De un año para acá la faceta radical de John Ackerman ha estado sosteniendo una intensa discusión con su faceta moderada acerca de las posibilidades de cambio que ofrece la vía electoral. Este tema es tan viejo como la misma izquierda y ha producido intensos debates en el seno los movimientos sociales, en las sobremesas familiares (¡te amo, papá!) y en las conciencias individuales, pero esta es una de esas raras ocasiones en la que las posturas contradictorias de una persona se pronuncian con tanta claridad en la esfera pública.
Sobre la futilidad de la participación electoral, nos dice John Ackerman:
“Hoy nuestra ‘democracia’ es igual de falsa y fraudulenta que la de 1994. Hoy como entonces las elecciones no sirven para empoderar a los ciudadanos, sino simplemente para aparentar legitimidad para el dominio de los mismos poderes fácticos de siempre.”
En otra publicación, Ackerman profundiza en lo anterior y señala la “ingenuidad” de quienes no se dan cuenta de esta realidad:
“Hoy las elecciones en México no permiten la expresión auténtica de la voluntad popular, sino que son meras ceremonias en las que los poderes fácticos reafirman y legitiman su control sobre la política nacional. Y solamente el observador más ingenuo podría pensar que la nueva integración del Instituto Nacional Electoral o la nueva reforma ‘ahora sí’ resolverían los graves problemas de ilegalidad, inequidad y fraude institucionalizados.”
Esta negativa valoración de las posibilidades de que el cambio social llegue por la vía electoral es compartida por miembros de la CETEG y padres de los normalistas desaparecidos que así lo han manifestado en varias ocasiones. Sin embargo, en este punto el Ackerman moderado les rebate:
“Se equivocan los dignos padres de familia de Ayotzinapa… El régimen sabe que un resultado desfavorable en las próximas elecciones podría generarles grandes problemas. Por ejemplo, si se lograra formar un bloque opositor en la Cámara de Diputados bajo el liderazgo de Morena se podrían detener las próximas contrarreformas “estructurales”, así como formar numerosas comisiones especiales de investigación para transparentar los numerosos financiamientos ilícitos y conflictos de interés que corroen al régimen.”
Pero, como si la facción antielectoral de Ackerman hubiera previsto este giro “electorero”, nos deja este argumento para emplear cuando haga falta:
“[López Obrador] pide paciencia a la población y promete que una vez que Morena llegue al poder se podrán revocar todas las reformas anti-populares aprobadas durante 2013. Esta estrategia resulta ser ingenua en el mejor de los casos y contraproducente en el peor de los escenarios. La última década de comicios federales ha dejado perfectamente claro que la vía electoral está cancelada para la izquierda política… Hasta el acceso de la izquierda a las gubernaturas de los estados y a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal se encuentra cerrado.”
Sin embargo, el Ackerman moderado y comprometido con los candidatos de Morena en Guerrero le advierte a la CETEG y a los padres de los normalistas que al emplear los argumentos del Ackerman radical podrían promover el autoderrotismo, ya que
“la demanda de la cancelación de las elecciones del próximo 7 de junio ha dividido y debilitado al movimiento. Específicamente, genera una incómoda cuña entre amigos y colegas que confían en algunos de los candidatos de Morena y los que piensan que este nuevo partido está igual de podrido que los demás. En aras de mantener unidas las diversas corrientes que apoyan la histórica lucha de Ayotzinapa, sería recomendable que los admirables líderes guerrerenses reconsideraran su posición.”
En este punto irrumpe un tercer John Ackerman, ya completamente fastidiado por las rebatingas entre los otros dos, y les dice en el tono de quien no quiere que le amarguen el desayuno:
“El boicot electoral está garantizado. Por desinterés y fastidio, la mayor parte de la población no acudirá a las urnas el próximo 7 de junio… No tiene sentido entonces perder nuestro valioso tiempo en debates estériles entre los “anulistas” y los votantes. Lo que hagamos o dejemos de hacer durante los próximos meses será mucho más importante que lo que cada quien decida hacer después de desayunar el domingo 7 de junio.”
No faltarán quienes piensen que el John Ackerman que promueve la participación electoral es un producto de la coyuntura que ha visto a su cuñado, Pablo Sandoval, alzarse con la candidatura de Morena al gobierno de Guerrero. En realidad, el asunto es menos personal y más arraigado en la psique de algunos grupos de izquierda. Es un inmediatismo que suele entusiasmarse a tal punto por la posibilidad de un triunfo en los comicios que desactiva momentáneamente su eterno escepticismo frente a las instituciones… tan solo para reavivar su desesperación cuando los resultados no son los esperados y declarar la muerte de la vía electoral.
Una de las funciones del intelectual de izquierda, uno pensaría, es inocularse contra estas abruptas subidas y bajadas de ánimo para presentar a sus lectores un análisis profundo y matizado de las posibilidades de la lucha electoral combinadas con otras formas de lucha política, económica y social. Para desempeñar este papel, el analista debe tener siempre en mente el horizonte temporal, la “cuenta larga” de la movilización social y sus perspectivas en el corto, mediano y largo plazo, para no desvivirse en la urgencia del “actuar ya”, el “no hay tiempo que perder” y todo tipo de llamados irreflexivos a montarse en la carreta del movimiento en turno.
Mientras ello no ocurra, seguiremos perdiendo “nuestro valioso tiempo en debates estériles” entre facciones de una misma pluma.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.