El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad…
Ramรณn Lรณpez Velarde
Quizรก la muchacha de aquella noche tenรญa razรณn. ยกQuรฉ criatura tan encantadora! Me mirรณ con asombro, casi horrorizada, cuando le respondรญ exaltado que no tenรญa hijos ni querรญa tenerlos. Soy un bruto; creo que la asustรฉ. Era una pregunta inofensiva, perfectamente normal. La mayorรญa de los hombres que la visitan estรกn casados y tienen hijos, correctos padres de familia en busca de una distracciรณn. ยฟDebรญa yo sorprenderme y reaccionar como reaccionรฉ? Cualquiera habrรญa dicho que me habรญa insultado. Me avergoncรฉ de inmediato y le pedรญ disculpas. Sin embargo, apenas se recuperรณ de la sorpresa, replicรณ con vehemencia: โยกNo! Tรบ tienes que tener un hijo.โ โUn hijo que sea igual a tiโ, agregรณ dulcemente, acariciรกndome la cara.
Era todo su gรฉnero el que hablaba por ella. Algo en la mujer se rebela, y con razรณn se rebela, contra quien pretende negar la fecundidad. ยฟQuรฉ clase de monstruo se opone a la vida? ยฟQuiรฉn se cree que es? El hombre es el รบnico ser que puede negarse a sรญ mismo y el estรฉril por voluntad propia atenta contra la especie. โEl albedrรญo de negar la vida es casi divino.โ O demonรญaco… Quizรก llegue el dรญa en que la humanidad, cansada de sรญ misma, se abstenga de la generaciรณn, no de la sensualidad, y se entregue a un colectivo suicidio voluptuoso. Ella tenรญa un hijo; me hablรณ de รฉl con emociรณn y ternura. Hay quienes creen que este comercio estรก completamente desprovisto de intimidad y predilecciรณn, que todas ellas son frรญas y calculadoras, y todos los hombres que las frecuentan sรกtiros atropellados. Se equivocan. Aquรญ tambiรฉn operan las delicadas corrientes de las afinidades y la simpatรญa.
Un hijo… ยฟIgual a mรญ? Dios me libre. Yo sรฉ que es lo que mueve a la mayorรญa de los padres, el instinto primario, animal: perpetuarse; seguir siendo, de alguna forma, en otro. Seamos francos, detrรกs del amor paternal se esconde el amor propio y, si me apuran, el egocentrismo. Yo, yo, yo. No podemos contra la muerte, pero, mediante la paternidad, creemos burlarla un poco. No. Si se ha de tener un hijo es para que valga mรกs que nosotros y sea mejor que nosotros. ยฟQuiรฉn dijo que la reproducciรณn debรญa ser siempre hacia arriba? Tenรญa razรณn. ยฟUna mera copia de nosotros mismos para asรญ sentir que de alguna forma seguimos vivos despuรฉs de muertos? No. Y aun asรญ, si yo hubiera tenido la certeza de que mi hijo valdrรญa mรกs que yo, ยฟcรณmo no temblar frente a la descomunal responsabilidad de una vida? ยฟCรณmo duerme un padre sabiendo la multitud de amenazas que penden sobre la cabeza de su hijo?
Sin embargo, quรฉ poco se reflexiona ese acto, el mรกs trascendental de la especie. Digo mal: no se reflexiona en lo absoluto. En este preciso momento, millones de seres son procreados y lanzados al horror y la belleza del mundo sin el menor cรกlculo. Escalofriante o, mejor dicho, formidable. Pero acaso no pueda ser de otra manera. No es la naturaleza la que estรก mal, sino el hombre que piensa demasiado…
El hombre que piensa demasiado, ยกoh, prima รgueda!, acaba siempre por hablar solo. ยฟSerรก la eternidad un largo soliloquio? Monologar, ยฟserรก la condiciรณn del limbo? ยฟO del infierno? No es, ciertamente, una sana costumbre esta de hablar solo, pero ยฟquรฉ otra opciรณn tenemos? El principal interlocutor del hombre atribulado es รฉl mismo y no hay mayor conflicto que el que existe entre yo y yo. Es otra vez el tigre enjaulado, dรกndole vueltas โobsesiva, viciosa, inรบtilmenteโ a los mismos asuntos. El pensamiento que se repite termina, tarde o temprano, por abrir una herida. ยกCuรกn mejor serรญa vivir en la inmediatez de la acciรณn y que nunca se proyectara, entre nuestros pensamientos y nuestros actos, esa sombra, la duda! O, tras el acto, el arrepentimiento. Y arrepentirse, ya se sabe, es equivocarse dos veces.
La vida no piensa. Es mejor asรญ. ยฟCuรกntas veces, en medio de la contemplaciรณn mรกs pura o el placer mรกs extremo, no nos asalta la consciencia proyectando sobre el momento nuestras dudas o temores, envenenando el presente? Ni siquiera somos capaces de gozar sin sombras, o quizรก solo en algunos momentos privilegiados de la infancia.
Puede acusรกrseme de pesimismo, pero espero no ser uno de esos taciturnos profesionales que gemebunda e histriรณnicamente se regodean en los aspectos negativos de la vida. Me disgusta esa gente. ยฟQuiรฉn, que haya tenido en los brazos a una mujer, conversado con un amigo o tomado una copa de vino puede realmente odiar la vida en el presente? Media hora con una muchacha como la que me exhortaba a ser padre bastarรญa para hacer cambiar de opiniรณn a esos ceรฑudos pensadores.
