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Hacer política dentro de una caja de resonancia es mala estrategia

Ningún votante de Clinton conocía a alguien que fuera a votar por Trump; ningún votante de Trump conocía a alguien que fuera a votar por Clinton. ¡Y miren los resultados!
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Me sorprende mucho que las baterías de la rabia por el triunfo de Trump estén cargadas tan virulentamente hacia todos los electores que votaron por él. Imaginamos que todos ellos (los 59,704,886) son white trash, racistas, misóginos, miembros o por lo menos simpatizantes del KKK, rednecks, mujeres que traicionaron a su género, hispanos que le dieron la espalda a los suyos. Y cuando pasamos de la irritación a la condescendencia pensamos: ¡pobres! los poco educados, esa basket of deplorables, se dejó encandilar por Trump. Al final, el votante de Trump siempre acaba siendo un imbécil cegado por la ignorancia, un frustrado lleno de prejuicios o un miserable empobrecido. Y hay algo odioso en esa superioridad moral con la que los que simpatizábamos con Hillary demeritábamos al votante de Trump, pues hablar en absolutos solo acusa nuestra fiaca mental. Es claro que no todos los votantes de Trump son la roña de la sociedad.

Ahora también nos lamentamos de que las toneladas de papel y terabytes que The New Yorker, The Atlantic, The Nation, New York Times, Washington Post, Financial Times, The Economist, NYRBWall Street Journal y FiveThirtyEight, entre otros, gastaron en mostrar las bajezas, incompetencia, vaguedad y peligrosidad de Trump no sirvieron de nada, no permearon en “la sociedad estadounidense”. Pero les tengo noticias, esos medios no escriben para “la sociedad estadounidense” en general, sino para una élite cultural y política que en su mayor parte ya tenía su voto decidido (a favor de Clinton). Estos medios escribían para los conversos.

¿Pero qué se hizo para convencer a ese “poco educado”, que no tiene dinero para comprar una revista progre, de que Clinton era la mejor opción? Yo creo que poco, ¿por qué? Porque para convencerlos primero tendríamos que conocerlos, reconocerlos como interlocutores, ponernos en sus zapatos, escuchar sus argumentos y, entonces sí, intentar persuadirlos.

Eso no sucedió y una encuesta del Pew Research Center le pone números a ese abismo social y partidista en Estados Unidos. Hay miedo, enojo y frustración mutua.

Estos sentimientos predominan fundamentalmente porque los votantes no se conocen entre ellos, porque no se han tendido los puentes que lo permitan. Hacer campañas políticas dentro de una caja de resonancia es contraproducente: ningún votante de Clinton conocía a alguien que fuera a votar por Trump; ningún votante de Trump conocía a alguien que fuera a votar por Clinton. ¡Y miren los resultados!

Hace falta, urgentemente, una pedagogía de la democracia, que nos enseñe a conocer y reconocer al otro. Pero para eso hay que abandonar nuestra torre de marfil y empezar a cruzar algunos puentes. Acá una lección para nuestro cercano 2018, año electoral mexicano.

 

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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