A la verdad por las orugas

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ORUGAS

Dicen que la primavera se viene adelantando por culpa del cambio climático. (El otro día llegué a mi casa a altas horas de la madrugada por culpa del cambio climático, pero eso nadie me lo cree.) Lo cierto es que en Madrid ya se hizo presente un bicho característico de la estación: la oruga procesionaria. Su aparición tiene algo de espectacular: las orugas se pegan una a la otra y avanzan en hileras ordenadísimas, con paciencia infinita, respondiendo a quién sabe qué pulsión genética y milenaria. Cuando no conforman esas inusitadas y castrenses hileras, se arremolinan en espirales alucinantes. Su devoción y su orden disparan todo tipo de símiles.

Hoy, al volver de dejar a mis hijos en la escuela, me topé con un trabajador del Ayuntamiento de Madrid (cara aplastada, manos rudas, botas castigadas) que admiraba una procesión de orugas que salía de un árbol y continuaba largamente por el suelo. La cercanía del tosco personaje con los lepidópteros llamó mi atención, así que me puse a su lado. No se dio cuenta de mi presencia. Después de un largo silencio, dijo (a nadie, a todos): “Sé de dónde vienen, pero no a dónde van”. La frase me hechizó, como si Confucio me hubiera revelado una verdad trascendental. Me fui, como flotando. A los diez metros, volví la cabeza para registrar bien esa aleccionadora estampa. Con la lengua de fuera, el hombre las estaba pisoteando.

– Julio Trujillo

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