El juego de sillas del nuevo Congreso

Comienza la XIII investidura con aspavientos, provocaciones de los políticos independentistas presos y discusiones sobre protocolo.
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“Cada uno de nosotros somos del pueblo, pero ninguno somos el pueblo”: El primer discurso de la nueva presidenta del Congreso, Meritxell Batet, estuvo lleno de aciertos. “Ninguno de nosotros, individualmente, ni ninguno de nuestros partidos por sí solo, representa en exclusiva a España, ni a ninguno de sus territorios, ni a la voluntad de toda la ciudadanía.” Ha dicho obviedades importantes, que a menudo hace falta recordar. “Siempre, y en todas partes, hay un otro legítimo y distinto, al que solo podemos exigir el respeto a la ley. Solo cuando el Congreso habla con voz unánime deberíamos decir, y aun con cautela, que expresa la voluntad del pueblo, de todo el pueblo. Solo cuando habla desde un amplio consenso, podemos afirmar que nos acercamos a esa aspiración.” El discurso provoca melancolía. Pocos aplican en la política real esas recomendaciones, entre ellos el partido del que forma parte Batet.

Por imperativo legal: los nuevos diputados tomaron posesión ayer en el Congreso de los Diputados. Usaron fórmulas diferentes de juramento o promesa. Las más llamativas fueron las de los políticos presos: “por la libertad de los presos políticos, por el retorno de los exiliados, por la república catalana y por imperativo legal, sí, prometo”. Mientras pronunciaban estas palabras (cada diputado independentista con algunas variaciones), los diputados de Vox y alguno del PP daban golpes en la mesa. Las fórmulas imaginativas de promesa o juramento suelen aceptarse, pero llama la atención la cantidad de matices que algunos diputados necesitan poner para justificar su presencia en las instituciones. Parece que el verdadero imperativo legal para ellos es tener que estar ahí.

Si la presencia en el Parlamento Europeo de Nigel Farage, del UKIP, ha resultado siempre extraña (cobra de la UE para acabar con ella) la situación de los políticos independentistas presos, que utilizan los escaños en el Senado, el Congreso y, después del domingo que viene, el Parlamento Europeo para forzar el sistema resulta aún más exótica. Pero no solo buscan forzar la maquinaria de las instituciones, sino algo más prosaico e incluso desesperado: que no les olviden. El procés se alimenta de la memoria colectiva de la represión, el exilio y la cárcel. Sus partidarios van a mantener vivo el relato del otoño del 2017 y los políticos presos. Lo que realmente asusta a los políticos independentistas es que el resto del país se olvide.

Juego de sillas: Como todo partido nuevo, Vox ha luchado por las mejores sillas en el Congreso. Su obsesión con salir en la foto del hemiciclo recuerda a la de Podemos hace años cuando se quejó de tener diputados en las filas de arriba, donde no podían salir en la foto. En esta ocasión, los líderes de Vox se colocaron rápidamente detrás del presidente. El congreso como espacio de apariciones y posicionamiento (esta vez, físico: hay que pillar las mejores sillas).

Puestos catalanes: Manuel Cruz y Meritxell Batet presidirán el Senado y el Congreso. Ambos son catalanes. Para Xavier Vidal-Folch, esto acabará con el victimismo de los independentistas, que llevan décadas quejándose del ninguneo a los catalanes en las instituciones estatales (en su artículo, sin embargo, Vidal Folch profundiza en ese relato victimista: “[los catalanes] desde hace decenios no encabezan ninguna gran institución”). Es una posición ingenua. El independentismo está en una nueva fase. Si no le gustaban este tipo de gestos a Pujol hace veinte años (incluso las propuestas de Aznar de dar ministerios a políticos de CiU), es menos probable aún que contenten a los independentistas de hoy, con políticos en la cárcel y en mitad de un juicio mediático. En un artículo en El País, Francesc de Carreras escribe: “Hubo innumerables cesiones en los acuerdos de transferencias, en la financiación de las comunidades autónomas, en traspasos en materias de policía autonómica y carcelaria por vías extraordinarias, en la supresión de los gobernadores civiles, en política lingüística. Innumerables actuaciones para apaciguar a los nacionalistas sin efecto alguno.” En España, la política de la identidad solo existe con los catalanes. Hemos inventado una especie de discriminación positiva que no interesa ni buscan los independentistas, pero que hace sentir mejor a quienes la proponen.

El ruido de la oposición: Ciudadanos es la oposición de facto. Tiene la iniciativa y hace más ruido que el PP de Casado, que sufre desde la debacle del 28 de abril una extraña y poco creíble reconversión al centrismo (Casado ha llegado a decir que ese mantra políticamente incorrecto de “sin complejos” en realidad significaba que eran moderados: “No tener complejos es lo que nos hace moderados”). Ayer Rivera se enfrentó a la presidenta de la Cámara, a la que acusó de permitir que se hablara de “presos políticos”, algo que, según él, atacaba el decoro de la Cámara. Más allá de si tiene o no razón (si piensas que eres un preso político y que España no es una democracia, ¿estás realmente acatando la Constitución?), en su intento de mantener la atención, Rivera corre el riesgo de basar su oposición en el aspaviento y el rifirrafe, en ser el primero en saltar para protestar y gritarle al árbitro que ha habido falta.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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