Ilustraciones: Leรณn Braojos

Acuartelados

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Estoy llorando, encerrado en la mazmorra de mi nombre.
Rabindranath Tagore, Gitanjali

 

Era jueves y mareado y contento David Cristian subiรณ al taxi que lo sumergiรณ en el maremรกgnum de la ciudad desconocida. Ruidos, coches, camiones, mopeds, fachadas, anuncios, hombres, mujeres, niรฑos: todo era nuevo para รฉl, menos el antiguo y elegante lugar donde se quedarรญa, un hotel de fama internacional que David conocรญa por verlo en Google Earth. El blanco orgullo dejado por los mercaderes y conquistadores reflejaba ahora el gusto de banqueros y outsourcers; habรญa cรบpulas y balcones taraceados, afuera, y dentro pisos de mรกrmol o parquet, palmeras en macetas enormes, un leve tintinear de plata, jรณvenes y viejos de variados uniformes alrededor, mujeres ejecutivas tomando tรฉ tras biombos achinados. El gran elevador central era aรบn de reja, sobredorada, con un asiento para el elevadorista. A black half hemisphere concealed and revealed a camera. Polifemo ya se robรณ a Galatea y nos vigila: habrรก que volver a gritar nuestro nombre: “¡Nadie!”

Su habitaciรณn era amplia y estaba en el quinto piso, el penรบltimo. Al retirarse el botones, David estuvo por fin solo, luego de cuarenta horas, cuarenta horas soportando los propios nervios, los de otros, sus necedades, asombrado ante la incomodidad, los maltratos en las llenรญsimas colas de los aeropuertos. En contraste, el aviรณn era un mundo tranquilo. Pero la verdadera serenidad llega al viajero cuando, desembarazado de trรกmites y de mochilas, estรก solo en su hotel.

Harto de pensar David abriรณ la ventana; entrรณ el bochorno. Venรญa desde el mar tras las avenidas sembradas de banyan trees: los increรญbles edificios indogรณticos de pronto se encendieron rayados de sombras. Oros y negros. A lo lejos, una espigada construcciรณn, la inmensa cimbra de un edificio y aquรญ y allรก, como pรกjaros apergollados a una rama, albaรฑiles semidesnudos, calladamente terminando su turno. En la avenida llena de gente, sobre un pedestal, la maciza figura de bronce de los gobernadores, y mรกs allรก, el incandescente mar, cuya pรกtina refulgรญa lastimando los ojos.

Se acercaba, tardรญa, la hora en la que, en los marjales, los tigres salen a beber. David pensรณ que le convendrรญa un trago. Pensรณ en bajar al bar, pero tambiรฉn en que estaba muy cansado. Creyendo que habrรญa un mensaje para รฉl, aunque fuera de su mamรก, allรก en la colonia Anzures, prendiรณ su laptop, se conectรณ: aรบn nada. Ni correos de Dinamarca, ni de Cristina, ni de nadie. Ni un solo correo; ni spam siquiera. Checรณ su celular; nada. Era como si en verdad hubiera perdido un dรญa; lo habรญa hecho, claro, pero los demรกs, ¿no podรญan haberlo recordado? Pensรณ en las horas muertas en el aeropuerto de Los รngeles.

Bajรณ por la escalera, arreglรกndose la guayabera; reciรฉn se la habรญa puesto y ya se sentรญa gobernador de Quintana Roo. El bar era verde y templado; el tema del lugar era, por supuesto, el cricket. Palos, uniformes tras cristales, fotografรญas de campeones indios, ingleses, aborรญgenes, gorras, equipos, recortes de periรณdicos rajastanos. David se acodรณ en la barra y pidiรณ un Bloody Mary. Pensรณ en James Baldwin. Pensรณ en Lanza del Vasto. Bebiรณ. Pidiรณ otro, y unas crisps o cacahuates, con ese modo nonchalant que tienen los fresas. Se odiรณ. Volteรณ. En el radio se narraba algo, pero apenas se oรญa la voz serena del comentarista: un evidente empresario hablaba con otros del escรกndalo de la invasiรณn de aficionados pakistanรญes en un partido. David no podรญa dejar de oรญrlo pero apenas entendรญa su inglรฉs. Oyรณ tambiรฉn a un irlandรฉs en una mesa cercana contar sus disรญmbolas aventuras en la ciudad de Mรฉxico a un grupo de jรณvenes indios. Estaba pensando ya en inglรฉs, su otro idioma, como Canetti. El irlandรฉs se parecรญa a Marc. He was handsome, red lion style. Long hair, “Desert storm” camouflage. Probablemente un periodista. O undrifter. A philanderer drowned in whisky preaching universal non-conformism. ¡Quรฉ parecidos somos!, se dijo David, luego del segundo Bloody Mary, irlandeses y mexicanos, todos tristones, devotos, relajientos. Nuestra alegrรญa es mรกs bien triste; nuestras fiestas acaban en velorios. Estuvo a punto de intervenir en la conversaciรณn, pero lo dejรณ; le dio hueva, tener que bracear por turbias lagunas de whisky para llegar a la humanidad asolagada de aquel joven. David de todas maneras no parecรญa mexicano, era nacido en Mรฉxico, de abuelos daneses y griegos, sefardรญes todos: vencido por el cansancio, regresรณ a su cuarto, luego de pagar y llevarse un limรณn, saboreando el nombre del isleรฑo: Ian.

