En los últimos días el insondable drama que afecta a los venezolanos ha alcanzado la máxima intensidad imaginable, una realidad a la vista y aceptada por todos. La respuesta popular también ha sido totalmente previsible, como lo reflejan el clamor de las cacerolas en toda Venezuela, la proliferación de pistoleros en los barrios y de empoderados organismos súper armados y súper protegidos por el Estado.
Resaltan cuatro consignas espontáneas que se han regado mayoritariamente: agua, gasolina, electricidad y hambre. Aunque en todas las manifestaciones brillan otras urgencias, las cuatro mencionadas se repiten, como los tres mosqueteros y D’Artagnan, en todas las quejas. Lo que hace difícil el manejo de tan penumbrosa tragedia es que la oposición no quiera respaldar las dádivas gubernamentales por temor a que se le acuse de colaboracionista. Aún en esos casos, lo honrado es respaldar el hecho natural de que el pan llegue a todas las bocas y el combustible a todos los medios de transporte. La ayuda humanitaria es válida, venga de donde venga, y promuévala quien la promueva. De ahí, nadie debe sacarnos.
Sería fácil decir que la negociación Irán-Venezuela en marcha no implica nada más que satisfacer parcialmente el clamor nacional por gasolina, transporte y comercio.
Pero aparecen una serie de variantes que ponen en peligro valores fundamentales que Venezuela siempre ha esgrimido para su bien. Uno de ellos es el principio de neutralidad nacional en el intrincado y explosivo tramado diplomático del cercano oriente, tan cruzado de guerras y tan amenazado de desenlaces terminales, incluso nucleares. Pues bien, en la negociación comentada, Maduro ha sacrificado de un plumazo nuestra neutralidad, tan vital en un área geopolíticamente asediada. Pareciera, incluso, que la negociación comenzó a estructurarse desde aquella incomprensible ruptura con Israel, en enero de 2009, en la cual no cayeron ni siquiera Egipto y otros países que han reconocido con razón al Estado judío.
¿Por qué el entonces presidente Chávez, sin ser provocado ni poco ni mucho, dio ese paso tan inusitado de romper relaciones con quien las llevábamos en tranquila y normal convivencia? Desde entonces, han corrido insistentes rumores acerca de la presencia en nuestro país de Hezbollah, que podrían ser antecedentes de este abandono por el gobierno madurista de la histórica y provechosa neutralidad venezolana, al alinearse con el antiguo imperio persa, de la dinastía aqueménida, fundado por el gran conquistador Darío I.
Los cinco buques que, partiendo del Golfo Pérsico, podrían llegar entre el 22 y el 25 de mayo, según declaró Miraflores, apenas podrán satisfacer el consumo venezolano por quince días, según especialistas petroleros solventes como José Toro Hardy.
Imaginemos la frustración colectiva y el resonar de cacerolas incrementado después de la euforia de dos semanas. Por eso, debe haber otras operaciones complementarias. Se ha hablado de la activación, con asesoramiento iraní, de las refinerías El Palito y Cardón, y ahora se plantearía la creación de una línea para el abastecimiento permanente de gasolina a Venezuela, pero esa operación se considera inviable financieramente.
Se ha dicho que los primeros pagos se han efectuado con oro venezolano, y se menciona la solicitud de devolución del depositado en el Banco de Inglaterra, todo lo cual agravaría la caída abrupta de las reservas internacionales de Venezuela y el envilecimiento sin pausa de nuestro signo monetario, el bolívar.
Se afirma y se confirma que Venezuela está en trance de dejar de ser un país petrolero: su producción, según la OPEP, se situó, en marzo 2020, en apenas 660 mil bpd. Pero para esta fecha, conforme al plan de negocios de PDVSA, debería estar produciendo entre 3 y 5 millones bpd. El problema que acarrea la decadencia de su principal producto de exportación y fuente de divisas de ingresos fiscales es que no hay sustituto para el petróleo en esas funciones vitales. La economía real está en estado de coma, después de haber alcanzado un interesante desarrollo y diversificación, debido a la funesta política de estatizaciones, dictada por impulsos ideológicos y sus masivos controles que hicieron caer sobre Venezuela una crónica e imparable hiperinflación, acompañada de una recesión que ha colocado al país más próspero de la región en el último lugar, de acuerdo con los indicadores mencionados.
Aturde la relación de los signos de la decadencia de Venezuela. De ser el primer productor y exportador de petróleo del mundo, a colocarse en la puerta de salida de la OPEP. De ser uno de los cinco grandes países petroleros fundadores de la OPEP, a conservar una precaria presencia en la poderosa organización que reconoce por padre a Juan Pablo Pérez Alfonzo.
Y del nivel de vida holgado, que autorizaba optimismo y esperanza, al estado miserable al que hemos sido reducidos. Por ironía del destino, la segunda figura del régimen de Maduro, el señor Diosdado Cabello, escogió este momento, plagado del ruido de las cacerolas y hundido en la desesperanza, para declarar que Venezuela se ha convertido en el mejor lugar del mundo para vivir.
Es escritor y abogado.