La cuestiรณn es otra: la observaciรณn directa del mundo y el hombre no es precisamente una invitaciรณn al optimismo. En frรญa y objetiva consideraciรณn, no parece injustificado abstenerse de prolongar la vida. Engendramos para la corrupciรณn y hay algo abominable en todo acto de procreaciรณn: ese rostro de belleza lozana y perfecta que hoy nos cautiva serรก dentro de poco agrietado y consumido por el tiempo; la sangre abundante y caliente que hoy corre por un cuerpo y lo anima se enfriarรก y adelgazarรก hasta ser solo un hilo; el heroico corazรณn que la bombea se marchitarรก y resecarรก como una pasa; el calor irรก abandonando nuestros miembros; el pulso morirรก en nuestros brazos; los ojos โยกestos ojos que han visto tanta belleza!โ se pudrirรกn y dejarรกn dos cuencas vacรญas, habitรกculo de gusanos. Solo las uรฑas seguirรกn creciendo, inรบtilmente, mientras yacemos en la tierra.
ยฟQuiรฉn, que haya entrevisto esta verdad, puede entusiasmarse con la idea de propagarse y dar la vida? ยฟDar la vida? ยกDamos la muerte y quien engendra prolonga la corrupciรณn! Dios me perdone si blasfemo, pero quizรกs aquellos herejes que se negaban a procrear no estaban del todo equivocados. Pero mejor no seguir por este camino. Yo no pretendo desentraรฑar estos altos misterios y, a decir verdad, solo puedo hablar de tejas abajo, pues de lo cรณsmico no me atreverรญa a pronunciarme. ยฟCรณmo podrรญa?
Ahora bien, este pesimismo mundano no quiere decir que, ya estando vivos, debamos empeรฑarnos en sufrir y en renegar de todo placer… ยกPasemos el cuarto de hora de nuestra vida lo mejor que podamos! El mรญo es un pesimismo sincero y, si puede decirse asรญ, hasta jovial. ยกSaturno y Jรบpiter a veces se dan la mano!
En otra vida yo habrรญa sido, no sรฉ si un buen padre, pero un padre. Lo puedo imaginar perfectamente. Me habrรญa quedado en el pueblo, casado como Dios manda y habrรญa tenido dos hijos, un niรฑo y una niรฑa. Habrรญa fundado una casa, mi casa, donde habrรญa un pozo de agua limpia, macetas sombrรญas, pajareras y gatos perezosos. Mis dรญas habrรญan transcurrido monรณtonos y felices y yo habrรญa podido seguir mirando de frente a mis padres. Tendrรญa la consciencia limpia y habrรญa sido lo que las gentes llaman un hombre de bien. No habrรญa conocido el desasosiego de la poesรญa ni la voluptuosidad de los sentidos. Pero no me engaรฑo: para algunos seres no existe el camino recto y fรกcil. Mi destino era el extravรญo y el abismo y, si volviera a nacer, todo ocurrirรญa fatalmente igual. Sin embargo, siempre habrรก en mรญ la nostalgia por esa vida sencilla y dulce que no tuve.
ยฟEn serio, Ramรณn? ยฟVas a continuar con la farsa? El que realmente desea una cosa, la hace. Cada quien elige su destino. Y tรบ has querido lo que has querido. ยฟPadre tรบ, Ramรณn? ยฟEsposo tรบ, Ramรณn? ยกEl poeta no es padre de nadie ni esposo de nadie ni hijo de nadie ni hermano de nadie! Para รฉl hay solo soledad y desasosiego, y su familia, si acaso, son demonios y vampiresas. Cualquier otra cosa es una fantasรญa del ingenuo que cree que puede tener lo mejor de ambos mundos. Y la elecciรณn estรก hecha. En algรบn momento, quizรกs, otro camino fue posible, pero una vez doblada cierta esquina no hay marcha atrรกs.
Todo empieza muy pronto. Ya en la infancia el poeta se sabe aparte; una delicadeza, una sensibilidad extrema le hacen ver que no es como los otros. Una parte de รฉl querrรก llevar una vida acorde al mundo, pero esa ilusiรณn se deshace rรกpidamente. No serรกn para รฉl la serenidad ni la dicha domรฉsticas. A cambio tendrรก el conocimiento, el gรฉlido fuego del arte y el incendio de los sentidos. ยกPorque es preciso arder! Se harรก orgulloso y soberbio. Sus semejantes lo mirarรกn con sospecha. Las seรฑoritas sabrรกn que no es de fiar y para su propia familia se convertirรก en un extraรฑo. Seguirรก su camino. Se entregarรก de lleno a los requerimientos de su oficio y alternarรก la soledad necesaria para crear con el desfogue de la sensualidad. Porque el poeta, seรฑoras y seรฑores, es un voluptuoso. Anacoreta de dรญa y libertino de noche. Y, seamos honestos, no se saca un buen padre ni un buen marido de un siervo de Venus y Apolo.
Si es sensato, guardarรก las formas. No irรก por ahรญ, como un farsante, posando de artista ni asestรกndole sus versos al primer incauto. Se ganarรก la vida como oficinista, vendedor de seguros o abogado y vivirรก su verdadera vida en secreto. Llegado el momento darรก a conocer sus frutos, sin alharacas ni aspavientos. Sabrรก que, si lo que ha escrito vale algo, sus verdaderos lectores estรกn por venir. Sin embargo, cuando camine de noche por las calles de la ciudad, de vuelta de sus correrรญas, no podrรก dejar de detenerse de vez en cuando frente a una ventana tenuemente iluminada sabiendo que allรญ dentro tiene lugar el intocado misterio de la vida ordinaria. Quizรกs haya otra forma de ser poeta, yo solo concibo esta; en la zozobra de la noche y el insomnio, yo solo concibo esta.
