El misterio argentino

No hay una respuesta única para explicar qué ha pasado con Argentina. 
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Cualquier artículo que anuncie enigmas argentinos en estos tiempos de futbol remitiría al lector al equipo que ha arrastrado Messi hasta octavos de final. La selección de Argentina esconde sus misterios, es cierto: es difícil explicar cómo jugadores que brillan en otros equipos, no pueden armonizar sus talentos en la selección. Pero el enigma que me interesa –y que busca también, como reflejo, alimentar nuestro optimismo por lo que pudo haber sido nuestro destino político y económico reciente y afortunadamente no fue– no es el futbol, sino la extraña trayectoria de Argentina en la última centuria.

El último episodio de la historia se anunció a mediados de junio. La Suprema Corte de los Estados Unidos dictaminó en contra del gobierno argentino, que había pedido que la Corte anulara la decisión de una corte menor que obligaba al gobierno argentino a pagar a aquellos acreedores que se habían negado a renegociar su deuda con Buenos Aires después del default masivo de 2001.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner acusó a la Corte de “extorsionar” a su país y calificó de “buitres” a las agencias de fondos de inversión que habían comprado títulos de deuda argentinos.  Más allá de posibles extorsiones y buitres –los capitales peregrinos nunca han sido instituciones filantrópicas- lo que Argentina debe, en este caso a Elliot Management, es parte de su deuda soberana y deberá cubrirla para tener nuevamente acceso al mercado financiero internacional.  Tendrá que renegociar, además, en una situación crítica.

La economía está en estado comatoso: las reservas han caído desde 2010, de 50 billones (anglosajones) de dólares a 34, y se desplomarán a 18 billones cuando Kirchner deje el poder en 2015. El déficit fiscal ha crecido año con año y el gobierno ha tratado de cubrirlo imprimiendo moneda. El resultado es una tasa de inflación de 25%, un peso sobrevaluado, el florecimiento del mercado negro de divisas y un pronóstico de crecimiento del PNB de apenas 0.5% para 2014. Argentina se ha convertido en un ejemplo inmejorable de la catástrofe económica que resulta de un Estado interventor que gasta a manos llenas, nacionaliza empresas que no puede administrar, erige barreras arancelarias que castigan el precio de las exportaciones, y reparte subsidios y controles de precios a diestra y siniestra.

La salud política del país es aun más delicada. En once años, los Kirchner han debilitado la trama institucional, legislado a modo para imponer su modelo populista, alimentado la polarización, y empujado al país hacia el autoritarismo, acallando críticos y destruyendo sus empresas –como pretende hacerlo Kirchner con el grupo Clarín.

Este es el mismo país que hace cien años, en vísperas del asesinato del archiduque austríaco en Sarajevo, tenía un nivel de vida más alto que el de Francia y Alemania, era una de la decena de naciones más prósperas del planeta: el único país de América Latina que formaba parte de la élite de naciones desarrolladas.

¿Qué pasó con Argentina? Nadie ha encontrado una sola respuesta, porque a Argentina le pasaron muchas cosas: una oligarquía terrateniente decimonónica, miope y dispendiosa (hecha de la misma pasta que los henequeneros yucatecos porfirianos), que descuidó la educación, evitó que la prosperidad se derramara a todos, importó tecnología en vez de producirla, se aferró a un modelo exportador de materias primas sin dar el brinco a la industrialización y endeudó al país.  Argentina padeció, sin encontrar salidas, el proteccionismo que siguió a la Primera Guerra y el cierre de los mercados británicos y la depresión de 1929. Como otros países deudores, en lugar de optar por la democracia y la modernidad económica, Argentina transitó al autoritarismo y la autarquía. Y finalmente, sucumbió a la tentación populista, le dio la espalda al libre mercado y al mundo, y le pasó Perón.

El proyecto peronista nunca tuvo posibilidades de éxito: la autarquía económica dio a luz una industria  protegida por aranceles y subsidios que no podía competir en el ámbito internacional y el “justicialismo” peronista resultó alérgico a la disciplina fiscal, a las libertades democráticas y a la realidad misma. A pesar de sus costos políticos y económicos, el peronismo sobrevivió  y se transformó en un caparazón ideológico inamovible, y Argentina en una nación solipsista incapaz de aprender de sus errores y de compararse, ya no digamos con el resto del mundo, sino con la promesa de su propio pasado. Su único espejo es una visión distorsionada de sí misma. Un misterio de verdad insondable.

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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