Macri y las desventuras de la “democracia sentimental” en Argentina

¿Por qué fracasó Mauricio Macri? Muchos dicen que su error fue prometer que arreglaría todo sin ordenar el presupuesto de un gobierno que gasta mucho más de lo que ingresa. Otros añaden que Macri está pagando el costo de no haber sido capaz de construir una narrativa democrática persuasiva que activara las emociones de la gente, como sí lo hizo “el relato” populista de los Kirchner.
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El domingo hubo elecciones primarias en Argentina y el resultado no oficial –la elección presidencial formal es hasta octubre– fue muy negativo para los planes de reelección del presidente Mauricio Macri. Las tendencias están claramente a favor de Alberto Fernández, candidato a la presidencia, y Cristina Fernández de Kirchner, hoy candidata a la vicepresidencia.

Los argentinos parecen dispuestos a perdonar a su expresidenta, quien ha sido acusada formalmente de todo un catálogo de delitos, que van desde la administración infiel en perjuicio del Estado, el enriquecimiento ilícito, el lavado de dinero, la asociación ilícita y el fraude en la construcción de obra pública, hasta obstrucción de la justicia y encubrimiento de los autores de un atentado terrorista. Casi la mitad de su gabinete enfrenta procesos penales, y si ella sigue libre es solo porque tiene fuero como senadora. Por si fuera poco, heredó a Macri recesión, inflación, fuga de capitales, devaluación, suspensión de pagos de la deuda, cifras manipuladas y muchos otros males. Por eso, los mercados reaccionaron muy mal ante su posible regreso al poder –casi nadie cree que Alberto Fernández gobernará– y metieron al país en una fase aguda de su larga crisis económica.

 “Cambiemos” era el lema de Macri en su campaña de 2015, pero las cosas no cambiaron para bien. Cuando los capitales huyeron de Argentina en 2018, el presidente se quedó sin un “plan B”. Durante meses persistió en el error discursivo de minimizar la gravedad de la situación y prometer que las cosas mejorarían pronto, pero fueron empeorando, lo que dañó su credibilidad. Las promesas que sí cumplió –honestidad en el gobierno, obras de infraestructura, evitar la demagogia– no le alcanzaron para compensar el efecto de la crisis económica. El FMI terminó rescatando al gobierno con un crédito, bajo la condición de ajustar el gasto público drásticamente. Los aumentos en la inflación, el tipo de cambio y las tarifas de servicios públicos han sido brutales para hogares y empresas. “Antes nos afanaban (robaban), pero alcanzaba para el asado”, dicen muchos argentinos decepcionados por tener un gobernante decente, pero incompetente.

¿Por qué fracasó Macri? Muchos dicen que su error fue prometer que arreglaría todo sin hacer el temido “ajuste”, es decir, sin ordenar el presupuesto de un gobierno que gasta mucho más de lo que ingresa. Y es que, quienes dicen que Macri es “neoliberal”, están más que errados. En realidad, es una especie de “socialdemócrata fallido” que quiso volver al país atractivo a la inversión privada, pero sin cambiar mucho los costosos programas sociales populistas. Otros añaden que Macri está pagando el costo de no haber sido capaz de construir una narrativa democrática persuasiva que activara las emociones de la gente, como sí lo hizo “el relato” populista de los Kirchner. “Hablan como tecnócratas sobrios, no como soñadores”, señalan los críticos del discurso oficial.

Esto último es muy interesante, porque si hay una nación que lleva décadas sumida en el drama de lo que Manuel Arias Maldonado llama “la democracia sentimental”, es Argentina. Ahí, la política nunca es vista como la oportunidad de encontrar consensos para orientar al país al futuro, sino como un enfrentamiento épico entre enemigos jurados, que ven al bastón de mando presidencial como una herramienta mágica que permitirá regresar a un pasado glorioso de abundancia y orgullo nacional.

Los peronistas, y ahora los kirchneristas, siempre han entendido esto muy bien, y por eso apelan todo el tiempo a la emoción que le da a sus seguidores sentirse protagonistas de una rebelión, al “ellos” contra “nosotros”, a culpar siempre a los otros, al resentimiento permanente y a la división profunda. Los presidentes demócratas-liberales, como Alfonsín y Macri, trataron de introducir racionalidad a la gestión gubernamental y de fincar la política en la convivencia democrática. Quisieron hacer de Argentina “un país normal”, una nación que dejara de “echarle la culpa al mundo” de lo que le pasa. No han podido lograrlo por sus propios errores, por las limitaciones del Estado, por una oposición que siempre fue desleal y por muchas circunstancias adversas. Pero tal vez también deberíamos reflexionar sobre la posibilidad de que, como dice Arias Maldonado, “el liberalismo se encuentra en desventaja con otras ideologías políticas que, con menos escrúpulos, explotan las emociones políticas de los ciudadanos”. Confundir desahogo con felicidad nunca ha sido bueno para las democracias.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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