Al cerrar su habitaciรณn se sintiรณ libre y abriรณ un mueble evidente y sacรณ una botellita de vodka, un agua quinada y decidiรณ, tras mezclarlos en un vaso, darse un baรฑo. El atardecer era rojo, glorioso. El sol parecรญa una nave nodriza a punto de acoplarse con el mar, anotรณ concienzudamente David en su telรฉfono y le enviรณ el mensaje a Marc. Con cierto esfuerzo cerrรณ la ventana, no fuera a llenarse el cuarto de insectos y corriรณ las cortinas. Enseguida entrรณ al baรฑo. Prendiรณ el agua, que saliรณ helada y luego, sin transiciรณn aparente, quemaba. David se mirรณ al espejo mientras se quitaba la camisa sudada y luego se bajaba los pantalones. Se le estaba parando. Rozรณ su tetilla izquierda con su mano derecha. Luego bajรณ su mano hasta la entrepierna. Desde adolescente dos cosas le importaban de cada nueva habitaciรณn que ocupaba, asรญ fuera brevemente: su primera jalada y su primer sueรฑo.

Pensรณ en Leรณn, tan lejano. ¡Quรฉ hombros tenรญa! Redondos, dorados, rotundos. Y sus ojos color avellana, tristes, si uno los miraba bien. La tenรญa ya muy parada. Con lentitud, se quitรณ los boxers. Como siempre, mirรณ su miembro, largo y puntiagudo, con afecto y con ganas de venirse. Recordรณ esa vez, en casa de su mamรก: todos se habรญan ido a Miami, menos รฉl y su primo. Habรญan sido tan jรณvenes; ahora, David se sentรญa un anciano de treinta y dos. “Antes, pensรณ, fui un anciano de diecinueve. No soy joven sino en mi recuerdo.” ¡Tantas cosas que eran, bueno, intensas y hasta glamorosas a los veinte, emborracharse, bailar, fumar, besarse, eran ahora patรฉticas! Pero David desechรณ esos pensamientos. Eran poco excitantes. Volviรณ a pensar en Leรณn, en la manera ausente e interesada, a un tiempo, en que se dejaba tocar, y se la jalรณ, conteniendo la respiraciรณn. Pensรณ en el irlandรฉs del bar, en cรณmo le hubiera gustado traerlo a su habitaciรณn y chupรกrsela. Con esto se vino; se baรฑรณ; se secรณ en medio de una nube de vapor.

“Otro trago me harรก bien”, pensรณ, saliendo. Y dicho y hecho, y con eso, mรกs unos shorts y una playera que decรญa for rent, David se tendiรณ en la cama, a divagar, a imbricar el hilo de sus pensamientos, roto por el viaje. ¿Quรฉ escritor colombiano decรญa que al viajar en aviรณn primero llega uno y unos dรญas despuรฉs, asendereada, llega tu alma?

Aรบn se preparรณ otro trago, mรกs fuerte, y se lo acabรณ y de repente estaba ya tan dormido como un peregrino en un santuario de Quirรณn o de Rama, su cuerpo inerte iluminado tan solo por el pequeรฑรญsimo resplandor verde de un botรณn de su computadora. Paz silente. Alguien yace.

Un ruido, el fragor de algo. Despertรณ sin recordar su sueรฑo. Tenรญa la boca hecha un erial. No sabรญa la hora, pero se guiรณ por la lucecilla de la laptop. Tomรณ el celular. Aquรญ eran las cuatro de la maรฑana, en casa era aรบn ayer. Se volviรณ a escuchar un ruido enorme, sordo, lejano, pero no tan lejano. Y otro. Una explosiรณn. David no se moviรณ sino acercando su mano a la mesita donde estaba el control de la habitaciรณn. Otro ruido, un tableteo. “Eso es una ametralladora”, se dijo.

David no se equivocรณ al decidir no prender la luz. Vivir en su pequeรฑa finca lo habรญa acostumbrado a atender a la oscuridad y al silencio. Esperar, attendre. Aguardar, dentro del silencio, de todas maneras una de las cosas que mรกs amaba. Pero el silencio no durรณ mucho. Un grito, desesperado, a lo lejos; una puerta primero, luego otra, voces y mรกs voces en el pasillo, mรกs puertas abiertas. Mรกs gritos. Voces en inglรฉs y en hindi, en kanda, en alemรกn, en urdu. Tableteos lejanos. Otro grito. Zapatos y ruedas sobre las alfombras. Los golpes en su puerta lo sobresaltaron. Carreras. Una balacera que perdรญa intensidad y luego la ganaba, hacia allรก, hacia un punto desconocido y ahora vรณrtice peligrosรญsimo.

