Los aƱos que le robaron al periodismo

En los Ćŗltimos cinco aƱos, el crimen organizado no ha cejado en su labor de intimidar a los periodistas en MĆ©xico. Mediante secuestros, atentados y amenazas, ha logrado silenciar regiones enteras. ĀæCĆ³mo cumplir dignamente con el oficio cuando dar informaciĆ³n puede costar la vida?
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2010-2014: Estampas del silencio

1. Terminaba el 2009 cuando el EjĆ©rcito Mexicano cercĆ³ y detuvo en el motel Marbella de Saltillo, Coahuila, a uno de los jefes regionales de los Zetas encargado de auditar a las cĆ©lulas de esa organizaciĆ³n en Aguascalientes, Zacatecas y San Luis PotosĆ­. Unos dĆ­as despuĆ©s, el 6 de enero de 2010, varios pistoleros irrumpieron en las instalaciones del motel en busca de los videos de seguridad que mostraban la detenciĆ³n de su jefe, pero tras un enfrentamiento con fuerzas federales se rindieron y fueron capturados. El diario ZĆ³calo de aquella ciudad llevĆ³ a ocho columnas la informaciĆ³n de ambos operativos, pero de pronto todo cambiĆ³. La madrugada del 8 de enero, cuando aĆŗn cerraban la ediciĆ³n del dĆ­a, se recibiĆ³ en la redacciĆ³n la noticia del asesinato de ValentĆ­n ValdĆ©s, reportero de la secciĆ³n local del periĆ³dico, quien habĆ­a sido secuestrado unas horas antes junto con otros dos compaƱeros periodistas, a los que les perdonaron la vida. Sus asesinos dejaron su cuerpo, atado de pies y manos, justo frente al motel Marbella, con cinco disparos en el cuerpo y una cartulina en la que se leĆ­a: “Esto les va a pasar a los que no entiendan. El mensaje es para todos.”

2. MarĆ­a Elizabeth MacĆ­as desapareciĆ³ la noche del 23 de septiembre de 2011, tras salir del periĆ³dico Primera Hora, de Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde trabajaba como jefa de redacciĆ³n. Fue encontrada a la maƱana siguiente, muerta y mutilada por un grupo criminal que la acusaba de ser una de las responsables de dar informaciĆ³n que permitĆ­a al EjĆ©rcito y la Marina conocer los movimientos de los grupos del crimen organizado en la localidad. Cerca de su cuerpo dejaron un teclado de computadora y un mensaje que la identificaba como usuaria de un foro de internet en el que, con seudĆ³nimo, alertaba de situaciones de riesgo en aquella ciudad fronteriza.

“AquĆ­ estoy por mis reportes y los suyos… para los que no quieren creer, esto me pasĆ³ por mis acciones”, escribieron sus asesinos, quienes a los pocos minutos del hallazgo ya habĆ­an hecho llegar imĆ”genes del crimen a medios online que les servĆ­an como propagandistas. La estrategia era amenazar al mismo tiempo a periodistas y usuarios de plataformas digitales, hacerles saber que podĆ­an llegar a ellos.

3. Regina MartĆ­nez, corresponsal del semanario Proceso en Veracruz, fue asesinada en su domicilio y encontrada la tarde del 28 de abril de 2012. Sus asesinos la golpearon y asfixiaron antes de llevarse su computadora y sus telĆ©fonos celulares. Regina fue la cuarta de una lĆ­nea de nueve reporteros asesinados durante el gobierno de Javier Duarte, cuyo procurador enfocĆ³ sus mayores esfuerzos en desacreditarla y sugerir que la reportera era amiga de “los malvivientes” y que ella les habĆ­a permitido entrar a su casa.

Cuando se cumplĆ­an seis meses del crimen, las autoridades llamaron a los medios para presentar y exhibir ante las cĆ”maras al supuesto criminal confeso: Jorge Antonio HernĆ”ndez Silva, un hombre analfabeto de treinta y cuatro aƱos, a quien de manera exprĆ©s sentenciaron a treinta y ocho aƱos de prisiĆ³n. Dos periodistas, Tracy Wilkinson, corresponsal de Los Angeles Times, y Mike O’Connor, representante en MĆ©xico del Committee to Protect Journalists (cpj), difundieron lo que a la postre hizo caer la acusaciĆ³n del gobierno local: HernĆ”ndez Silva habĆ­a sido torturado para declararse culpable y lo amenazaron con matar a su madre.1 En agosto de 2013, la sentencia en su contra fue revocada al no hallarse elementos para probar su responsabilidad. No obstante, en octubre de 2014 la ProcuradurĆ­a veracruzana volviĆ³ a detenerlo y hacerlo responsable del crimen.

