Foto: Monika Skolimowska/dpa via ZUMA Press

Buscando una política de solidaridad en la Rusia de Putin

En Rusia, un país sin elecciones libres, la esperanza de cambio para los jóvenes puede estar fuera del sistema electoral.
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En 2013, cuando yo tenía 13 años, uno de los programas de televisión de comedia más antiguos de Rusia transmitió un sketch en el que un grupo de músicos interpretaba una versión de “I want to break free” de Queen satirizando al país.

La letra decía: “Las carreteras de este país son como los coches de este país. Como los salarios, el fútbol, los servicios comunales y, por supuesto, el cine…” La parte en que Freddie Mercury cantaba “God knows”, se tergiversó para que sonara como el equivalente en ruso de “mierda”.

Mientras el público reía, otro actor se acercó a la banda para decirles que dejaran de cantar la canción porque había “personas respetables sentadas en el teatro”. Y añadió: “Agradezcan que al menos Putin no esté”. Uno de los músicos exclamó en shock: “¿Qué? ¿Putin no está?”, una construcción común en ruso que puede significar que algo no está presente o que no existe en absoluto. “¡Te lo dije!”, siguió. “Él no existe”. El público estalló en carcajadas.

Mi mamá y yo vimos el sketch en la televisión cuando salió. Nos encantó. Cuando me llevó a la escuela en coche y en la radio sonó “I want to break free”, cantamos en voz alta “nuestra” versión.

Al año siguiente, 2014, Rusia invadió el Donbás.

No recuerdo mucho mis sentimientos sobre la invasión de aquel entonces. Yo era una adolescente preocupada por dos cosas: mi peso y los exámenes finales. Pero, aun así, podía sentir claramente que una versión más joven de mí misma que se había reído de chistes tontos sobre Putin había desaparecido.

El único ánimo político con el que podía contar en ese entonces era la anticipación del cambio. Después de que hubo protestas a gran escala contra el fraude electoral en la plaza Bolotnaya del Kremlin en 2012, los adultos a mi alrededor repitieron una y otra vez: “Solo tenemos que esperar un poco más”. Creían que un futuro de democracia y elecciones libres estaba cerca.

Pero no fue así. Incluso antes de que tuviera edad suficiente para reconocerme realmente como parte del proceso político, la paciencia se volvió pegajosa y asfixiante. Ahora, me resulta difícil creer que mi yo de 13 años se riera de los chistes de la oposición sobre Putin en el principal canal de televisión estatal. Quiero decirle a ella, aunque sería perturbador: “¿Recuerdas que la gente señalaba que habías pasado toda tu vida bajo el gobierno de Putin, como si fuera algo gracioso? Bueno, tengo noticias: ahora tengo 23 años, y ya no tiene gracia”.

Empecé a ver la realidad de las cosas en 2018, cuando al activista y político opositor Alexei Navalni se le prohibió participar en la carrera presidencial. Una famosa foto de Navalni y su equipo caminando por el centro de Moscú para registrarse para las elecciones quedará para siempre en mis recuerdos. La calle Nikolskaya, donde se tomó la foto, siempre está iluminada y llena de turistas. Solía caminar allí durante mi primer año en la universidad, cuando todavía no conocía a nadie en Moscú y necesitaba sentir la multitud a mi alrededor.

Para mí fue significativo que Navalni intentara participar en las elecciones como candidato de la oposición el mismo año en que terminé la preparatoria y comencé mis estudios de licenciatura. En ese momento, parecía que se avecinaban nuevos futuros tanto para mí como para mi país.

En lugar de eso, fue una lección de que mi infancia se había acabado. Ese fue el último año en el que siquiera se podía imaginar o contemplar la participación de Navalni en las elecciones presidenciales.

Finalmente me di cuenta de que los cambios no se producirían a través de la política electoral durante las elecciones municipales de septiembre de 2021, cuando las ciudades rusas eligieron a sus diputados locales. Uno de los políticos más destacados fue Mikhail Lobanov, un candidato de la oposición con una agenda de izquierda y un equipo joven. En su distrito, Lobanov aventajaba a su competidor progubernamental por 12,000 votos. Pero entonces las autoridades rusas introdujeron el “voto electrónico”, lo que abrió la posibilidad de fraude en una escala aún mayor que la que vivimos en 2012.

Según los resultados de la votación electrónica –que se anunciaron hasta el último momento–, el rival de Lobanov recibió 20,000 votos de la nada, para ganar por varios puntos porcentuales. Los medios independientes publicaron extensos artículos sobre falsificaciones masivas.