No vine hasta aquรญ para morir, se dijo. Pensรณ en cuรกntas veces la muerte accidental o provocada de un turista le habรญa parecido ridรญcula. ¿Para quรฉ van a meterse al peligro?, llegรณ a pensar, frรญamente, de otros: ¡¿quiรฉn los manda a ver la revoluciรณn maoรญsta en quiรฉn sabe dรณnde o aventarse de un hotel egipcio balconing?! Esas tribus despellejadas de gringos o de europeos sin gracia que venรญan, se iban y no comprendรญan. Y a veces los mataban, como en Luxor. Y ahora podรญa ser รฉl cuyo nombre, cuya fotografรญa estuviera colgada en las redes sociales, simple nota, fรบnebre, al terrible asalto al hotel. Y sin embargo habรญa tenido tantas ganas de venir, de estar aquรญ…

David se decidiรณ a salir. No querรญa morir. Sin prender la luz, tomรณ un par de chocolates y una botella de agua, los puso en su mochila; dudรณ un momento en si llevarse la mรกquina, pero decidiรณ que no, que era innecesario, pensรณ incongruentemente en tuitear: #estoy a punto de ser asesinado# mientras checaba sus bolsillos: tenรญa su celular, su cartera, su llave. Abriรณ apenitas. Nada. Las luces del pasillo estaban encendidas. “No hay moros en la costa”, se dijo, sin percibir la ironรญa. Saliรณ.

Un hombre lloroso lo rebasรณ. En las escaleras no habรญa nadie. Pero se oรญa gente bajando del piso de arriba y el jardรญn de arte topiaria en la azotea. De pronto, mucha gente, atropellรกndose. Bajรณ dos pisos entre ellos, igual de rรกpido, igual de furibundo, de desordenado. Hasta que encontrรณ un obstรกculo; un chavo, el irlandรฉs, Ian.

No. ¡Hay que subir! ¡Para arriba! ¡Tรบ, hazme caso!

Fuera porque ya hubiera visto al gรผero o porque se veรญa joven y fuerte, o fuera porque una vez mรกs se estuviera repitiendo como en una pieza romรกntica una misma historia tantas veces desplegada, David siguiรณ a Ian hacia arriba, chocando con la gente que bajaba, un verdadero torrente. Un hombrecillo gritaba, con grandes voces, relicto en medio del raudal de gente:

¡Abajo! ¡Abajo!

La tromba de hombres y mujeres no necesitaba que la animaran. Era digna de la compasiรณn mรกs inmensa, de la compasiรณn que estruja los corazones de los bodhisatvas y, sin embargo, enciende el ardor de los asesinos. “Son ya mรกrtires”, pensรณ… ¿quiรฉn?

¿Cuรกl es tu habitaciรณn?, gritรณ Ian. Intentรณ atrapar a una mujer que bajaba cayรฉndose las escaleras. Se oyรณ otra explosiรณn, a la derecha. Todo se moviรณ mientras todos gritaban o lloraban. Salรญa humo de una pared. Ian intentรณ hacer entrar a la mujer en razรณn, pero no pudo. Alguien los empujรณ con mucha violencia. Alguien o algo. Ian sintiรณ el gusto de la sangre en su boca. Siguiรณ gritando.

¡Hay asesinos abajo!

¡Tambiรฉn arriba!, alcanzรณ a gritar la mujer, desapareciendo con los demรกs. Otra mujer, cargando una maleta enorme, los embistiรณ. David perdiรณ pie.

¡Sรญganme!, gritaba, como un remolcador seguro de su puerto.

Ian tomรณ a David del brazo y subieron lo mรกs rรกpido que pudieron, a gran velocidad, sin hacer caso a nada.

¿Cuรกl es tu habitaciรณn?

703, dijo David, que nunca recordaba un nรบmero. Llegaron a su piso, silencioso, desordenado. Eerie… Puertas abiertas, una botella, una toalla. De pronto se escuchรณ una detonaciรณn fuertรญsima, y un estallido sordo, y el elevador cayรณ por su tiro, haciendo un estruendo terrible. Ambos se miraron espantados, esperando ver salir fuego y sangre. Por fin se estrellรณ contra su basamento, diez pisos abajo. David se tardรณ en abrir, por los nervios.

¿No serรญa mejor bajar, verdad?, dijo, con los dientes entrechocando, creyendo que se iba a cagar.

Ian negรณ con la cabeza: traรญa la botella. Empujรณ a David dentro. Echรณ la botella en la cama. Entonces se oyeron los muchรญsimos tiros. Abajo…

¿Es este tu cuarto?; ¿estรกs seguro?

David mirรณ su computadora, cerrada, y su libro de viajes, adornado con un elefante.

Sรญ. Soy David.