4. En medio de una crisis originada por el traslado de presos del Centro de ReadaptaciĆ³n Social nĆŗmero 2 de GĆ³mez Palacio, Durango, a otros reclusorios del paĆ­s, desconocidos se comunicaron con varios medios locales para exigir la presencia de reporteros a fin de cubrir las protestas a las afueras del penal estatal. Por razones de seguridad las empresas decidieron no enviar a nadie. Fue entonces que secuestraron a una trabajadora de ventas del diario Milenio; la tomaron como rehĆ©n por 48 horas para exigir al medio la publicaciĆ³n de una carta2 firmada por supuestos familiares de los reos y la cobertura de sus posteriores protestas.

Semanas mĆ”s tarde, cinco trabajadores de El Siglo de TorreĆ³n fueron secuestrados por un grupo delictivo que los dejĆ³ en libertad varias horas despuĆ©s, con algunos golpes encima y un mensaje para los directivos del diario. Igual que en el caso de Milenio, los secuestrados no pertenecĆ­an al Ć”rea de redacciĆ³n; de modo que cualquier empleado de medios era potencial vĆ­ctima de una agresiĆ³n.

En agosto de ese mismo aƱo, Servando GĆ³mez MartĆ­nez, lĆ­der del grupo criminal los Caballeros Templarios, “convenciĆ³” a una reportera de Televisa para que le hiciera una entrevista. La invitaciĆ³n fue hecha por varios hombres con armas largas que llegaron de madrugada al hotel donde se hospedaba, en la zona de Tierra Caliente, en MichoacĆ”n, mientras trabajaba en un reportaje sobre el surgimiento de grupos de autodefensa en la regiĆ³n. Televisa no transmitiĆ³ la entrevista, pero la Tuta, previendo la negativa, se quedĆ³ con una copia que su gente subiĆ³ a YouTube. Un aƱo antes, la noche del 21 de agosto de 2012, personeros suyos hicieron llegar a la redacciĆ³n de varios diarios de la ciudad de MĆ©xico un video en el que proponĆ­a al gobierno federal un acuerdo para pacificar el estado; los medios se negaron a difundirlo por considerarlo una pieza propagandĆ­stica.

5. Gregorio JimĆ©nez era un modesto periodista de Veracruz que ganaba veinticinco pesos por nota. Lo asesinaron en febrero de 2014 y su cuerpo fue encontrado en una fosa clandestina al lado de un hombre de cuya desapariciĆ³n Ć©l habĆ­a informado dĆ­as antes. No mencionaba a delincuentes por su nombre ni publicaba sus vĆ­nculos con otros actores, pero habĆ­a seguido durante semanas el tema de los grupos criminales dedicados al secuestro y la extorsiĆ³n en su localidad. EscribĆ­a para dos periĆ³dicos, Notisur y Liberal del Sur, tenĆ­a siete hijos y diez nietos; la ProcuradurĆ­a de Veracruz desestimĆ³ en la indagatoria la lĆ­nea de investigaciĆ³n relativa a su trabajo periodĆ­stico.

Entender el silencio

Aunque, en los Ćŗltimos cinco aƱos, las amenazas de la delincuencia organizada contra periodistas no representan un porcentaje significativo en el total de agresiones registradas contra la prensa, los intentos por silenciarla y ponerla de rodillas sĆ­ han tenido relativo Ć©xito y su efecto ha sido brutal; escarmientan, desaparecen a reporteros y fotĆ³grafos locales para ejemplo de todos. Silencian regiones enteras.

Desde 2009, existe la certeza razonable de que 47 periodistas han sido asesinados o han desaparecido en MĆ©xico por razones vinculadas a su trabajo periodĆ­stico. En el mismo lapso se han registrado tambiĆ©n 39 ataques contra instalaciones de medios, 31 de los cuales ocurrieron en solo cuatro estados: Tamaulipas, Nuevo LeĆ³n, Coahuila y Sinaloa, en ciudades con una fuerte presencia de bandas criminales.

