Hay palabras que conservan un prestigio y un predicamento a prueba de bomba, hasta que de pronto una época las pone bajo sospecha. Autocrítica es hoy una de esas palabras sospechosas. Solidaridad también. No es difícil adivinar los motivos. Adam Zagajewski, en Solidaridad y soledad, último libro del autor publicado en español, y uno de los primeros que escribiera, distingue en él entre “mentira histórica“ y “verdad histórica”. Para el autor, la mentira histórica por antonomasia fue la solidaridad preconizada en tiempos de Stalin, y la verdad histórica la preconizada en Polonia por el sindicato Solidaridad. Por otra parte, la autocrítica, que practicaban, o escenificaban, en una como en otra época, artistas e intelectuales, se debió tanto a la mala conciencia como al oportunismo de unos y otros. Pero si dejamos el oportunismo –presente siempre en cualquier época de la historia– para mejor ocasión, y nos limitamos a la mala conciencia, podemos plantear el problema una vez más, como hace el propio Zagajewski, en los consabidos términos de: mundo exterior y vida interior, entre los que no hay, a decir del autor, la más mínima armonía, por mucho que se diga y se pretenda lo contrario. Que no haya armonía no quiere decir en cambio que no se determinen mutuamente. Y en esa determinación mutua está la razón de muchas sinrazones, es decir, de muchas teorías sobre el mundo, o percepciones distintas del mundo. Una de las de mayor predicamento en el siglo XX, ha sido sin duda la que se conoce como espiritualidad negativa o mentalidad nihilista, por contraposición a la espiritualidad positiva o mentalidad centrada en los valores. Dicho de otro modo: Nietzsche contra Hegel. Dos formas distintas, contrarias, contrapuestas, de entender el mundo, y soportarlo, sobrellevarlo o sufrirlo.
“Por si acaso –continúa a renglón seguido Zagajewski– hago constar que estamos a principios de noviembre, las hojas de los robles y de los castaños se han teñido de un marrón dorado y brilla el sol. La realidad existe aunque las noticias de la radio estén llenas de necrológicas.” La realidad existe, hace bien el autor en recordárnoslo, pues lo olvidamos con frecuencia. Las ideologías, fuertes o débiles, qué más da, con que la confrontamos, terminan por suplantarla casi siempre. A pesar de que: “La alegría, el dolor y el luto no caben en las estrechas abrazaderas de la ideología. Los robles altivos y sus hojas rojizas se mofan de la ideología. Las estrellas de otoño sobrepasan las ideologías. El joven gato no entiende de redes ideológicas –quiere comer, jugar y dormir.”
Entre la espiritualidad negativa y la espiritualidad positiva no hay término medio. Pero, en cambio, nosotros sí podemos estar en medio. A la misma distancia de una y otra. Y parece que esto es lo que ocurrió con el movimiento Solidaridad en Polonia en los años setenta, como había ocurrido antes en otros momentos de la historia. ¿Por qué ocurrió? Y, ¿por qué precisamente entonces? Para Zagajewski parece que uno de los motivos fundamentales es que los valores sepultados durante décadas emergen de pronto por causas desconocidas, y emergen al mismo tiempo que la voluntad (Zagajewski la llama energía). Entonces se produce: “el encuentro del arco con la flecha”.
Hay una vieja y dudosa teoría según la cual los países que carecen de libertades producen mejor literatura que los que gozan de ellas (los espíritus libres que tienen vedada la historia, la política y la economía se dedican –¿una especie de sublimación intelectual?– a la cultura). Es como si las libertades, en el terreno del arte, pero posiblemente también en otros muchos, lo degradaran todo, aunque solo fuera porque hacen de todo una mercancía, porque ponen precio a todo y someten todo a las férreas leyes del mercado. ¿La libertad sometida? ¿Acaso no es esto una contradicción en los términos? Quizás lo sea en los términos, pero no en la realidad. Esto es algo que suele suceder. Otra consecuencia más de la confusión entre ideología y realidad.
Solo hay un reproche que hacer a las cosas que acaban mal, y es que quizás no empezaron bien.
Hasta aquí la primera parte del libro, que aconseja su autor leamos al final, y es fácil, una vez leído, adivinar por qué. La segunda parte, que empieza con los textos de “El pequeño Larousse”, y continúa con los de “Qué reparos opongo a la llamada nueva ola”, es una miscelánea de incisivos y certeros textos sobre casi todo y, como él mismo se apresura a reconocer, sobre casi nada, pues el todo siempre resulta sospechoso, y también porque: “la vida espiritual […] no es el quehacer más importante del hombre, en contra de lo que nos dicen a menudo”. Son textos cortos, concentrados, en los que brilla una idea, apuntes y notas dispersas, metáforas políticas y sociales, alegorías. Zagajewski reflexiona, y en el fondo de su reflexión siempre acechan las mismas, inevitables, preguntas: ¿cómo ser honestos con nosotros mismos y con los demás?, ¿cómo combatir la tiranía de la falta de libertad?, ¿cómo vivir en armonía con los otros? Pero también, y no en menor medida: ¿cómo reconstruir un país sumido en la irracionalidad?, ¿cómo restañar las heridas?, ¿cómo seguir viviendo?, ¿cómo afrontar la muerte?
Nos habíamos olvidado de la soledad, pero estas preguntas vienen a recordárnosla oportunamente. ¿Son términos antagónicos solidaridad y soledad? ¿O por el contrario se complementan? Las preguntas pueden no tener respuesta, pero también, ocasionalmente, pueden tener varias respuestas. En ambos casos lo que importa es siempre poder preguntar, poder elegir, poder cometer errores, porque, permítanme que ceda la última palabra a Zagajewski: “Puede ocurrir que caigas en la esclavitud, pero hay algo que debes evitar a todo precio: volverte esclavo.” ~
(Madrid, 1950) es crítico literario y traductor. En 2006 publicó el libro de relatos Esto no puede acabar así (Huerga y Fierro).