Foto: Cristian Vázquez

Las dedicatorias y los modos de leerlas

Las dedicatorias, ese breve mensaje para alguien que casi todos los libros tienen en una de sus primeras páginas, conforman todo un subgénero. Leídas de corrido y fuera de su contexto original generan nuevos sentidos y significaciones.
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Una vez escuché a un escritor decir –mitad en broma– que había escrito algunas novelas solo para justificar ciertos títulos que le gustaban mucho; yo a veces siento que quiero publicar libros solamente para tener dónde dejar impresas unas cuantas dedicatorias. No me refiero a las dedicatorias autógrafas con que los autores individualizan algunos ejemplares (de ellas hemos hablado hace unos meses), sino de las que forman parte del libro, las que saludan, homenajean, agradecen, bromean, declaran amor o destilan venganza desde alguna de las primeras páginas. Un subgénero que puede ser todo un arte y toda una pasión.

En varios sitios web se pueden encontrar listados de dedicatorias famosas o curiosas. Algunas de ellas aparecen en casi todas las compilaciones, como la de El principito (aquel párrafo en que Saint-Exupéry termina dirigiéndose “a León Werth, cuando era niño”), la de Camilo José Cela en La familia de Pascual Duarte (“A mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”), la de George R. R. Martin en uno de los tomos de Canción de hielo y fuego (“Para Phyllis, que me hizo meter los dragones”), la de Charles Bukowski en su novela Cartero (“Esto se presenta como un libro de ficción y no está dedicado a nadie”). Se pueden ver más, por ejemplo, aquí, allá y acullá.

Cada dedicatoria encierra una historia. Surgieron como pequeñas cartas en que el autor agradecía a su mecenas y a la vez aprovechaba el prestigio social del mecenas para obtener protección social y dotar de cierta legitimidad a su obra. De hecho, se considera que la primera dedicatoria es la de Virgilio, en Las Geórgicas, para Mecenas, nombre que se convirtió, por antonomasia, en el de todos los benefactores. El panegírico del mecenas es dejado de lado a comienzos del siglo XVII –según explica el hispanista José Manuel Martín Morán en un artículo sobre las dedicatorias cervantinas– cuando comienza la “emancipación” del autor. Una emancipación que alcanza, entre otras cosas, a las ingeniosas dedicatorias de nuestros días.

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La periodista y editora argentina Ana Laura Caruso es una apasionada de las dedicatorias. Hace unos diez años comenzó a hacer una lista todas las que le llamaban la atención (también le gustan mucho las listas: tiene un blog donde publica listas y otro de “Grandes listas encontradas en libros”). Llegó un momento en que tenía tantas dedicatorias que le pareció una buena idea compartirlas con los demás.

Así fue cómo nació dedicatoria.com.ar, un sitio que lleva el concepto de minimalismo a su máxima expresión, valga el aparente oxímoron. Cuando uno accede a la web, lo único que aparece en pantalla es alguna dedicatoria sobre un fondo completamente blanco. No dice el nombre del autor, ni el libro en que fue incluida, ni el año, no aclara nada. Solo se ve el texto de una dedicatoria, elegida de manera aleatoria por la web (y la palabra “siguiente”, para pasar a otra dedicatoria, algo que también se puede hacer actualizando la página con F5).

Es una experiencia un poco hipnótica, cautivante, entrar a la web y ponerse a leer esas descontextualizadas dedicatorias. Por supuesto, no todas son ingeniosas, ni mucho menos célebres. Podemos leer, por ejemplo: “A Jorge, por estar siempre”, sin tener idea de quién es el tal Jorge, ni de quién se lo dice. O aún más escuetamente: “A Véra”. O: “A Paura Recart, el duelo y el fuego”. O: “Para Malu, que no anda en bici… aún”. Y así, ir perdiéndonos en un entramado de mensajes cuyos emisores y receptores desconocemos, y cuyo sentido también desconocemos, aunque la sucesión –en un orden casi único, pues, como hay más de setecientas dedicatorias, el número de las combinaciones posibles es altísimo– va generando un sentido nuevo, misterioso y particular.