En una entrevista dĆ­as antes de su muerte, en el invierno de 2013, Mike O’Connor decĆ­a que el gran fenĆ³meno de la violencia contra la prensa no eran las numerosas agresiones que se habĆ­an dado en medio de los operativos policiaco-militares ni los escenarios de protesta social en varios puntos del paĆ­s, sino la forma en que las bandas criminales lograron intimidarlos: “Estos tipos han tenido Ć©xito matando el periodismo y los sobrevivientes han aprendido la lecciĆ³n. Ya no tienen que matar o desaparecer periodistas para poner un dique que entorpezca el flujo de informaciĆ³n. No lo necesitan. Tienen control completo de municipios, alcaldĆ­as; tienen control de las policĆ­as. La mancha de la autocensura se extendiĆ³ por toda la RepĆŗblica.”

En septiembre de 2008, Ciro GĆ³mez Leyva, entonces director editorial adjunto del diario Milenio, escribiĆ³ al regreso de un viaje a Nuevo Laredo que el periodismo habĆ­a muerto en aquella ciudad. “Ya no informamos”, le dijeron reporteros y directores de medios de la localidad, quienes ademĆ”s admitĆ­an que con alguna frecuencia se veĆ­an obligados a publicar mensajes de ellos. “Y ellos son, pues… ellos.” Diecisiete meses despuĆ©s, un reportero y un camarĆ³grafo de Milenio TelevisiĆ³n enviados a Reynosa vivieron un secuestro a manos de integrantes del CĆ”rtel del Golfo, mientras que, en los dĆ­as previos, periodistas de El MaƱana de Reynosa, La Tarde, La Prensa y Metronoticias habĆ­an desaparecido sin dejar rastro.

“El periodismo estĆ” muerto en Reynosa y un largo etcĆ©tera”, apuntĆ³ Ciro tras ese nuevo incidente. En una breve entrevista le pregunto si cree que aquella frase sigue vigente. De inmediato menciona Veracruz, todo Tamaulipas, la Comarca Lagunera, ese territorio comĆŗn entre Coahuila y Durango. “La desolaciĆ³n es la misma que hace cinco aƱos y medio –dice–, yo aĆŗn no veo los grandes trabajos, investigaciĆ³n profunda sobre lo que ocurre en esos lugares; sin embargo esto no es una crĆ­tica, es lo que dictan las circunstancias.”

HĆ©ctor Hugo JimĆ©nez, director editorial del periĆ³dico Hora Cero, en Reynosa, Tamaulipas, coincide: “Los periodistas en la frontera supimos entender lo que podĆ­amos y no podĆ­amos publicar; supimos entender que la autocensura nos iba a permitir sobrevivir.” En mayo de 2012, el medio a su cargo se convirtiĆ³ repentinamente en noticia cuando agencias internacionales reportaron un ataque de sujetos encapuchados que los medios locales no vieron.

A nadie deberĆ­a parecerle nuevo lo que pasa en la prensa de varios estados del paĆ­s, desde la segunda mitad de la dĆ©cada pasada. En un texto titulado “Los periodistas desaparecidos en Reynosa”, el periodista Jorge Luis Sierra, quien hoy colabora con el International Center for Journalists (icfj) en el desarrollo de herramientas de seguridad para informadores, consideraba lo ocurrido en esa zona de la frontera norte como el ensayo de silenciamiento de medios mĆ”s grande en la historia reciente de MĆ©xico.

Callar y resistir

La tarde del 31 de agosto de 2010 una llamada entrĆ³ a la redacciĆ³n del diario Noroeste en MazatlĆ”n. Era un supuesto integrante del grupo de los BeltrĆ”n Leyva que exigĆ­a modificar la nota de un ataque a tiros en el que dos personas murieron y un tercer hombre habĆ­a sido herido. Claramente ordenaron identificar al herido como jefe de sicarios del CĆ”rtel de Sinaloa y dictaron el tono de la nota que querĆ­an ver. Los editores recibieron un ultimĆ”tum de tres horas, pero se rehusaron a aceptar el chantaje. Un poco despuĆ©s de la media noche, hombres con capuchas y rifles ak-47 llegaron hasta el edificio del diario, se apearon de un vehĆ­culo y abrieron fuego contra la fachada. Antes de irse dejaron una manta con un mensaje. Noroeste respondiĆ³ al dĆ­a siguiente con un editorial inesperado en primera plana y una frase a ocho columnas: “No vamos a ceder.”

