El escritorio de Huberto Batis, en la redacción del periódico unomásuno en 1987, era un auténtico caos. Yo trabajaba entonces en ese periódico como reportero cultural. Fijé los ojos en un libro que estaba sobre los papeles revueltos. “¿Lo quieres? Llévatelo”, me dijo Batis. Se trataba de la primera novela de un autor muy joven que había sido premiado en un concurso organizado en Campeche. La novela se llama El ocaso de la primera dama, el autor: un tal Enrique Serna. La portada era horrible pero la novela resultó bastante entretenida. Escribí una reseña entusiasta en el suplemento sábado de unomásuno, que dirigía Batis.
Poco después conseguí la dirección del autor y me propuse hacerle una entrevista. Sin pedirle una cita (no tenía teléfono y no existía el correo electrónico) me apersoné en su casa con unas cervezas en la mano. En su casa no había nadie pero la ventana de su cocina estaba abierta. Metí la mano, abrí la puerta y me acomodé con mis cervezas en el comedor. Al poco rato llegó Serna con su esposa. Se sorprendieron de verme ahí pero las cervezas los convencieron de que venía en plan de amigo. Nos terminamos las caguamas, fuimos por más y se nos olvidó la entrevista. Desde entonces, he leído todos sus libros (once novelas, tres de cuento y tres de ensayo), he trabajado con él en algunos proyectos biográficos (en Editorial Clío), lo he entrevistado varias veces (la última, en este espacio, hace algunos meses), he visto crecer a su hija y seguimos siendo amigos.
Enrique Serna acaba de recibir el Premio Jorge Ibargüengoitia, otorgado por la Universidad de Guanajuato, en su categoría de novela histórica. Jorge Ibargüengoitia escribió una sola novela histórica: Los pasos de López (que en España titularon Los conspiradores). Una novela histórica, para serlo, debe estar basada en hechos reales. No se considera novela histórica la ambientada en una época sino la que recrea hechos históricos concretos. Ni Los relámpagos de agosto, que transcurre en los tiempos de la Revolución mexicana, ni Maten al león, que recrea vida y desmanes de un dictador latinoamericano, pueden ser vistas como novelas históricas. Los pasos de López sí porque narra las aventuras y desventuras de un personaje basado en Miguel Hidalgo al momento de arrojarse a su destino revolucionario. Enrique Serna ha escrito dos novelas históricas (El seductor de la patria y El vendedor de silencio) y ahora mismo escribe una novela ambientada en la época prehispánica. Acerca de la primera, una novela sobre Antonio López de Santa Anna, el editor René Solís, en ese momento director de Planeta, escribió: “Un día, Enrique Serna llevó su manuscrito sobre Santa Anna a la editorial. Nos interesó el tema y la forma en que nos habló de su novela, los archivos que había consultado, la investigación. Esa misma noche leí el manuscrito y al terminarlo supe que teníamos un gran libro en nuestras manos y decidimos apostarle todo. En Planeta todo el mundo pensó que estábamos locos. Pensaron que íbamos a tener solo una presentación porque no había caído algo así en mucho tiempo, pero El seductor de la patria fue un rotundo éxito” (Entre editores y libros, Tusquets, 2024).
Trabajé con Enrique Serna en tres proyectos para Editorial Clío, yo como editor y Enrique como autor. El primero fue una biografía de Jorge Negrete que alguien debería rescatar y poner de nuevo en circulación. Entre muchos datos interesantes, Serna contó en esa biografía la muerte por cirrosis del famoso cantante que no bebía una gota de alcohol. Al libro le fue bien pero no fue un éxito porque la vida de Jorge Negrete fue la vida de un hombre bueno (magnífico cantante, buen compañero de trabajo, ayudó a muchos en su papel de sindicalista, buen padre) y la vida de los hombres buenos no atrae mucho la atención. La parte más “escandalosa” de su vida fue su matrimonio con María Félix.
El siguiente proyecto fue precisamente con la gran diva del cine mexicano. Logramos contratar sus memorias. María le contó su vida a Enrique Serna, quien le dio forma narrativa. El resultado fue un libro estupendo con un gran título: Todas mis guerras. De los mejores libros de memorias de un personaje mexicano que yo haya leído. A diferencia de Jorge Negrete, toda la vida de María Félix estuvo llena de escándalos y de peripecias. Su forma de hablar era muy especial, con gran estilo, que Enrique supo muy bien capturar en ese libro.
El tercer proyecto en el que colaboré con Serna fueron las memorias de Jacobo Zabludovsky. El famoso conductor del noticiero 24 Horas recibió la noticia de que padecía cáncer y pensó que le quedaba poco de vida. Antes de morir quiso sincerarse en sus memorias. El resultado fue interesantísimo, repleto de confidencias sobre el sistema político mexicano y la cadena de televisión donde trabajó durante décadas. Pero algo pasó. Venturosamente logró curarse del cáncer, y luego de unos fuertes jaloneos, decidió retirar el libro de la editorial. Quedó desgraciadamente inédito. Sus últimos años, maltratado por la televisora, que se negó a darle a su hijo la titularidad de su noticiero, Zabludovsky los pasó como panegirista de López Obrador.
Un día Enrique Serna logró paralizar a México. Las calles y negocios estaban vacíos. La gente en sus trabajos apresuró su salida para llegar pronto a sus casas y prender la televisión. Serna fue el guionista, junto con Carlos Olmos, de Cuna de lobos, una popularísima telenovela cuya protagonista era una villana con un parche en el ojo. El capítulo final tuvo uno de los más altos ratings de la televisión mexicana.
En otra ocasión Serna logró paralizar a la intelectualidad mexicana, pero de coraje. Publicó El miedo a los animales, siguiendo el modelo de Las ilusiones pérdidas de Balzac, novela en la que realizó un ácido retrato de los intelectuales que estaban en boga en los años noventa y no dejó títere con cabeza, incluyendo a algunas figuras consagradas que escribían en Vuelta.
Cuarenta y ocho años después de publicar su primer cuento en las páginas de el periódico El Nacional, Enrique Serna es reconocido como uno de los mayores narradores mexicanos. Como lector me gustan más sus cuentos (de humor negro) que sus novelas. Disfruto mucho también la faceta provocativa que asume en sus artículos y en sus ensayos (Las caricaturas me hacen llorar y, sobre todo, su Genealogía de la soberbia intelectual, que tal mal le fue precisamente entre aquellos que Serna calificó como soberbios).
Sarcástico y pesimista, crítico y sentimental, la figura de Enrique Serna dentro de las letras mexicanas va adquiriendo con los años un perfil más definido. Es el aguafiestas de nuestra modernidad fallida. El crítico de las ilusiones de un progreso que no acaba nunca de llegar. El invitado incómodo pero necesario. La risa cruel en un velorio. Nos reímos con sus dardos de humor negro para no llorar. Observador minucioso de nuestras desgracias. Sus carcajadas oscuras, como las de Jorge Ibargüengoitia, nos acompañan por fortuna. ~