El problema de empoderarse sin tener poder

El empoderamiento de las mujeres no es una lucha moral. Es una lucha política, porque solo ganando espacios de representatividad e incidiendo en la toma de decisiones serán sistemáticas y sostenibles en el tiempo las intervenciones para “empoderarlas”.
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Cada vez que escucho sobre la “cultura del esfuerzo”, la “cultura del ahorro”, la “cultura del desarrollo organizacional” o la cultura de cualquier cosa de la que hablamos con grandes ínfulas, recuerdo la atinada conclusión de Gabriel Zaid respecto a que “hoy se llama cultura a todo lo prestigiable coquetamente, como una elegancia generosa”.

Lo mismo pasa, desde hace mucho tiempo, con la palabra “empoderar”. Desde finales de los años setenta, el concepto de “empoderamiento” se ha aplicado sin tapujos ni modestia en temas de salud pública, psicología, alfabetización de adultos, igualdad de género, pobreza o desarrollo comunitario. Todos son sujetos de empoderamiento: los niños de Save the Children, el Estado islámico y nuestras mascotas. Es un concepto que sigue tan de moda que si ustedes lo combinan con la causa social adecuada tienen el punch line de un movimiento (o por lo menos de un #hashtag). Ayer, por ejemplo, con motivo del Día Internacional de las Niñas, y usando un eslogan predecible pero irresistible (EmPOWER Girls: Before, during and after crises), distintos gobiernos e instituciones alrededor del mundo evidenciaron la vaguedad con la que se entiende qué es el “empoderamiento de las mujeres”, al enlistar bajo el mismo #hashtag propuestas como:

Después de leer decenas de tuits sobre #Empoderamiento, me quedé con una amarga sensación que, si tuviera que expresar con una imagen, sería esta:

Por suerte, poco después de ver este desolador GIF, di con la nota de Rafia Zakaria y El mito del ‘empoderamiento’ de la mujer. En ella, Zakaria resume la investigación Emissaries of Empowerment, que realizó junto con Kate Cronin-Furman y Nimmi Gowrinathan, que afirma que el discurso actual del empoderamiento de las mujeres, de corte empresarial y centrado en metas económicas, está “explícitamente despolitizando y oscurece las relaciones de las mujeres con el poder y el Estado”.

El “empoderamiento” que buscaba movilizar la conciencia política de los grupos oprimidos descansaba en tres pilares básicos: poder, concientización y libertad de elección. Pero, como señalan las autoras, el concepto de “empoderamiento” de las mujeres está tan diluido que ahora en lugar de buscar “poder” se ofrecen medios de subsistencia; en lugar de la concientización sobre las estructuras de la opresión, se les capacita para que desarrollen ciertas habilidad; y en lugar de libertad pueden elegir entre una máquina de coser, criar pollos o vacas.

El empoderamiento de las mujeres no es una lucha moral. Es una lucha política, porque solo ganando espacios de representatividad e incidiendo en la toma de decisiones serán sistemáticas y sostenibles en el tiempo las intervenciones para “empoderarlas”.

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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