Ilustración: Letras Libres

Escenarios del trumpismo

¿Qué anuncia la llegada de Trump a la Casa Blanca? ¿Será una figura de la decadencia de Estados Unidos, o llevará al replanteamiento de su papel en el mundo?
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Aún no sabemos si Trump es una figura de la decadencia imperial de Estados Unidos o una personalidad del rejuvenecimiento de la democracia liberal más vieja del mundo.

Para sus simpatizantes, Trump podría ser un avatar de Andrew Jackson, esa personalidad populista de los Apalaches que dio carpetazo a la hegemonía de la aristocracia bostoniana y virginiana, regiones de donde salieron los seis primeros presidentes de Estados Unidos. Ciertamente, Jackson, quizá sin desearlo, transformó la política estadounidense y la movió hacia una dirección más democrática.

Pero Trump también podría ser un presidente fracasado capaz de hundir a un país que está perdiendo hegemonía en el mundo. Hoy Estados Unidos produce aproximadamente el 16 por ciento del producto mundial, cuando en su apogeo contribuía con alrededor del 50 por ciento de él. El monto estratosférico de su deuda parece darle la razón a pensadores como Paul Kennedy, quien argumentó en su famoso Auge y caída de las grandes potencias (1987) que una combinación de aumento del gasto militar e incremento de la deuda pública ha llevado a la caída de los imperios en la historia humana.

Se supone que Trump llegó al poder en parte para rectificar la política de intervención militar de su país en el mundo. Ahora sabemos que no es necesariamente así.

Trump podría querer regresar a la diplomacia de cañonero (gunboat diplomacy) de presidentes como William McKinley, Theodore Roosevelt e incluso Woodrow Wilson. Con lo que quiere terminar es con las intervenciones militares y económicas de Estados Unidos por razones humanitarias. No hay en el trumpismo una teoría de la guerra justa. Sus guerras –económicas o militares– serán hegemónicas o imperiales, fundadas en la intimidación y la agresión.

Su mayor problema, sin embargo, será de índole doméstico. Aunque se presenta como alguien que cambiará diametralmente la política y sociedad estadounidense, la verdad de las cosas es que no tiene un mandato para ser un presidente totalmente transformador. No solo sus mayorías en el Congreso son más raquíticas ahora que en su primer mandato, sino que al menos la mitad de la población no está descontenta con el Estados Unidos actual.

Es muy posible que, al final del día, Trump resulte un presidente como John Tyler, Andrew Johnson, Woodrow Wilson o Richard Nixon, que tuvieron que enfrentar crisis constitucionales de amplio espectro.

El trumpismo hoy es una minoría que está intentando transformar el statu quo, pero el hecho de que sea una facción reducida no significa que pueda fracasar. Recordemos que en la historia humana las grandes transformaciones revolucionarias han sido realizadas por minorías ideológicas con gran sentido de la historia y con enorme voluntad y energía. Piénsese en los bolcheviques en Rusia o los maoístas en China.

En todo caso, no debemos ya concebir a Trump como un presidente aislado ideológicamente. Alrededor de él se ha formado una corriente de opinión con una filosofía política novedosa que ha adquirido influencia no solo en el Estados Unidos profundo, sino en Washington D.C., donde sus ideólogos han establecido think tanks.

La apuesta de Trump es arriesgada y ambiciosa. Su procedencia es la ira y el resentimiento. Su idea es eliminar el ethos gentil que hasta ahora han compartido demócratas y republicanos por un espíritu colérico que de tiempo en tiempo se ha apoderado del alma norteamericana. El filósofo Friedrich Nietzsche hablaba de “la bestia rubia” para referirse a la casta de amos que, según él, inventaron la civilización humana. Quizás “la bestia rubia” en la Casa Blanca anuncie un nuevo mundo más corrosivo, injusto y predatorio. Pronto lo sabremos. ~

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(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.


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