Este volumen recoge la totalidad de la obra poética de Jaime Gil de Biedma (1929-1990), las traducciones, ensayos, el diario de 1956, y una pequeña pero significativa antología de entrevistas. La edición ha sido realizada por Nicanor Vélez y tiene una extensa introducción de James Valender, al que debemos un riguroso trabajo como editor de la obra de Manuel Altolaguirre, además de diversos trabajos sobre Luis Cernuda. Valender se ha centrado en desplegar, históricamente, el nudo de la poética de Gil de Biedma, un autor que tiene, en la poesía española, unas características propias, sobre todo por forjar su escritura bajo la invención del autor, reinterpretando ciertos conceptos y procedimientos de la poesía moderna inglesa y francesa. Inventó a un poeta, muy similar a Gil de Biedma, al que le sucedían los poemas. Esto es algo que no hicieron poetas españoles de su tiempo como Claudio Rodríguez, Valente o Brines (ni tenían por qué hacerlo). En su obra, de significado altamente biográfico, siempre nos encontramos con una persona que se desvanece cuando queremos fijarla y con una máscara que va adquiriendo los rasgos de la experiencia.
El sentido de esta invención se explica por la necesidad de establecer una distancia crítica en una obra que se propone como realista. Trata de crear una relación objetiva entre lo que designa el poema y la expresión misma. Sin embargo, Valender no comparte del todo lo que acabo de afirmar: “Lejos de ser el paradigma de un poeta realista, con el tiempo Gil de Biedma llegó a incorporarse plenamente a la gran tradición simbolista”. Creo que exagera o que malinterpreta la poesía simbolista, y lo que me resulta más extraño, la del poeta que estudia. Quizás atraído por la afirmación del poeta barcelonés de que la poesía “es una unidad melódica perfecta” que sólo tiene sentido en la estructuración en la que cristaliza, Valender saca conclusiones discutibles. Que Mallarmé y la tradición simbolista fueron leídas por Gil de Biedma es indudable, pero tanto él como sus admirados Eliot y Auden lo que hicieron fue, partiendo del simbolismo, apartarse de dicha tradición, aunque haya elementos evidentes en su primera poesía de los procedimientos simbolistas. Creo que no hay que confundir la concepción del poema como unidad de sentido y forma con la esencia de la poética simbolista, esto es: la transformación de lo designado en el efecto verbal. La búsqueda de la evocación y la sugerencia. La poética simbolista supone una negación de la designación directa y difícilmente hablaría de poesía de la experiencia, noción que nuestro poeta aplicó (en el sentido que dio Langbaum al término) a su propia tarea. Es evidente que el autor de poemas como “Ribera de los alisos”, “Pandémica y celeste”, “Contra Jaime Gil de Biedma” y “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma” (que constan entre los más representativos) no pretende, ni lo logra sin pretenderlo, “incorporarse plenamente a la gran tradición simbolista”, sino que se inserta en otra tradición: aquella que se abre a la música verbal que se apoya en el habla y que inscribe en su expresión la señal del tiempo, tan pensada por Antonio Machado, poeta, sin duda, que Gil de Biedma leyó con atención. “Palabras de familia gastadas tibiamente”, dijo de su propio uso de la lengua poética. ¿Es esto simbolista? Son poemas que sin duda dialogan con otros poemas, formalmente; y son un cierto tipo de evocación, pero estas relecturas están puestas al servicio de un poema moderno, que escribe un poeta inventado que cuenta rítmicamente lo que al hombre Jaime Gil le preocupa, hasta el punto de que puede reconstruirse la vida sentimental del poeta a través de sus versos. También reiteró a lo largo de su vida la conciencia irreductible de la tensión entre realidad (aquello que se cuenta, la experiencia, la vida, etc.) y forma: la expresión poética que ha de producir un efecto determinado. Incluso basaba en este escarceo, entre forma y realidad, la visión crítica que nos daría el grado de sensatez y de eficacia del poema. Naturalmente, cuando leemos su poesía no asistimos a lo que vivió Gil de Biedma, sino que leemos textos que suscitan en nosotros una recreación particular de una realidad verbal poemática. El hecho de que la realidad, para ser expresada, necesite un simulacro, una máscara, según él mismo ha afirmado, no supone la ausencia de realismo (tan formal es “Pandémica y celeste” como Madame Bovary), y en cuanto a la llamada música del verso, que en realidad es ritmo verbal, su necesario empleo tiene que ver con la analogía, pero no necesariamente con el pensamiento platónico y órfico que subyace en la poética simbolista. Quien sí fue un poeta cuya obra no se explica sin el simbolismo, un poeta excelente en muchos momentos, fue Carlos Barral, a quien –lo que es de lamentar– ya nadie lee.