AdriĆ”n LĆ³pez Ortiz, director general del diario, reconoce que desde hace aƱos no se hace periodismo de investigaciĆ³n en Sinaloa. Si el estado parece tranquilo es porque hay una obligaciĆ³n de silencio entre los medios; existe un margen de maniobra para informar de la violencia, mientras no se investigue ni se toque a los lĆ­deres del cĆ”rtel local ni sus nexos con familias de empresarios, polĆ­ticos y “gente bien” de CuliacĆ”n, con las que se han emparentado. En 2010, Noroeste quedĆ³ en medio de una disputa entre grupos rivales. “No tenemos ninguna garantĆ­a, estĆ” claro. No podemos confiar en nuestras policĆ­as ni en nuestras autoridades. Lo Ćŗnico que podemos hacer es elevar el costo de un ataque y por eso reaccionamos como lo hicimos. Si hubiĆ©semos accedido a publicar esa informaciĆ³n, le habrĆ­amos dado entrada a nuestra redacciĆ³n a un jefe de sicarios de los BeltrĆ”n Leyva”, explica LĆ³pez Ortiz.

“El cĆ”rtel de casa tiene oĆ­dos en todas partes, hay una red de protecciĆ³n institucional”, dice el periodista, y la evidencia es que JoaquĆ­n “el Chapo” GuzmĆ”n, el narcotraficante mĆ”s buscado del paĆ­s, se paseaba por CuliacĆ”n sin ser molestado, construyendo tĆŗneles bajo las casas de algunas zonas de la ciudad, sin ser visto por las autoridades. “Si los policĆ­as protegen narcos, su jefe sabe. Y si los jefes de los policĆ­as saben, los suyos tambiĆ©n.”

El periĆ³dico ha recibido amenazas mucho mĆ”s recientes, mientras sus reporteros investigaban el involucramiento de policĆ­as municipales en la protecciĆ³n del “Chapo” GuzmĆ”n. El 2 de abril del aƱo pasado, LĆ³pez Ortiz fue interceptado en las calles de CuliacĆ”n, bajado de su camioneta y herido en las piernas con un arma de fuego.

Al sur de la costa del PacĆ­fico, los grupos criminales tambiĆ©n minaron el terreno para los periodistas que reportaban sus actividades. En noviembre de 2010 las instalaciones del diario El Sur, en Acapulco, fueron atacadas a tiros por hombres armados que entraron a la redacciĆ³n cuando se cerraba la ediciĆ³n; dispararon y rociaron gasolina con el propĆ³sito de iniciar un incendio, que no logrĆ³ prender.

Otros periĆ³dicos enfrentaron agresiones violentas. Pistoleros de una de las bandas criminales en el estado irrumpieron en junio de 2011 en las instalaciones de El Sol de Chilpancingo para impedir la circulaciĆ³n del periĆ³dico vespertino que informaba de un crimen y un mensaje dejado aparentemente por un grupo rival. El 15 de octubre de 2011, Novedades Acapulco saliĆ³ con un editorial en primera plana en el que se negaba a “dar a conocer comunicados o ser vocero de grupos de la delincuencia organizada ni a travĆ©s de sus notas ni en el servicio de anuncios”. En los cuatro meses anteriores, el diario habĆ­a enfrentado la desapariciĆ³n de su jefe de informaciĆ³n (de quien aĆŗn no se sabe nada) y el secuestro por 48 horas del periodista que en ausencia habĆ­a ocupado su puesto.

Juan Angulo, director de El Sur, cuenta que la principal limitante que la violencia del crimen organizado les ha impuesto a los medios locales es la autocensura. “Sabemos que su gente trabaja muy de cerca con autoridades de distintos niveles, los reporteros que cubren algunas fuentes lo saben. Lo digo muy crudamente porque se supone que por Ć©tica profesional estamos obligados a informar lo que sabemos, pero ante este estado de indefensiĆ³n no nos queda otro recurso”, dice en la plĆ”tica.

