Mario González Suárez
Verdever
Ciudad de México, Era, 2016, 126 pp.
Una novela que no se parece a ninguna otra que haya leído. No sé incluso si llamarla novela sea correcto. Aunque la novela es un género, como todos, muy libre, Verdever desafía las pocas reglas que la definen. Sus personajes centrales aparecen en distintos tiempos, desempeñando diferentes roles, sin nada que los distinga más que su nombre y unas cuantas señas filiales. ¿Qué la sostiene entonces? No su verosimilitud porque todo en este breve libro es fantástico. Y cruel. Y poderosamente sexual –animal–, pero también vegetal porque prolifera, se mezcla, germina en el subsuelo y luego se alza de la tierra y se retuerce. Verdever es una novela desconcertante.
Se trata, podría decirse, de una obra rizomática. Rizoma: tallo de una planta que echa raíces y brotes y se propaga. Así es Verdever. Integrada por veintiséis “capítulos” muy cortos y una sección de “Apócrifos” de siete textos, en cada uno de ellos se desarrolla una acción, que no una anécdota, porque este libro no tiene una trama visible, o más bien, tiene varias que se superponen y se anulan. La acción de cada una de ellas, al no ser sucesiva ni acumulativa, no va construyendo una historia. En un capítulo podemos leer una invasión de ¿hombres?, los Cru, seres salvajes que todo lo destruyen a su paso, que se comen entre ellos, que avanzan con el cuerpo protegido por una coraza casi invulnerable y que se reúnen por las noches en torno a fogatas de una intensa luz azul, y en el siguiente se sugiere que mediante una vasta operación alienígena los hombres serán abducidos de la Tierra para que –ante la imposibilidad de que las mujeres se reproduzcan por sí solas– la especie se extinga. Y en medio de esta proliferación delirante, Marta y Rico, dos hermanos incestuosos. Se esconden, se buscan, se encuentran, se aparean a lo largo de la ¿novela?
¿Qué armazón narrativo sostiene este libro? El amor –llamémosle así– entre los hermanos y una enérgica e infatigable corriente sexual. Verdever no se mantiene en pie por sus personajes, ni por su trama; es un libro que, capítulo a capítulo, va tejiendo una intrincada selva de situaciones a partir de un lenguaje rizomático, proliferante, genésico, de enorme fuerza. Verdever es un libro raro en el mejor sentido de la palabra: inclasificable.
Una de las singularidades de la obra de Kafka es que no se apoya en mitologías tradicionales para desarrollar sus inquietantes ficciones. Es decir, aparecen elementos mitológicos –las sirenas, por ejemplo– pero estos no responden a lo que sabemos y esperamos de ellos. Kafka se vale de mitologías y las transforma. Algo parecido ocurre en esta obra de ficción de Mario González Suárez. Hay brujas. Viven en una cabaña en el bosque. Preparan brebajes, venenos, pócimas. Tienen ciertos e indefinidos poderes. No son brujas góticas, ni brujas locales de Catemaco, pueden ser de cualquier lugar o de ninguno. Son, sobre todo, actos de lenguaje. Tienen nombre, pero este cambia. Son varias, no se sabe cuántas. Ellas habitan en el mismo espacio en el que sucede la invasión de los salvajes Cru, que avanzan en su conquista ¿del reino? Las brujas, los indómitos y crueles Cru, el Viejo que se opone a ellos, los combate y al final se pliega a su invasión, forman el primer plano de esta novela: el plano mitológico.
Aquí aparecen Marta y Rico, hermanos incestuosos. Sin padres. Abandonados y entregados a sí mismos. El plano mitológico se oculta y reaparece a lo largo del libro. Como otra dimensión de la realidad, formada de pasiones; un reino salvaje de pulsiones animales y sobrenaturales. Hay muerte y sexo. Abundante e incesante sexo. Sin reglas ni erotismo. No se trata de un sexo reproductivo, sino un puro goce sin pensamiento ni idea. Este plano, mitológico, pasional y animal, que recorre toda la novela, forma un sustrato básico en el que se desarrollan los otros planos dramáticos de Verdever.
El segundo plano lo conforman aquellos capítulos dedicados a la increíble y triste historia de los hermanos Maken: Marta y Rico. De su padre apenas se sabe algo (en el plano mitológico, al parecer, es el Viejo que se enfrenta a los Cru), su madre los abandonó sin más para irse con otro hombre. Los adoptó su tío Marc, dueño de una fortuna inmensa, y los llevó a vivir con él a la ciudad. Marta, que se casó con un hombre acaudalado, se dedicaba al teatro mientras que su hermano, que estudió ciencias, forma parte de una misteriosa Corporación. Ambos se encuentran ocasionalmente, conversan y copulan. Rico, que creció como huérfano y al que consideraban idiota, fue vampiro por algún tiempo “hasta que las brujas lo curaron”. Más específicamente, lo curó Griselda la bruja, con la que perdió la virginidad. Marta está casada con Manul, quien no sospecha de la relación incestuosa de su esposa, y anda en malos pasos con gente que parece ser de alguna mafia. En una de las reuniones de los hermanos, Rico le cuenta a Marta que lo habían despojado de su puesto en la Corporación, que ahora está en manos de unas extrañas mujeres alienígenas que le revelan su plan: los varones del plantea serán usados como cuerpos de los que extraerán órganos de recambio. Estas mujeres “necesitan producir un suero que mantenga indefinidamente el cuerpo que ya tienen”. Se llevarán a los hombres, “a las mujeres van a dejarlas abandonadas en esta tierra, ellas solas hasta que desaparezcan”.
Este segundo plano –confuso, extraño–, en apariencia de registro realista, oscila entre las escenas donde Rico habita el mundo salvaje de las brujas y de los invasores Cru, y un mundo del futuro donde la humanidad está camino a desaparecer. Entre estos polos fantásticos, la acción de este segundo plano transcurre en un presente más o menos reconocible donde hay autos, trabajos, becas del Conacyt, cenas con amigos. Nunca nada es claro, ni en este segundo plano ni en la novela. Se pasa de una situación a otra sin transición alguna. Del mundo salvaje a un paisaje apocalíptico y futurista. De la leyenda a la ciencia ficción. En medio, los cuerpos deseantes de Marta y Rico. El omnipresente sexo es una especie de respiración de la novela.
Mario González Suárez –autor de El libro de las pasiones, De la infancia, Nostalgia de la luz y Faustina, entre otros títulos– entiende la novela como un orden autónomo de total libertad creativa. Existe ese mundo, su mundo, y esos planos que se entrecruzan porque él los inventa, les da vida, los vuelve atractivos por la pura fuerza de su imaginación y de su enérgica prosa, una prosa que hace convivir vampiros, brujas, corporaciones, alienígenas, conspiraciones y amores apasionados. La realidad de Verdever existe, González Suárez la ha creado, no como un edificio armónico que se sostiene por su verosimilitud sino como una estructura proliferante que ocupa todos los espacios de la imaginación. Prosa desbordante, ritmo poderoso y sugestivo, y, casi en cada página, el sexo presente, orgánico, húmedo, activo, como argamasa de todas sus escenas. El deseo que, en Verdever, mueve al sol y las estrellas. ~