Democracia on demand

Hasta hace no tanto, el mundo analรณgico limitaba nuestra interacciรณn con los medios de comunicaciรณn y la tecnologรญa a un consumo pasivo.
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Hemos alcanzado el horizonte de sucesos. Durante aรฑos, Occidente se asomรณ al abismo del agujero negro, logrando escapar a su atracciรณn en el รบltimo instante. Salvamos el euro y la Uniรณn Europea, y contuvimos a la extrema derecha. Pero con el Brexit sobrepasamos el punto de no retorno. Y, ahora, la victoria de Donald Trump ha venido a confirmar la transformaciรณn del orden liberal imperante desde la caรญda del comunismo.

La democracia representativa estรก en crisis. Puede observarse en el cuestionamiento de sus atributos definitorios: el pluralismo retrocede ante el avance de los populismos, el imperio de la ley se supedita a la voluntad, la legitimidad de los resultados electorales se pone en entredicho, la libertad de prensa se contesta y la protecciรณn de las minorรญas ya no es una bandera.

La crisis de la democracia representativa tiene raรญz en la ruptura de su modelo de mediaciรณn. La ruptura de la mediaciรณn comenzรณ hace varias dรฉcadas, propiciada por el cambio tecnolรณgico. Primero se manifestรณ en la cultura y, una vez permeรณ socialmente, solo era cuestiรณn de tiempo que irrumpiera tambiรฉn en el plano polรญtico.

Hasta hace no tanto, el mundo analรณgico limitaba nuestra interacciรณn con los medios de comunicaciรณn y la tecnologรญa a un consumo pasivo. La libertad de elecciรณn estaba restringida a un puรฑado de canales de televisiรณn, de emisoras de radio, de diarios de papel. Nos tragรกbamos la pelรญcula que pusieran a la hora de la cena, sintonizรกbamos siempre la misma radiofรณrmula, con la esperanza de que sonara aquella canciรณn, y nos informรกbamos cada dรญa por un periรณdico que nos proporcionaba un relato ideolรณgico y vital.

En polรญtica, aquello se tradujo en un momento del gobierno representativo que Bernard Manin bautizรณ como โ€œdemocracia de audienciaโ€. Era el gobierno de los expertos en comunicaciรณn, que se relacionaban con los electores a travรฉs de los mass media de forma unidireccional.

Pero el desarrollo tecnolรณgico ha transformado ese mundo. Y tambiรฉn lo ha fragmentado. Hoy, podemos escuchar de forma instantรกnea casi cualquier canciรณn gracias a Spotify, Netflix nos oferta un amplio abanico de series y pelรญculas, y tenemos un sinfรญn de canales de informaciรณn digitales que nos permiten hacer un consumo activo de informaciรณn y contenidos culturales, relacionรกndonos de forma bidireccional con la tecnologรญa.

El otro dรญa abrรญ Twitter y encontrรฉ la lista de tendencias presidida por un hashtag patrocinado: โ€œ#EligeTodoโ€. Era publicidad de un conocido operador de telefonรญa e internet, pero definรญa muy bien el momento que vivimos. Queremos poder elegir todo sin intermediarios. Uber nos permite elegir a nuestro taxista, Blablacar, a nuestro conductor; y los comparadores de internet nos permiten reservar un viaje sin pasar por la agencia, contratar un seguro sin pisar una oficina, abrir una cuenta bancaria sin acercarnos a la sucursal, comprar zapatos sin que nos atienda un dependiente en una tienda.

El progreso tรฉcnico puso en marcha la ruptura de la mediaciรณn, y esa misma demanda ha llegado ya a la polรญtica. Como en el caso de la tecnologรญa, el primer sรญntoma fue la fragmentaciรณn, en este caso de los sistemas de partidos: la dicotomรญa de clase habรญa dejado de ser suficiente para explicar la pluralidad del mundo posmoderno.

De entre todos los nuevos partidos que han ido emergiendo, no es casual que los mรกs exitosos hayan sido los populistas. Lo curioso de la nueva oleada de populismo es que se trata de un producto polรญtico tรญpico de su tiempo y, sin embargo, se alimenta, en buena medida, de la frustraciรณn y la reacciรณn que genera el momento histรณrico.

El populismo prescinde de la mediaciรณn al proclamar que es el pueblo, y no sus representantes, el que ha de ejercer el mando de forma directa. Asรญ, los partidos populistas construyen su discurso cuestionando los atributos de la democracia representativa y tratando de diferenciarse de sus oponentes trazando una divisiรณn entre la gente corriente y el establishment. El populismo dice inscribirse en el primer grupo y, por ello, estas formaciones rechazan ser autรฉnticos partidos polรญticos. De hecho, sus lรญderes niegan ser polรญticos profesionales, y por ello adoptan un estilo directo, cercano, alejado de la correcciรณn de los polรญticos tradicionales, que transmite autenticidad.

Con la ruptura de la mediaciรณn, la democracia de audiencia ha dado paso a un modelo que podemos denominar democracia on demand, propio de las sociedades de consumo posmodernas, en el que el votante, lejos de ser un sujeto pasivo, quiere liderar cada elecciรณn.