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Y hace un par de años surgió el proyecto de hacer, con las dedicatorias recopiladas por Caruso, un libro. La iniciativa fue de Alejandro Reynoso, responsable de la editorial artesanal Taller Perronautas, con sede en Córdoba, Argentina. Dedicatorias –cuya primera impresión, de cien ejemplares hechos a mano, terminó de componerse en enero de 2019– abrió la colección “Formare”: libros sobre los paratextos de los libros.

“Estas Dedicatorias son para aquellxs curiosxs que gustan de perderse en los libros raros”, dice la portada, que al igual que toda la obra es rara, distinta, especial. Todas las dedicatorias fueron tomadas de la lista de Caruso, excepto una, la primera, la de la propia autora: “A los que me dejaron revisar sus bibliotecas para hacer este libro”. Hace unos meses tuve ocasión de conversar con ella y le pregunté si, de tanto hurgar en bibliotecas ajenas, se había convertido en “la chica de las dedicatorias”. “Totalmente –respondió–. Ahora recibo todo el tiempo, por Twitter, gente que vio el libro y me dice: ‘Mirá esta dedicatoria. La podés sumar’. Como yo sigo actualizando el sitio web, está buenísimo”.

El libro, igual que la web, no incluye más que el puro texto de las dedicatorias, sin indicaciones alguna sobre autores o libros. “La idea era sacarlas de contexto, para no condicionar la lectura –explicó la autora–. Si leés una dedicatoria y sabés que es de, pongamos, Paulo Coelho, decís ‘no me interesa’. Pero sin el libro al que hacen referencia, algunas quedan muy graciosas, y me parecía que era bueno que se generara un texto en sí mismo, una obra en sí misma. Si sabés quién es el autor o cuál es el libro, no funciona de esa manera, no se genera eso”.

Caruso también contó que, en un primer momento, Reynoso y ella habían pensado en agrupar las dedicatorias por temas o en función de sus destinatarios (para una mujer, un hombre, los hijos, los padres, los “enemigos”, etc.). Pero al final priorizaron la búsqueda de “generar algún tipo de efecto en el lector”. La autora destacó que en general los lectores del libro no avanzan por sus páginas en orden de principio a fin, sino que saltan de unas páginas a otras de manera un poco azarosa, como en la web. “Pero si se lee de corrido creo que se arma algo –sugirió–, como si fuera una pieza musical”.

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Es posible que, durante la lectura de este artículo, te sorprenda darte cuenta de que nunca prestaste demasiada atención a las dedicatorias, y ahora sientas deseos de ir a buscar el libro que estás leyendo para ver a quién y cómo está dedicado. Tal vez ya lo hayas hecho. O tal vez hayas ido recordando, a medida que avanzabas por estos párrafos, dedicatorias que te gustaron mucho, que por algún motivo te hayan parecido especiales.

Las que a mí más me gustan son las que juegan con el título del libro, las que le dan una vuelta de tuerca y, a su manera, le añaden valor a la obra. Por ejemplo, el ensayo sobre qué pasaría en la Tierra si de pronto el ser humano desapareciera, titulado El mundo sin nosotros, está dedicado por su autor Alan Weisman: “En memoria de Sonia Marguerite, con eterno amor, desde un mundo sin ti”. O la de Rodrigo Fresán en La parte inventada: “Para Ana y Daniel: la parte verdadera”. Por citar solo un par de ejemplos.

Me gusta leer dedicatorias y también me gusta pensarlas, escribirlas. Supongo que al menos una parte de ese placer se relaciona con algo que explica el ya citado artículo de José Manuel Martín Morán: en los paratextos el autor “ha de renunciar a la visión in progress del proyecto, cerrarlo definitivamente, para contemplar en la distancia lo hecho y condensar su significado, señalar líneas de lectura, ensalzar sus virtudes o tal vez criticar sus defectos y ofrecérsela al dedicatario”. Y luego añade: “El paso del texto al paratexto conlleva la caída de la máscara del autor, que fue el narrador y es el escritor-persona, posición que ahora le interesa recuperar, si quiere detener el proceso generativo y convertir el texto en libro”.

En una ocasión, Borges le preguntó a Alfonso Reyes “por qué publicamos lo que escribimos”. La respuesta de Reyes se hizo famosa: “Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores”. Supongo que sí, publicamos por eso, pero un poco también para “detener el proceso generativo”, como anotó Martín Morán, y para escribir alguna dedicatoria para nuestros familiares y amigos y tratar de que nos quede lo más linda posible.

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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