Marcos Ordóñez
Big Time: la gran vida de Perico Vidal
Barcelona, Libros del Asteroide, 2014, 288 pp.
Reportaje, entrevista, artículo de periódico, entrada de blog, crónica, biografía. De todo hay en el título de Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957), pero Big Time: la gran vida de Perico Vidal es sobre todo la narración de una hermosa historia que se adscribe a la literatura de testimonio. Una literatura que quiso romper con el canon realista de raíz decimonónica y cuyos autores, utilizando recursos de la antropología, el periodismo y la sociología, e inspirándose en textos como Los hijos de Sánchez (1961), de Oscar Lewis, o A sangre fría (1966), de Truman Capote, quisieron poner su quehacer narrativo al servicio de la denuncia de situaciones de marginación social para dar voz “a los que no tenían voz”, los oprimidos y marginados. Una literatura que cristalizó en textos como Biografía de un cimarrón (1966), de Miguel Barnet, y Hasta no verte Jesús mío (1969), de Elena Poniatowska.
Se puede objetar que la glamurosa vida de Perico Vidal, “el ayudante de dirección más importante que ha habido en España”, que trabajó en Mr. Arkadin con Orson Welles, en De repente el último verano con Mankiewicz y en Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago y La hija de Ryan con David Lean, nada tiene ver con las vidas del cimarrón Esteban Montejo o de la lavandera Jesusa Palancares. Sin embargo, a pesar del abismo de experiencias entre uno y los otros, las obras de Ordóñez, Barnet y Poniatowska tienen la misma raigambre testimonial. Se basan en narraciones orales de personajes reales. Recurren a entrevistas para sustentar la narración. Todas ellas son el resultado del especialísimo vínculo que se establece entre el personaje protagonista y el autor que, subyugado por la experiencia del “otro”, transcribe las conversaciones, las ordena y las edita para darles formato narrativo.
Ordóñez llegó hasta Vidal de modo fortuito, cuando buscaba información sobre Ava Gardner para su libro Beberse la vida: Ava Gardner en España (2004), e intuyó el potencial narrativo de las historias que se asomaban tras la información sobre la diva: en la amistad con Frank Sinatra y con David Lean, que “le envió un cheque de cincuenta mil dólares como agradecimiento por su trabajo en Doctor Zhivago”, con Omar Sharif… Y, al cabo del tiempo y más encuentros, “era tan apasionante lo que contaba” que empezó a pensar en la elaboración de otro libro y a grabar aquellas charlas.
La escritura testimonial precisa también de una más que notable inteligencia literaria que se pone en marcha en el mismo momento en que el escritor o periodista, por intuición o por empatía, da con el modo de despertar el recuerdo del personaje o contador de historias, algo que nada tiene que ver con entrevistas o cuestionarios encorsetados: “No hacía yo muchas preguntas. Preguntas directas, quiero decir.” Se complementa con la capacidad de escuchar más que de grabar, esto es, de ser capaz de ponerse en el lugar del otro, de sacrificar la información y el método en aras del vínculo narrativo establecido.
La música y el cine sustantivan el ritmo de Big Time: la gran vida de Perico Vidal, que apareció primero de forma fragmentada en el blog Bulevares periféricos de Ordóñez. Un ir y venir musical, que también es el vaivén de los rodajes y el fluir de la memoria, que va de un encuentro a otro, de una experiencia a la anterior o a la que la sucedió, y se detiene en momentos de tensión, de risa o de complicidad, porque Vidal prefiere no hablar de tristezas.
Big Time: la gran vida de Perico Vidal debe su título a una expresión frecuentemente utilizada por el protagonista y puede traducirse, según el contexto, como “a lo grande”, “estar metido en algo plenamente”, “el gran cine” o “alcanzar el triunfo”. Es un relato en primera persona que evita conscientemente adentrarse en las intimidades personales. Por ser dolorosas, como la ausencia del padre o los años duros del alcoholismo, o por pertenecer también a otras personas, como la esposa Susan Diederich, y la hija, Alana Vidal, de la que se incluye un testimonio personal titulado “La parte de Alana”, que abunda en cuestiones familiares de la propia Alana y la familia materna, innecesarias para la narración.
La subjetividad y la intimidad de Vidal se revelan a través del recuento de las hazañas musicales, compartidas con Pere Casadevall, con quien refundó el Hot Club y se adentró en el mundo del jazz. Y, sobre todo, de las cinematográficas, de su trabajo como ayudante de dirección y de su participación en algunas de las grandes producciones del siglo XX.
Aparecen personalidades fascinantes y famosas. Welles, que inoculó a Vidal el virus del gusto por los rodajes; Gardner, a la que vio beberse las noches locas del Madrid de la época; Sinatra, que le descubrió Las Vegas y Nueva York, le presentó a la familia oficial y le hizo partícipe de sus cuitas pasionales con Ava Gardner; Marilyn Monroe, que le dio su número de teléfono; Liz Taylor, “bellísima actriz y horrible persona”; Peter O’Toole y Robert Mitchum, “un misterio que nunca llegabas a atrapar”; Lean, que le dio grandes responsabilidades.
Vidal hubiese podido sucumbir a la egolatría del “fui amigo de”, pero, como le dijo a Ordóñez, “lo importante no soy yo, lo importante es la gente que he conocido”. Esa gente le permitió llevar una vida de cine que supo atrapar como la vida que entraba en el set en los rodajes de David Lean, “como un espejismo en el desierto, como un torbellino de arena”, y que el director tenía la facultad de atrapar. Y construir un relato oral a ritmo de jazz y con la eficacia descriptiva de un buen guion.
Big Time: la gran vida de Perico Vidal tiene un sentido literario propio, porque rezuma pasión por todas sus líneas. La que sintió el protagonista por la música y el cine, que fueron su vida. La que sintió Marcos Ordóñez por ese personaje y por las historias bien contadas. ~
(Barcelona, 1969) es escritora. En 2011 publicó Enterrado mi corazón (Betania).