Poesía completa, de Héctor Viel Temperley

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Hará unos veinte años de que Eduardo Milán, en su columna “Crónica de Poesía” de la revista Vuelta, escribió por primera vez en México el nombre de Viel Temperley y el de su poema Hospital Británico. Entonces, como ahora, importaba menos lo que Milán dijera de Viel Temperley y de Hospital Británico que el solo hecho de que los mencionara y los incluyera en su columna. Héctor Viel Temperley comenzaba a existir en México y a generar una expectativa entre los lectores de poesía de esta parte del continente.

Años después, en 1997, en una serie publicada por la uam con bajo presupuesto, “El Pez en el Agua”, apareció la primera edición completa de Hospital Británico. Se trataba de casi una separata, pegada con grapas, que hacía constar, con su publicación íntegra, la verdad de una incipiente leyenda: Viel Temperley era uno de los últimos escritores sin biografía, y por tanto sin vanidad, que nos había legado un libro insignia.

Sin embargo, la edición que vino a dar relieve internacional al nombre de Viel Temperley fue la antología de poesía hispanoamericana Las ínsulas extrañas (2002), preparada por José Ángel Valente, Blanca Varela, Eduardo Milán y Andrés Sánchez Robayna para las ediciones españolas de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Desde luego, la inclusión de Viel Temperley y de Hospital Británico entre las páginas 663 y 674 del volumen se debió al criterio de Milán y a la perplejidad con que ha defendido el valor y la significación de ese poema desde aquella ya lejana reseña.

En este libro aparecen el lugar y los años de nacimiento y muerte del poeta: “1933-1987, Argentina”. De poco sirven, porque ningún contexto explica la naturaleza de un poema como Hospital Británico. Ningún poema parece antecederlo o sucederlo en el tiempo: uno entra en esto que aparenta ser un buque fantasma, sumergido en las aguas profundas de un océano, y se queda ahí, largo rato, encerrado en sus paréntesis, suspendido de la calidad de sus imágenes y de la aspereza de su música. Una música llana, transida, que no rehúye de la prosa y que sin embargo no acaba de ser enteramente prosa.

Hospital Británico es una serie de fenómenos datados en un tiempo personal, simbólico y hermético, en el sentido de que es imposible penetrarlos y explicarlos en alianza con un referente preciso. Son los pasajes que podrían formar parte del diario de un loco o de un enfermo que alucina y no distingue entre la realidad y el discurso que se genera en su cabeza. Todo parece coludido en una vorágine ordenada y al mismo tiempo enferma. Todo parece, es verdad, el producto de una estancia prolongada en un nosocomio, que es un cuerpo, que es un buque, que es, a la larga y en definitiva, un poema. Todo parece compuesto para la anulación de cualquier intento de dilucidación crítica. Todo parece, en efecto, una trampa para anular los procedimientos de la razón y hacer primar los rudimentos de una mente que escucha y miente, porque el tiempo y el universo mismo parecen haber sido diseñados en ese momento y por capricho de esa mente enferma que discurre sobre las ruinas de su cuerpo.

La reciente publicación en México de la Poesía completa de Viel Temperley, un libro compuesto por los nueve libros de poemas que constituyen la obra poética de este escritor, ha servido para corroborar que nada anterior, con la sola excepción de Crawl, donde Viel Temperley ensaya algunos de los tropos, ritmos y fraseos que luego incrustaría, literalmente, en Hospital Británico, explica ni prepara la aparición de este poema, dada la originalidad de su estructura y la secuencia de sus periodos, aligerados apenas por su calibre de fragmentos o de “esquirlas”.

Sería un error, pese a todo, asumir que Hospital Británico surge de la nada. Y sería un error tomar al pie de la letra la famosa declaración de Viel Temperley, esa que atribuye la fabricación de su poema a la locuacidad de un cerebro trepanado. Habría que hacer énfasis en el organigrama religioso del poema, en su estructura en forma de postales, cuya imagen obsesiva o recurrente, al reverso, es la de un Christus Pantokrator, icono por antonomasia de la pintura bizantina; habría que tomar en cuenta su aparente falta de profundidad intelectual y la supremacía deliberada de lo irracional como fuente de todas sus metáforas; y habría que tomar en cuenta el carácter acotado, sentencioso, de las mayores de sus frases: “La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás otro hombre podrá ver mi esqueleto.”

Acaso Hospital Británico trata de la disgregación del yo en cada una de sus partes. De la enfermedad, la devoción, la convalecencia en ciertos círculos y espacios privados y las imágenes que pueden brotar de un cerebro adulterado por la ingestión de medicamentos y toxinas extrañas a la bienaventuranza católica del cuerpo. A lo largo de una concatenación de fragmentos, seriados o marcados por el signo de una fecha, Hospital Británico aspira a la concentración de un verso sin fisuras, y a la integración de sus partes escandidas bajo el disfraz de una forma de medida absoluta: la ráfaga, la esquirla, el disparo hacia el hueco certero de la nada –esto es, el poema en el poema mismo.

Si la obra poética de Viel Temperley se compone de nueve libros, publicados entre 1956 y 1986, releyéndolos en esta compilación definitiva uno no puede sustraerse al pensamiento de que todos ellos tienen un valor anecdótico o liminar en relación con Hospital Británico. La voracidad de este poema abrasa todo lo anterior como si se tratara de la exposición de las hojas de una planta a un sol que se aproxima demasiado a la condición terrestre, sutil y sin pretensiones de los Poemas con caballos o de los “Poemas en el mar y en la ciudad”. A lo largo de todo ese ejercicio preparatorio, que abarca treinta años de escritura y existencia, aparecen sin embargo obsesiones de Viel Temperley como Dios, la Madre, el agua, la guerra, la decepción y el ejercicio del poema entendido como un nado o la técnica del crawl. Todo ello se anula o se redimensiona frente a la velocidad y el texto de Hospital Británico. Ninguno de los libros anteriores de Viel Temperley se entiende en ausencia del último de sus libros de poemas. O quizá podamos decir que todos ellos se explican en función de la calidad sintética de Hospital Británico. ~

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