Audomaro Hidalgo: el tiempo recobrado

La presencia de Paz y Borges recorre “Madre Saturno”, del mexicano Audomaro Hidalgo, libro sobre las filiaciones y la pérdida de los mayores recién traducido al francés.
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I

Madre Saturno es el enigmático título de la obra de Audomaro Hidalgo, nacido en Villahermosa en 1983 y radicado en Francia desde hace varios años. Se publicó en 2020 bajo el sello de la Secretaría de Cultura de Tabasco, y hoy aparece en la traducción francesa de Gaëtane Muller Vasseur en la editorial Phloëme. Dícese “saturnino” en español de una persona triste y taciturna, como “saturnien” en francés denota “un carácter triste, melancólico” y, agrega el diccionario de la Academia Francesa, “se atribuye al saturnino una inclinación introvertida”. Verlaine tituló uno de sus poemarios precisamente Poèmes saturniens en 1866, donde encontramos entre otros la “Chanson d’automne”, popularizada un siglo después por Serge Gainsbourg en 1973: “Comme dit si bien Verlaine,/ au vent mauvais,/ je suis venu te dire/ que je m’en vais” (Como decía Verlaine,/ al mal viento,/ vine a decirte/ que me voy). Esta música, de una rara melancolía, donde el dolor de lo perdido destila un placer de insospechada intensidad gracias al arte, me parece corresponder bastante bien al tono del libro del escritor y poeta mexicano.

Este volumen ágil y esbelto de 75 páginas tiene las propiedades nada menos que de un escalpelo cuya hoja abriera ocultas anatomías. El autor, por así decir, se inflige este bisturí a sí mismo, a sus recuerdos y a algunos autores que estudia (aquí la relación placer-dolor verleniana) en una especie de limpia operación quirúrgica de 20 pasos, como son 20 los capítulos o incisos de la obra. Se trata de una prosa a la vez reflexiva y artística cuyo tema o, mejor, cuyos temas van aflorando del acto mismo de una escritura eminentemente creativa. Tal vez por ello, al hablar hace unos días con otro de sus lectores, Ángel Morales, a mi pregunta “¿qué te pareció el libro de poemas de Audomaro?”, el escritor oaxaqueño me respondía: “pero si es un libro de ensayos…”. La ambigüedad me parece tan significativa como superfluo, hasta cierto punto, el pretender deslindarla.

Pero, a todo esto, ¿de qué trata el libro? A esta impaciente y sin embargo legítima pregunta, se podría responder: de las evocaciones del abuelo del autor, de estampas del puerto de El Havre donde reside, de la ponderación de la vida y la obra de Jorge Luis Borges y Octavio Paz, así como de ciertas reflexiones en torno a la literatura hispanoamericana, e incluso de fogonazos especulativos sobre el tiempo como problema metafísico o, si prefieren, sobre el problema metafísico el tiempo.

Pero, después de desgranar esta lista, hay que reconocer que su heterogeneidad no termina de dar cuenta de la verdad del libro, de su tenaz coherencia interna que, en última instancia, no depende de un puñado de “temas”, sino del esfuerzo intelectual y profundamente literario –por lo tanto, artístico y casi diría artesanal– que alienta esta obra rara: crear una forma acorde a un pensamiento original. En esto, justamente, es íntimamente poético.

II

La presencia de Octavio Paz, fallecido en 1998, recorre toda la obra como un interlocutor privilegiado con quien Audomaro se mide al poner de manifiesto algunas correspondencias elocuentes. Para ambos poetas sus abuelos representan figuras formativas y tutelares; México es un desvelo en la extranjería y Francia el teatro de un desarrollo personal e intelectual definitivos. Algunos episodios de la vida de Paz impulsan a Hidalgo a desentrañar su sentido, por ejemplo, el incendio de su departamento en Río Guadalquivir en 1996, signo aciago que marca, contemporáneo con el cáncer, el inicio del declive del premio Nobel mexicano; o bien, mucho antes, la silueta de un Paz en sus treinta en París, convencido encarnizadamente de su misión y escribiendo poemas durante horas laborales para enfado de sus superiores en la embajada. Ascenso y caída, ambas asombrosas –como cuadra a la vena romántica de Paz– llevan a nuestro autor a interrogarse por el sentido de los tiempos ocultos, el tiempo cíclico y el tiempo de la oportunidad, del kairós griego, aquel donde, dice: “el ser se encuentra con el deseo” y que, en definitiva, podemos llamar nuestra ración de libertad, entendida como la conciencia de un devenir intransferible, dotado del entendimiento de su secreto.

