El curandero místico/Miguel Street: Estas dos novelas suponen los primeros pasos de Naipaul en la ficción y el lector impaciente bien haría en dejar su lectura para lo último. El joven Naipaul problematiza la doble raíz de su “identidad” de caribeño con ascendencia india: ante el Caribe colorido que nos transmite la imaginación literaria describe el día a día de una calle medio miserable; ante el tópico de la espiritualidad de la India nos muestra la estafa del falso misticismo.
Una casa para Mr. Biswas: Aunque esté un escalón por debajo de las grandes novelas que le quedaban por escribir, el joven Naipaul logró con Biswas su primera obra maestra al proyectar las peripecias y desastres de la novela picaresca al entorno caribeño. Donde uno espera encontrar simpatía, buen humor e ingenuidad, Naipaul ofrece un retrato de las envidias carnívoras que dominan los espacios familiares en una comunidad cerrada. Naipaul le arroja al lector un meticuloso estudio de la ambición literaria asfixiada en un ambiente donde no puede prosperar; el entrañable Biswas es el reflejo desolador de en lo que se habría convertido su autor si no hubiese podido escapar de Trinidad, si se hubiese quedado en su “lugar”.
Los simuladores: Esta novela debería ser lectura obligatoria en todas las facultades de ciencias (y letras) políticas. Naipaul conjetura qué sucede cuando un poder local promete a sus votantes que desafiará a un poder superior, que le engloba y del que depende. Los resplandores de la gloria política, la corrupción, la hipocresía y la humillación desfilan mientras el pequeño poder va revelando la naturaleza inapelable de su impotencia. Coetzee jamás hubiese podido escribir Juventud sin los turbios grises con los que Naipaul describe los esfuerzos fallidos de Ralph Sing por hacerse con un “lugar” en Londres.
En un Estado libre: Aunque en la superficie sus libros parecen refractarios a los experimentos verbales y a las innovaciones tipográficas, Naipaul es siempre muy original en la manera de encarar la narración: un travelling o una road-movie sobre un condominio en descomposición, entre otras audacias, le sirven para articular una serie de relatos que orbitan en torno a la descolonización y sus descontentos. La primera de las narraciones, dedicada a un episodio migratorio, es un ejemplo de cómo la literatura es capaz de ampliar nuestra comprensión del mundo.
Guerrillas: África despertó en Naipaul una tensa fascinación. Vio reunidas sin concierto la brutalidad de las tradiciones que habían sido incapaces de cuajar una historia, la desnaturalización forzosa y precipitada de una colonización depredadora, y el auge de sistemas de corrupción autóctonos que se inclinaban hacia nuevos ciclos de matanzas. Guerrillas supone el primer intento de abordar en una narración extensa esta ¿política? limosa.
Un recodo en el río: ¿Se puede encapsular un país en un libro? Vamos si se puede, y un continente entero. La obra maestra del Naipaul maduro condensa muchas de sus reflexiones sobre las estrías que abre una descolonización precipitada y las culturas y creencias que el “progreso” va arrinconando sin ofrecer a los hombres que se servían de ellas un sustitutivo viable. La novela se abre con una frase de una crueldad magnética que sintetiza bien el rigor con el que Naipaul trató siempre a los demás y la extrema exigencia con la que se trató a sí mismo: “El mundo es lo que es: los hombres que no son nada, los que se dejan llevar a sí mismos a no ser nada, carecen de lugar en el mundo.”
El enigma de la llegada: La novela que Levi-Strauss hubiese aceptado escribir. Naipaul se disfraza de antropólogo para emprender la operación inversa a los libros que dominan la disciplina: el habitante de la colonia es quien se adentra aquí en las zonas rurales del Imperio para desentrañar las reglas, los hábitos y las expectativas que les constituyen como comunidad. Naipaul despliega una sensibilidad obsesiva en la descripción de la naturaleza circundante, ajusta cuentas con su propósito juvenil de resolver el problema de la vocación literaria adoptando las poses y los temas de un inglés, mientras se pregunta qué supone llegar a un sitio desde otro, pertenecer o no a un “lugar”. Naipaul expresó algunas dudas sobre una novela que tarda tanto en segregar su sentido, que parece complacerse de manera sádica en ocultar su centro. Pero les doy mi palabra que el lector que llegue a las últimas cincuenta páginas (donde se duda incluso de la estabilidad de la orografía) jamás olvidará la manera en que Naipaul se discute a sí mismo y logra transmitirnos con una emoción sutilísima que “somos invitados en la vida”, que todos los “lugares” que encontramos en el mundo son tan fugaces y perecederos como deben serlo las propias culturas desde las perspectivas milenarias de los escenarios geográficos.
Un camino en el mundo: Llega la hora de la recapitulación. Naipaul arma una secuencia de narraciones de manera que cada episodio expone en miniatura una de las fases de su carrera. De la India a Trinidad, de Londres a los condominios africanos… La novela supone un corte transversal de todos los estratos que admite la “identidad” en nuestro complicadísimo mundo contemporáneo. La exigencia de conquistar un “lugar” para ser alguien se ha relajado en una figura más amable: la experiencia corriente de recorrer un camino.
Media vida/Semillas mágicas: Sobre esta novela pesa la vergüenza de una división artificial, perpetrada, según se dice, con el propósito de rentabilizar al máximo la concesión del Premio Nobel. Cualquiera sabe. Lo que no es una conjetura es que se trata de una misma novela fracturada: los personajes son los mismos, la acción se reemprende en la segunda donde se quedó en la primera, y allí se desarrolla y culmina todo lo apuntado anteriormente. De hecho, si uno empieza Semillas mágicas es probable que no entienda nada. Sea como sea, el conjunto narra a una velocidad endiablada las encerronas del sexo, de la política y de la posición social en una fuga de cruel y desesperanzado realismo que culmina con el reverso de las exigentes ambiciones del joven Naipaul: en este mundo solo tienen éxito quienes se plantean y persiguen sin descanso objetivos pequeños y mezquinos. Quién sabe si Naipaul no se reserva a sí mismo como excepción: el escritor que en lugar de quedase quieto en el rincón que el azar le había asignado ascendió, sin renunciar al rencor, hasta superar a sus pretendidos señores empleando sus propias armas, jugando con sus reglas.