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The White House, Public domain, via Wikimedia Commons

Lo que realmente piensa AMLO sobre Biden

Al lidiar con Andrés Manuel López Obrador, Estados Unidos debe adherirse a un viejo dicho que parece ser cierto una vez más: México está más dispuesto a cooperar cuando las diferencias políticas se expresan a puerta cerrada que cuando se dicen en público.
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En las semanas transcurridas entre la jornada electoral y la toma de protesta en Estados Unidos, el presidente de México realizó varias acciones que parecían sorprendentemente hostiles hacia el país vecino. Andrés Manuel López Obrador fue uno de los tres líderes mundiales que no reconocieron la victoria del presidente Joe Biden sino hasta el voto formal del Colegio Electoral. En diciembre, AMLO supervisó la aprobación de una nueva ley de seguridad que limita severamente las operaciones antidrogas de agentes estadounidenses en México. A principios de enero, le ofreció asilo político a Julian Assange, el fundador de WikiLeaks que está acusado de delitos graves en Estados Unidos por haber publicado documentos clasificados.

Más tarde, a mediados de enero, su gobierno exoneró al general y ex secretario de Defensa Salvador Cienfuegos, arrestado en Estados Unidos por presuntamente colaborar con un cartel del narcotráfico. (Esto sucedió después de que Estados Unidos aceptara extraditarlo en respuesta a una solicitud mexicana para preservar la cooperación efectiva en materia de seguridad. El gobierno mexicano, entonces, hizo pública la evidencia que la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos había recabado en contra del general, información que le entregó a México en confidencia y que estaba protegida bajo el tratado bilateral de asistencia jurídica mutua.)

Esta letanía de fricciones ha trastocado la cooperación de seguridad transfronteriza y amenaza con generar una crisis más amplia en la relación. Es por eso que las acciones de AMLO provocaron, entre los observadores, una serie de especulaciones sobre sus motivos. Algunos decían que estaba dando estos palos a los gringos para cosechar beneficios políticos nacionales. Otros argumentaban que estaba mandando una señal de preferencia por el expresidente Donald Trump, con quien AMLO tuvo una relación notablemente amistosa.

Ambas explicaciones son imprecisas. AMLO nunca ha sido antiestadounidense por impulso, y tampoco le interesa tener una relación antagónica con su vecino del norte. Y el hecho de que haya trabajado con Trump no quiere decir que estará en oposición a Biden. Lo más probable sea que AMLO esté tratando de establecer, de manera anticipada, los términos en los que prefiere colaborar con el nuevo gobierno en Estados Unidos.

Descifrar las acciones de López Obrador implica entender que se trata de un hombre con una misión. Ha dedicado su carrera a construir un México más igualitario y más próspero, bajo la guía de un Estado poderoso pero benevolente que esté a cargo de conducir tanto la economía como a la sociedad. Ahora que es presidente limitado a un periodo de seis años, también es un hombre con prisa. Ha instituido y consagrado una serie de programas sociales en la constitución, dirigidos a atender a sectores de la sociedad olvidados desde hace tiempo, y ha echado a andar proyectos de infraestructura diseñados para beneficiar a las regiones más pobres del país. Ha incrementado la regulación a las empresas, al tiempo que quiere reconstruir la posición dominante de Pemex y la CFE para reestablecer la independencia energética. Y, de manera activa, está limitando los controles y balances al poder presidencial para asegurar la supervivencia de su proyecto a largo plazo. No va a tolerar nada que demore o descarrile sus planes. Desde que llegó al poder en 2018, ha empujado hacia adelante sin importar la oposición activa, una pandemia global y la creciente evidencia que señala que sus planes fracasarán a largo plazo.  

Ahora, AMLO se está acercando al gobierno de Biden –que ha mandado señales de querer establecer una buena relación de trabajo con México aún cuando está promoviendo las energías limpias, la democracia y los derechos humanos como los pilares de su política para Latinoamérica– como a otro posible impedimento doméstico. No quiere ser ni disruptivo ni antagonista con Biden en el escenario mundial, pero sí quiere plantarle cara de manera anticipada a cualquier resistencia del nuevo presidente frente a sus políticas domésticas. Es una señal que dice que, aunque AMLO desea tener una relación constructiva con Estados Unidos, se opondrá enfáticamente a cualquier cuestionamiento –por no decir oposición­– de Washington a su agenda doméstica.