ยฟY ellas? ยฟLas Didos y Ofelias del mundo? Porque es posible que el poeta, en su camino, deje algunas vรญctimas y su responsabilidad frente a ellas es eterna. Algunas, las mรกs prรกcticas, lo olvidarรกn pronto en brazos de alguien mรกs, un hombre serio y realista, y en su vejez lo recordarรกn, no sin un secreto escalofrรญo, como una excitante aventura. Una de ellas me lo dijo: el poeta es el primer amor de muchas, pero el รบltimo de ninguna. ยกDiscreta muchacha! Pero no todas. Alguna habrรก que no pueda olvidarlo y que sea para siempre perseguida por su espectro.
Sรฉ que los grandes poetas โDante, Petrarcaโ recuerdan perfectamente la primera vez que vieron a su Amada y quedaron fulminados por su belleza. Me da vergรผenza decirlo, yo no lo recuerdo, quizรก porque siempre estuvo ahรญ y era una presencia familiar. Lo que tengo muy claro es mi primera memoria de ella. Yo tendrรญa cuatro o cinco aรฑos; en el verano, cuando hacรญa calor, solรญan baรฑarme en el patio de mi casa en una palangana y a mรญ me gustaba, al terminar, escapar corriendo desnudo ante el escรกndalo de mi madre y las mujeres de la casa, y secarme al sol. Alguien llegarรญa entonces, tendrรญa doce o trece aรฑos, me perseguirรญa, gritarรญa mi nombre, me amenazarรญa entre risas y finalmente me alcanzarรญa. Me levantarรญa, me sentarรญa en su regazo, me abrazarรญa y me preguntarรญa si la querรญa o no. Yo dirรญa que sรญ. ยฟHasta dรณnde? ยฟHasta el pozo? No. ยฟHasta el naranjo? No. ยฟHasta dรณnde? Hasta mรกs allรก de las torres gemelas de la iglesia. Y entonces me besarรญa en la frente.
Dejรฉ de verla algรบn tiempo. Abandonรฉ el pueblo a los doce aรฑos, entrรฉ al seminario y solo volvรญa de vacaciones, de vez en cuando. Era un muchacho callado y taciturno, pero en mi interior comenzaba a prepararse un fuego al que solo le hacรญa falta una chispa para encenderse y devorarme entero. La chispa no tardรณ en llegar. Unas vacaciones de primavera โtendrรญa alrededor de quince aรฑosโ regresรฉ al pueblo y volvรญ a verla. ยฟEra ella?, ยฟla niรฑa que habรญa iluminado mi infancia y que habรญa jugado conmigo como las niรฑas juegan a ser madres con un niรฑo mรกs pequeรฑo? Era y no era. Era ella, sin duda, aunque fuera mayor โveintidรณs aรฑos tendrรญaโ, con la misma sonrisa y los mismos ojos, pero al mismo tiempo era otra, completamente otra.
Igual que recordarรฉ siempre la escena del baรฑo en el patio, recordarรฉ esa vez en que la vi de nuevo y en cierta forma la vi por primera vez. Yo entraba a una sala familiar y de pronto la descubrรญ ahรญ, sentada en un sillรณn junto a un piano. Le gustaba tocar y cantar. Ella tambiรฉn se sorprendiรณ al verme. Me sonriรณ, se puso de pie, me extendiรณ la mano y me saludรณ: โHola, Ramรณn. Cรณmo has crecido.โ Balbuceรฉ una respuesta y fui a sentarme al otro extremo de la sala. Ella, estoy seguro, debiรณ notar mi nerviosismo โellas siempre lo notanโ, pero ni remotamente debiรณ haber sospechado lo que entonces comenzaba para mรญ. Yo, como el poeta, pude haber dicho: incipit vita nova.
Y es que, en cierta forma, yo no habรญa vivido hasta entonces. El amor es la verdadera, la รบnica vida. No intentarรฉ describirlo aquรญ. Aquellas vacaciones la vi algunas veces mรกs, conduciรฉndome cada vez con mรกs torpeza. Sus amigas se reรญan y le hacรญan bromas y ella misma, alguna vez, no pudo disimular una sonrisa frente a mi timidez. Es natural. Para una muchacha de veintipocos aรฑos un adolescente de quince no existe, salvo como un tierno y algo cรณmico admirador.
Me enamorรฉ como solo se enamora un muchacho: fanรกtica, enloquecida, desesperadamente. El mundo entero se despoblรณ y yo quedรฉ solo, frente a frente, con el objeto de mi pasiรณn. Porque la pasiรณn es un ascetismo. No es esa vida mรกs plena ni ese mundo mรกs rico que caracteriza a las falsas emociones. Al contrario, el universo entero se torna un desierto donde no existe nada mรกs que el รญdolo, que se yergue, solitario, en el medio, y al que no podemos dejar de ver.
Procuraba encontrarla con cualquier pretexto: coincidir en alguna casa, en el parque, en la iglesia, en la calle. Si tenรญa suerte, despuรฉs la seguรญa discretamente hasta su casa, sin acercarme demasiado. Allรญ comencรฉ a descubrir el refinado placer de la distancia. Por las noches me gustaba apostarme en la esquina y saber que ella estaba ahรญ, detrรกs de una pared o una ventana, aunque no pudiera verla. Mรกs tarde, tendido en mi cama, la imaginaba y me ocurrรญa aquel extraรฑo fenรณmeno que, sin embargo, es comรบn entre los enamorados: no poder reconstruir el rostro amado. Una sonrisa acรก, unos ojos allรก, unos cabellos, una mejilla, un lunar, pero todo eso no alcanza para fijar una cara. Rostros que no nos importan nada y que vimos solo una vez, los podemos reconstruir perfectamente, pero el รบnico que importa, el que nos obsesiona, ese se nos escapa como agua entre los dedos. El enamorado persigue siempre un fantasma.
