No es cierto, como se suele afirmar, que los jóvenes no leen. A juzgar por la bibliografía existente, leen muchísimo. Y no me refiero a la típica literatura juvenil sino a libros que, según sus autores y editores, deciden vocaciones, creencias y destinos.
Los primero en México de los que tengo noticia los consignó Gabriel Zaid en “Lecciones del más allá” (Cómo leer en bicicleta): A un joven novelista mexicano, de Ermilo Abreu Gómez y A un joven militar mexicano, de Francisco L. Urquizo, ambos de 1967, a los que seguiría A un joven agrónomo mexicano, de Marte R. Gómez, de 1968. El formato (A un joven…) lo dictó un editor que advirtió la efervescencia juvenil de esos años. Sospecho, sin embargo, que los jóvenes de entonces optaron por leer a José Agustín o Parménides García Saldaña en lugar de esos títulos formativos que se antojan insufribles.
Conforme los jóvenes se fueron convirtiendo (o los fueron convirtiendo) en consumidores, el género cobró fuerza. El modelo de referencia no fueron estos libros sino uno más lejano y legendario: Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke. Se trata de libros en los que un adulto, versado en la materia que recomienda, le escribe a un joven una serie de cartas para orientarlo en su vocación o en su vida.
Los hay de todo tipo. Por ejemplo, los dedicados a las profesiones más comunes: Cartas a un joven estudiante de derecho (Miguel Carbonell), Cartas a un joven ingeniero (Javier Jiménez Espriú, autor también del hipotético Los aviones no chocan, se repelen), Cartas a una joven psicóloga (Ignacio Solares), Cartas a un joven médico (hay dos, uno de Federico Ortiz Quezada y otro de Arnoldo Kraus), Cartas a un joven científico (Edward Wilson), Cartas a una joven matemática (Ian Stewart), Cartas a un joven periodista (José Luis Cebrián). A profesiones más inusuales: Cartas a un joven político (Juan José Rodríguez Prats), Cartas a un joven agente del Ministerio Público (Carlos Requena), Cartas a una joven publicista (Eulalio Ferrer), Cartas a jóvenes filósofos (Jean-Luc), Cartas a jóvenes futbolistas (Mariana Beloki Portearroyo), Cartas a un joven historiador (José Miguel Cuenca Toribio), Cartas a un joven profesor (Philipe Meiricu), Cartas a un joven ecologista (Enric Auli Mellado). Los hay también dedicados a jóvenes sin profesión: Cartas a un joven emprendedor (Pedro Nuevo), Cartas a un joven desempleado (Jaime Bedoya Martínez), Cartas a una joven promesa (Alfredo Fierro Bardoji). A los que piensan –o dudan– dedicarse al arte: Cartas a un joven novelista (Mario Vargas Llosa), Cartas a un joven bailarín (Maurice Bejart), Cartas a un joven ensayista (Efrén Graldo), Cartas a un joven dramaturgo (Marco Arturo de la Parra). Los dedicados a aquellos con inquietudes religiosas, como Cartas a un joven sin Dios (Ignacio Solares), Cartas a un joven musulmán (Omar Saif Ghobach), Cartas a un pastor joven (Carl DiVirgilio), Cartas a un joven católico (George Weigel). Y, en fin, también se encuentran los dirigidos a los jóvenes grillos: Cartas a un joven disidente (Christopher Hitchens), Cartas a una joven desencantada con la democracia (José Woldenberg), Cartas a jóvenes panistas (Carlos Castillo), Cartas a un joven indignado (Andrés Ramos), Cartas a un joven sobre la Europa que viene (Fernando Morán), Cartas a un joven español (José María Aznar), Cartas a un joven patriota sobre el fin de América (Naomi Wolf).
Como puede verse, se trata de un género fértil. Detecto algunas lagunas, por ejemplo: Cartas a una joven feminista, Cartas a un joven políticamente correcto, Cartas a un joven populista, Cartas a un joven que sólo quiere jugar videojuegos, Cartas a un joven chef, Cartas a un joven sicario, para mencionar algunos temas de moda.
Se trata, según se ve, de un género didáctico y sin complicaciones, paternalista y bienintencionado dirigido a jóvenes que dudan: los convencidos no necesitan consejo. Tal vez su origen lejano se encuentre en Séneca y sus Cartas a Lucilio. Está emparentado con libros igualmente didácticos como la Ética para Nicómaco de Aristóteles, o los más recientes y muy difundidos Ética para Amador y Política para Amador, de Fernando Savater. Gabriel Zaid, en el ensayo citado, se lamentaba de que no se hubiera podido convencer a ningún “venerable maestro de que escriba A un joven político millonario mexicano”, y de que la Güera Rodríguez no hubiera dejado a la posteridad sus consejos en A una joven disoluta mexicana…
Las posibilidades son casi infinitas.