Ian volteรณ alrededor, desesperando a David, y, aรบn mรกs, al desaparecer de pronto. David se acercรณ aterrado a la puerta, reviviendo en su mente tantas escenas similares, de las pelรญculas, de las series, de las miniseries, de las soap operas, de las pelรญculas hechas especialmente para televisiรณn, de caricaturas y de parodias. Se oyรณ un cristalazo. Luego apareciรณ Ian, cargando un extintor. Empujรณ a David dentro, cerrรณ con llave y pasador la puerta; Ian trajo unas toallas hรบmedas y las enrollรณ y las puso en el piso, sellando la puerta. Entonces la atrancaron con todo lo que pudieron mover. Se miraron. David se puso a llorar. De miedo, sรญ, y de coraje y de desamparo. Pero se controlรณ.

Lo mejor es quedarnos aquรญ, como pinches ratones mudos, ¿me entiendes?, sin…

Un disparo, potente. Segundos despuรฉs una bengala anaranjada iluminรณ el cielo.

No te asomes, le dijo Ian.

David lo mirรณ. Se asomรณ.

No seas imbรฉcil…

Ian lo jalรณ al piso violentamente, y quedรณ sobre รฉl.

No vuelvas a hacer algo asรญ…, dijo Ian lleno de furia.

Perdรณn.

Mejor baja tu laptop al piso.

Ian se acuclillรณ. Estaba entrando a su modo comando. Si su nombre no fuera Ian, serรญa Vigilante 84. Se oyรณ una sirena, en el puerto. Luego, nada. Oรญan sus respiraciones, y nada mรกs. Otra bengala.

David buscรณ su situaciรณn en la pantalla y encontrรณ lo que buscaba: sicarios organizados y desconocidos y fuertemente armados salidos de la gran estaciรณn de trenes estaban atacando el hotel luego de perpetrar una masacre en los andenes y en el hall victoriano. No se sabรญa cuรกntos eran. Helicรณpteros y otras unidades especiales habรญan ya acordonado el รกrea. Habรญa mรกs de ciento treinta rehenes, en el ala de servicios del hotel.

Eso es bueno. Vigilarรกn menos.

En ese momento, tronรณ un transformador y se fue la luz.

Un silencio.

Hacรญa muchรญsimo calor. Ian se sentรณ en la cama, se quitรณ la playera que traรญa y David lo mirรณ, con esa mirada vieja como el mundo e Ian mirรณ esa mirada.

¿Eres gay, verdad?, dijo.

¡Shhh! Creo que oรญ algo…

Ian se callรณ. Alguien caminaba lentamente arriba, arriba de ellos. Se tiraron boca abajo, juntos.

¿Tรบ crees que…?, susurrรณ David.

¡Calla!

Los pasos eran determinados. Botas. De pronto crujiรณ vidrio. Hubo un grito y un balazo. Luego otro. Mรกs pasos. Ian le hizo seรฑal a David de que eran dos los tiradores. David asintiรณ y dejรณ caer su cabeza en su brazo. Sirenas afuera. Oyeron confusas instrucciones. Se fueron alejando. De pronto, desde fuera, ametrallaron alguna de las fachadas. Y luego se oyeron mรกs disparos.

David e Ian no se atrevรญan a moverse; el codo de Ian estaba clavado en el estรณmago de David. Era un buen momento para rezar. Y en efecto rezรณ. Y en verdad rezรณ al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Pensรณ en su tรญo Mony, el ateo. Pensรณ en Leรณn. No se oรญa nada. Luego pensรณ en esa pelรญcula de Gus Van Sant, Elefante, y en eso cavilaba. Amaneciรณ. ¿Ian se habรญa dormido? Tal vez sรญ.

Ian se levantรณ despacรญsimo, callรกndolo con su dedo en la boca. Se sentรณ en el borde de la cama. Luego se tirรณ. David permaneciรณ en el suelo. Pasรณ una hora. No se oรญa nada.

¿Hay algo de beber?

Ian se estirรณ, abriรณ la botella de whisky en silencio. Sacรณ tambiรฉn unos cigarros del barecito. Prendiรณ uno ante la escandalizada mirada de David.

Nos van a descubrir… ¿Cuรกl es tu habitaciรณn?

No tengo habitaciรณn…

Luego:

¿Cuรกntas veces has tenido miedo en tu vida? Pero miedo, miedo…

David pensรณ. Se le antojaba una manzana. Habรญa un cartoncito de jugo de fruta, pero no una manzana. Ian prendiรณ otro cigarrillo. Y luego David se acordรณ de los momentos de miedo que habรญa tenido alguna vez. Pavor, solo una vez, cuando aquel trรกiler no logrรณ frenar por completo y rozรณ la camioneta en la que iban, aventรกndola. Habรญa sido en un camino rural, en Texas. Y ahorita, claro. Tenรญa otros miedos, mรกs ridรญculos, mรกs รญntimos y otros que eran tanto una cosa como la otra, como por ejemplo el miedo que le daba de niรฑo no llevar la tarea. Pero habรญa otro miedo, muy parecido a este; cuando en su clase, en secundaria, hacรญan alguna travesura colectiva, ponรญan siempre a David como centinela, pues รฉl nunca se atrevรญa a cometer las cosas, pero aun asรญ se sentรญa ligado al espรญritu de la acciรณn. Era cobarde y suspiraba con ser valiente.

