Patrícia Soley-Beltran
¡Divinas! Modelos, poder y mentiras
Barcelona, Anagrama, 2015, 272 pp.
Este año, el programa de televisión America’s next top model llegó a su temporada veintidós. El reality fue creado en 2003 por la modelo Tyra Banks, una de las supermodelos de los noventa. Tyra, negra, vivió en carne propia los discursos de poder de una industria en donde las “bonitas” eran las blancas y rubias, y ella era la “exótica”. Con la intención política expresa de diversificar el mundo del modelaje, y en el preciso momento en que empezaba a ser considerada “vieja” para la industria, lanzó este exitoso fenómeno del pop que hoy se replica en varios países del mundo. Tyra fue una de las primeras modelos en desmitificar su oficio, y con su reality nos mostró las crueldades e imperfecciones detrás de esas imágenes perfectas. El show es paradójico porque, a la vez que intenta romper los patrones de la industria, perpetúa sus maltratos, a la vista de todos, con fines de lucro. America’s next top model muestra los descosidos de estas formas divinas, pero quizá ni Tyra ni su audiencia entienden, o no quieren entender, lo que están diciendo.
Los prejuicios y estructuras de poder que habría que denunciar desde un análisis teórico sobre la industria de la moda son los mismos que abren una brecha entre la academia y el modelaje, por eso un puente entre ambos mundos es algo inesperado. ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras –el libro ganador del más reciente Premio Anagrama de Ensayo–, de Patrícia Soley-Beltran, es una oportunidad inusitada para llegar a donde Tyra no puede o no quiere llegar. La autora –licenciada en historia cultural por la Universidad de Aberdeen y doctora en sociología del género por la Universidad de Edimburgo– fue modelo entre 1979 y 1989. Cuando era niña, se hacía una pregunta frente al espejo cada mañana: ¿Quería ser Rita Hayworth o un intelectual francés? Quizás la misma pregunta que en algún momento nos hacemos todas las mujeres.
¡Divinas! se suma a la propuesta de dejar de considerar el cuerpo como un ente puramente material determinado en su totalidad por la naturaleza, y en cambio pensarlo como un espacio crucial para la interacción cultural. Lo que entendemos por mujer u hombre, por bello o feo, responde a unas construcciones sociales y, como muestra este ensayo, a lógicas del mercado. Las imágenes creadas desde los cuerpos de las modelos responden a unos sistemas de poder que cuesta trabajo ver; lo que se considera “bello” depende de quiénes son y qué quieren quienes tienen el control político y económico del mundo.
Cuando las nuevas tecnologías de manufactura hacen posible la difusión masiva de las prendas prêt-à-porter, se promueve la homogeneización de los patrones corporales. Ahora el cuerpo debía amoldarse a la ropa y no al contrario. Esta queja puede rastrearse a comienzos de la modernidad cuando Walter Benjamin se preguntaba cómo la era de la reproducibilidad técnica había afectado nuestra concepción del mundo y cuando Heidegger, a partir de un poema de Rilke, volvía sobre el abrigo de su abuelo, que se había amoldado a su cuerpo, a diferencia del abrigo “moderno”, al que en ese entonces se amoldaba el cuerpo de Heidegger. Como los cuerpos de las mujeres tuvieron que adaptarse a la ropa, la delgadez se puso de moda; mientras más flacas más parecidas serían a una percha, y la ropa podría admirarse sin distraernos con las particularidades de los cuerpos. Las modelos hoy en día deben tener la versatilidad de un lienzo en blanco, lo que de cierta manera implica borrar la personalidad. Esto es especialmente importante porque la lógica adquisitiva del capitalismo se basa en creer que se pueden comprar ideas, emociones y virtudes a través de los objetos. Como dice Soley-Beltran: “Al modelar la personalidad y el ánimo mediante productos sumergimos nuestro cuerpo en una cultura de la apariencia y lo convertimos en una colección de signos a interpretar. Dado que la apariencia y la presentación se consolidan como expresión del yo, las vestiduras se tornan señales del ser íntimo, un ser al que se accede por medio de productos.”
Solo puedo hacer dos objeciones a ¡Divinas! La primera es que la dicotomía esencia-apariencia parece atravesar todo el libro, como si hubiera imágenes que son “más reales” que otras. Esto es cierto en muchos sentidos, pero una de las cosas que ha revelado la posmodernidad es que todo lo que tenemos son apariencias y que en realidad no hay ni se necesita nada debajo de las caleidoscópicas superficies. La segunda es que, siendo un texto que se escribe desde la experiencia, Soley-Beltran no puede abandonar su mirada europea. Así, asume que la estrategia de “globalizar” a la cantante barranquillera Shakira, tiñendo de rubio su cabello, iba en contra de los códigos estéticos de su lugar de origen, cuando, en realidad, ese cambio en el cabello coincide con una estética caribeña que se debe a códigos de poder particulares de la ciudad. A veces, una estética de poder local coincide con la global, pero no porque la imite, sino porque desde diversos caminos se puede llegar a la misma imagen. Es decir, no todo tinte es blanqueamiento, no toda ficción es farsa. Esto es evidente para mí porque soy barranquillera, pero no tendría por qué saberlo Soley-Beltran, quien habla desde otra experiencia. Por eso, sería interesante replicar el ejercicio de ¡Divinas! desde otras esferas y desde otros rincones del mundo.
Finalmente, la autora pregunta si “teniendo en cuenta que las imágenes no son una referencia visual de la realidad, sino del orden simbólico que las constituye, ¿podemos ir más allá de la diferencia estereotipada y adoptar un punto de vista diferente?” Quizás estamos en el momento histórico para poder contestar a esa pregunta pues el monopolio de la producción de las imágenes se ha roto finalmente. Hoy, gracias a los teléfonos celulares y las redes sociales, podemos construir imágenes sobre nosotros mismos, en nuestros términos, y divulgarlas de la manera que queramos. La selfie o autorretrato digital para redes sociales, es un paradigma simbólico del mundo moderno. En la última temporada de America’s next top model, Tyra le entrega a cada concursante un celular para que practique “sus ángulos”. Lo que llama la atención es que la mayoría de las personas copia el lenguaje de la publicidad para contar su vida: si felicidad, alegría, viajes, comida, amor, hedonismo, son los valores que quieren proyectarse en las fotos, eso demuestra que la publicidad sigue siendo el discurso dominante. Aún así, la circunstancia actual abre espacio para contestar a estos discursos, y no es de extrañar que ahora contemos con fashion bloggers de todas las tallas y colores. Hoy, más que nunca, todo puede pasar.
¡Divinas! es un ensayo agudo y ameno; provocador por sus ideas y provocativo por su forma. Tiene la virtud de que puede ser leído por académicos y por fashionistas, mostrando, por fin, que ambos mundos no son excluyentes. Pero, sobre todo, es una especial prueba de la importancia de que las mujeres participen en la construcción de la crítica cultural. Aterrizar estos conceptos y generar estas ideas solo puede hacerse desde una experiencia muy específica. Por eso es tan importante hacer teoría desde los cuerpos de las mujeres. ~
Es una periodista colombiana. Escribe una columna semanal para los diarios El Espectador y El Heraldo. De formación filósofa y artista plástica.