Pacto súbito: Las pasiones, los intereses y el cinismo

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han anunciado un preacuerdo para lo que será un gobierno débil en el parlamento y posiblemente problemático en su interior.
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El PSOE y Unidas Podemos han llegado a un pacto de gobierno menos de 48 horas después de la celebración de elecciones. Entre ambos partidos suman 155 diputados. Es probable que apoyen al gobierno el PNV, Más País, PRC, el BNG y Teruel Existe. También es probable que Bildu y ERC se abstengan para alcanzar la mayoría. Será un gobierno débil en el parlamento (por su dependencia en el congreso de partidos pequeños e independentistas) y posiblemente problemático en su interior: en los últimos meses, Podemos y PSOE se han enfrentado con crudeza.

Sus discrepancias van más allá de la competencia partidista, a pesar de que durante años se ha extendido un relato voluntarioso y poco realista sobre una alianza de izquierdas. Tras las elecciones de abril, ambos partidos (más el PSOE que Podemos, que tenía más que ganar con un pacto) escenificaron unas negociaciones que estaban destinadas a fracasar. El PSOE no tardó en acusar a Podemos de inexperto, caprichoso, peligroso para la seguridad nacional (Sánchez aseguró que no podría aceptar a Iglesias con una vicepresidencia y al cargo del CNI) y la democracia, inaceptable para la CEOE, populista, partidario del separatismo (Sánchez criticó en el debate de hace apenas diez días que Iglesias estaba a favor de un referéndum en Cataluña y de etiquetar como “presos políticos” a los independentistas presos). Podemos sacó una artillería similar: acusaron al PSOE de querer pactar con Ciudadanos y el PP, de querer abaratar el despido con la “mochila austriaca”, de unirse al bloque de derechas con la defensa del artículo 155.

Los movimientos de cintura son comunes en política. Pero Pedro Sánchez corre el riesgo de romperse la cadera. Sus cambios de rumbo son cínicos e inesperados y a menudo no responden a un cambio de contexto sino exclusivamente a un cálculo estratégico. Sánchez ha reducido la representación política al posicionamiento. Ni siquiera se esfuerza en defender unos valores. En la política como guerra cultural y mediática creer en el principio de no contradicción es simplemente caer en el idealismo y moralismo naíf. No hay tiempo para dar explicaciones. Algunos politólogos defienden una postura de entomólogos: hay que comprender a los partidos por lo que hacen y no por lo que deberían hacer. En cierto modo, es una derrota de la idea de rendición de cuentas.

La política no debería ser la búsqueda del santo grial de manera dogmática, no cediendo nunca aunque las circunstancias cambien. El fundamentalismo político está repleto de visionarios en busca de la autenticidad. Pero la política tampoco debería ser absolutamente lo contrario: una partida de ajedrez desmoralizada, basada únicamente en los incentivos a corto plazo y en la construcción de la marca personal del líder. Al pactar con Sánchez, Iglesias ha demostrado que sabe rectificar y que puede ceder e institucionalizarse. Al pactar con Iglesias, Sánchez ha demostrado que lo único que sabe hacer es rectificar.

 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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