Esas salvas de AMLO, sin duda, no presagiaban nada bueno para las relaciones México-Estados Unidos al inicio del gobierno de Biden. La cooperación en asuntos de seguridad había ido a la baja con AMLO, con sospechas avivadas en ambos lados. México acusaba a la DEA de fabricar evidencia en contra de Cienfuegos, y el Departamento de Justicia estadounidense acusó a México de mala fe y amenazó con dejar de compartir información crucial para las operaciones efectivas contra el crimen organizado. La colaboración en la lucha contra el crimen y la violencia en México inevitablemente sufrirá en el corto plazo, incluidos los esfuerzos por combatir el creciente tráfico de fentanilo que está contribuyendo a una crisis de salud muy seria en Estados Unidos.

Sin embargo, AMLO ya se ha retractado de algunas de esas provocaciones y ha dejado claro que preferiría tener una relación constructiva con Estados Unidos. Las restricciones a las operaciones de aplicación de la ley estadounidense en México se han relajado, por ejemplo. AMLO también ha sugerido que las autoridades estadounidenses arrestaron al general cerca de las elecciones por razones políticas, dando a entender que se trató de una aberración, no como algo representativo de la conducta estadounidense frente a México. Y AMLO ha dicho que hacer pública la información confidencial de una investigación del gobierno de Trump no debería impedir tener una buena relación con Biden.

El objetivo de AMLO es prevenir que su vecino más poderoso explote su ventaja para presionar a México a que modifique sus políticas domésticas. Desde hace dos años, las relaciones de México con Estados Unidos han reflejado el deseo de negarle a Trump cualquier razón para que transformara su retórica antimexicana en políticas antimexicanas. Porque sabían lo importante que eran para Trump, México accedió a modificar sus políticas migratorias. AMLO desplegó a la Guardia Nacional para impedir que los migrantes centroamericanos entraran a México en su camino hacia Estados Unidos. También le permitió a Estados Unidos obligar a los solicitantes de asilo a esperar en pueblos fronterizos mexicanos mientras llegaba su fecha para presentarse ante una corte estadounidense. Y, a cambio, el gobierno de Trump se mantuvo en silencio mientras AMLO iba en pos de la Cuarta Transformación de México, un programa de políticas nacionales que ha consistido en un debilitamiento de las instituciones democráticas, la eliminación de la inversión privada en el sector energético, la contravención de los compromisos firmados por México sobre cambio climático y, recientemente, la eliminación de instituciones dedicadas a garantizar transparencia de información y combatir los monopolios (algo que va directamente en contra de las disposiciones del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá o T-MEC, la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte o TLCAN que México firmó en 2019).

Dado el énfasis que el equipo de Biden ha puesto en la democracia, los derechos humanos y el cambio climático, así como su preocupación manifiesta por el trato que México le ha dado a inversionistas estadounidenses, AMLO espera mucha mayor presión de Estados Unidos para modificar elementos de su amado proyecto nacional. Para impedir esto, está regresando a sus raíces como un nacionalista que busca proteger la soberanía mexicana al hacer un cambio táctico para limitar la injerencia de Estados Unidos en asuntos de México.

Al mismo tiempo, AMLO está completamente consciente de que la profunda integración entre las economías de los dos países significa que una buena relación con Estados Unidos es esencial para el éxito de su política nacional. Entiende que la integración transfronteriza de las cadenas de suministro significa que los sectores más sofisticados de la economía mexicana no pueden operar sin una relación comercial continua. Y sabe que el sector exportador es el motor que impulsará a México fuera de la depresión en la que se encuentra y ofrecerá suficientes ingresos fiscales de los que depende la expansión del Estado.

Al lidiar con AMLO, Estados Unidos debe adherirse a un dicho acerca de México que parece ser cierto una vez más: México está más dispuesto a cooperar cuando las diferencias políticas se expresan por lo bajo, a puerta cerrada, que cuando se dicen en público. El gobierno de Biden deberá considerar las sensibilidades de AMLO al elegir dónde, cuándo y cómo lo desafiará. También deberá apoyarse mucho en el T-MEC. AMLO se ha mostrado reacio a tomar decisiones que vayan en contra de los términos del tratado.

El doble objetivo de AMLO –la necesidad de tener una buena relación con Estados Unidos, pero también de limitar los muy probables esfuerzos de este país para que México cambie su política interna– apuntan a un México que será un socio espinoso para el gobierno de Biden, pero no un antagonista antiestadounidense. Lidiar con México será más difícil de lo que fue hace cuatro años, pero con una diplomacia hábil la relación puede ser productiva.

 

Traducción de Pablo Duarte.

Publicado originalmente en Foreign Policy.

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es directora de la Red Estados Unidos-México de la Universidad del Sur de California. Fue profesora de políticas económicas en Latinoamérica en el ITAM de la ciudad de México.


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