El 16 de junio de 2015, Donald Trump bajĂł las escaleras elĂ©ctricas doradas de la torre que lleva, como tantas cosas de mal gusto, su nombre con letras gigantes. Ante las cĂĄmaras de televisiĂłn, comenzĂł a pronunciar el discurso con el que lanzĂł su candidatura presidencial. No expuso ideas, propuestas o plataformas electorales. Tampoco esbozĂł un plan de gobierno. Nada de eso. Trump no era uno de los polĂticos de siempre, porque, dijo esa vez
Los polĂticos son pura palabrerĂa, nada de acciĂłn. No resuelven nada. No nos llevarĂĄn, crĂ©anme, a la Tierra Prometida. Ellos no pueden hacer a Estados Unidos grandioso otra vez.
Esos polĂticos traicionaron al pueblo y dejaron a Estados Unidos a merced de paĂses hostiles:
MĂ©xico no es nuestro amigo, crĂ©anme. Nos estĂĄn matando econĂłmicamente. Y cuando MĂ©xico nos manda a su gente, no mandan lo mejor que tienen. No los mandan a ustedes. Nos envĂan a gente que tiene muchos problemas, y que traen esos problemas con ellos. Ellos traen drogas, traen crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas.
La audiencia, feliz, coreaba: âÂĄQueremos a Trump, queremos a Trump!â.
AllĂĄ y acĂĄ se decidiĂł no tomar en serio a este clown de la polĂtica. âNo va a llegar muy lejosâ fue el consenso de expertos y analistas. Algunos incluso celebraron que âle iba a poner sabor a la campañaâ. Yo no estaba de acuerdo. El 12 de agosto de 2015, escribĂ en este espacio que debĂamos tomar en serio a Donald Trump, que su discurso era muy peligroso, precisamente debido a que representaba a la anti-polĂtica, era polarizante, y apelaba de manera muy eficaz a emociones poderosas como el miedo y el odio. ConcluĂa ese anĂĄlisis diciendo que âel discurso populista, llevado al extremo, conduce a naciones a la quiebra y la disoluciĂłn social, o incluso, a la guerra. Los experimentos populistas rara vez tienen final feliz.â
Cuatro años y medio despuĂ©s, el experimento populista de Donald Trump no estĂĄ teniendo un final feliz. Estados Unidos vive un momento de suma gravedad. Al verano de furia vivido en 2020 ha seguido un invierno de peste y discordia. Las elecciones potenciaron las emociones negativas sembradas en el alma de millones por la demagogia de Trump. El 6 de enero de 2021, el todavĂa presidente hablĂł ante miles de enardecidos seguidores que se rehĂșsan, como Ă©l, a aceptar que perdieron las elecciones de noviembre. Trump les dijo:
Nadie aquĂ quiere ver la elecciĂłn robada por los demĂłcratas ni por los medios. Nunca nos rendiremos, nunca concederemos la derrota, uno no se rinde cuando le roban. Nuestro paĂs ya tuvo suficiente, no aceptaremos mĂĄs de esto: detendremos el robo.
ÂżQuĂ© esperaba Trump que sucederĂa al enardecer asĂ a miles de personas? ÂżPensarĂa que habĂan recorrido kilĂłmetros para escuchar un discurso bajo el frĂo de Washington, aplaudirle y regresar a su casa con las manos vacĂas y el corazĂłn roto? ÂżNo se dio cuenta de que durante cuatro años les dijo que la victoria de los demĂłcratas era una amenaza a su propia existencia y a su identidad? ÂżNo pensĂł que, para esa gente, apoyarlo ya no es una elecciĂłn polĂtica, sino parte de cĂłmo se ven a sĂ mismos en el mundo? ÂżNo sabe que ellos no votan por Trump, sino que son trumpistas, y en ello se les va la vida?
En los años que llevo dedicĂĄndome a escribir y analizar discursos, he escuchado a muchĂsimas personas, expertas y no expertas en comunicaciĂłn y en polĂtica, decir que âel discurso no importaâ, que âya nadie les hace casoâ, que âes puro rolloâ. He escuchado, mĂĄs veces de las que recuerdo, la frase âeso solamente es retĂłricaâ, como si esa palabra, âretĂłricaâ fuera sinĂłnimo del vapor de agua que se emite por la boca cuando se habla en una mañana frĂa, algo que se percibe por un instante y luego desaparece en el aire.
Donald Trump y los polĂticos populistas que hoy amenazan a la democracia en el mundo nos han demostrado todos estos años que el discurso pesa y que las palabras importan. Nos han demostrado que cuando el lenguaje remueve las emociones mĂĄs bajas, la gente no se conforma con escuchar y pasa a la acciĂłn, a los hechos, a lo fĂsico, a lo tangible, como lo hicieron los estadounidenses que entraron por la fuerza hasta el salĂłn de debates del Congreso. Nos han hecho ver que es mucho mĂĄs fĂĄcil y rentable polĂticamente hacer actuar impulsivamente a la gente por miedo y odio contra âlos enemigos del puebloâ que sembrar en sus mentes y en sus corazones esperanza en el futuro o afecto por sus conciudadanos.
Los demagogos siempre han sabido del poder de la palabra, y por eso los filĂłsofos griegos nunca se cansaron de alertar a los ciudadanos de la polis sobre lo que son: un peligro para la convivencia democrĂĄtica, un riesgo para la civilizaciĂłn. Lo ocurrido en Washington este 6 de enero de 2021 nos debe recordar que, una vez fuera de la botella, el genio de la demagogia es muy difĂcil de controlar. Solo nos queda esperar, por el bien de Estados Unidos, que el Ășltimo discurso de Donald Trump no se escriba con sangre.
Especialista en discurso polĂtico y manejo de crisis.