Yo tuve mucho miedo en Gaza, cuando los escudos humanos…

Ian miraba su propio humo azul.

¿Estuviste en Gaza?, dijo David. Sus palabras salieron con demasiada violencia aunque รฉl no lo quiso asรญ. Pero asรญ salieron.

¿Eres judรญo?, dijo Ian.

Sรญ… no… no practicante, pero sรญ, soy mexicano. Un judรญo mexicano. ¿Por quรฉ no tienes habitaciรณn?

No podrรญa pagarla… No soy…

¿Judรญo?

No, iba a decir mexicano, dijo Ian, riendo en espaรฑol.

David no se riรณ. Su sentido del humor era bueno, pensaba, pero no en esta situaciรณn. Ian le dio la mano y luego de un rato comenzรณ a perorar en voz baja acerca de Mรฉxico, y de la injusticia en particular. Hablaba espaรฑol como si fuera extremeรฑo, pero floreado de bajas expresiones mexicanas, como “wei” y “no mames”.

David habรญa oรญdo palabras semejantes tantรญsimas veces que la verdad es que cerrรณ sus oรญdos, en verdad cerrรณ sus oรญdos a las que รฉl sabรญa o sentรญa que no eran sino palabras necias. Pero David no dejรณ que la enemistad o el odio lo ciรฑeran. “Estamos en el mismo barco”, pensรณ y se bebiรณ, de un golpe, un trago. Ian habรญa pasado de Mรฉxico a hablar sobre (o contra) Israel. Imaginรณ David, de nuevo, a su tรญo Mony, quien decรญa que en Irlanda no habรญan tenido que perseguirnos, a los judรญos, porque nunca nos habรญan dejado entrar, y se reรญa, con su risa cascada, ante el enojo de su madre y de su tรญa Esther. Aรฑos mรกs tarde David buscarรญa, sin encontrarla, la cita en Joyce.

Ian bebiรณ. Prendiรณ otro; bebiรณ mรกs; David tambiรฉn. No paraba de hablar. Abajo habรญan asesinado a algunos de los huรฉspedes. Profiling. “Yo estoy soberanamente jodido”, se dijo David. Otros eran rehenes. Todos los mozos y camareras y el gerente eran rehenes. Gritos en algรบn edificio vecino.

Pronto se fue haciendo evidente que no compartรญan nada (nada salvo estar encerrados cagรกndose de miedo aunque no lo demostraran en la cueva de los asesinos, nada salvo venir de dos pueblos perseguidos, nada sino ser de la progenie humana). Comieron unos pistaches, sin hacer ruido, como verdaderos ratones.

Yo sรฉ lo que piensas. Que soy whitetrash, ¿no?, euro scum… Los mexicanos tienen una opiniรณn inmensa sobre sรญ mismos. ¿Y cuรกl es la verdad? Que estรกis todos terriblemente jodidos…

Siguiรณ Ian hablando, quedo, mientras el dรญa languidecรญa.

Tu paรญs estรก en pinches llamas, wei…

Por fin se callรณ. Acordaron turnarse para dormir. Ambos estaban borrachos, ambos corrรญan peligro. Era posible que no se cayeran bien. Se dieron cuenta, sin embargo, de que se tenรญan cierta confianza. En su situaciรณn, atrancados tras una barricada en una habitaciรณn en un hotel bombardeado e incendiรกndose, con pelotones de asesinos hurgando en su interior, como buitres leonados en la gran carroรฑa pegajosa del รบltimo animal de su especie, estaban obligados a tenรฉrsela. Un helicรณptero iluminรณ el desastre. Y muchos pasaron esa noche, o uno solo muchas veces; al alumbrar con su reflector azulado la taracea de las ventanas, figuras extraรฑas se creaban en las paredes.

Ese segundo dรญa fue tensรญsimo, tal vez porque no pasaba nada. Solo se oรญa, constante, el zumbido cinematogrรกfico y molesto del helicรณptero artillado sobrevolando por encima de las torrecillas del hotel. Seguรญa saliendo la gran columna de humo del segundo piso. No habรญa luz, ni salรญa agua de los grifos. Ian estaba de vena. Habรญan roto la cerradura de las siguientes dos habitaciones, una limpia, otra desordenada, y habรญan traรญdo un buen botรญn: agua embotellada, whisky, vodka, refrescos, galletas danesas, nueces y chocolate. Luego atrancaron esa salida: quedaba la otra puerta por abrir. Ambos se sentaron en la cama. Ian se bebiรณ su cuarto o quinto whisky.

Puedes mamรกrmela.

