La izquierda ante el nacionalismo

La izquierda debe plantar cara a quienes creen que pueden quebrantar las normas que regulan la convivencia.
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Han sido muchos aรฑos escuchando que Rajoy era โ€œuna fรกbrica de independentistasโ€. Y esta acusaciรณn ha sido machaconamente formulada desde sectores progresistas. Es preciso hablar sin tapujos del complejo de la izquierda para abordar el nacionalismo, al que con demasiada frecuencia ha mirado con simpatรญa, incluso con envidia, y casi siempre con comprensiรณn. Al cabo, Espaรฑa es para muchos un paรญs rancio, nacido de un rรฉgimen autoritario del que nunca ha logrado emanciparse moralmente. La izquierda ha asido con fuerza cuantas banderas regionalistas se han ondeado, pero jamรกs ha logrado sacudirse la incomodidad ante los sรญmbolos de la naciรณn comรบn. Franco ganรณ esa batalla de apropiaciรณn de Espaรฑa, de forma que la izquierda quedรณ un poco huรฉrfana en su propia patria.

Ese nacionalcatolicismo que todos evocamos en blanco y negro vive aรบn en el colorido imaginario de alguna izquierda. Y frente a รฉl no dudรณ en saludar con afecto un nacionalismo perifรฉrico que aparecรญa como redentor y que prometรญa esa ruptura de modernizaciรณn y democracia a la que los artรญfices de la Transiciรณn habrรญan renunciado. Pero, si quizรก hubo un tiempo en que el nacionalismo sirviรณ para quebrar el absolutismo y trasladar la soberanรญa desde la monarquรญa hasta el pueblo, hace mucho que no trae ningรบn progreso: desde luego no desde 1870. Hoy en dรญa, el nacionalismo no pretende disociar un territorio de una instituciรณn autocrรกtica, sino regresar de la naciรณn diversa de ciudadanos para instalarse en un nuevo tribalismo.

Por eso, a muchos de los que nos sentimos de izquierdas, con permiso de los escrutadores de almas y los notarios ideolรณgicos, nos cuesta entender la connivencia de un amplio sector del progresismo con los separatistas. Ser de izquierdas es reivindicar la idea radical de igualdad, una igualdad que estรก por encima de las diferencias que impone el azar del nacimiento y que queda rubricada en nuestra carta de ciudadanรญa. Para la izquierda, al menos para la que ha superado la tentaciรณn colectivista, este concepto de ciudadanรญa es muy importante y entra en irresoluble contradicciรณn con cualquier reivindicaciรณn de derechos de carรกcter territorial. El individuo y no el terruรฑo. Por รบltimo, con la idea de igualdad y la nociรณn de ciudadanรญa, la izquierda ha celebrado tradicionalmente la solidaridad. Y esta fraternidad no puede tener cabida en un nacionalismo basado en la exclusiรณn y en el rencor fiscal. ยฟCรณmo puede la izquierda siquiera permanecer callada mientras el nacionalismo burguรฉs seรฑala a extremeรฑos o andaluces como perezosos subvencionados?

Tambiรฉn ha movido a la izquierda una voluntad bien intencionada de no ofender a los portadores de identidades localistas, en un ejercicio de corrupciรณn del pluralismo al que ahora es difรญcil poner freno. Y no lo digo con รกnimo de pedir cuentas o lanzar reproches, pues me temo que de esto todos somos culpables. Esa incomparecencia en la crรญtica al nacionalismo ha permitido que sea la derecha mรกs retrรณgrada la que lidere su oposiciรณn, facilitando, en รบltimo tรฉrmino, una igualaciรณn entre antinacionalistas y reaccionarios. Por fin, cuando la izquierda ha querido ser dura con los secesionistas, lo ha hecho recordando a menudo que la derecha es la culpable mรกxima de esta deriva de degradaciรณn de la convivencia.

En vรญsperas de la culminaciรณn de un proceso de demoliciรณn institucional que, aseguran los separatistas, tendrรก lugar el prรณximo 1 de octubre, comprobamos que de nada han servido las polรญticas de apaciguamiento con el nacionalismo. Descubrimos, quizรก demasiado tarde, que no habรญa un proyecto mejor, ni mรกs democrรกtico, ni mรกs moderno, tras las pretensiones nacionalistas.

