Desde que se constatara el fracaso en la formación de gobierno, son muchos los analistas que se han lanzado a escribir sobre sus causas y sus responsables. En líneas generales, hemos visto dos tipos de artículos: los que ponían el foco en el deber ser y los que lo hacían sobre el ser.
Los primeros acostumbran a ser textos eminentemente morales: hay un culpable de que hoy no tengamos gobierno, y el culpable es este. Para sus autores, partidos y candidatos deberían haber dejado a un lado su estrategia de maximizar beneficios y reducir riesgos, tendrían que haber sido más generosos, tendrían que haber actuado en aras del bien común para que hoy pudiéramos tener gobierno. Sucede, sin embargo, que el bien común no existe. Para unos, el bien común será que gobierne la nueva izquierda. Para otros, será que no desaparezca la alternativa socialdemócrata española. Habrá quien crea que el bien común reside en la estabilidad conservadora y quien estime que la virtud hay que buscarla en el centro.
Hay un segundo tipo de análisis con el que, en general, tiendo a estar más de acuerdo. El que aborda la formación de gobierno desde el punto de vista de los incentivos de los actores que participan de la toma de decisiones. El escenario político que se inaugura tras el 20 de diciembre se parece mucho a una ratonera, en la que la configuración de mayorías requiere de, al menos, la suma de tres partidos cuyos intereses son muy difíciles de conciliar. Si presumimos el carácter racional de los actores en juego, debemos esperar de ellos un comportamiento racional. Todas las decisiones políticas se toman en un entorno en el que opera la incertidumbre. Y, dentro de este entorno dado, los actores perseguirán la maximización de sus preferencias y la reducción de daños.
La preferencia de Podemos es arrebatarle al PSOE la hegemonía de la izquierda. La preferencia del PSOE es mantenerse como la alternativa de gobierno al PP. La preferencia de Ciudadanos es consolidar un gran espacio político en el centro desde el que seguir creciendo. La preferencia del PP es conservar el gobierno. A la vista de estas premisas, Podemos no tiene incentivos para dar aire a un PSOE y un Pedro Sánchez que estarán en apuros si no gobiernan. Pero el PSOE tampoco tiene incentivos para irse a la cama con quien ha declarado abiertamente que quiere sustituirle. De igual modo, el PP no tiene ningún incentivo para dar el gobierno a cualquier otro partido. Y el electorado de Ciudadanos no perdonaría que Albert Rivera apoyara un ejecutivo en el que estuviera Iglesias.
De estas asunciones podemos decir que son racionales. El problema de la teoría de las expectativas racionales es que las decisiones tienen coherencia dentro de un modelo. Cuando el modelo cambia, como sucedió con el sistema de partidos en las pasadas elecciones, los niveles de incertidumbre que operan en la toma de decisiones son mayores y, por tanto, el futuro es más difícil de predecir. Para reducir la incertidumbre política contamos con encuestas. Sin embargo, los sondeos de opinión más recientes no disipan muchas dudas al respecto. Parece que la repetición electoral no transformará sustancialmente el escenario que dibujó el 20 de diciembre, lo cual podría abocarnos a una ratonera parecida a la actual. También sabemos que los votantes deciden su voto cada vez más tarde, en los últimos días de la campaña, con lo que no sabemos cuánto se parecerá esa foto fija que ofrecen las encuestas hoy a los resultados que arrojen las urnas el 26 de junio.
Todo esto nos lleva a una paradoja. La teoría de la elección racional nos dice que los actores tenderán a maximizar su utilidad-beneficio y a minimizar pérdidas. Nos dice que los actores son egoístas y aversos al riesgo. Sin embargo, en el nuevo e incierto modelo de sistema de partidos, es posible que la decisión de ir a unos nuevos comicios comporte más riesgos que beneficios para los actores. La repetición electoral puede adquirir el tono de una lotería. La coalición de Podemos e Izquierda Unida podría no dar los resultados esperados a sus estrategas. Las confluencias regionales que apoyaron a Iglesias en diciembre podrían no hacerlo ahora. El PSOE podría salir muy mermado electoralmente de unos nuevos comicios y relegado a tercera fuerza. Ciudadanos podría ver menguar sus opciones en favor del PP. Y los populares podrían encontrarse con el estallido de algún otro caso de corrupción en plena campaña.
Nos encontramos ante la paradoja de Arrow. Las preferencias racionales de los votantes han resultado intransitivas, esto es, imposibles de conciliar. Lo mismo ha sucedido con las preferencias de los actores políticos. Llegados a este punto, la situación solo parece poder desbloquearse en una nueva cita electoral que cobra el carácter de una lotería. En las últimas semanas, los candidatos de los distintos partidos se han comportado como el concursante que cambia los 3.000 euros que tiene en la mano por el misterio que se oculta tras la puerta número dos. ¿Por qué? Porque dice que ha venido a jugar. Los partidos han puesto de manifiesto los límites de la racionalidad en un entorno nuevo, complejo y dominado por la incertidumbre. Iglesias, Sánchez, Rivera y Rajoy han venido a jugar. El 26 de junio sabrán si la puerta número dos guardaba un coche o una calabaza.
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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.