Imagen: Juan Barak/EFE/EFEVISUAL

A la frontera norte llegan migrantes, tropas e incertidumbre

Después de las elecciones intermedias en Estados Unidos, el presidente ha enfatizado su discurso antiinmigrante. Y a ambos lados de la frontera, tanto las tropas enviadas como las personas migrantes esperan en la incertidumbre conocer qué pasará con su futuro.
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Las personas que apoyan la construcción de un muro en la frontera sur de los Estados Unidos creen que la frontera divide dos mundos diferentes. Durante las elecciones intermedias en Estados Unidos, esas personas hicieron un dibujo muy claro de los dos mundos que perciben por un lado, dicen, está el país que aman; por el otro, están las amenazas al futuro de ese país imaginario. En los días previos a la elección, de lo que más se habló ­–en tono de amenaza– fue de la caravana migrante. El presidente Donald Trump dijo que los migrantes de la caravana son criminales; también dijo que el Partido Demócrata financió la caravana, y que esta incluye personas infiltradas del Medio Oriente. Naturalmente, no hay evidencia que sustente sus declaraciones. Pero a Trump y a quienes repitieron su retórica, no les importa tanto la verdad. Han aprendido que la verdad no gana elecciones. En la política, las emociones son el arma más poderosa.

El seis de noviembre, en algunas elecciones en estados fronterizos, la estrategia parece haberles funcionado. En Texas, por ejemplo, Ted Cruz venció a Beto O’Rourke, un demócrata que creció en El Paso y que criticó los comentarios de Trump sobre inmigración por ser falsedades dirigidas a crear “un mundo oscuro de miedo, aislamiento, y separación.” Cruz, por su parte, aprovechó la caravana para generar miedo e indignación entre los votantes. “Hay una caravana ahora que está marchando al norte,” Cruz dijo durante un acto electoral.  “Yo estoy esperando ver a Beto O’Rourke comenzar a dirigir la caravana.” 

Antes de la elección, sin embargo, los políticos no solo hablaron de la supuesta amenaza que representa la caravana. Acompañaron sus palabras con acciones: una semana antes de que los votantes fueron a las urnas, Trump anunció que iba a desplegar casi 6,000 tropas a la frontera sur para estar preparados para la llegada de la caravana.  Fue una decisión a usar el ejercito—un organismo supuestamente apolítico—para un propósito obviamente político: motivar sus seguidores a votar en las elecciones inminentes.  

El 13 de noviembre, una semana después de las elecciones, los primeros miembros de la caravana llegaron a Tijuana, donde ahora enfrentan a una situación compleja, debido en parte a la decisión de Trump a emitir una orden ejecutiva que denegó el asilo a los inmigrantes que entran el país sin permiso legal. El lunes, un juez emitió una orden en contra de la orden ejecutiva, y aunque la sentencia tiene efecto durante un mes, no sabemos cuál será la resolución final del caso. Mientras tanto, las declaraciones del presidente Trump que Estados Unidos no aceptará a ningún miembro de la caravana han contribuido a crear una realidad caótica en Tijuana. La ciudad no estaba preparada para la llegada de la caravana; fue evidente en la falta de recursos disponibles—comida, hospedaje, trabajo—a pesar de los esfuerzos notables de muchos grupos humanitarios.

Algunos tijuanenses perciben la caravana como una amenaza y lo manifestaron a gritos. Dicen lo mismo que Trump ha dicho: que representa una invasión. Argumentan que hay una manera correcta para entrar al país, y que su ciudad, con sus propios residentes en situaciones complicadas, no puede soportar la llegada de los migrantes. La situación se agrava porque el objetivo de la mayoría de las personas que integran la caravana es cruzar la frontera para pedir asilo en Estados Unidos. Este proceso, como queda claro, podría tardar meses en resolverse, si acaso se llega a una solución. Lo único que es seguro ahora en Tijuana es la incertidumbre.

Al mismo tiempo, el futuro de las tropas que el presidente Trump desplegó a la frontera tampoco es claro. El lunes, hubo reportes que el gobierno comenzaría a retirarlas. Pero al mismo tiempo, el miércoles, un reporte del Military Times reveló que la Casa Blanca había firmado una orden que autoriza a las tropas a usar la fuerza para proteger a los agentes de la Patrulla Fronteriza en caso de una confrontación violenta con los migrantes. Antes, por la ley, las tropas solo estaban permitidas a usar fuerza en defensa propia. Como el New York Times señaló esta semana en su podcast The Daily, para las tropas enviadas no hay mucho para hacer. Y a algunos les frustra el hecho de que fueron usados como peones políticos. Además, el jueves, Trump amenazó que podría cerrar la frontera sur por completo si la situación se descontrola.

La militarización de la frontera es una tendencia que ya lleva años en los Estados Unidos, pero ahora parece que se ha ido acelerando. Esta tendencia, por supuesto, queda demostrada por el incremento de recursos que el país dedica a la seguridad fronteriza: Según un análisis del American Immigration Council, desde 2003 a 2016, el presupuesto  de la Patrulla Fronteriza se ha incrementado más de doble, de $5.9 mil millones a $13.2 mil millones por año. La frontera sur del país es un lugar complicado, sin llegar a ser una zona de guerra. En algunas secciones está delimitada por un muro, en otras por una valla, y en otras solo hay desierto abierto. Es una zona donde operan coyotes despiadados, donde algunos trafican drogas, donde mueren muchos intentando cruzar un desierto cruel e implacable. Pero también es una zona multicultural, una zona donde personas de ambos países comparten sus vidas diarias y sus sueños, una zona con aspiraciones.

Muchas persona en Estados Unidos, tanto civiles como funcionarios y políticos, no ven este lado de la frontera. Quizás porque es más fácil pensar a la frontera como una narrativa sencilla, binaria. Quizás porque generar miedo requiere menos trabajo que promover esperanza.

En Estados Unidos, no sabemos si será el miedo o la esperanza lo que anime a las políticas migratorias en los próximos dos años. Hace dos semanas, muchos políticos nuevos fueron elegidos, y ahora el control del gobierno no está en las manos de un solo partido:  las demócratas retomaron el control de la cámara de diputados. El cambio parcial de poder en el Congreso impactará al resto de la presidencia de Trump. Ahora, probablemente será más difícil para Trump y su partido hacer avanzar su agenda legislativa. Pero no queda duda que la retórica divisiva sobre la inmigración, demostrada en las elecciones y magnificada en torno a la caravana, seguirá.  Un ejemplo es el congresista republicano Andy Biggs, recientemente reelegido en Arizona,  quien está aprovechando la caravana para insistir que el Congreso financie la construcción del muro fronterizo propuesto por el presidente Trump. Su postura, además, no es única.

A ambos lados de la frontera hay voces que dice que la inmigración ilegal representa una crisis. Es un sentimiento que ha sido repetido por muchos medios y personas al hablar sobre la caravana en particular, y la frontera en general. Pero ahora en Estados Unidos, tenemos una oportunidad. Nuestras políticas, obviamente, tienen efectos que resuenan más allá de nuestra propia frontera. Tenemos que decidir si la crisis real es que personas están intentando a cruzar la frontera en búsqueda del sueño americano—o si la crisis real es que tenemos un sistema migratorio que está roto, y un país tan divido que no hemos intentado a arreglarlo.

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