Hay dos textos de Josep Pla que me gusta leer en verano. No es una tradición, no tengo tradiciones literarias (esa gente que lee todos los años, o cada par de años, Madame Bovary, como George Steiner), pero en los últimos cuatro años he iniciado el verano leyendo “Bodegón con peces”, una especie de taxonomía de peces del Mediterráneo, y “Un viaje frustrado”, la historia de un viaje en barco por la costa norte de Cataluña durante la Primera Guerra Mundial. Ambos están incluidos en Cinco historias del mar.
Del primero, aunque no solo trata sobre peces ni de un solo tipo de pez, se me quedó grabada la descripción y “psicología” del salmonete. Del segundo, que es una especie de historia de aventuras y un relato de viajes sobre la costa del Ampurdán, las sardinas. Ambos tratan de muchas cosas pero giran siempre en torno a la comida.
Si regreso a ellos es en busca de esas descripciones. Pla crea imágenes muy vívidas. Es un descriptor muy gráfico. Lo consigue con pocas palabras y elige muy bien los adjetivos. Como dice el escritor Josep M. Espinàs, uno de los traductores de Pla, una de “las preocupaciones de Pla es el adjetivo. El adjetivo adecuado a cada sustantivo, a cada objeto real. A Pla no le importa acumular adjetivos, repetirlos, contraponerlos. Nunca con un criterio eufónico y estético; siempre con el deseo de que se le entienda mejor. Un adjetivo es, también, un punto de vista”.
Sus escenas de gente humilde (o él mismo) disfrutando de la comida, saciándose, comiendo y hablando de comer a la vez, me recuerdan a algunas películas de Hong Sang-soo o Hirokazu Koreeda, dramas que transcurren en torno a la mesa, cocinando y comiendo y bebiendo mucho. El guionista Rafael Azcona también coloca a menudo a sus personajes comiendo a dos carrillos, con voracidad y entusiasmo (generalmente son muy pobres).
En “Un viaje frustrado”, un joven Pla de 21 años viaja en barco de vela con su colega Hermós, un ermitaño de Palafrugell, el pueblo natal de Pla en Gerona. Recorren la costa hasta la frontera con Francia. Hermós, que tiene treinta años más que Pla, quiere ir a visitar a sus parientes y amigos en el Rosellón, pero han cerrado la frontera por la Primera Guerra Mundial. Estamos en 1918. Por eso intentan ir en barco. El relato es una galería impresionista y colorida de personajes y también podría ser una historia de aventuras si no se pasaran el día comiendo y bebiendo. El relato está lleno de escenas de comidas: “Cenamos con un hambre preciosa, con un apetito que no hubiésemos vendido por dinero: despachamos media docena de salmonetes por barba, cortezosos, encarnados. El vino, rosado, fue abundante.” Otra escena:
Hermós corta rebanadas de pan y coloca una enorme plata de pescado sobre el cuartel de popa. Las rocía abundantemente con aceite y vinagre. Al ver que el viento tiende a ceder, amarramos el timón y nos disponemos a comer como si estuviéramos en la fonda. Mi compañero de viaje coge la cabeza del pescado con los dedos de una mano y la cola con los dedos de la otra, y come las sardinas como si tocara la ocarina. Las devora por aspiración, sorbiendo. La espina sale de la operación dibujada y limpia. Los espectáculos de avidez se hermanan muy bien con esta mar antigua. […] Yo me las como –modestia aparte– de una manera más académica: sobre el pan, pero con los dedos.
De esta escena me gustan frases como “operación dibujada y limpia”, “como si tocara la ocarina”, “devora por aspiración, sorbiendo”, “de una manera más académica.” Son extrañas y a la vez muy gráficas y exactas.
Muchas de las historias que Pla escucha de otros personajes en su viaje tienen algo que ver con la gastronomía. Un hombre en Cadaqués le cuenta una historia de amor de la siguiente manera: “Fue una cascada, una inundación de ternura convertida en sofritos y salsas, acompañamientos y suquets [un guiso de pescado]”.
En el otro relato, “Bodegón con peces”, aunque es también un texto autobiográfico, Pla hace de biólogo marino. Explica las corrientes marinas, los bronquios de los peces, lo poco que sabe la ciencia de entonces sobre las sardinas. Y habla del hambre voraz de los hombres, pero también del hambre voraz de los peces:
[El salmonete] es un pez muy ávido, un poco estúpido, muy carnicero, que efectúa sus digestiones en un estado de inmovilidad y sonambulismo, adormecido en la arena. Pero cuando, al amanecer o al anochecer, sale de su estado soporífero e impulsado por el hambre se lanza en busca de alimento, pierde la ecuanimidad, la prudencia y el buen sentido. Queda como cegado por el hambre y entra en un estado de frenesí. Si en su camino encuentra una red más bien fina, la embiste sin contemplaciones y se suicida sin pena ni gloria. Hay peces menos sabrosos, pero infinitamente más inteligentes.
Está obsesionado con el salmonete, que “presenta un rojo intenso, suntuoso, cardenalicio, aquel rojo que todos conocemos y que tiene un parecido tan extraordinario con los rojos inmortales que Velázquez puso en el retrato del Papa Inocencio X de la Galería Doria, en Roma.” Los perfiles psicológicos de todos los peces que se pueden encontrar en la Costa Brava van acompañados de recetas, anécdotas y fragmentos autobiográficos.
Espinàs dice que Pla es un autor sin “estilo”, que solo busca ser inteligible; creo que no es así del todo. Busca la exactitud pero tiene una vocación de estilo, con superlativos y adjetivos recurrentes. Describe la voracidad con voracidad. Es impresionista sin ser lírico. Normalmente se asocia, creo que equivocadamente, “estilo” con “lirismo”, y la falta de estilo con el realismo o con una prosa austera. Pero el estilo es realmente el ritmo, la puntuación y la colocación de la palabra en su lugar adecuado.
Hasta en una frase tan aparentemente banal hay un “estilo”: “El salmonete rojo, grande, de carne cascaruda, es prodigiosamente sabroso, sobre todo con una ligera vinagreta, apenas insinuada”. Prodigiosamente sabroso, vinagreta insinuada. Muchos, cien años después, intentan imitar a Pla en vano: hablan de “hambre preciosa” y usan superlativos como “me produce una sensación singularísima”.
Aunque Pla tiene una vocación de estilo clara, es cierto, como dice Espinàs, que a lo que realmente aspira es a la precisión y la exactitud. “Pla representa […] la identificación con lo concreto, lo tangible, la tendencia a la precisión y a la claridad.” En “Un viaje frustrado”, un personaje explica la pasión por el pescado de la región. También parece que resume el estilo y prosa de Pla, especialmente en la última frase:
El pescado de estas aguas tan puras, agitadas por fortísimas corrientes, elaborado mediante este aceite y los ligeros sofritos que aquí se producen, proporciona a la sangre humana una radiante plenitud, una efusión trascendente. En otros lugares, el origen de muchas cosas puede ser espiritual; aquí, la causa de casi todo es, siempre, el peso de la materia.
Pla tiene epifanías, pero siempre a partir de lo material. Las emociones surgen de algo tangible y sencillo: un buen vino, la cara de un payés, una sardina a la brasa, fumarse un cigarrillo tumbado sobre la barca bajo la luz de la luna.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).