El Monumento a la Madre (detalle), Luis Ortiz Monasterio, 1949.

10 de mayo: el día y el monumento

A lo largo de cuarenta años, y en una interpretación más de “lo personal es lo político”, muchas madres han manifestado que el amor y la gratitud no compensan su reclamo de libertades, derechos, igualdad y justicia. 
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En mayo de 1922, Rodolfo Alducín –fundador del periódico Excélsior– decidió que ya había tenido suficiente de los “racionalistas exaltados de Yucatán”. Durante su gobierno, Felipe Carrillo Puerto no solo había fomentado la educación laica –francamente anticlerical, debió haber pensado Alducín–, también había promovido la formación de ligas feministas. El golpe de gracia fue la publicación de La brújula del hogar, un folleto escrito por Margaret Sanger que describe varios métodos para el control de la natalidad y que circuló entre las mujeres yucatecas.

Cuenta Marta Acevedo, responsable de la investigación que reveló las intenciones políticas detrás del día de las madres, que Alducín, movido por una “santa indignación”, redactó la siguiente carta dirigida a la sociedad mexicana:

Excélsior lanza la idea de que se consagre el 10 de mayo para rendir un homenaje de afecto y respeto a la madre […]. Es preciso que la sociedad manifieste, con una fórmula banal si se quiere, pero profundamente significativa, que no hemos llegado de ninguna manera a la aberración que [algunos] predican, sino que, lejos de ello, sabemos honrar a la mujer que nos dio vida.

Bien podía la península desprenderse del resto del territorio. La nación no se sumaría a esa “campaña criminal en contra de la maternidad”. Tras publicar la carta, Alducín visitó a José Vasconcelos –que por entonces era Secretario de Educación Pública–, a quien le pareció una “bellísima idea” y enseguida giró las órdenes correspondientes para que todo el sistema educativo celebrara el 10 de mayo. Ya podían olvidarse las yucatecas de sus “derechos para resolver la vida futura”. En vez de leyes que protegieran sus intereses, las madres gozarían de un día de amor y gratitud.

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Recientemente, la historiadora Martha Santillán completó la investigación de Marta Acevedo. “El discurso tradicionalista sobre la maternidad” da pruebas de la alianza entre el gobierno de Manuel Ávila Camacho y el Excélsior. Un año tras otro, y con el objetivo de incrementar la tasa de crecimiento de la población, el diario organizó una serie de concursos: el de la madre prolífica –que premiaba a la mujer que contara con 20 hijos vivos–, “el de la más joven, la más anciana o la más fértil”, los de poesía y dibujo infantil en honor a las madres y otros más que repartían estufas y condecoraciones.

El Monumento a la Madre forma parte de esta campaña. Con el apoyo del mismo presidente, Excélsior convocó a varios artistas del país a participar en el concurso que finalmente ganaron José Villagrán y Luis Ortiz Monasterio. El primero se encargó de la arquitectura y el segundo ideó que, en medio del conjunto y frente a una columna que forzara una perspectiva vertical, se levantara una escultura alegórica de la maternidad, que tiene mucho del nacionalismo posrevolucionario –por esos cuerpos pesados que Diego Rivera puso de moda. Cargado por su madre, que queda en segundo plano, el Niño Mexicano no bendice a la República, pero casi; en cambio, su gesto termina en un saludo oficial a la nación. Mientras que en el extremo derecho una mujer sujeta una mazorca, en el derecho, está la figura en piedra de un maestro rural. El trabajo quedó repartido por sexos: al hombre le tocó la formación intelectual y productiva de los niños, y a la mujer, la reproducción y el quehacer doméstico. Así, el monumento relaciona al género con el proyecto de nación.

 

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Ni el gobierno, ni el escultor, ni el periódico imaginaron que los monumentos tienen fecha de caducidad. A dos décadas de su inauguración, la idea detrás de la cantera empezó a dar de sí. El 9 de mayo de 1971, Mujeres en Acción Solidaria (MAS) se reunió en el conjunto escultórico por primera vez y, a la manera de los grupos feministas de conciencia que operaban en Estados Unidos, se sentaron a discutir el papel de las madres en las familias. También repartieron globos con consignas y folletos que oponían la celebración del día a las condiciones que viven las mujeres el resto del año. Finalmente, consiguieron que se colocara una placa en favor de la maternidad voluntaria en el pedestal de piedra que sostiene a la escultura. De acuerdo con Marta Lamas, en 1978 el Movimiento Nacional de Mujeres propuso que marcharan, desde Reforma hasta el Monumento, vestidas de luto por las mujeres que habían muerto, víctimas de los abortos (clandestinos, inseguros y mal realizados) que se practican cuando las leyes penalizan este tipo de intervención.

Desde entonces, aunque de manera intermitente, mujeres y feministas han desmentido el monumento, pues su versión glorificada de la maternidad –como quiso Alducín– contribuyó a truncar el debate sobre los derechos sexuales y reproductivos, y continúa oscureciendo la violencia obstétrica e intrafamiliar que viven las mujeres, así como la falta de acceso al aborto libre y gratuito (al respecto, la ONU resolvió que este forma parte de los derechos de las mujeres). El 10 de mayo del 2012, por poner otro ejemplo, se llevó a cabo la primera Marcha por la Dignidad Nacional, en la que participan las madres de las personas desaparecidas por la guerra contra el narcotráfico, entre otras razones. A lo largo de cuarenta años, y en una interpretación más de “lo personal es lo político”, muchas han manifestado que el amor y la gratitud no compensan su reclamo de libertades, derechos, igualdad y justicia.

 

 

 

 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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