Si uno observa las fotografĆas disponibles de Fernando del Paso, pareciera que el escritor fallecido en dĆas recientes se interesĆ³ por la moda sĆ³lo hasta alcanzar la madurez. Abundan retratos suyos de edad avanzada, ataviado con trajes y accesorios coloridos combinados con atrevimiento, pero ninguno da cuenta de esta aficiĆ³n siendo jovencito. Como si antes de esta etapa, absorto en sus ocupaciones intelectuales āescribir una novela le tomaba entre ocho y diez aƱosā, no hubiera tenido tiempo suficiente para encontrar, como lo hizo al cumplir los ochenta, la corbata con los colores rojo y gualda de la bandera de EspaƱa, que portĆ³ en 2015 en la entrega del Premio Cervantes, la cual, tras una bĆŗsqueda infructuosa en MĆ©xico, su hijo Alejandro terminĆ³ encontrĆ”ndola en Estados Unidos. Fernando del Paso nunca representĆ³ con su vestimenta el estereotipo del escritor con saco sobrio de tweed y parches en los codos.
AsĆ como desarrollĆ³ un estilo propio en su trabajo literario, el autor de JosĆ© Trigo se formĆ³ uno de vestir, inspirado en su padre: hombre de pocos recursos, contador, que usaba traje y corbata. AsociĆ³ la elegancia con su figura pĆŗblica, pues como alguna vez declarĆ³, Ć©l escribĆa en pijama y salĆa a la calle con traje. En bata escribiĆ³ tambiĆ©n su propio personaje, el del escritor en traje despampanante. HabĆa desempeƱado empleos que le exigĆan el uso de la corbata āel mĆ”s numeroso de los accesorios en su armarioā, y se inclinaba por las mĆ”s llamativas, pero preferĆa andar cĆ³modo en casa y con el cuello despejado. Vestir con distinciĆ³n fue una manera de presentarse ante los demĆ”s.
PasĆ³ veintitrĆ©s aƱos fuera de MĆ©xico, de 1969 a 1992, en Estados Unidos, Londres y ParĆs, respectivamente. En los Ćŗltimos dos lugares de su viaje germinĆ³ el gusto heredado de su progenitor. En Londres adoptĆ³ como amuleto textil la camisa mamey con rayas blancas del poeta tabasqueƱo JosĆ© Carlos Becerra, quien la olvidĆ³ en casa de un amigo mutuo, antes de morir en un accidente automovilĆstico en 1970. āRota y manchada, a veces llena de polvo, en ocasiones planchada y guardada en el ropero, otras colgada por meses en el respaldo de una silla, me ha acompaƱado todos estos aƱos y la he usado siempre que el desaliento y el pesimismo han estado a punto de vencerme, o cuando una pereza infinita me ha invadido, o cuando me ha abrumado y casi convencido la idea de que ya nada, a nadie, tengo quĆ© decirā, expresĆ³ en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, en 1996.
AhĆ mismo, Del Paso tuvo su primer y Ćŗnico viaje Ć”cido āeran los aƱos setentaā, experiencia que ensanchĆ³ sus sentidos y lo llevĆ³ a iniciar su obra plĆ”stica rocambolesca de tonos psicodĆ©licos. āSe despertĆ³ un universo de color en su cabezaā, dice, en entrevista con Letras Libres, la videoasta Paulina del Paso, su hija. Es probable que el contacto con la publicidad, ocurrido veinte aƱos atrĆ”s, haya nutrido tambiĆ©n su pasiĆ³n por lo que no era en blanco y negro. DespuĆ©s esa fascinaciĆ³n se traspasĆ³ a su vestimenta. Ella lo recuerda en esa Ć©poca vestido Ćŗnicamente con suĆ©teres de colores. No compraba mucha ropa, su sueldo como locutor en la BBC era modesto y lo destinaba a la manutenciĆ³n de su familia.
Mesurado, su gusto por la moda se acrecentaba sutilmente en su atuendo y como parte de sus motivos de reflexiĆ³n. DedicĆ³ algunos textos al tema en la columna Un dĆa de Ć©stos, que publicaba una vez a la semana en el periĆ³dico El DĆa. En estas entregas informĆ³ a los lectores mexicanos sobre las nuevas tendencias en Londres, una de las capitales de la moda en el mundo. El 28 de diciembre de 1973, por ejemplo, con motivo de la inauguraciĆ³n de una retrospectiva de la diseƱadora inglesa Mary Quant, considerada por algunos la inventora de la minifalda en los aƱos sesenta y, por otros, sĆ³lo quien la popularizĆ³ tras la iniciativa de AndrĆ© CourrĆØges, escribiĆ³: āNadie como ella tuvo la intuiciĆ³n y el talento para diseƱar y fabricar la clase de ropa atrevida, sorprendente y revolucionaria que respondĆa a los sueƱos y rebeldĆas todavĆa subconscientes de la juventudā.
