Los diecisรฉis ensayos de Sombras sueltas son, si no una poรฉtica, sรญ el manifiesto que desde El peatรณn inmรณvil, su libro de ensayos anterior, el poeta Luigi Amara viene construyendo. Este reciente, de tรญtulo tambiรฉn oximorรณnico (aunque quizรก con involuntaria secuela metafรญsica), es mรกs preciso y razonado, pero no por ello menos retador. ยฟPor quรฉ un manifiesto? Porque ese tipo de texto tan caro a las vanguardias proponรญa un gusto nuevo, implicaba la reordenaciรณn de una tradiciรณn literaria y especialmente porque solรญa calibrar con precisiรณn โen un restringido รกmbito del espacio pรบblicoโ el perfil de sus enemigos. Se me podrรก objetar que los manifiestos solรญan ser un fenรณmeno de grupo. No estoy seguro. Era la voz de Breton la que se oรญa en esos textos, incluso en el tercero que contiene las firmas de Diego Rivera y de Leรณn Trotsky; Maples Arce redactรณ el suyo (que luego cantรณ desde un aeroplano), y los manifiestos ultraรญstas de Borges son inconfundiblemente borgesianos.
Una รบltima observaciรณn sobre el carรกcter de manifiesto de Sombras sueltas. El libro tiende tambiรฉn a actuar entre los vivos, y nos propone incluso una forma de acciรณn, si bien se trata de una actividad menos efervescente que aquella que los radicales suelen llamar la โacciรณn directaโ. Es una voluntad de espacio pรบblico. En sus pรกginas se atisba como escenario activo una ciudad de Mรฉxico que, a diferencia de aquella que uno atestigua en los periรณdicos, es una ciudad alternativa, fuera del fervor polรญtico o de la prisa por la ganancia. En Sombras sueltas, ademรกs de la abierta defensa de la caminata como forma de pensar, aparecen estudiantes que, como los miembros de un culto, hacen circular las amarillentas y fotocopiadas pรกginas de un libro de Elizondo, cรณmplices de un club de ajedrez, y aun misteriosas conversaciones nocturnas, luego de fiestas aรบn mรกs misteriosas que uno adivina fueron tan buenas que exigieron la expulsiรณn de algunos de sus participantes. En otro texto, luego de un recital poรฉtico ofrecido por Jerome Rothenberg, los asistentes discuten la naturaleza de la poesรญa como organismo vivo y su pertinencia de โejecutarlaโ, y no sรณlo leerla. Ese guiรฑo de cofradรญa le da al libro un arraigo que quiere ser, creo, razonadamente polรฉmico.
Emerson escribiรณ que los argumentos no convencen a nadie y Borges explicรณ que รฉstos suscitan el recelo precisamente por su declarada intenciรณn de convencer, mientras una buena metรกfora predispone el entendimiento a la hospitalidad. La escritura de Luigi Amara parece agitarse entre esos polos y no pocas veces con fortuna. Entresaco algunos de esos hallazgos, tallados en prosa pero con temperatura poรฉtica: โCentauro de oficina, mitad hombre y mitad silla.โ O bien cuando compara al Libro del desasosiego con un territorio en ruinas, y enseguida con un caleidoscopio. La primera es una imagen del pasado; la segunda, del futuro. Entre ambas metรกforas Amara argumenta su lectura: El poeta Pessoa se edifica en las infinitas combinaciones de sus fragmentos.
Sombras sueltas podrรญa pasar como un libro de crรญtica literaria, pero se antoja definirlo mรกs bien como un libro de anticrรญtica, si entiendo por ello un ejercicio que se distancia tanto de la servidumbre acadรฉmica (โel resignado rigorโ en fรณrmula de Borges) como de la autoridad literaria en funciones. Sus textos son ensayos, experimentos en donde el escritor es el laboratorio del mundo, una disposiciรณn antes que una tรฉcnica que Montaigne definiรณ en su famoso prรณlogo: โJe suis mois-mรชme la matiรจre de mon livre.โ De esa manera es como Amara ofrece sus lecturas, en que se somete a la experiencia de sus gustos para explorarlos. En un contexto literario oprimido por la angustia de las influencias, el ejemplo de Amara es reconfortante: el esfuerzo de no dejarse llevar por otras lecturas crรญticas, por sopesar sus propias emociones frente al texto, por acercarse a esa โgrata compaรฑรญaโ por cuenta propia, sin ceder a lecturas โautorizadasโ o canรณnicas, mรกs de lo que deberรญa aconsejarnos la autoestima.
El ensayo a la manera en que lo propone Amara, muchas veces calificado como โlibreโ debido a la larga servidumbre del gรฉnero en el mundo hispรกnico, tiene una historia abundante en lengua inglesa, mรกs diversa incluso que en el idioma de Montaigne. Virginia Woolf entendรญa de esta manera esa libertad: el ensayo podรญa ser corto o largo, serio o frรญvolo, pero su รบnico principio era el placer de su lectura. โTodo en un ensayo debe someterse a ese finโ, escribiรณ.
En lengua espaรฑola, nuestro primer gran ensayista se llama Benito Jerรณnimo Feijoo, lector de Bacon, y quien publicรณ en 1728 su Teatro crรญtico universal. Pero el gรฉnero no es muy diverso en espaรฑol, y especialmente en Hispanoamรฉrica el ensayo ha vivido demasiado a la sombra del pensamiento polรญtico o social, de signo arielista o pedagรณgico. Incluso Reyes sucumbiรณ a esa servidumbre. La autonomรญa del gรฉnero, que muchos confunden con la ligereza, sobrevive aรบn, aunque en gran medida replegada a zonas marginales, como un subproducto que no alcanza su mayorรญa de edad. Nuestros grandes ensayistas, como Jorge Cuesta, pertenecen a un temple comprometido con asuntos literarios o polรญticos, no a la observaciรณn directa del mundo cotidiano, a la elaboraciรณn reflexiva de su experiencia. Hugo Hiriart, Alejandro Rossi, y en Cuba Antonio Josรฉ Ponte, en cambio, pertenecen al mismo รกnimo de Amara, una forma de entender el ensayo que bien puede sintetizarse con esa fรณrmula de Stevenson que Amara cita y que es, ella misma, una aplicaciรณn de su propio principio, una poรฉtica con su ejemplo: โUna telaraรฑa, una pauta a la vez sensorial y lรณgica.โ
Los aforismos se arrojan a la sentencia por estar tempranamente condenados a muerte. Para seguir su ejemplo y evitar la humilde extensiรณn explicativa (hacer lo que sugiere el breve cuadrilรกtero de la reseรฑa), no vacilo en calificar como esplรฉndido a Sombras sueltas. ~