Yo sabรญa, creo que siempre supe, que la correspondencia era imposible. ยฟEn quรฉ cabeza cabรญa que una muchacha de veintidรณs aรฑos iba a tomarse en serio a un quinceaรฑero? La imposibilidad, sin embargo, me espoleaba y no sรฉ si, en definitiva, era lo que me atraรญa. No me importรณ. Continuรฉ acechรกndola, sitiรกndola, como un ejรฉrcito que prepara el asalto a todo o nada a un castillo inexpugnable. Finalmente, el asalto tuvo lugar una tarde de otoรฑo en una casona sombrรญa. Huelga decir lo que ocurriรณ. Mis huestes fueron rechazadas y deshechas en toda regla: un fracaso estrepitoso, una derrota sin paliativos.
Creo que no habrรญa dolido tanto si la reacciรณn hubiera sido seria o hasta indignada, pero fue โentiendo ahora que no podรญa no serโ ligera y divertida; no burlona, porque ella era incapaz de burlarse de mรญ o de nadie, pero sรญ inevitablemente cรณmica. ยฟCรณmo se me ocurrรญa? Ella era una mujer que ya se iba quedando para vestir santos y yo un muchacho. Ya conocerรญa y me enamorarรญa de muchachas de mi edad. Y, ademรกs, el tiro de gracia, siempre podrรญamos ser amigos.
En ese momento y en los meses por venir fue la debacle. No dirรฉ que el orgullo no tuvo nada que ver en ello, testigos son algunos pรฉsimos poemas de entonces, pero creo sinceramente que fue, ante todo, la herida de un corazรณn joven. Asรญ penรฉ algรบn tiempo hasta que mi amor se fue transfigurando gradualmente.
Un dรญa me despertรฉ y me di cuenta de que su rechazo ya no me dolรญa y que, sin embargo, el amor estaba intacto. Mรกs aรบn, que a partir de ahora, anulada por completo la posibilidad de realizaciรณn, podรญa entregarme a amarla mรกs perfecta y devotamente. La mujer de carne y hueso que habรญa inspirado mi pasiรณn se transformรณ en otra cosa: รกngel, virgen, novia, esposa, madre, hermana. Este nuevo amor no solo no requerรญa la cercanรญa o el consentimiento, sino que podรญa prescindir de ellos y, de hecho, lo exigรญa. Asรญ, yo podrรญa amarla para siempre.
Criatura reciรฉn nacida, transfigurada, la bauticรฉ con un nuevo nombre, Fuensanta: fuente santa, fuente de agua clara, fuente limpia, fuente original, fuente pura y purificadora, fuente bautismal, fuente secreta, fuente primaveral, fuente florida, fuente eterna, fuente materna. Y yo, como el ciervo, volverรญa siempre a ella para calmar mi sed.
Los aรฑos que siguieron pude dedicarme secretamente a la construcciรณn de mi culto. La realidad dejรณ de ser un estorbo y, lejos de sus asperezas, me consagrรฉ al ideal. Seguรญ viendo de vez en cuando al ser humano que lo habรญa inspirado โsiempre amable, siempre benรฉvolo, siempre cortรฉsโ y, aunque nunca dejรฉ de sentir un estremecimiento en su presencia, debo decir que ya no me conmovรญa como antaรฑo. Ella ya era otra; Fuensanta era otra. Cuando muriรณ, aรฑos despuรฉs, luego de una larga enfermedad, supe que una parte de mรญ morรญa con ella, pero tambiรฉn que la muerte era la รบltima etapa de su transfiguraciรณn y que a partir de entonces comenzaba su otra vida, la celestial, eterna. Asรญ, sin dejar de amarla, seguรญ mi camino.
Seรฑoritas, permรญtanme darles un consejo desinteresado: no confรญen en los poetas. Son falsos, simuladores, mentirosos. Y de la peor clase: los que se creen sus propias mentiras. Les jurarรกn amor eterno, constancia y fidelidad. Desempeรฑarรกn a la perfecciรณn su papel de amantes firmes y desgraciados, derramarรกn lรกgrimas si es necesario, y aunque no lo sea, faltaba mรกs; se conmoverรกn con su propio llanto y al final no sabrรกn si lloran mรกs por ellos mismos que por ustedes. ยกHabรญase visto un corazรณn tan tierno, una pasiรณn tan extrema, un dolor tan profundo! ยกQuรฉ noble el ser capaz de tantos y tan violentos sentimientos!
Y no se conformarรก con sentir, desde luego, sino que harรก obra de ello. ยกSe sentirรก mรกs noble aรบn! Leyendo sus propios versos se enternecerรก hasta lo indecible y, si en algรบn momento lo asalta algo parecido a la vergรผenza por utilizarlas a ustedes y a la pasiรณn que le han inspirado, se le pasarรก pronto, no se apuren, pensando que todo ha sido en las aras superiores del Arte o, mejor aรบn, escribirรก sobre esa vergรผenza tambiรฉn, acusรกndose histriรณnicamente a sรญ mismo, y entonces se conmoverรก doblemente. ยกCuรกnto valor, cuรกnta sinceridad, cuรกnta contriciรณn para exhibirse de esa forma!
Amigas mรญas, escรบchenme, hay hombres despreciables, y luego estรกn los poetas. Sรฉpanlo de una vez, por si llegaran a tener la mala suerte de toparse con alguno, el poeta tiene un solo y exclusivo interรฉs amoroso: รฉl mismo y su obra. Y si verdaderamente lo es, no dejarรก que nada ni nadie se interponga entre รฉl y ella, y sacrificarรก todo y a todos, a ustedes en primer lugar. Y cuando el rito termine, se lavarรก como si nada su sangre de las manos.