Se acercรณ a รฉl. ¿Serรญa en serio? Estaba fuera de lugar. David se apartรณ. Ian era el tipo de wei que hacรญa alarde del tamaรฑo de su verga con sus amigos gays, pero nunca dejaba que se la tocaran. Es que eres bipolar, ¿verdad?, pensรณ David. Tรญpico macho alfa hijo de alguien ausente o loco o que no te hizo caso de alguna manera, sรญndrome absoluto de total falta de atenciรณn, ser ahistรณrico pero creado justo para nuestro tiempo el macho alfa estresado y sensible, lancelot tardรญo del รบltimo ciclo del dharma. Mmmhh… Ya debo dejar de estandarizar a la gente…

Durmieron, sin preocuparse.

David:

¿Quรฉ hora es?

El otro:

Tengo hambre…

Ahรญ hay galletas.

No, hambre , hambre… algo sรณlido… Voy a salir…

¿Estรกs loco? Ahรญ hay galletas… Ademรกs, ¿quรฉ vas a encontrar afuera?

De repente, golpes en la puerta. Quedos, pero golpes.

Puedo oรญrlos…, dijo una voz muy educada. Por favor…

Hay que abrirle.

Pero…

Dije que hay que abrirle, pendejo.

David bajรณ la mirada.

We are letting you in. Just wait; be silent.

Quitaron la cรณmoda, y los colchones y el pestillo. Un hombre entrรณ en una nube de polvo de cemento. Estaba herido. De pronto parpadearon las luces.

¿Cรณmo te llamas?, le preguntรณ, militia-like Ian, registrรกndolo. David no lo podรญa creer, pero asintiรณ en sus adentros, aprobando la acciรณn del irlandรฉs; Farid traรญa dos Coca-Colas y un lรกpiz: eso era lo que tenรญa. Ahora las tenรญa Ian.

Farid.

¿De dรณnde eres?

Mi familia es iranรญ; yo soy francรฉs.

Farid tenรญa los ojos azules y un cuello asirio. Tenรญa barba y veinticinco aรฑos. Era ingeniero. Su abuelo habรญa sido ministro de la รฉpoca buena de Reza Pahlevi, su padre, profesor de รฉtica antes de la revoluciรณn: despuรฉs, ya en la Rive Gauche, se destruyรณ drogรกndose. Ser iranรญ se dice fรกcil.

Espรฉrenme, dijo Ian, de sรบbito.

No, chin… otra vez de centinela, pensรณ David. Esa terrible sensaciรณn, oculta tanto tiempo, aflorรณ: miedo, miedo a ser descubiertos. Ian no volvรญa. Farid lo miraba. Por fin apareciรณ, tan campante, Ian.

I found a tray! And champagne!

Entra, ¡entra ya!

Ayรบdanos a poner la barricada.

En ese momento, Farid se desmayรณ.

No mames…

Bien dicen que el miedo no anda en burro; velocรญsimos cerraron y compusieron su barricada. Comieron pollo, con los dedos. Compartieron la champaรฑa tibia.

El miedo los habรญa dejado sueltos y parlanchines: Ian comenzรณ a hablar a favor de los gays y los derechos y la autonomรญa del cuerpo y de allรญ volviรณ a Chiapas y de allรญ…

Si tรบ nos oรญste, tambiรฉn ellos podrรญan oรญrnos.

No son muchos. No mรกs de siete… ocho… Y el hotel es muy grande… y estรกn los rehenes…

Pasรณ una tarde eterna. Descubrieron un gusto comรบn por el cine. Farid miraba con amistad y gratitud al mexicano y se dirigรญa desdeรฑosamente al irlandรฉs, quiรฉn sabe por quรฉ.

Si supieras que este perro no querรญa dejarte entrar…

La noche se alargรณ. Ian seguรญa de malas. No habรญa adivinado en quรฉ pelรญcula la maquillista se llama Joyce James. Mientras tanto Farid hizo un recuento de cuรกnto tenรญan.

No nos queda demasiado. Me pregunto, ¿cuรกnto…?

Sรญ, yo tambiรฉn me lo pregunto. Eh, David, si fueran comandos israelรญes ya estarรญamos libres, ¿no?

Odio su risa, se dijo David.

Y si fueran mexicanos, pues ya mejor olvidarnos, ¿no?

Farid lo mirรณ.

No hagas caso, David.

Parecerรญa absurdo, pero David pensรณ en ese momento en cuรกnto odiaba el desorden. Pero a Ian ese tipo de cosas le tenรญan sin cuidado. El baรฑo del cuarto era un asco, inevitablemente. Farid lo miraba. Sus miradas se dijeron algo.

Ah, ¿lo sabe? ¿O no?

De pronto un gran generador comenzรณ a funcionar: la computadora se prendiรณ. Farid aprovechรณ para jalar el baรฑo. Luego abriรณ la llave del agua, tapando la tina. Luego la cerrรณ. Nada se oรญa. Pusieron mรกs toallas en el resquicio del umbral. Mientras, Ian se habรญa apoderado de la computadora:

Es cierto. No son muchos. A algunos los mataron en la Gran Estaciรณn… Mira mi suerte: encerrado con dos gays en un hotel de lujo…

Ahora sรญ, David se riรณ. No mucho, pero sรญ se riรณ. Ian era increรญble. En abstracto, o en el extranjero, por asรญ decir, era un luchador social, un igualitarista, un hombre que se proponรญa a sรญ mismo libre de prejuicios. Pero cuando algo le tocaba su sustento, se volvรญa cruel y aburguesado. Ian thought too, but he was more of words, and systems. He had taken hold of a block and a pen and he drew maps of the hotel, and plans.