Fueron esas elecciones municipales –pequeñas en el ámbito del país– las que aseguraron el control absoluto a Putin. A partir de entonces, los resultados de la votación se podrían dibujar literalmente en la pantalla de una computadora.

Ahora estamos en 2024. Navalni está muerto y Rusia está inmersa en una guerra a gran escala en Ucrania. Los medios estatales rusos insistieron en que el gobierno no estuvo detrás de su muerte porque “no sería rentable para Putin matar a Navalni en prisión antes de las elecciones presidenciales”, como si los votantes realmente afectaran el resultado de las elecciones. A ninguno de los candidatos de la oposición que condenaban la guerra en Ucrania se le permitió participar en las elecciones presidenciales de este año.

En lugar del optimismo de hace 10 años, siento una falta de sentido. Y no estoy sola. Cuando entrevisté a jóvenes de 18 años que votarían por primera vez en 2024, dijeron cosas como: “Estoy seguro de que mi voto no cambiará nada, todos conocemos el resultado” y “Solo puede haber un resultado en las elecciones”. A ellos, esperar un cambio les parece irracional y prohibido, pero aun así deseado, como querer comer una fruta deliciosa que les provoque una reacción alérgica.

Aún así, cuando el político pacifista Boris Nadezhdin intentó convertirse en candidato presidencial este año, miles de personas en diferentes ciudades hicieron fila en el frío para firmar su nominación. No necesariamente lo apoyaron como individuo, pero querían expresar su oposición a la guerra a través de medios legales. Una enorme campaña recogió más de 100,000 firmas, a pesar de que muchos de los participantes sabían que el resultado sería que las autoridades rechazarían la candidatura de Nadezhdin.

¿Para qué sirvió todo su trabajo? ¿Fue sin sentido?

Pienso mucho en las conversaciones que las personas pudieron haber tenido en esas filas. Recuerdo que solía ir a las audiencias judiciales de los presos políticos en Rusia –no solo para mostrar solidaridad, sino también porque las personas que se reunían cerca de los tribunales se hacían amigas–. Las audiencias fueron espacios de comunicación política, aunque no tuvieran poder ni propósito real.

La filósofa Simone de Beauvoir dijo que “la falta de sentido no debería llevarnos a entregar toda subjetividad a los demás”. Estas palabras resuenan en mí. Ante los actos y la gobernanza antidemocráticos de Rusia, siento la necesidad de disolver mi voz porque mi voto no significa nada. Pero eso estaría mal.

Para muchos rusos, la tediosa espera del cambio ha resultado demasiado frustrante. Cuando nada cambia, perdemos gradualmente nuestro impulso político y decidimos que nuestras acciones no tienen sentido.

Pero la política no es solo lo que aparece en los libros de texto de historia, los acontecimientos clave y los actores importantes. Al crecer en la Rusia de Putin, aprendí que no se puede esperar a la política. Ahora creo que mis principales acciones políticas ocurren cuando interactúo con otras personas y cuando me preocupo por otras personas. Eso podría ocurrir fuera de los tribunales, en mítines y en la sala de estar con mis amigos cuando discutimos sobre el colonialismo en las regiones rusas. También es cuando consuelo a mi mamá, porque se siente sola en Rusia y odia ver los carteles a favor de la guerra en las calles de nuestra ciudad.

Durante las elecciones más recientes, la oposición llevó a cabo una campaña de “Mediodía contra Putin”. Pidió a la gente que acudiera a las urnas a una hora específica –las 12 del día– para anular su voto o elegir a cualquier candidato que no fuera Putin. El principal valor de la campaña fue brindar a las personas la oportunidad de ver a otras personas que tienen creencias y enojos similares. Sentir solidaridad y agencia propia.

Creo que esto es especialmente importante para los votantes de 18 años que no se hacen ilusiones sobre un futuro democrático y que, como yo, pasaron su infancia bajo Putin. Una vez quise advertirle a mi yo más joven que nada cambiaría. Ahora, creo que es mejor decir que esperar el cambio no es el punto principal. También se trata de forjar relaciones que se conviertan en una comunidad de ideas afines. Quizás, al hacerlo, creemos vínculos sobre los cuales podamos construir nuevas esperanzas políticas y futuros democráticos.~

Este artículo fue publicado originalmente en Zócalo Public Square, un medio de Arizona State University Media Enterprise que conecta a las personas con ideas y entre sí.

Esta “Carta electoral” es parte de “¿Puede la democracia sobrevivir este año electoral?”, una investigación de Zócalo  que analiza los países que celebrarán elecciones en 2024.

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es una periodista rusa que actualmente vive en Vilnius, Lituania. Escribe para los medios de comunicación rusos independientes DOXA y Meduza.


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