En la novela de Tirante el Blanco aparece una disputa entre el gremio de los herreros y el de los tejedores de lino para saber cuál de los dos debe desfilar por delante durante cierta celebración. Los abogados de los tejedores dicen que su gremio tiene prioridad, puesto que sin un tejido de lino no se puede consagrar el cuerpo de Jesucristo. Por su lado, los herreros aseguran que ellos deben marchar primero, ya que sin los instrumentos fabricados por su gremio, los tejedores no podrían tejer.
Por ahí pasa el duque de Lencastre, y se lleva a tres abogados de cada grupo. Ellos creen que el duque desea escuchar sus argumentos, pero en cambio, “hizo poner dos horcas bien altas y mandó colgar cabeza abajo a tres juristas en cada una y no se fue de allí hasta que murieron”.
El rey los ve colgados y muertos y le dice al duque: “Querido tío, no me podrías haber hecho mayor servicio, porque estos hombres de leyes se hacen ricos a sí mismos pero destruyen a toda Inglaterra; así pues, yo mando que estén aquí hasta mañana, y que después sean descuartizados y lanzados por los caminos”.
O, en palabras más fidedignas del rey: “Mon oncle, en lo món no em podíeu fer major plaer e servir del que fet haveu, per quant aquests hòmens de lleis fan rics a si mateixs e destrueixen tota Anglaterra e tot lo poble; per què jo man que estiguen ací en las manera que estan fins a demà e aprés sien-ne fets quarters o posen-los per los camins”.
Eso de impartir justicia ha sido siempre un tema escabroso. La literatura nos ofrece la posibilidad de asomarnos a nuestra alma sin compromiso. Así, cuando leemos esta escena, quizás nos entusiasma la imagen de los seis abogados colgados de las patas, pero no suele ser así cuando lo leemos en la prensa.
Más allá de los duelos y muertes por honor, vemos en esta novela otra buena cantidad de “ejecuciones judiciales”. Tal ocurre cuando pillan a un joyero con un rubí trucado y el rey “hizo venir a los ministros de la justicia para ejecutar al joyero”. No queda claro si lo matan por el rubí o porque él había apostado su vida a que la gema era auténtica.
Acá nadie se espanta con la violencia. En otro pasaje leemos que Tirante le provoca todo tipo de heridas a un rival y “el último golpe que le dio fue en la cabeza: le hundió toda la celada, le hizo salir el cerebro por los ojos y por los oídos”. Ante tal muestra de rudeza, “Tirante fue recibido por las doncellas con mucha alegría”.
Los caballeros andantes al estilo de Tirante viven cometiendo crímenes e invocando la justicia. Por eso don Quijote dice: “¿Y dónde has visto tú o leído jamás que caballero andante haya sido puesto ante la justicia por más homicidios que hubiese cometido?”
En el Amadís de Gaula casi siempre habla del dueto “justicia y razón”, y claro que los caballeros andantes también se la pasan invocando a Dios como justificación de sus fechorías. Si hoy día la justicia es más benévola que en aquel entonces, es porque se sacó a Dios de la ecuación. En los países que mucho se invoca lo divino, más despiadada es la justicia.
Para los vengadores cristianos, este podría ser un pasaje privilegiado: “Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador y lleno de indignación; se venga de sus adversarios, y guarda enojo para sus enemigos”.
Bíblicamente, la aplicación de la ley divina que me parece más desatinada se da cuando, por órdenes del rey David, con gran fiesta, música y bailes, trasladaban a Jerusalén el Arca de la Alianza en una carreta tirada por bueyes. Las ruedas chocaron con una piedra y el arca se iba a caer, revelando todos sus misterios o la falta de ellos. La situación la salva un hombre llamado Uza. Extiende la mano y evita el accidente. ¿Dios se lo agradeció? Todo lo contrario. Leemos que “el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayó allí muerto junto al arca de Dios”.
Se dieron por terminados los bailes, la música, la alegría. El divino aguafiestas estaba iracundo.
En casos de venganza justiciera o justicia vengadora, Lope de Vega deja buen sabor de boca en Fuenteovejuna, aunque racionalmente no nos gusten los linchamientos. En cambio, para las emociones y la razón, es mucho más compleja El castigo sin venganza, en la que el duque de Ferrara descubre a su esposa en amoríos con su hijo. Para no comprometer su honra, el duque maniata y ensabana a la mujer; luego le dice al hijo que se trata de un enemigo al que hay que liquidar; el hijo la mata y entonces los guardias entran y lo matan a él. Dado que hay una venganza, pero el duque no es castigado, me queda la duda de si no debería llamarse La venganza sin castigo.
Al final de esta obra, uno de los personajes dice:
Bien dicen que nuestra vida
es sueño, y que toda es sueño,
pues que no sólo dormidos,
pero aun estando despiertos,
cosas imagina un hombre
que al más abrasado enfermo
con frenesí no pudieran
llegar a su entendimiento
Que mucho nos recuerda aquel segundo monólogo de Segismundo en La vida es sueño, obra que también tiene en su centro los cuestionamientos sobre la justicia.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
Aunque ya desapareció de los diccionarios, del pasado nos viene “vengainjurias” como sinónimo de fiscal. Y la palabra “venganza” estaba definida de la misma manera que ahora: “Satisfacción que se toma del agravio o daño recibidos”. Y aunque “justicia” se definía como “virtud que consiste en dar a cada uno lo que le pertenece”, resulta que ajusticiar siempre ha sido “castigar al reo con pena de muerte”.
Hay una sutil diferencia entre la venganza y la justicia. La primera es una justicia fuera de la ley; la segunda es una venganza dentro de la ley.
El pasaje del Cristo con la mujer adúltera y aquella frase de “el que de ustedes esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” es uno de los favoritos entre los lectores de los evangelios. Si bien hace mucho que nuestra civilización superó la bondad del nazareno, borrando de la ley el adulterio. Comoquiera ese pasaje abre la puerta a cuestionar si la ley sólo la puede aplicar alguien que esté libre de pecado, porque no suele ser el caso.
Para el género novelesco, la venganza es el atajo de la justicia; y las novelas que se asoman al tema de la justicia suelen terminar relatando los mecanismos de la injusticia. ~
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.