How many rooms? How many corridors? How many of us?

Comieron o merendaron frugales, taciturnos, mirando los noticieros, sin sonido, casi. Lloviznaba afuera. En eso la luz se volviรณ a ir. Ian decidiรณ ponerse de malas otra vez y ensayรณ hacer enojar a Farid, pero se topรณ con su silencio. Farid pensaba en sus perros, sobre todo en Gรฉnesis, un afgano al que rescatรณ de un taller mecรกnico cerca de Le Bourget. David pensaba en su mamรก. Su celular estaba descargado. Ian se acabรณ su whisky. Pidiรณ, hasta eso, permiso de ponerse una playera de David. De pronto se soltรณ una tormenta. La lluvia sonaba fortรญsima pegando contra todo lo que se oponรญa a su paso.

Esta puede ser, boys, dijo Ian, de mejor humor. Quizรก aprovechen la tormenta.

Ian bebiรณ; luego forzรณ la cerradura de la habitaciรณn contigua y, tras asegurarse de que estuviera vacรญa, todos saquearon el servibar; Farid usรณ el baรฑo.

Vamos a bloquear esta otra puerta; asรญ tendremos dos cuartos.

No, es muy mala idea. Necesitamos dejar estas puertas sin obstรกculos, por si entran atacando la barricada.

Discutieron. Ian sacรณ un mapa. Amainaba.

De pronto, de nuevo las botas, arriba. Las pesadillas tienen un misterioso vรญnculo con la recurrencia. Se oyรณ entonces, aterradora, una voz, buscรกndolos a ellos o a quien fuera:

We know you are in…

Quedaron paralizados. David temblaba. Farid lo abrazรณ.

Pero el patrullaje cesรณ con la tormenta. Ian se tirรณ en la cama.

Farid y David se abrazaron, creyendo que Ian no los veรญa. Farid la tenรญa parada. David lo besรณ. Estuvieron varias horas en silencio, entregados a sus pensamientos o a conmiserarse. Ian roncaba.

David pensaba en problemas. Uno. ¿Y si alguien mรกs llega? Es como aquel problema clรกsico de Oxford. Un grupo de excursionistas, entre los cuales hay un hombre muy gordo, entra a una cueva en la Provenza, para explorarla. Por alguna razรณn, llevan dinamita. Por alguna razรณn, el gordo es el primero en salir. Y claro, queda atascado en la รบnica entrada de la cueva. No hay manera de moverlo. No hay modo de hacerlo entrar o salir. Solo queda esperar o volar al gordo. Recordaba al profesor que les habรญa puesto el problema. Era gordo, jovial, casi nada de small talk. Todo era o Tolstรณi o Dostoievski. Problema dos. En una situaciรณn como esta, ¿quรฉ hacer si de pronto entrara un perrito? ¿Apapacharlo? ¿Ahogarlo? ¿Apapacharlo y luego ahogarlo?

Un golpe en la puerta lo sacรณ de sus pensamientos.

Is someone there?, dijo una voz tรญmida.

Ian se despertรณ, feral y gatuno.

No podemos abrirle.

Claro que sรญ, dijo Farid. Me abrieron a mรญ. Y yo le voy a abrir a este.

¿Quiรฉn te crees?, amenazรณ Ian.

David apoyรณ al persa.

Es mi cuarto, dijo.

Ian no se molestรณ en ayudarlos. Dinesh entrรณ por fin, con sus lentes rotos, sus dientes faltantes, su aprensiรณn, su colostomรญa. Parecรญa inteligente. Traรญa sed: fuera de eso, nada. Ian lo mirรณ con insolencia. Dinesh no se inmutรณ. Otro inglรฉs que miraba a otro indio de esa manera, claro que Ian se morirรญa si le dijeran inglรฉs o si alguien dudara de su igualitarismo. Pero tambiรฉn podรญa ser egoรญsta; todos podemos, pensรณ Farid, al verlo.

Dinesh:

First time in India?

Solo David asintiรณ.

Vine a desintoxicarme. Vengo de Copenhague, donde me pasรณ algo muy extraรฑo, que me dejรณ un sabor amargo en la boca…

Recordรณ las hierbas de Pascua. “No me gustan”, decรญa. Y su primo Raรบl: “No seas bobo niรฑo: ese es el chiste: que no son gustosas.”

Soy director de teatro.

Dinesh les hizo una reverencia.

Yo soy guionista.

Luego se metiรณ al baรฑo.

This sucks!, dijo Ian.

Ahora somos cuatro para montar guardia…

Sรญ, cuatro… cuatro bocas…

Mejor cรกllate, Ian, que tรบ eres el que mรกs la usas.