Angulo asegura que el diario que tiene a su cargo intenta apegarse a principios periodĆ­sticos generales, como contrastar informaciĆ³n y buscar diversas fuentes. “Pero no investigamos, no estamos haciendo periodismo de investigaciĆ³n”, reconoce. “Informamos de los hechos de violencia, pero no siempre vamos al lugar de los hechos o vamos cuando la autoridad ya estĆ” ahĆ­. No mencionamos quĆ© grupos estĆ”n involucrados a menos que sea la autoridad quien los identifique o tengamos como respaldo a otro medio nacional e internacional al que acreditamos como fuente.”

“¿QuĆ© quieren de nosotros?”

Entre 2010 y 2013, diarios como Vanguardia de Saltillo, El MaƱana de Nuevo Laredo y ZĆ³calo, que se edita en cuatro ciudades de Coahuila, dieron a conocer su decisiĆ³n de dejar de publicar informaciĆ³n relacionada con hechos delictivos y disputas violentas entre grupos del crimen organizado. Los tres grupos periodĆ­sticos coincidieron en su lĆ­nea argumentativa: la ausencia de condiciones para el libre ejercicio del periodismo y la decisiĆ³n de privilegiar la seguridad de los trabajadores y sus familias sobre la informaciĆ³n.

La resistencia habĆ­a llegado a su lĆ­mite. Autos bomba habĆ­an estallado a las afueras de las instalaciones de Televisa en Ciudad Victoria y del diario Expreso en la misma ciudad. Granadas lanzadas contra estaciones de Televisa en Nuevo Laredo, Matamoros, Monterrey y Piedras Negras, contra edificios de los periĆ³dicos El MaƱana, El Norte, Vanguardia y ZĆ³calo.

El Diario de Ciudad JuĆ”rez, sin embargo, fue mĆ”s allĆ”. Ante la ausencia de garantĆ­as y tras el asesinato de dos de sus reporteros (Armando RodrĆ­guez, en 2008, y Luis Carlos Santiago, en 2010), iniciĆ³ un diĆ”logo indirecto con los responsables de la violencia criminal a quienes se dirigiĆ³ en un editorial. “Queremos que nos expliquen quĆ© es lo que quieren de nosotros, quĆ© es lo que pretenden que publiquemos o dejemos de publicar, para saber a quĆ© atenernos […] es imposible ejercer nuestra funciĆ³n en estas condiciones. IndĆ­quennos, por tanto, quĆ© esperan de nosotros como medio. Esta no es una rendiciĆ³n […] Se trata de una tregua para con quienes han impuesto la fuerza de su ley en esta ciudad, con tal de que respeten la vida de quienes nos dedicamos al oficio de informar.”

Pedro Torres, subdirector editorial de El Diario, recuerda que vivieron aƱos difĆ­ciles aunque desde finales de 2012 paulatinamente uno de los bandos en pugna, al quedarse con el control, ha establecido nuevas condiciones, con menor violencia, en esa ciudad fronteriza. “Era difĆ­cil trabajar; habĆ­a temor por parte de reporteros, editores, directivos del medio. HabĆ­a mucho cuidado porque la publicaciĆ³n de informaciĆ³n podĆ­a poner en riesgo a la instituciĆ³n y a la gente.”

DespuĆ©s del ataque a balazos a dos de sus fotĆ³grafos, el 16 de septiembre de 2010, y en el cual falleciĆ³ Luis Carlos Santiago, El Diario planteĆ³ pĆŗblicamente “¿A quiĆ©n pedir justicia?”. Pero la pregunta en sus pĆ”ginas quedĆ³ en el aire, el reclamo pasĆ³ inadvertido. Pedro Torres recuerda las horas de discusiĆ³n que hubo en el periĆ³dico: “No hubo ninguna reacciĆ³n y para nosotros fue muy frustrante. Si algo asĆ­ no era capaz de mover al gobierno a hacer algo, habĆ­a que decĆ­rselo de una manera que realmente sintiera que nos estĆ”bamos refiriendo a ellos. Dar un golpe en la mesa.” Si en la ciudad eran los delincuentes quienes decidĆ­an quiĆ©n vivĆ­a y quiĆ©n morĆ­a, quiĆ©n trabajaba y quiĆ©n no, si cobraban impuestos extraoficiales, entonces habĆ­a que tratar a los delincuentes como el gobierno en funciones y autoridades de facto.