Si el poeta, ademรกs, es un poco Don Juan, cuidado. El Don Juan no es tanto el hombre que se enamora de muchas mujeres, sino el hombre del que muchas mujeres se enamoran. En algunas ocasiones actuarรก de victimario sin remordimientos, las seducirรก y las abandonarรก sin pestaรฑear. En otras, menos frรญvolas, se las arreglarรก, con un mรญnimo de astucia, para que sean ustedes quienes lo dejen, aunque ustedes no quieran. Es la cumbre del arte del poeta seductor: yo querรญa, pero… ha sido imposible, es mi destino estar solo, cargarรฉ esta cruz… Encima, podrรก ahora representar el papel del desdichado que, por supuesto, utilizarรก para nuevas seducciones. Atraerรก la atenciรณn de nuevas vรญctimas. ยกMiren cรณmo ha sufrido esta magnรญfica criatura! ยฟQuรฉ desgracia terrible esconderรก? ยฟSerรฉ acaso yo la que pueda entenderlo y consolarlo?
โYo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre…โ
ยกFalso! No era pobre en lo absoluto, el pobre era yo. Es cierto, eso sรญ, que era de tierra adentro. Se llamaba Marรญa. Era hija de un minero cuyas gemas mรกs valiosas eran los ojos de sus hijas. La conocรญ en la Plaza de Armas de la ciudad. Bastรณ una mirada para que los espรญritus de sus ojos me penetraran hasta lo mรกs profundo del corazรณn. Despuรฉs de eso, no hubo mรกs que hacer. Comencรฉ, como de costumbre, a sitiarla. Ella, casi una niรฑa, se dio cuenta en seguida y disfrutaba de sus poderes reciรฉn descubiertos.
Vivรญa cerca de la estaciรณn de trenes y a mรญ me gustaba seguirla a la distancia hasta verla perderse en su casa y luego irme a ver llegar y partir los trenes, entre campanadas y silbatos. Transcurrieron meses antes de conocernos personalmente. Yo me fui a la capital y tiempo despuรฉs me enterรฉ de que ella pasaba allรญ una temporada en la casa de unos familiares. Averigรผรฉ la direcciรณn y renovรฉ mi asedio. Finalmente, un amigo comรบn nos presentรณ y yo empecรฉ a frecuentar la casa.
Marรญa era una buena muchacha: sana, despierta y vivaz. Le gustaba cantar, tocar el piano, pintar. Para cualquier hombre habrรญa sido la novia y la esposa perfecta. Para cualquiera, menos para el poeta. Un mal presentimiento, un vago instinto de conservaciรณn le impidieron en buena hora confiar en mรญ. Yo parecรญa un buen muchacho, pero habรญa algo raro en mรญ. Nos vimos mientras estuvo en la capital y luego regresรณ a su ciudad. Comenzamos, entonces, a escribirnos e iniciรณ asรญ la clase de relaciรณn para la que acaso estoy mejor dotado. El nuestro fue un amor epistolar.
Yo sabรญa lo que Marรญa esperaba eventualmente de mรญ. Sabiรฉndolo, y sabiendo que nunca iba a ocurrir, la cortejรฉ largamente, alejรกndome y acercรกndome, como un pรฉndulo indeciso. No dirรฉ que la engaรฑรฉ porque me cuidรฉ siempre de no hacer ninguna promesa, pero entiendo que el solo trato continuo ya me comprometรญa.
En una ocasiรณn, a propรณsito de la boda de alguna amiga suya, me preguntรณ en una de sus cartas quรฉ pensaba del matrimonio y los hijos. Mi respuesta fue brutal: โSeรฑorita, yo no tendrรฉ nunca un hijo. Dejando aparte cualquier otra cuestiรณn, exponerme a ser padre es algo a lo que jamรกs tendrรญa derecho a atreverme. Yo no podrรญa fundar un taller de sufrimiento, abrir una fuente de desgracia, instituir un vivero de infortunio.โ
Marรญa acusรณ el golpe en silencio y no volviรณ a tocar el tema en sus cartas, pero a partir de entonces se abriรณ una grieta entre nosotros y, aunque tiempo despuรฉs volvรญ a la pequeรฑa ciudad donde la habรญa conocido y retomamos el trato personal, algo se habรญa roto irreparablemente. Terminar fue casi un trรกmite. Nunca se termina el dรญa de la despedida, sino antes, quizรก desde el principio. Amar es empezar a separarse y el รบltimo dรญa es solo el golpe de gracia.
Era diciembre, mes propicio para los finales. Habรญamos dado un paseo y yo la acompaรฑรฉ de vuelta a su casa, junto de la estaciรณn. Como siempre, nos quedamos platicando a la puerta de su casa, pero sobre nosotros, como una nube gris, flotaba un presentimiento ominoso. La noche era frรญa y ambos sabรญamos que era la รบltima. Marรญa, fiel a su carรกcter, intentaba aligerar la atmรณsfera con chanzas y bromas. โNo es para tanto, poeta โme dijo, intentando disimular su tristezaโ. El poeta es el primer amor de muchas, pero el รบltimo de ninguna, ยฟno?โ Esbocรฉ una sonrisa amarga y asentรญ. A lo lejos, aullaban los perros.