Hace unos dรญas asistimos al atropello de la oposiciรณn en el Parlament, que es tanto como el atropello de la democracia. Porque es preciso recordar que la democracia no es solo el triunfo de la mayorรญa, sino, sobre todo, de las minorรญas. Que el Estado constitucional es el que garantiza la inviolabilidad de los derechos de los que son menos frente al poder de las masas. Con el aditamento de que, en este caso, las minorรญas parlamentarias representan a una mayorรญa social. Y, ayer, ese asalto se produjo en las calles de Barcelona, donde quedรณ claro lo que sabemos desde hace aรฑos: que la Diada ya no es la fiesta de Cataluรฑa, sino la celebraciรณn reivindicativa de una mitad de ella a costa de la otra, que ha sido abolida y extirpada, tanto de las aceras como de las instituciones.

Constatamos, asimismo, que la asociaciรณn de derecha y franquismo que realizan los secesionistas ha dado paso a nuevas identificaciones disparatadas: despuรฉs se aรฑadiรณ a Ciudadanos a la lista de fascistas, y mรกs tarde al PSC. Ahora es franquista hasta algรบn diputado de Catalunya si que es pot encarcelado por el propio Franco, porque aquรญ no impera mรกs lรณgica que aquella que equipara al discrepante con el enemigo. Asรญ, son muchos los que, como en la terrible enseรฑanza de Martin Niemรถller, se han sorprendido al descubrirse, tambiรฉn ellos, perseguidos. No se libra ni Jordi ร‰vole.

Es urgente abandonar el discurso que responsabiliza a Rajoy del auge independentista. Se trata de una asimilaciรณn perversa, que ademรกs tiene una lectura alternativa: los nacionalistas como motor electoral de los populares. El PP, digo, no es la causa, aunque bien es cierto que difรญcilmente podrรก aportar una soluciรณn, entendiendo por soluciรณn un arreglo constitucional que permita rebajar los niveles de tensiรณn territorial a un mรญnimo basal con el que estamos condenados a convivir.

Las instituciones que logran perpetuarse son aquellas que tienen la flexibilidad necesaria para afrontar los cambios que se van operando en las sociedades. En tรฉrminos darwinistas, una instituciรณn exitosa es aquella capaz de adaptarse a las transformaciones de su entorno. El declive institucional tiene lugar cuando al frente de las organizaciones se sitรบan personas que no cuentan con incentivos para alterar su funcionamiento. De este modo, la resistencia de las รฉlites es la mayor amenaza a la que tienen que hacer frente las instituciones. El problema de nuestro presidente es que su conservadurismo lo incapacita para el reformismo. No es el cometido de este artรญculo avanzar en las reformas necesarias, pues, con el secesionismo coaccionando al Estado, no se dan las condiciones para un debate sosegado. No obstante, Fernando R. Prieto ha escrito un artรญculo muy sugerente al respecto presentando el caso de Canadรก.

Ciertamente, Espaรฑa vive un momento complicado. Es especialmente delicada la situaciรณn que atraviesan los ciudadanos catalanes, a los que sus representantes y autoridades han conducido a un estado de excepcionalidad, con la Constituciรณn y el Estatut en suspenso, y la arbitrariedad como hoja de ruta. Es responsabilidad de todos trabajar por una Cataluรฑa en la que sus habitantes vivan sujetos a la previsibilidad e imperen la seguridad jurรญdica y la ley. Recuperar la normalidad implica un compromiso de la izquierda que plante cara a quienes creen que pueden quebrantar las normas que regulan la convivencia.

Podemos ha interpretado, en su adanismo habitual, que es una buena estrategia ponerle una vela a la Constituciรณn y otra a la independencia. Podrรญa haber anticipado los resultados de esa decisiรณn echando un vistazo al estado en que se encuentra el PSC, pero ha preferido experimentarlo en carne propia. Los hechos revisten la gravedad suficiente como para que quede descartada la ambigรผedad de una vez por todas. Ahora que hemos descubierto la naturaleza del llamado procรฉs, ahora que hemos comprobado que es un proyecto sin escrรบpulos legales, donde la separaciรณn de poderes puede vulnerarse, donde la independencia de los funcionarios es ignorada, donde las minorรญas pueden ser arrolladas. Ahora, quizรก sea un buen momento para que la izquierda se sacuda el complejo espaรฑol.

Ese paรญs rancio que para muchos es Espaรฑa ha experimentado un desarrollo econรณmico, polรญtico y social a la altura de muy pocos estados en las รบltimas dรฉcadas. Este no es un paรญs del que avergonzarse. Este en un paรญs con unos estรกndares de vida elevados y que a duras penas puede reconocerse en la tierra en la que nacieron nuestros abuelos. De lo que se trata ahora es de mejorarlo. Pero no serรก con recetas nacionalistas. Para esa tarea, todos somos imprescindibles.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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