“¿QuĆ© quieren de nosotros?”, titularon el editorial que exhibiĆ³ ante el mundo la ausencia de autoridad, el “Estado fallido” que los habĆ­a dejado a su suerte, a merced de lo que los grupos criminales decidieran. Eran los aƱos que compaƱƭas aseguradoras de Ciudad JuĆ”rez, Reynosa y TorreĆ³n negaban seguros de vida a periodistas, mientras otras aplicaban una sobretasa al costo de la cobertura, por considerar al periodismo un oficio de alto riesgo.

En varios municipios de MichoacĆ”n los Caballeros Templarios controlaron por aƱos la economĆ­a local, establecĆ­an impuestos especiales a productores y comerciantes, administraban un sistema alternativo de justicia; bajo su rĆ©gimen cuatro periodistas fueron asesinados y otros cuatro, desaparecidos. El grupo fundado por Nazario Moreno sometiĆ³ a comunidades e impidiĆ³ a tal grado que se informara en su regiĆ³n que en agosto de 2011 nueve encuestadores de las firmas Consulta Mitofsky y ParametrĆ­a y cinco repartidores de la SecciĆ³n Amarilla fueron secuestrados e interrogados por hombres de aquella organizaciĆ³n.

Un dĆ­a antes de que tuviera lugar la jornada electoral para designar al nuevo gobernador de la entidad, los Caballeros Templarios hicieron publicar un mensaje en el periĆ³dico a.m. de La Piedad, advirtiendo a la poblaciĆ³n que no deberĆ­an votar por el Partido AcciĆ³n Nacional y amenazando a la prensa: “A los reporteros les decimos no callar la verdad y difundir nuestro mensaje o con su pellejo pagarĆ”n las consecuencias de no hacerlo.” La publicaciĆ³n llevaba una nota al final en la que los directivos del diario explicaban que las amenazas habĆ­an sido publicadas para salvaguardar la integridad de su personal.

Directivos de a.m. respondieron las llamadas durante el desarrollo de este reportaje, pero declinaron efectuar comentarios. Por su parte, Roy Campos, director de Consulta Mitofsky, recuerda que aquella fue la primera vez que sus encuestadores sufrieron un secuestro, pero no la primera en que se presentaron incidentes graves como amenazas o personas encaƱonadas. “La gente llegaba, se identificaba con la policĆ­a de las localidades y era la misma policĆ­a de la localidad quien se los entregaba a las bandas delincuenciales. TenĆ­an control absoluto”, recuerda.

Durante el incidente, las firmas encuestadoras no tuvieron contacto con los delincuentes, asĆ­ que decidieron salir a los medios y hacer pĆŗblico el hecho como una forma de enviar a los captores el mensaje de que realmente eran sus empleados y solo estaban ahĆ­ para hacer un estudio de opiniĆ³n. Roy Campos explica que por Ć©pocas se han visto imposibilitados de entrar por informaciĆ³n a localidades como La Ruana, Nueva Italia y zonas de la sierra de Guerrero, pues cuando se agrava el conflicto entre grupos o se realizan operativos en la regiĆ³n se vuelven “impenetrables”.

Ciro GĆ³mez Leyva recuerda aquel dĆ­a de agosto de 2009 cuando Pablo CĆ©sar Carrillo, director de Milenio LeĆ³n, entrevistĆ³ en vivo, vĆ­a telefĆ³nica, a “la Tuta”, jefe y vocero de los Templarios. Le pregunto sobre el riesgo de que, en un intento por hacer periodismo, termine haciĆ©ndose propaganda, del peligro de mostrarles el camino y de que, tras advertir el valor de unos minutos en televisiĆ³n nacional, vuelvan a reclamar mĆ”s.