Ahora hablemos de ellas, compaรฑeras de mi vida: las bacantes, las nรกyades, las satiresas. Comencรฉ recordando a una โla muchacha preocupada por mi paternidadโ que era mรกs hermana de la caridad que odalisca, pero las hay de todos tipos. Algunas son verdaderas vampiresas, mujeres serpiente, capaces de chupar a un hombre hasta desecarlo; otras, benignas, casi maternales, dispensadoras de delicados cuidados. Yo las bendigo a todas y maldigo a quienes, encaramados en el tribunal de la superioridad moral, las execran o las compadecen. Y no hablo solo de las damas y los caballeros que, desde la mojigaterรญa o la hipocresรญa, las censuran gravemente, sino tambiรฉn de aquellas almas caritativas que buscan redimirlas. Nadie es nadie para redimir a nadie.
Recuerdo la primera vez que entrรฉ a un templo de Venus en la capital. Tienen ustedes que comprenderme: yo era un payo, un provinciano, un exseminarista. Aquella atmรณsfera equรญvoca de luces tenues, mรบsica, alcohol, hombros desnudos y piel brillante produjo en mรญ una mezcla de espanto y fascinaciรณn. El espanto durรณ aproximadamente tres minutos y medio, pues bastรณ un trago de coรฑac y que la primera cortesana se me acercara para darme cuenta de que a partir de entonces yo serรญa un fiel devoto de la diosa.
Amigos, lo confieso: he sido un idรณlatra del cuerpo femenino, de los pies a la cabeza. De sus piernas tensas y torneadas como las de un jaguar; de sus muslos suaves y lisos; de la grรกcil cintura, codicia de mis manos; de los senos, frutos ubรฉrrimos; de las cabelleras aromรกticas; de la boca รกvida y erรณtica; de los labios carnosos como la pulpa de una fruta prohibida, y del escorpiรณn, que con su hipnรณtico aguijรณn me atrae hacia su cueva. Amigas, las llevarรฉ siempre conmigo, se los ruego, no me olviden. Por algunas habrรก que pagar un precio extra, en sangre y metal lรญquido. Es el bautizo de Venus y solo los dรฉbiles de corazรณn retrocederรกn, asustados. Hay que aceptar las espinas si se va a buscar la rosa y, de ser necesario, hacerse una corona con ellas y sufrirla en orgulloso silencio.
Si de todas las ninfas tuviera que elegir una sola, ยฟcuรกl serรญa? ยฟLa de la cicatriz en el muslo, la ojizarca, la que olรญa a almizcle, la pelirroja de tierras lejanas? No, tendrรญas que ser tรบ, Dalia โnunca supe su verdadero nombreโ, mรกs pantera que mujer, a la par diosa y animal. Nos reconocimos de inmediato en la penumbra de un salรณn, atraรญdos por ese misterioso magnetismo de los sexos. A veces ocurre asรญ: basta cruzar una mirada, un gesto, un leve roce, para de inmediato intuir la afinidad de los cuerpos. Apenas hace falta hablar. Me dijo que tenรญa veintiรบn aรฑos y que era de un pueblo cercano a la capital. Era morena, de cabello negro azabache y en sus rasgos se traslucรญan los de sus abuelas indรญgenas con una mezcla de รกrabe y espaรฑol, una especie de hurรญ azteca. Parecรญa sacada de un cuadro del amigo Herrรกn. Poseรญa, ademรกs, las dos seรฑales inequรญvocas de la voluptuosidad: los pรกrpados ligeramente caรญdos y el labio inferior grueso.
Juntos conocimos el placer y el abismo, el รฉxtasis y el vรฉrtigo. Su cuerpo โque noche tras noche me esforzaba en descifrar, como un poseรญdo, solo para encontrar intacto su misterio a la siguienteโ se convirtiรณ en un doble jeroglรญfico, del gozo y de la muerte. En el instante supremo en el que el yo se desintegra, entrevemos la totalidad y la destrucciรณn, la plenitud y la disoluciรณn. El tiempo parece suspenderse y flotamos momentรกneamente sobre el vacรญo de lo intemporal. Pero es solo una ilusiรณn, pues de inmediato somos devueltos al cauce del rรญo del que es imposible escapar.
Sin embargo, la sed del deseo es de las que no se sacian fรกcilmente y, fatigados, recomenzamos una y otra vez en busca de esa plenitud que, sabemos, nunca llegarรก del todo. Esta es nuestra condena, pero solo ciertos cuerpos nos la harรกn ver con toda intensidad y lucidez, aquellos con los que el ansia de uniรณn sea mรกs imperiosa. Dalia guardaba para mรญ esa revelaciรณn. Cientos de noches de furia y de deseo en las que, entre รฉxtasis y desfallecimientos, infructuosamente perseguimos esa fusiรณn perfecta que pretenden los amantes.
Un dรญa, Dalia desapareciรณ sรบbitamente, igual que habรญa llegado. En vano preguntรฉ por ella y la busquรฉ como desesperado en otros sitios. Una vez, incluso, fui a buscarla a su pueblo a las afueras de la ciudad, pero no hallรฉ rastro alguno. Resignado, una parte de mรญ respirรณ aliviada.
Se acaba el tiempo, pero todavรญa debo hablar de una mรกs.
La conocรญ por escrito antes de conocerla personalmente y no exagero si digo que me enamorรฉ de ella a travรฉs de sus palabras, aun sin haberla visto una sola vez. Me explico: tenรญamos una amiga en comรบn y ella, conociรฉndome, me mostrรณ las cartas que habรญa recibido de la dama de la que hablo mientras pasaba una temporada en Francia. Las cartas parecรญan escritas por Atenea, si la diosa hubiera escrito cartas, una Atenea moderna aรบn no en posesiรณn de la sabidurรญa, sino en busca desesperada de ella. Revelaban un alma atormentada, angustiada por dudas metafรญsicas que buscaba responder en la filosofรญa, la poesรญa y el espiritismo. Un alma atribulada, con sed de eternidad. Yo, desde mi fe dubitativa, no podรญa sino mirar con asombro y admiraciรณn el espectรกculo de ese espรญritu desgarrado. Lleno de fervor y piedad, leรญ y releรญ esas epรญstolas dignas de una mรญstica medieval.
