“México es el país más peligroso para ejercer el periodismo después de Irak”; “la situación de México se compara sólo con Somalia y Afganistán”; “México y Pakistán, los países más peligrosos para los periodistas”. Todas estas frases forman parte de los diagnósticos recientes que la organización Reporteros sin fronteras (RSF) ha hecho acerca de nuestro país.
Con un mínimo de información sobre el sustento de sus afirmaciones, RSF logra impacto, consigue titulares en la prensa y perpetúa un lugar común desde el cual explicar simplistamente un problema mucho más complejo. Pretender que México es un país en donde los “periodistas se juegan la vida como soldados en un campo de batalla por cumplir su compromiso con la sociedad y con la democracia”, es una falacia que no atiende ni hace justicia a las diferentes realidades que enfrentan los informadores en los estados de la república.
A juzgar por sus dos últimos informes anuales, la organización solo es capaz de entender la violencia contra la prensa en nuestro país desde una óptica: “el trágico contexto de la ofensiva federal contra el narcotráfico, que ha dejado 50.000 muertos en cinco años”; la misma visión fragmentaria que permite a los tabloides matutinos vender sus portadas.
Reporteros sin fronteras trabaja con premisas equivocadas; en su reporte 2010 colocó a México en el grupo de países abiertamente en guerra, con un conflicto armado interno o que viven un escenario de guerra civil como Afganistán, Paquistán y Somalia, sin siquiera atenerse a criterios internacionales que le permitan respaldar sus juicios. Esta falta de rigor, su escaso cuidado en el trabajo de documentación y su propensión a la estridencia es lo que hace de sus informes piezas endebles.
El 9 de febrero de 2011, un grupo de hombres armados atacó las instalaciones donde se ubican los transmisores de Radiorama y Canal 9 de Multimedios Laguna, en la parte alta del Cerro de las Noas, en Torreón, Coahuila. La organización con sede en Francia reportó el incidente como si se tratara de dos hechos aislados y afirmó que los agresores habían penetrado en la redacción de ambos medios, lo cual nunca sucedió.
Durante el primer semestre de 2011 el periodista Noel López Olguín fue secuestrado y asesinado en Veracruz. La información fue publicada en el sitio web de RSF, pero con la fotografía de otro informador, sin ninguna relación con el primero, quien reclamó a la organizaciónel manejo irresponsable de su imagen, sin que hasta el momento se haya corregido el error.
Apenas empezaba 2012, cuando en Cadereyta, Nuevo León, se supo de un nuevo crimen. El recurso efectista vino primero que la verificación de datos. “Asesinan a balazos a un periodista en un bastión de los temibles Zetas”, decía la nota sensacionalista que a las pocas horas fue sustituida por un texto que daba cuenta de una confusión.
Mucho más grave que su propensión a la hipérbole y su descuidado trabajo de documentación, preocupa que Reporteros sin fronteras valide los dichos de delincuentes y criminales. En su informe 2010, el capítulo sobre México reproduce sin mayor reflexión sobre su veracidad o valor las acusaciones hechas contra la ex procuradora de Justicia de Chihuahua durante un interrogatorio que un grupo de secuestradores hizo al hermano de esta y difundió en video.
El informe 2011, por su parte, afirma que en el último año 11periodistas fueron asesinados en México y que cuatro de ellos eran internautas. Con excepción de María Elizabeth Macías, jefa de redacción del diario fronterizo Primera Hora y contribuyente de las salas de discusión del sitio Nuevo Laredo en Vivo —cuyo crimen se confirmó—, hasta hoy no existe evidencia alguna de que el resto de las personas a las que RSF se refiere fueran usuarios de blogs o redes sociales, a no ser por los mensajes garabateados en cartulinas por sus asesinos para intimidar a quienes han hecho de internet una herramienta para denunciar la actividad de la delincuencia organizada.
Hay un texto publicado en el libro La ciencia y el periodista en el que su autor advierte que el deseo de impactar al lector por todos los medios y con todo tipo de volutas verbales es peligroso, porque una imagen o una comparación no del todo acertada pueden torcer el sentido y hacer que la exposición de problemas complejos sea vulgar y llana. Hillier Kreighbaum (Science and the massmedia. NY University) coincide en lo sustancial con esta idea, aunque él habla del “toque del Dr. Frankenstein”, ya que la información no solo atemoriza y envuelve de lejanía los fenómenos que describe, sino que aparta a los lectores de la materia, desinformándolos como consecuencia.
Reporteros sin fronteras circunscribe todo el problema a un asunto entre temibles bandas del narcotráfico y la “guerra” del gobierno federal, lo que desvirtúa la naturaleza multifactorial de la violencia contra el periodismo. Por si fuera poco, la organización ha empezado a empezado a otorgarle a la delincuencia organizada la misma legitimidad de otros actores, concediéndole credibilidad a sus mensajes, sin reparar en su responsabilidad por decenas de muertes y desapariciones de comunicadores sociales. La lógica del tabloide: provocar el mayor impacto posible, adjetivar, reducir hechos a una “hecatombe” y quedarse en el espanto cotidiano. Solo eso.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).