Para Ciro no hay duda del valor periodĆ­stico de aquella entrevista. Fue, dice, la primera vez que un personaje de esa importancia en la estructura de un grupo delictivo fue escuchado a nivel nacional; asegura que no hubo ningĆŗn elemento de riesgo en el diseƱo de la entrevista, aunque sĆ­ quedĆ³ una duda: “¿Y si a “la Tuta” se le ocurre darnos entrevistas cada semana?” GĆ³mez Leyva confiesa hoy que en cinco ocasiones distintas Servando GĆ³mez les hizo llegar sus comunicados. QuerĆ­a su difusiĆ³n, pero el equipo editorial estimĆ³ que concederle espacio una sola vez abrirĆ­a la puerta a represalias posteriores ante una negativa.

Cuando se retomaron fragmentos de uno de sus comunicados como material noticioso, fue bajo criterios editoriales de Milenio, con un amplio contexto del personaje y sus acciones, asegura.

Las lecciones de La Laguna

Eliseo BarrĆ³n vivĆ­a en GĆ³mez Palacio, Durango. Una noche de mayo de 2009 fue sacado de su domicilio por un grupo de ocho encapuchados armados. Lo torturaron y asesinaron porque como reportero de la secciĆ³n policiaca de Milenio escribĆ­a sobre sus actividades. El hombre que le disparĆ³, lĆ­der de la cĆ©lula local de sicarios, se hacĆ­a llamar “Lucifer” y escogiĆ³ al reportero para escarmentar a los periodistas de La Laguna y evitar que siguieran informando de sus pasos.

Menos de un aƱo despuĆ©s los criminales en control de la regiĆ³n llegaron de madrugada a las antenas de transmisiĆ³n del Cerro de las Noas, en TorreĆ³n. Entraron por la fuerza a la caseta de Multimedios TelevisiĆ³n y antes de inutilizar el transmisor por un par de horas, le dispararon al ingeniero que se encontraba de guardia en ese momento y que intentaba informar a sus jefes de lo que pasaba.

La Laguna se pudriĆ³. A finales de julio de 2010 un camarĆ³grafo de Televisa TorreĆ³n, un reportero del programa Punto de Partida y un camarĆ³grafo de Milenio fueron secuestrados tras cubrir una protesta de reos y supuestos familiares de estos en el Centro de ReadaptaciĆ³n Social nĆŗmero 2, de GĆ³mez Palacio, Durango. Los mantuvieron retenidos seis dĆ­as. Como requisito para su liberaciĆ³n, exigieron a Milenio y a Televisa transmitir tres videos con interrogatorios a supuestos integrantes de un grupo rival. Cumplida la exigencia no los liberaron.

La maƱana del 29 de julio, tercer dĆ­a de la crisis, Ciro GĆ³mez Leyva se reuniĆ³ en su oficina con Denise Maerker y Luis CĆ”rdenas Palomino, coordinador de Seguridad Regional de la SecretarĆ­a de Seguridad PĆŗblica federal. Los plagiarios pretendĆ­an seguir usando a los reporteros como moneda de cambio; la paciencia se acabĆ³ y los periodistas se negaron a hacer mĆ”s concesiones a los delincuentes.

Esa noche, GĆ³mez Leyva hablĆ³ apenas un par de minutos antes de abandonar su noticiario nocturno: “¿Por quĆ© quedamos en medio de esta situaciĆ³n? Un medio de comunicaciĆ³n no estĆ” diseƱado ni equipado para negociar una toma de rehenes. Esa no puede ser nuestra tarea.” Denise Maerker apareciĆ³ en la pantalla de Televisa unos minutos mĆ”s tarde para anunciar que la emisiĆ³n de su programa Punto de Partida no se transmitirĆ­a esa noche. “No estamos dispuestos a salir y fingir que no estĆ” pasando nada. SĆ­ estĆ” pasando”, dijo antes de enviar la seƱal a negro.

GĆ³mez Leyva recuerda los minutos a cĆ”mara como una catarsis, que pretendĆ­a ser una crĆ­tica a la autoridad y una autocrĆ­tica por haberse colocado ellos en una situaciĆ³n tan delicada. “Decidimos que nunca mĆ”s estarĆ­amos en el centro de una negociaciĆ³n de rehenes. No serĆ­amos nosotros quienes tomaran esas decisiones. No somos policĆ­as ni tenemos preparaciĆ³n para negociar.”