¡Paz!, dijo Dinesh al salir del desordenado baรฑo. Yo no necesito nada.

Ha! A fucking fakir!, le espetรณ Ian.

Pasรณ media hora como una oleada.

Dinesh se durmiรณ. Tambiรฉn Ian. Luego David. Cuando David se despertรณ todo apestaba a cadรกver, dulce y asqueroso. Farid estaba despierto. Desconsolado Dinesh le dijo:

No hay agua.

Ian, imitรกndolo:

No, no hay agua. Hay whisky.

Dinesh lo mirรณ largamente.

Si bebo whisky tendrรฉ mรกs sed luego.

David le dijo:

Hay una Coca-Cola.

Son mรญas, dijo, sin querer, Farid. Y enseguida, aรบn antes de que Ian reaccionara:

Tรณmenlas…

¿Eso sรญ puedes?

Dinesh se refugiรณ en el baรฑo.

¡Me lleva!

Entonces hubo una nueva explosiรณn que cimbrรณ el hotel. Lo cimbrรณ como un terremoto cimbra las cosas. Todos sintieron la sacudida. Farid cogiรณ la mano de David. Ian los mirรณ en silencio. Subรญa, sabre, humo por fuera, ennegreciรฉndolo todo. Dinesh seguรญa encerrado con su miedo y su colostomรญa en el baรฑo.

Se oyรณ algo y comenzรณ a salir agua de la regadera, del grifo del lavabo, a gotear el techo.

Pon la televisiรณn, casi gritรณ Ian. Oyeron sirenas de bomberos. David prendiรณ el aparato. Estaba altรญsimo. Le bajรณ, nervioso. Las noticias daban fe de la muerte de los terroristas y del firme propรณsito del gobierno de no…

Ahora sรญ, la bandera blanca.

Ian fue quien se asomรณ afuera, con una sรกbana en la mano; abajo, entre tanquetas, camiones de bomberos, ambulancias, camionetas de tv, lo miraron; las cรกmaras se dirigieron a รฉl, y lo tomaron. Se oyeron aplausos. Ian gritaba Peace! Dinesh, Farid y David lo veรญan en la pantalla, y veรญan sus nalgas y piernas apretadas contra el alfรฉizar de la ventana y su torso salido. Ian seguรญa gritando y agitando la sรกbana. Su imagen fue la que quedรณ de ese momento. Era feliz. Por fin tenรญa atenciรณn.

Demasiada. Soltรณ la sรกbana. Un balazo le habรญa dado en la clavรญcula, y lo hubieran matado, de no ser por David, quien se aventรณ sobre de รฉl, derribรกndolo. Mรกs balas se incrustaron alrededor de la ventana, haciรฉndola estallar. ¿Quiรฉn disparaba? ¿Un sniper? ¿El propio ejรฉrcito? ¿Un excesivo policรญa? No sabรญan, pero cesรณ de pronto. Se voltearon a ver. Dinesh tenรญa un balazo en un pie. Se sentรณ, con mucho dolor. Se estuvieron muy quietos. El helicรณptero volviรณ a pasar frente a ellos y oyeron las voces metalizadas por los altavoces:

It’s ok. It’s ok.

Fue Farid quien por fin se animรณ a tomar otra sรกbana blanca. Mirรณ a David: en su regazo Ian gruรฑรญa de dolor. Y Farid mostrรณ la sรกbana a travรฉs de los cristales estrellados, dejรกndola ondear fuera. En otra ventana habรญa otro lienzo blanco.

Esperaron. Rendidos. En Mรฉxico, familiarmente, se dice, como en Texas: “Estoy muerto” (de cansancio). Ja. Estoy muerto.

Indian Army!, gritaban, y Down!, mientras subรญan veloz y acompasadamente. Era evidente que los comandos habรญan cumplido con su cometido y que a estas horas todos los terroristas yacerรญan abatidos. Por fin llegaron hasta su puerta, y tocaron: David acomodรณ a Ian en el piso y ensangrentados tanto รฉl como Farid, pero no heridos, lograron abrirle al impaciente coronel, soldados y camilleros.

Bajaron por la escalera de los muertos, irreal y rota y pegajosa de sangre negra y estupefacto, entre destellos, David, detrรกs de la camilla que llevaba a Ian, saliรณ al sol y al canal y a las unidades, a la famosa Puerta de la India, del brazo de un soldado de turbante anaranjado que parecรญa un cรกlao. E iba pensando en las palabras de Farid, hacรญa tan solo una noche:

Todo es muy raro, ¿no? El mundo es muy extraรฑo. Y al mismo tiempo todo el mundo sabe todo. Y todo es como una epifanรญa de todo. Y, como decรญa ese viejo judรญo (y David supo que Farid se referรญa a su propio padre):

En la batalla por tu espรญritu, ¿quiรฉn crees que va ganando? ~

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Frost (Mรฉxico, 1965) es editor, escritor y guionista. Entre sus libros recientes estรกn La soldadesca ebria del emperador (Jus, 2010) y El reloj de Moctezuma (Aldus, 2010).


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