Y el cambio facilitado por la tecnologรญa no ha sido inocuo desde un punto de vista social. No solo porque ha tenido un impacto severo sobre el empleo, haciendo prescindible un buen nรบmero de puestos de trabajo que pueden ser sustituidos por mรกquinas, con la consiguiente brecha de desigualdad que ello genera. No solo porque el progreso tรฉcnico haya acelerado el proceso de globalizaciรณn, extendiendo el mercado laboral, ampliando los horizontes de deslocalizaciรณn e intensificando los flujos migratorios.

El desarrollo tecnolรณgico fragmentรณ el espectro de los medios de comunicaciรณn. Las posibilidades digitales han multiplicado la oferta de informaciรณn, y ese crecimiento notable de la competencia ha obligado a los medios a diferenciarse y buscar audiencia por medio de estrategias que a menudo se traducen en amarillismo y polarizaciรณn. Algo parecido sucede con los sistemas de partidos: el auge de nuevas formaciones genera nuevas necesidades de diferenciaciรณn y encona el debate polรญtico. Y ambos procesos se retroalimentan, dada la estrecha relaciรณn que existe entre los medios de comunicaciรณn y la polรญtica.

Este clima de polarizaciรณn permea socialmente, pero los ciudadanos no son meros receptores de las consecuencias que el aumento de la competencia ha tenido sobre los medios y los sistemas de partidos. Ahora son tambiรฉn parte activa en este proceso de divisiรณn. La apariciรณn de las redes sociales ha facilitado la proliferaciรณn de burbujas de informaciรณn e interacciรณn que nos permiten mantenernos aislados de todo lo que no nos gusta. Hemos generado nuestra propia comunidad de afines en Twitter o Facebook, cuyos algoritmos nos eximen de la incomodidad de afrontar disonancias cognitivas. Evitamos las informaciones y a las personas que retan nuestros puntos de vista, al mismo tiempo que nos rodeamos de todo aquello que refuerza nuestras posiciones. Asรญ, paradรณjicamente, nos relacionamos con mรกs personas y consumimos mรกs medios que nunca antes en la historia y, sin embargo, estamos aislados.

Y las divisiones propiciadas por la tecnologรญa no acaban aquรญ. Las burbujas de noticias tienen contornos amplios, que no se pueden circunscribir a una ciudad, incluso a un paรญs. En el mundo analรณgico el consumo de informaciรณn era relativamente homogรฉneo y nacional. Todos disponรญamos de la misma informaciรณn, presentada con los matices ideolรณgicos que tuviera el periรณdico, la televisiรณn o la emisora de nuestra preferencia; y compartรญamos la misma agenda. Los medios construรญan un hilo narrativo para los consumidores: eran prescriptores.

Ahora, puedo leer el editorial de El Paรญs, buscar a mi columnista favorito de El Mundo, desayunar con la crรณnica de la victoria de Trump en The New York Times y seguir con una tribuna en The Guardian. Los diarios de cabecera han sido sustituidos por burbujas de informaciรณn construidas por afinidades. De este modo, los medios han dejado de ser prescriptores, pero eso no ha hecho disminuir su influencia: las burbujas en las que se insertan modelan nuestras opiniones y nuestra cosmovisiรณn.

Y lo hacen a una escala que ya no es nacional. Los millennials consumimos la misma informaciรณn, las mismas series, la misma mรบsica o la misma moda en todo Occidente, de modo que mi burbuja de afinidades se parece mucho mรกs a la de un joven de Los รngeles, Berlรญn o Londres que a la de mi vecina de abajo. De este modo, la tecnologรญa ha propiciado otra clase de divisiรณn entre consumidores de informaciรณn digital y analรณgica, generando una brecha entre la ciudad y el campo, y tambiรฉn entre generaciones.

A menudo se dice que las divisiones ideolรณgicas y de clase han sido superadas por la confrontaciรณn entre sociedades abiertas y sociedades cerradas. Esa dicotomรญa tiene mucho que ver con la tecnologรญa y sus burbujas de influencia, que fomentan el cosmopolitismo entre los consumidores de informaciรณn digital, al tiempo que las generaciones mรกs envejecidas, rurales y empobrecidas reaccionan replegรกndose ante las amenazas de un mundo extraรฑo y cambiante.

El mundo de la democracia on demand que protagonizarรก las prรณximas dรฉcadas es un mundo polarizado por el progreso tรฉcnico. La mayorรญa de estas divisiones podrรญan mitigarse conforme el reemplazo generacional permita una distribuciรณn mรกs homogรฉnea de la tecnologรญa. Sin embargo, es previsible que el desarrollo cientรญfico siga acelerรกndose, obligando a una adaptaciรณn constante que siempre dejarรก a un sector de la sociedad atrรกs. Hasta ahora, las revoluciones tรฉcnicas venรญan espaciadas por siglos, de modo que proveรญan un margen amplio para la adaptaciรณn. No sabemos cรณmo responderรก el gobierno representativo al reto de vivir en una revoluciรณn tecnolรณgica permanente.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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