La segunda presencia que recorre toda la obra es la de Borges. En realidad, más que recorrerla, diríamos que Borges es la condición necesaria del libro de Hidalgo, el asfalto por donde corre su escritura, los peajes que paga en términos de deuda estilística, los señalamientos que lo guían y los semáforos que lo pautan. Esta influencia se puede percibir desde el gusto por la adjetivación preciosista e inesperada y el sarcasmo, hasta la concisión de sus meditaciones, sin embargo, de gran calado. “Menos es más”, podría ser el método borgiano bajo el que Madre Saturno desarrolla sus evoluciones pero, sobre todo, aquel imperativo más importante de la conjunción entre poesía y pensamiento, que en Borges –como en Paz, por supuesto– opera con autoridad. Dice Audomaro: “El mundo es lírico aún, nunca ha sido abstracto. Shakespeare y Verlaine siguen cantando; Kant ha dimitido”. (Nótese el feliz quiasmo aliterado “cantar; Kant”, sin embargo opuestos semánticamente)

En suma, estamos ante un continuador de esos dos maestros, uno argentino y otro mexicano, retratados en una fotografía tomada en Ciudad de México en los años ochenta, fotografía que sirve de punto de partida para una écfrasis que, en realidad, es el libro mismo. Esta cualidad de Audomaro de receptor de un mensaje está enunciada en una página, al hablar al mismo tiempo de Paz, Borges y su abuelo:

Al momento de ser fotografiados, Octavio Paz y Jorge Luis Borges han llegado a la edad que aconseja la Escritura. Los dos han atravesado el siglo XX, igual que mi abuelo Guadalupe, idólatra y campesino, originario de un pueblo […]. Mi abuelo comparte con ellos la misma edad, solo eso, porque nunca supo escribir. Un día tomó un lápiz y una hoja, intentó escribir su nombre, entonces vi que la tristeza se abatió sobre él. En cambio, mi abuelo podía leer los periódicos y la Biblia, que me heredó y que permanece abierta sobre la mesa de trabajo en mi departamento minúsculo […]. Mi abuelo y yo éramos amigos. Hablábamos. No, no hablábamos, porque cuando uno habla con sus mayores en realidad solo escucha, aprende una dicción, hereda un lenguaje. El lenguaje de nuestros mayores es la corriente en la que nos hundimos para remar contra ella, como en el cuadro de Remedios Varo el personaje explora las fuentes del Río Orinoco hasta alcanzar el surgimiento de la fuente. No sabemos cuáles han sido los afluentes que ha remontado. No sabemos cómo llegó y qué peligros afrontó, porque abandonar el camino de todos es morar a la intemperie.  

III

Conocí a Audomaro Hidalgo en 2023 en la Sorbona, donde hemos estado adelantando estudios de doctorado. De él aprecio su franqueza, sus convicciones artísticas –que no siempre comparto– y su capacidad para identificar la mediocridad intelectual, la impostura, allí donde ésta pretende brillar, sea en la vanidad de las veladas literarias o en los salones de las universidades y escuelas prestigiosas (debo decir que lo he visto soltar verdades de a kilo en salones atónitos de París): bulle en él, como en su poesía (y pienso en particular en su poemario Los designios de la intemperie), una mezcla particular, me atrevo a decir, de violencia y benevolencia que, traspasadas a la obra escrita, interpelan al lector de maneras muchas veces contundentes. A él le debo haber leído la obra poética de José Carlos Becerra, otro nómada y gambusino, así como la novela La mañana debe seguir gris de Silvia Molina, sobre la que he escrito algunas páginas por lo que ellas evocan, si me apuran, de esta misma Casa de México donde hoy saludamos la aparición en francés de Madre Saturno. Si tuviera que definir a Audomaro en una palabra, acaso sería “guerrero”. No por azar tiene un nombre germánico y ha recalado en Normandía.

IV

Recapitulando, quisiera volver sobre la pregunta que planteaba al inicio. ¿De qué trata Madre Saturno? Ahora lo veo más claramente: es un libro sobre las filiaciones. Y sobre la pérdida de los mayores. Es la despedida de Audomaro a su abuelo, su desaparición y recobramiento, así como su abuelo perdió la memoria por el Alzheimer y su nieto de cierto modo la recupera en estas páginas, donde no en balde encontramos una aguda reflexión sobre la “muerte del padre” en Jorge Luis Borges, Octavio Paz y el maestro de ambos, Alfonso Reyes. Hidalgo traza, precisamente, una genealogía entre los tres patriarcas de las letras hispanoamericanas relacionada con la forma en que experimentaron y, sobre todo, dieron sentido a esa pérdida de padres y abuelos que habían sido fundamentales en su formación. No deja de llamarme la atención que un libro sobre la paternidad y la filiación se llame Madre Saturno. De esta larga meditación saturnal o saturnina, es decir forzosamente enlutada y nostálgica (pero oh, con cuánto placer en el arte), surge necesariamente –y aquí llegamos al meollo del libro de Audomaro Hidalgo–, el problema de la identidad. Una vez abuelo y patria desvanecidos o desdibujados por la muerte y la extranjería, aparece en el horizonte del mar del Norte, elevándose como un sol blanco hasta el cenit, algo como un superyo en el que Audomaro fija su legitimidad y pertenencia, su trono ayer despojado, y siendo poeta, como lo es, esta ratificación simbólica no podía ser, ya se adivina, sino la lengua, que él llama con mayúscula “la Lengua castellana”. He aquí, precisamente, a la Madre Saturno.

Vivo en los bordes de mi Lengua, escucho el río de voces de mi tradición, me hundo en la corriente, remonto las aguas, voy hacia donde nace la fuente, no para contemplarme sino para recobrarte y hablar contigo, hablar conmigo, hacia el alba del lenguaje voy en busca del nido de sílabas, allá comienzo, ahí está mi final y mi principio, la cifra exacta de mi ser en el mundo. (…) Soy un poeta mexicano que escribe en lengua castellana en el Siglo XXI.

Miles de kilómetros de distancia y varios años fuera de la patria dan otro peso a estas palabras. ~



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