Fue testigo de la apariciĆ³n del movimiento punk, tal como lo escribiĆ³ en su texto del 24 de agosto de 1977, āUna moda prendida con alfileresā: āSe les ve ya en muchas partes del centro de Londres, y especialmente en Chelsea: en Kingās Road, los sĆ”bados en la tarde, con el pelo pintado de verde limĆ³n, azul, magenta āun color o varios al mismo tiempoā: cadenas de excusados y de bicicletas colgĆ”ndoles al cuello; a veces, alguna suĆ”stica, una cruz de hierro; abundancia de zĆperes y a veces de mugre; y sobre todo, llenos de alfileres de seguridad: en la chaqueta, en los pantalones, colgĆ”ndoles de una oreja, atravesando āo como si atravesaranā una aletilla de la nariz o una mejilla. Son los punk, palabra que en inglĆ©s significa algo que no sirve, que estĆ” podrido, que es basura, desperdicioā. Le vaticinaba una vida corta a este nuevo modo de ser y de vestir, orquestado, segĆŗn Ć©l, por muchachos sin empleo, aburridos, de clase baja, con un profundo desinterĆ©s en el arte y sin ninguna inquietud polĆtica, cientĆfica o social. No lo dice expresamente, pero tal vez su velado rechazo hacia esta tribu urbana se fundamentaba en el hecho de que Ć©l valoraba el buen gusto, la pulcritud y los colores. āPuede suceder que el sistema, una vez mĆ”s, industrialice esta moda y, al hacerlo, la neutralice. Algunos conjuntos punk, como el Little Feat, ya no son tan estridentes. Algunos jĆ³venes punk ya no se ven tan sucios, y casi son elegantes. No tardarĆ” en aparecer ropa punk fabricada al por mayor, boutiques especializadas, alfileres sofisticados y carosā.
Linda 67: historia de un crimen, con la que retoma la escritura poco tiempo despuĆ©s tras dedicarse a la vida diplomĆ”tica en ParĆs, es acaso su obra con mayores referencias a marcas y diseƱadores de moda. El protagonista, David Sorensen, hijo de un diplomĆ”tico acostumbrado a vivir como rico sin serlo, se lamenta de no poderle mostrar a su padre la gran colecciĆ³n de ropa que tiene en el armario, compuesta, entre otras prendas, por camisas de algodĆ³n egipcio, hechas a su medida por el camisero de The Custom Shop, de Grant Avenue. Recuerda con amargura los guantes de cabritilla color rosa con bordados de pequeƱas perlas diseƱados por Christian Dior para la casa Neiman Marcus, que le regalĆ³ a Linda y Ć©sta despreciĆ³, a pesar de que ella misma hacĆa sus compras en Cartier, Armani, Ungaro y Laura Ashley, por lo que no podĆa presumir ignorancia. Halaga a Olivia, su amante, llamĆ”ndola āgenioā, cuando ella le da algunas opciones para combinar su ropa.
āCoordinar las prendasā, dice Paulina sobre el estilo de su padre, āera contrastarlasā. ExtendĆa sobre la cama sacos, camisas, pantalones, calcetines y corbatas, las ponĆa juntas y seleccionaba las que hacĆan juego. Lo importante era el combo singular que formaban en conjunto todas las piezas. Regalarle ropa al maestro se convirtiĆ³ en una costumbre. Su esposa, sus hijos, sus amigos, la gente de la biblioteca en Guadalajara donde fue director, su enfermera y hasta su fans configuraron a travĆ©s del tiempo un estilo que prescindiĆ³ de sastres personales o marcas favoritas. Lo mismo portaba un carĆsimo gaznĆ© verde al cuello que una camisa magenta del supermercado.
Cuando su primogĆ©nito muriĆ³ hace trece aƱos, Del Paso eligiĆ³ especialmente el atuendo que llevarĆa su hijo en el funeral: un traje color canario y una camisa azul suyos. Era buzo y se llamaba igual que Ć©l.
Al morir don Fernando, el 14 de noviembre pasado, sĆ³lo dejĆ³ dicho a su familia que lo velaran en medio de flores. Se despidiĆ³ con un traje color azur tornasolado āobsequio de su hija Adrianaā, una camisa rosa mexicano y una corbata en tonos azules y rosa pastel. LucĆa lentes azules, un paƱuelo, calcetines de rombos y zapatos Oxford azul marino con azul gris. Su esposa Socorro le acomodĆ³ un clavel carmesĆ en la solapa del saco.
es periodista y editora de Pinche Chica Chic, fanzine sobre moda y humor