Cuando la vi por primera vez โen un parque, seรฑalada por un amigo mรฉdico que la conocรญa de tiempo atrรกsโ su apariencia me confirmรณ los vislumbres de su alma. Los rostros y, sobre todo, los ojos, delatan la vida interior. Hay caras y miradas lรญmpidas, inocentes, que a leguas revelan que sus dueรฑos no han sido perturbados nunca por el asomo de una idea o una duda; otras, en cambio, de inmediato muestran las huellas de las luchas interiores. Su rostro era pรกlido, pero no de la palidez de la debilidad ingรฉnita, sino de la que queda grabada despuรฉs de la experiencia; su frente, en determinados momentos, mostraba las lรญneas del que se ha hecho demasiadas preguntas sin encontrar respuesta y, sus ojos oscuros, el abismo de su alma.
Descubrรญ que vivรญamos en la misma colonia y que ella tomaba todos los dรญas el tranvรญa para ir a dar clases de Literatura a la Escuela Normal. Comencรฉ una rutina que se extendiรณ mรกs de tres aรฑos: todos los dรญas que podรญa yo la esperaba en la parada y hacรญa el viaje al centro con ella, sentรกndome a varias filas de distancia; mรกs tarde, si habรญa oportunidad, procuraba regresar en el mismo tranvรญa. No le hablaba, me limitaba a mirarla. A veces, incluso, me imponรญa el castigo de no verla en tres o cuatro dรญas para mejor deslumbrarme cuando lo volviera a hacer. Hay un exquisito y mรณrbido placer en la postergaciรณn y la distancia que la cercanรญa y la posesiรณn ignoran.
Un dรญa, finalmente, me atrevรญ a enviarle una carta con un niรฑo en la que brevemente explicaba el impacto que habรญa causado en mรญ. Ella no la rechazรณ. Despuรฉs, averigรผรฉ el nรบmero de telรฉfono de su casa y una noche, armรกndome de valor, lo marquรฉ desde la oficina, cuando ya todos se habรญan ido. No estaba seguro de que fuera a contestar ella, podรญa haber sido alguno de sus padres o sus hermanos, pero fue ella. Al escuchar su voz, quedรฉ paralizado un momento. Tras decir su nombre, preguntรฉ: โยฟSabe usted quiรฉn soy yo?โ โNo, seรฑorโ, me contestรณ, titubeando. โยฟHay alguna persona que tenga mรกs interรฉs que yo en hablar con usted? โrepliquรฉโ, ยฟhay alguna persona que piense mรกs en usted que yo?โ Se hizo un silencio que me pareciรณ eterno y entonces dijo: โSeรฑor, discรบlpeme, pero no sรฉ quiรฉn es usted, no sรฉ quiรฉn hablaโ, e inmediatamente despuรฉs colgรณ. Pero yo supe que sabรญa.
Algunas semanas despuรฉs, mi amigo mรฉdico โel รบnico que conocรญa mi secretoโ me dijo que รฉl y su esposa habรญan quedado de comer con ella en un hotel del centro, que pasara a cierta hora y que me la presentarรญan formalmente. Aรบn dudรฉ un poco, pero acudรญ a la cita. Fue una ceremonia extraรฑa, presentarnos y fingir que no nos conocรญamos, aunque llevรกramos mรกs de tres aรฑos de diรกlogo silencioso.
Tras ese encuentro comenzรณ otro diรกlogo, de una clase que, a decir verdad, yo no habรญa sostenido hasta entonces. Descubrรญ, para decirlo simplemente, un alma semejante a la mรญa, un alma gemela. Ella hablaba con soltura de Baudelaire, de Bรฉcquer o Amado Nervo. Por primera vez, salvo con algunos contados amigos, yo compartรญa con alguien mis proyectos literarios; ella, a su vez, me contaba sus inquietudes espirituales.
Nos veรญamos de vez en cuando en algรบn lugar cerca de su casa, pero la mayor parte de nuestros encuentros ocurriรณ a travรฉs del telรฉfono. Sรฉ que puede parecer paradรณjico, pero realmente era asรญ: desprovistos de nuestros cuerpos, nuestras almas se comunicaban plenamente a travรฉs de la tenue materialidad de la voz. Se estableciรณ entre nosotros un pequeรฑo ritual: yo me quedaba todas las noches en la oficina hasta tarde y, cuando ya no habรญa nadie y era seguro que en su casa todos se habรญan retirado a dormir, marcaba su nรบmero. Ella, que aguardaba mi llamada, dejaba sonar el aparato dos veces y contestaba.
Invariablemente se me aceleraba el pulso en esos breves segundos que ella tardaba en responder. Ansioso, como todos los enamorados, frente a la posibilidad de un contratiempo, temรญa que algo fuera a impedirle contestar, pero siempre contestaba. Comenzaban entonces conversaciones que duraban horas y que tocaban todos los temas imaginables. ยฟQuรฉ mรกs puedo decir? El trato continuo reforzรณ el amor, confirmรณ la afinidad de nuestras almas y en el caso de cualquier otro esto podrรญa haber sido el inicio de la felicidad.
El paraรญso durรณ exactamente seis semanas. Despuรฉs โpor una razรณn que jurรฉ no revelar nuncaโ, ella dio por terminadas nuestras relaciones. โLo entiendo, pero no lo abarcoโ, fue mi รบnica respuesta.
