Encuestas y “regulacionitis”

Asumir que un mal encuestador es un encuestador corrupto, es tener ganas de ver moros con tranchetes. La incompetencia no es sinónimo automático de perversidad
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Regular a los medios, regular a los periodistas, regular el tono de las campañas. Esto de la regulacionitis se ha vuelto una enfermedad contagiosa en México. De pronto parece que cada vez que una parte de nuestro proceso electoral no funciona a la perfección —a la altura de las expectativas de los puristas de la higiene democrática—, la solución está en apretar los amarres de la regulación.

Ahora, nuestros regulómanos tienen la mira puesta en las encuestas. Como no se comportaron a la altura de la precisión quirúrgica que se les demandaba, hay que exigirles cuentas, reducir su ventana de difusión, regularlas de una u otra manera. Algunos políticos han llegado al extremo de proponer que las encuestas se cancelen en tiempo de campaña, con todo y cárcel para quien opte —¡oh, tremendo pecado!— por dar a conocer tendencias en el sacrosanto periodo formal de proselitismo. ¡Valiente solución, sin duda! En mala hora nos asustamos los mexicanos por los desconsuelos de la democracia.

Restringir la difusión de las encuestas o imponer regulaciones absurdas a los encuestadores no redundará en beneficio alguno. Mucho menos lo hará asumir que lo que es un problema meramente técnico en realidad revela un sesgo perverso. Asumir que un mal encuestador es un encuestador corrupto, es tener ganas de ver moros con tranchetes. La incompetencia no es sinónimo automático de perversidad. Lo que las encuestas en México necesitan es una mayor profesionalización, una revisión de los modelos que, aparentemente, nos han quedado a deber después de lo que pasó en julio. Pero son los propios encuestadores los que deben mirarse al espejo y revisar sus maneras. La autoridad no tiene por qué intervenir para estandarizar prácticas ni para borrarle confusiones al electorado. Esa autoridad noble y buena que reduce el desaseo democrático me provoca auténtica desconfianza. En esto, como en otras cosas de nuestra democracia, los obsesivos de la regulación deberían mejor apostar por proteger la libertad del elector, incluso la libertad de equivocarse. Tratar al electorado como un niño al que hay que llenarle la casa de medidas de seguridad para que no se tropiece en el proceso de decidir quién lo gobernará, se antoja no solo contraproducente sino ridículo: en la ciudadanía como en la paternidad, los adultos no se construyen entre algodones. Si un ciudadano opta por creerle a un mal encuestador, que así sea. Las autoridades no tienen por qué guiar a ese votante hipotético en una dirección “más informada”.

Lo que realmente necesitamos en México es a una figura como Nate Silver, el mago de la estadística que desarrolló un modelo de análisis de las encuestas en Estados Unidos para ofrecerle al electorado una interpretación precisa de las tendencias electorales. Para desarrollar su modelo, Silver tomó en cuenta la historia, los métodos y hasta la sospecha de sesgo de las casas encuestadoras para filtrar los sondeos que cada empresa dio a conocer durante la campaña de 2012. El resultado fue un fascinante ejercicio matemático que, sin histerias propias de fanáticos de la conspiración, ofreció un diagnóstico muy claro del probable rumbo del sufragio. Nadie exigió a los encuestadores estadunidenses que se ciñeran a una serie de reglas para evitar malas interpretaciones. Los encuestadores hicieron lo que quisieron y se quemaron como quisieron quemarse. Ya luego le tocó a hombres como Silver poner en su sitio a cada uno. Al final, las casas encuestadoras que cedieron al sesgo resultaron exhibidas sin necesidad de regulación alguna. En esto, como en todo, el mercado es el mejor filtro: nadie quiere trabajar con un encuestador que calcula sandeces.

Dejemos, pues, que los profesionales de las encuestas electorales en México —que son verdaderos profesionales, por cierto: gente harto preparada— revisen sus carencias. Ellos, antes que nadie, entienden la gravedad de la crisis por la que atraviesan después de sobreestimar el voto priista en la elección presidencial. Esperemos que, mientras tanto, alguien desarrolle modelos estadísticamente confiables y periodísticamente atractivos para analizar los sondeos. Y, por favor, pidámosle a la autoridad electoral que se retire (aunque sea un poco) del negocio del aseo. Como ciudadano, no necesito que nadie se ponga a esterilizar las campañas durante las que elijo, con plena libertad, a mis gobernantes.

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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