Fernando Sanmartín es autor de novelas como Os contaré la verdad, de libros de viajes como Días de Nueva York y otras noches (Newcastle), de poemarios como Evitar la niebla (papeles mínimos) y de dietarios como Hacia la tormenta, Heridas causadas por tres rinocerontes o Notas sobre Zaragoza del Capitán Marlow (todos estos en Xordica).
Seguramente al pensar en él pensamos antes que nada en un poeta. Yo creo que su aire calmado y discreto y su literatura brumosa y precisa a la vez nos engañan, y que su género es la novela de aventuras. Se intuye en casi todos sus libros y también en el más reciente, Costa Oeste. Poemas de Göteborg (papeles mínimos), donde, con lógica geográfica y un aire un poco crepuscular, se adivina en forma de punta de iceberg.
Sanmartín parece pensar que observar es una forma de encontrar la realidad pero también de salir de uno mismo; una huida y la inauguración de la posibilidad. Todo es una aventura si le prestas suficiente atención. Costa Oeste se inspira en una estancia en Suecia en 2023: el poeta viaja y escribe, va a sitios donde casi siempre hay una mujer sola inmersa en una actividad cotidiana que, así es Sanmartín, de repente se vuelve enigmática e inagotable.
Hay pequeñas conversaciones, un aire retrospectivo a lo Fresas salvajes, saltos a su ciudad donde hay un amigo arquitecto al que operan en una intervención que le puede costar la vida. Es un libro en buena medida sobre el paso del tiempo. El padre del poeta ha muerto hace tres meses y el hijo lo vista y ya es adulto, con esa conciencia agridulce de la autonomía y cierta distancia inevitable. Planea la idea de la despedida y la muerte: “vi un cementerio/ donde querría tener enterrado a un amigo que murió/ llevarle unas flores y la foto de su bar preferido”: extraño deseo, pero en Sanmartín el fetichismo es el camino hacia lo auténtico.
Siempre va solo aunque esté escindido, pero también va siempre acompañado: su mundo está poblado de alusiones y recovecos, con topónimos llenos de aristas (Kastellgatan, Slottsskogen, Eriksberg), y siempre va con Goya, Barthes, Glück o Banksy, que se mezclan con la cajera del supermercado o un camarero cuya madre tiene casa en Torrevieja.
Los tres epígrafes explican bien el movimiento del libro: “Podemos cruzar fronteras y conservar nuestra integridad” (Edmund de Waal); “Las mejores fotos son aquellas en las que nadie posa” (Adolfo Ayuso) y “Lo que queda es la búsqueda. El hallazgo pasa” (F. L. Chivite).
Hay ironía bajo el tono melancólico y las metáforas no solo explican sino que multiplican: el mar es una biblioteca; el pasado es una vieja iglesia; la indiferencia es una rama en el suelo. Conviene alejarse “del estupor/ del bolígrafo caído en una acera/ que escribió confidencias”, mientras que “Los alces duermen como mis errores”.
Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.