Yo no tenรญa por quรฉ dudar de la firmeza de su resoluciรณn, cuyos orรญgenes se remontaban a tiempo antes de que yo apareciera en su vida, pero รญntimamente algo me decรญa que con paciencia y constancia podรญa, quizรกs, hacerla cambiar. No lo hice asรญ y a veces me pregunto si yo mismo no deseaba secretamente este resultado, si no ha habido siempre algo en mรญ que furtivamente conspira contra mรญ. ยฟNo somos, en el fondo, los peores enemigos de nosotros mismos? En vez de actuar con prudencia y cautela, precipitรฉ todo y terminรฉ de echarlo a perder.
Semanas mรกs tarde, me presentรฉ en su casa y pedรญ hablar con su padre. Expliquรฉ que tenรญa intenciones de casarme con su hija. Su sorpresa y la de toda la familia fue mayรบscula, pues nadie sabรญa de nuestras relaciones. Me prometiรณ que lo consultarรญa con ella y a los pocos dรญas volvรญ por la respuesta. El no era definitivo. Cuando aquello terminรณ, yo supe รญntimamente que mi vida acababa de dar el รบltimo giro, crucial e irrevocable, y que a partir de ese momento no habrรญa retorno posible.
Se acaba el tiempo. Curiosa expresiรณn. En realidad, no es el tiempo el que se acaba โel tiempo no se acaba nuncaโ sino nosotros. Y es el tiempo el que nos acaba. Deberรญa, entonces, decir: me acabo, si no es que me he acabado ya. Estos breves minutos han sido solo una concesiรณn, una รบltima oportunidad para explicar ciertas cosas. No sรฉ si lo he conseguido, pero tampoco creo que importe demasiado.
Hace poco alcancรฉ a cumplir la edad de Cristo. Es la edad justa, la edad del hombre, y rebasarla deberรญa considerarse siempre un agregado, un regalo inmerecido. Nada sustancialmente nuevo nos ocurrirรก despuรฉs de ella y el que tenemos a los 33 es nuestro verdadero rostro, el de quien realmente somos. La antesala fue una temporada rara, de sueรฑos y presagios. Hace unos meses tuve un encuentro aciago. Salรญa del teatro con un amigo y entramos a un bar a tomar algo. De pronto apareciรณ un grupo de gitanas ofreciendo sus servicios. Supersticioso como soy, no tenรญa la menor intenciรณn de aceptarlos, pero una de ellas se parรณ decidida frente a mรญ y se me quedรณ mirando fijamente con sus ojos verdes. Sin darme cuenta, casi en contra de mi voluntad, le extendรญ la palma de la mano. Ella la tomรณ, la auscultรณ con cuidado y dictaminรณ: โAmas a las mujeres, pero les temes. Tienes miedo de ser padre, y no lo serรกs nunca.โ Hizo una pausa y, como leyendo mรกs atentamente una lรญnea, concluyรณ: โVas a morir asfixiado.โ Me estremecรญ, retirรฉ la mano rรกpidamente y salรญ apresurado del bar. Afuera, recordรฉ que las mujeres que adivinan el futuro es porque lloraron en el vientre de su madre.
Las รบltimas semanas tuve varias veces el mismo sueรฑo. Es de madrugada, hace frรญo y la ciudad estรก completamente desierta, envuelta en una atmรณsfera extraรฑa, como bajo el agua. Nada se escucha salvo, a lo lejos, la llamada a misa de una iglesia. Yo, que no sรฉ si estoy vivo o muerto, voy errando por calles desconocidas y, de pronto, a la vuelta de una esquina, la veo a ella, mi primer amor, cubierto el rostro con un velo negro y las manos con guantes del mismo color. No la distingo bien, pero tengo la certeza de que es ella. Sรบbitamente, impulsado por un viento extraรฑo, me veo a su lado. Ella estira las manos, yo las tomo y por un momento las reunimos entre su pecho y el mรญo. Finalmente estamos juntos, para siempre, mรกs allรก del tiempo, pero esta sensaciรณn apenas dura un minuto. De repente, me asalta una duda atroz y el sueรฑo adquiere tintes de pesadilla: sus manos, ยฟestarรกn cubiertas de piel o, debajo de la tela, habrรก solo huesos? Los guantes, por fortuna, me impiden saberlo. Poco despuรฉs, la visiรณn se desvanece.
Mi imaginaciรณn, fรบnebre y egรณlatra, me representรณ muchas veces cรณmo serรญa la agonรญa de las mujeres que he amado y si, antes de exhalar su รบltimo aliento, tendrรญan un pensamiento para mรญ. Hoy he sido yo quien despertรณ con un sabor extraรฑo en la boca โhรกlito de tumba, hierba amarga, tรณsigo postreroโ y una opresiรณn grande en el pecho; no podรญa respirar. Hoy he sido yo quien mirรณ el desconsuelo y la angustia en los ojos de quienes me rodeaban. Hoy he sido yo quien sintiรณ desde temprano que en la habitaciรณn habรญa alguien mรกs, que se sentaba en mi cama y me oprimรญa con sus brazos, la รบltima y definitiva enamorada.
Dentro de poco, concluidos estos extraรฑos minutos de gracia entre la vida y la muerte, averiguarรฉ finalmente si fuera de la cรกrcel del tiempo hay algo o nada. No tengo miedo y espero que tenga razรณn aquel que dijo que los hombres que han amado y han sido amados por las mujeres atraviesan el Valle de la Sombra con menos sufrimiento y menos temor.
Ustedes se quedan aquรญ un rato mรกs, solo un rato mรกs; unos minutos, en realidad, pues todo el tiempo, los siglos de los siglos, los aรฑos, los meses, las horas, son solo eso, unos minutos. Aquรญ, donde aรบn hay tiempo. ~
(Xalapa, 1976) es crรญtico literario.