Dicho esto, pasemos a un par de dudas que tengo con esta introducción: quizás llevado Valender por su visión simbolista del poeta, no habla, en las setenta páginas de su estudio, del erotismo en Gil Biedma. ¿No le parece importante a la hora de leer, no sus poemas, sino el Diario? Las páginas dedicadas al Diario del artista en 1956 son inteligentes e informadas, pero ¿cómo no explica al lector que el hecho de que no se editara completo hasta después de su muerte fue debido a la ocultación de su homosexualidad a su familia, especialmente a su madre y a la empresa Tabacalera, de la que fue un alto ejecutivo? El lector que lea la introducción a la obra completa del poeta catalán sin duda quedará informado de los pasos (se esté de acuerdo o no con Valender en algún punto, tal vez esencial) de su evolución literaria; pero ignorará muchas cosas de su vida, una vida que le sirvió, en sus peripecias estéticas y sentimentales, como inspiración de su obra hasta el punto de que ambas acaban implicándose. La segunda, de apenas importancia si no fuera porque abre su ensayo, radica en la poco contrastada afirmación de Valender de que “Para muchos lectores de la poesía española moderna el nombre de Jaime Gil de Biedma se asocia, sobre todo, con la publicación en 1960 de Veinte años de poesía española. 1939-1959, de José María Castellet.” Esta antología, publicada hace cincuenta años, fue leída, como propuesta viva, por personas que hoy en día, en su mayor parte, ya han desaparecido. Posteriormente, se leyó como un documento y desde hace muchos años no es más que un dato para profesores y estudiosos de la recepción literaria. Gil de Biedma es un poeta bastante frecuentado, que vio varias reediciones de sus libros, y que fue reivindicado y difundido, en vida, por un grupo de poetas jóvenes que en ese momento estaban vinculados, con mayor o menor acierto, a la denominada poesía de la experiencia. De los poetas de mi generación (los nacidos en los cincuenta), son pocos los que no han escrito sobre él, generalmente con admiración, aunque no siempre con suficiente comprensión de las implicaciones de su obra. Afirmar que la poesía de Gil de Biedma “tiene poco que ver con la poesía social reivindicada por Castellet en su prólogo” es discutir con una realidad fantasmagórica.
A pesar de estas reticencias expresadas, la introducción es fina e inteligente en el análisis de los poemas, en la relación que se establece entre el diario de Gil de Biedma y el desarrollo posterior de su obra, también en los comentarios al estudio que el poeta dedicó al Cántico de Jorge Guillén: una obra que admiró profundamente, salvo por los poemas añadidos a la cuarta edición (debido a que Guillén “usurpa el papel del protagonista, acabando así de golpe con la virtualidad dramática de estos versos lo mismo que con su eficacia artística”). En la tensión entre imaginación y fantasía, pensada por Friedrich Schlegel y difundida en lengua inglesa por Coleridge, la obra de Gil de Biedma carece de fantasía, verbal o de cualquier otro tipo. Él mismo se sintió como un poeta de imaginación. ¿Lo fue? No en un sentido amplio. Pero sí creo que está del lado de los imaginativos, porque llegó a ver y a decir un personaje del cual nos dio una biografía poética que ya forma parte de nuestra literatura. Además, se trata de un personaje inteligente, algo tan raro entre nosotros que sólo por eso –si no hubiera otras razones– ya merece nuestra admiración. Gil de Biedma fue un poeta realista que imaginó al poeta que quería ser y cuya poesía logró corroborar su existencia. ~
(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)