; la tensión de la trama se sostiene tersamente de la contemplación mutua de los personajes. Las pequeñeces están a disposición del lector: el pliegue de una tela, la palidez del té, las hojas de los árboles del jardín y la delicadeza de los objetos.
     Mientras las novelas recientes versan sobre conflictos fronterizos, narraciones intimistas, hechos noticiosos o curiosidades históricas europeas, Diego José extiende sus convicciones poéticas hacia el ensayo y la narrativa. Quizá la singularidad de su obra parta de esa distinción vocacional: su poética escudriña el binomio hombre-existencia, enfatizando el reclamo de la realidad inmediata y el dolor que representa —fuera del vértigo del mercado editorial y lejos del espíritu cinematográfico que caracteriza la generalidad de la nueva literatura, ya más bien parte de la industria del entretenimiento.
     En el contexto actual, Diego José enfrenta el riesgo de ser considerado adoctrinador. Los preceptos y sistemas de pensamiento, por una parte, y el simple acto reflexivo, por otra, saben amargos y pueden implicar incomodidad en los lectores. Las palabras que ha elegido forman el revés de la mirada común contemporánea: “Seguir el camino del té / es convertirse en agua, / […] y no estar apegado a nada. / […] enseña a los amantes / el sendero de la armonía, / la sencillez y la quietud / seguir el camino del té / es alcanzar el infinito”.
     Diego José elige la mezcla horaciana de lo útil con lo agradable. Los apegos de Tiam y la contención del Hombre son dispuestos para compartirse con un comensal de comida rápida. En eso consiste su desafiante extravagancia. –

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(Ciudad de México, 1975) es autora, entre otros, de El animal sobre la piedra (Almadía, 2000) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2012). En 2022 obtuvo el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela más reciente, Isla partida (Almadía, 2021).


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