Autocensura y adaptaciĆ³n

Sergio Haro es parte del equipo del semanario Zeta de Tijuana. Su director fundador, JesĆŗs Blancornelas, sobreviviĆ³ en 1997 a una emboscada, mientras que otros dos compaƱeros, HĆ©ctor FĆ©lix Miranda, en 1988, y Francisco Ortiz Franco, en 2004, fueron asesinados con disparos a corta distancia en las calles de Tijuana por pistoleros al servicio del crimen organizado y el poder polĆ­tico en el estado (Antonio Vera Palestina y Victoriano Medina, jefe y subjefe de seguridad de Jorge Hank Rhon, fueron detenidos como autores materiales del asesinato de HĆ©ctor FĆ©lix).

Sergio, al igual que el resto de la redacciĆ³n del semanario, le sobrevive a ese grupo de periodistas.

Existe un documental, Reportero, de Bernardo Ruiz, que sigue a Haro para mostrar que hay una historia compartida entre los reporteros de la frontera que, como Ć©l, recibieron alguna vez una llamada en la que les dijeron: “¿Sabes quĆ©, pendejo? Ni sabes en la que te metiste. Vas a chingar a tu madre. Te voy a matar, cabrĆ³n.”

Por eso, cuando escucha la palabra autocensura, no la considera una elecciĆ³n: “Llegar adonde estamos ha costado mucho; ha sido un remar contra la corriente durante mĆ”s de treinta aƱos mĆ”s allĆ” de las agresiones y las amenazas. En lo personal, no me siento el gran hĆ©roe, pero pensar en no publicar por temor a las represalias me parece que serĆ­a una claudicaciĆ³n, dado el nivel de conciencia que hemos logrado.”

Ciro GĆ³mez Leyva reacciona de inmediato a una pregunta sobre el tema. “Hablar de autocensura desde el centro del paĆ­s me parece muy poco serio. Uno toma decisiones todos los dĆ­as y ellos, los periodistas de los estados, se cuidan, se protegen; se trata de simple adaptaciĆ³n a las circunstancias.”

¿CuĆ”nto tomarĆ” corregir la actual situaciĆ³n? “Tal vez aƱos”, dice el director de Hora Cero, de Tamaulipas, quien considera que aĆŗn es temprano para pensar en que los reporteros puedan trabajar con tranquilidad, mientras que los informadores de fuera de la entidad llegan con una venda en los ojos y aĆŗn es necesario hacerles saber a los grupos locales que entiendes las reglas del juego.

Las bandas criminales siguen lanzando amenazas abiertas a quienes se dedican a informar en Tamaulipas. En octubre pasado, MarĆ­a del Rosario Fuentes, una mĆ©dico que usaba las redes sociales para difundir informaciĆ³n sobre las actividades cotidianas y visibles de los grupos delictivos en Reynosa, fue secuestrada. Los responsables usaron su cuenta de Twitter para difundir las fotos de su aparente asesinato, aunque esto no se ha confirmado, pues no ha sido localizada.

Catalina CortĆ©s, encargada para LatinoamĆ©rica de la FundaciĆ³n Rory Peck, que presta ayuda a periodistas independientes en riesgo, dice que la Ćŗnica salida posible a esta situaciĆ³n de emergencia es que el Estado afronte el problema con seriedad y que las organizaciones de medios reaccionen y hagan frente comĆŗn. En conversaciĆ³n desde Londres, CortĆ©s observa que el mayor problema, por lo que hace a la violencia contra la prensa en MĆ©xico, es la falta de respuesta efectiva del Estado. “Cada agresiĆ³n no castigada ha alentado su repeticiĆ³n y si a eso sumamos un sistema de protecciĆ³n que reacciona lento y que no responde a las necesidades inmediatas del caso, el periodista termina quedĆ”ndose solo, tratando de salir de una situaciĆ³n de peligro completamente solo.” ~


 

 

 

 

 

 

 

 

1 Tracy Wilkinson, “Use of torture by authorities has risen in Mexico, groups say”, Los Angeles Times, 30 de diciembre de 2012, disponible en http://www.latimes.com/news/nationworld/world/la-fg-mexico-torture-20121231,0,7355136.story

2 “Exigencia de familiares de internos del Cereso llega a Milenio.com”. La nota fue difundida el 17 de diciembre en el sitio web de Grupo Milenio y se mantuvo ahĆ­ por varias semanas.

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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