En 2023, la Secretaría de Educación Pública (SEP) anunció que México no participaría en el ciclo de la prueba PISA 2025 (Programme for International Student Assesment). La noticia encendió alarmas: se trata de una de las evaluaciones internacionales más reconocidas para estimar los aprendizajes de los estudiantes y comparar el desempeño de los sistemas educativos a nivel global. La decisión se revirtió, y en 2024 se confirmó que México participará. La novena edición de la prueba se aplicará entre abril y mayo de este año, en 321 planteles públicos y privados de nivel secundaria y media superior, con la participación de aproximadamente 8,000 estudiantes en todo el país. Y la pregunta que muchos se hacen es ¿para qué, si ya sabemos que los resultados serán malos?
La prueba PISA, coordinada por la OCDE, se aplica cada tres años a estudiantes de 15 años. Evalúa su capacidad para aplicar conocimientos en Lectura, Matemáticas y Ciencias a situaciones de la vida real, y busca dar cuenta de qué tan preparados están para desenvolverse en el mundo actual. A diferencia de otras evaluaciones centradas en planes de estudio nacionales, PISA mide competencias transferibles. También introduce en cada edición un componente innovador; en 2022, por ejemplo, se midió el pensamiento creativo.
México ha participado desde el primer ciclo de la prueba, en 2000. Aunque en 2022 también hubo incertidumbre sobre su participación, finalmente el país formó parte del grupo de 81 sistemas educativos evaluados. La noticia de que volverá a hacerlo en 2025 es relevante porque ratifica el compromiso con la comparabilidad internacional. Pero también nos enfrenta a una cruda verdad: el sistema educativo mexicano está profundamente rezagado.
Los datos de 2022 lo dejan claro. México obtuvo un promedio de 395 puntos en Matemáticas, 415 en Lectura y 410 en Ciencias, muy por debajo del promedio de los países de la OCDE. La distancia es aún mayor si se compara con Singapur, el mejor evaluado: 180 puntos de diferencia en Matemáticas, 128 en Lectura y 151 en Ciencias. Es decir, nuestros estudiantes de 15 años están aprendiendo menos y más lentamente.
¿Qué significan estas diferencias en términos concretos? Según la OCDE, una diferencia de 40 puntos en PISA equivale aproximadamente a un año escolar de aprendizaje. Así, que México esté 77 puntos por debajo del promedio de la OCDE en Matemáticas representa cerca de dos años escolares de rezago. La diferencia con Singapur, de 180 puntos en esa misma materia, equivale a más de cuatro años escolares de aprendizaje. Dicho de otro modo, un estudiante promedio de 15 años en México tiene un nivel de competencia en Matemáticas similar al que un estudiante de 13 años alcanza, en promedio, en los países mejor posicionados de la OCDE, o al que logra un estudiante de entre 10 y 11 años en Singapur. Estas diferencias no solo son preocupantes: son estructurales y reflejan desigualdades profundas en las oportunidades educativas.
La caída de resultados respecto a 2018 era esperada. La pandemia tuvo efectos devastadores en el aprendizaje, especialmente en contextos con alta desigualdad y débil infraestructura digital, como el mexicano. Sin embargo, es importante subrayar que el desempeño de México en PISA nunca ha sido alto: los resultados han permanecido estables pero bajos desde hace más de dos décadas. Lo que sorprende no es tanto que hayamos caído en 2022, sino que nunca hayamos subido de forma sostenida.
¿Podemos esperar una mejora en 2025? La respuesta honesta es no. Aun si se estuvieran implementando políticas educativas efectivas hoy, los aprendizajes toman tiempo en consolidarse y reflejarse en evaluaciones de gran escala. La nueva propuesta curricular de la NEM en educación básica y el Marco Curricular Común para media superior están apenas iniciando su aplicación. Su impacto no será visible tan pronto, y mucho menos si no se acompaña de cambios estructurales en formación docente, infraestructura, materiales y apoyos para el aprendizaje.
La participación de México en PISA 2025 no debería preocuparnos por el temor al “Coco” de los malos resultados. Debería ocuparnos por lo que revela: un sistema que no está garantizando aprendizajes para todos. Compararnos con otros sistemas no es para competir ni para castigar, sino para identificar nuestras debilidades y construir caminos de mejora.
Otros países han mostrado que revertir el rezago es posible. Polonia, por ejemplo, mejoró sus puntajes de forma significativa desde el año 2000 mediante reformas curriculares centradas en competencias, reducción de la segregación escolar y autonomía pedagógica. Estonia, otro referente, ha combinado alta inversión en formación docente, equidad territorial y digitalización educativa con una clara orientación hacia la calidad.
México necesita una estrategia de largo aliento. No hay atajos ni soluciones mágicas. Para avanzar en el desarrollo de competencias como las que mide PISA, se requiere: fortalecer la formación y acompañamiento docente, especialmente en Matemáticas y Lectura; desarrollar evaluaciones diagnósticas útiles que retroalimenten la práctica educativa; priorizar a las escuelas y estudiantes con mayores rezagos, con apoyos integrales, y asegurar la continuidad en las políticas más allá de cambios sexenales.
Revertir el rezago es posible, pero no inmediato. Se requieren al menos dos o tres ciclos escolares de mejora sostenida para que una política empiece a reflejarse en evaluaciones internacionales. Lo importante no es evitar el espejo que nos muestra PISA, sino mirarlo con honestidad y actuar en consecuencia.
Porque si el Coco vuelve en 2025, no es para asustarnos. Es para despertarnos. ~